Pasó haciendo el bien

1 enero 2002

Alberto López Escuer
 
 

Recuerdo Vivo de Mons. Javier Osés

 
El pasado 22 de octubre de 2001 fallecía en Pamplona Mons. Osés, D. Javier como todos el conocían tanto en Huesca como en su Navarra natal. Murió sin hacer ruido, como había vivido. Quizá existió demasiado silencio en torno a la noticia. Aquí queremos dejar constancia de que el recuerdo de D. Javier sigue vivo, más aún, es vida entre tantos y tantos cristianos que aprendieron de él a tener un corazón más pastoral, social… y menos institucional.
 
Don Javier Osés Flamarique, nació en Tafalla (Navarra) el 23 de agosto de 1926, se licenció en Teología y se doctoró en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El 19 de marzo de 1950 es ordenado sacerdote y a la vuelta a su diócesis de Pamplona ocupó el cargo de ecónomo en Zudaire (Navarra).
Fue profesor de Derecho Canónico y Moral en el Seminario de Pamplona, del que más tarde fue nombrado Rector. Formó parte del Cabildo Catedralicio como Canónigo Doctoral, siendo nombrado Obispo Titular de la diócesis de Huesca el 28 de febrero de 1977.
El 24 de agosto del año 2001 al cumplir los 75 años, le es aceptada la renuncia a la sede manteniendo el titulo de Obispo emérito de la misma. Falleció en Pamplona el 22 de octubre del 2001. Estos son algunos datos biográfico de un hombre bueno y muy querido en la diócesis de Huesca, de la cual fue pastor durante los últimos 32 años.
 
Tuve la inmensa suerte de conocerle y ser uno de sus diocesanos, él me confirmó y guardo muy buenos recuerdos de esta persona que fue D. Javier, pues en Huesca, cuando se decía D. Javier, todos sabíamos que hablábamos de nuestro obispo. Supo ser un obispo cercano y, como alude el recordatorio que se repartió en su funeral, «vivió cerca de la grey, a la que amó y se entregó generosamente».
Razón tienen las palabras de Mons. Juan José Omella –administrador apostólico de Huesca–, pronunciadas en la homilía de dicho funeral: «D. Javier se gastó y desgastó por Huesca». Era un hombre sencillo y vivió sencillamente, no quiso residir en el Palacio Episcopal, sino en un modesto piso. En sus acciones nunca buscó su bien personal, sino el de su diócesis.
Era un modelo de obispo inspirado en el Concilio Vaticano II, del cual D. Javier decía: ”Diría que el Vaticano II ha sido providencial y como una colosal gracia de Dios en este final del siglo XX… También pienso que sería muy clarificador hoy para muchos cristianos conocer mejor las riquezas tan excepcionales, aportadas por el Concilio. No me canso de alabar a Dios por este cambio en la Iglesia. El Vaticano II me robustece en la certeza de fe de que Dios guía a su Iglesia”.
 

         1. Obispo de todos

 
Fue obispo de todos, pero tuvo su preferencia por los más pobres y denunció las injusticias sobre todo cuando sus víctimas eran los más necesitados. Tal como decía él, “al mundo de los pobres se le está lesionando gravemente sus derechos porque Dios nos ha llamado a ser hijos suyos con dignidad”.
Su despacho y su casa siempre estaban abiertos para acoger, escuchar y ayudar –si se daba el caso– a cualquiera que se acercara para estar con él.
El título de este artículo «paso haciendo el bien», es el epitafio que se puede leer en su sepultura; nunca una frase ha resumido tan bien la trayectoria vital de una persona. Su gran corazón hizo que todos los oscenses, creyentes o no, lo quisieran.
 

  1. Javier era un hombre dialogante, en los difíciles años de la transición siempre abogó por el diálogo y el entendimiento. El quería una sociedad plural y dialogante. Ha sido punto de referencia de todos los oscenses, un hombre de Iglesia, cercano a los sacerdotes, religiosos y seglares. Se hacía presente en la vida de todos ellos, recorría cientos y cientos de kilómetros para estar con ellos en sus fiestas, momentos difíciles y en cualquier situación que se le necesitara.

Nunca fue ostentoso, más bien todo lo contrario, nunca se jactó de sus títulos, trabajaba incansablemente por la Iglesia y, como se puede leer en un artículo de Monseñor Echarren sobre D. Javier, “supo callar cuando el hablar hubiera supuesto algún daño a la Iglesia, a otros, a su tarea evangelizadora. Pero supo también hablar, cuando era preciso por razones evangélicas”.
No lo tuvo fácil: “su sentido social de la evangelización –indica D. Jesús Arraiza– no dejó de acarrearle disgustos e incomprensiones que él sobrellevó con altura de miras, sin claudicar en sus principios”
 
Hombre de oración, siempre sacaba tiempo, pese a su inmensa tarea pastoral, para orar, para estar cerca del Padre. Un hombre unido a Dios. En su testamento espiritual se puede leer: “Personalmente, doy gracias a Dios, por haber conocido la revelación del Padre, por haberla cultivado durante tantos años, por haber participado en la gracia vivificante de Jesucristo y por haber experimentado continuamente la acción del espíritu”.
 
Murió como vivió, sencillamente, acogió su enfermedad con entereza y se puso en las manos del Padre, muchas veces rezaba la oración de Carlos de Foucauld: “Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras…”. Comentaba a quienes le cuidaban: “Dios viene a buscarme, no le digo ni que me alargue la vida ni que me lleve; solo su voluntad”.
Precioso testimonio de un hombre de recia espiritualidad, de una persona que siempre estuvo al lado de los enfermos… Una vez al mes visitaba el Hospital de Huesca, habitación por habitación, dando ánimos y tranquilizando con su presencia.
Todos los años participaba en la peregrinación de enfermos al Castillo de Javier que se celebra en Navarra. La enfermedad le impidió su presencia física pero se acordaba porque era uno de ellos y les dirigió una carta en la cual se podía leer: “Durante muchos años os he acompañado en este día. Iba como sano al lado de muchos de vosotros, inválidos y enfermos. Ahora no puedo ir. Pero me siento muy unido a vosotros, porque somos muy útiles para la Iglesia. Dios necesita de nuestra debilidad para cumplir su misión”.
 
 

  1. Una huella muy honda

 
Su vida se fue apagando poco a poco, pero transmitiendo paz y serenidad. El día de San José, una vez celebrada la eucaristía y la Santa Unción, el sacerdote le dijo a D. Javier, «De aquí al cielo», a lo que este contestó, «ya estamos en el cielo, porque qué es el cielo sino Jesucristo».
Durante su enfermedad recibió diversos homenajes, como el de ser nombrado «Hijo Adoptivo de Huesca e Hijo Predilecto de Tafalla» su pueblo natal; también le fue otorgada por parte de la Diputación General de Aragón, la medalla a los «Valores Humanos» por su compromiso con la defensa de las libertades y derechos de los sectores mas desprotegidos.
Su muerte fue muy sentida, y toda Huesca fue a despedirse de él; no en vano había sido el obispo más querido. En la Catedral de Huesca y en su plaza cientos de personas lloraron al que había sido su Pastor durante los últimos 32 años, todos tenían un motivo para quererlo, él siempre se había hecho presente y cercano cuando más hacia falta. Como dijo Monseñor Omella en su homilía sobre D. Javier: “Fue un hombre de Dios, defensor de la justicia y la bondad; un creyente de corazón profundo; un pastor bueno y fiel”.
 
Huesca ha tenido la inmensa suerte de tener un obispo como D. Javier, Dios nos regaló un obispo cercano, comprometido con su pueblo. Este va a ser un período que será recordado para siempre en la diócesis de Huesca.
A muchos nos ha marcado positivamente el encuentro con D. Javier; recuerdo el día de mi confirmación, que yo andaba muy nervioso y él se dio cuenta y me llamo y con sus palabras me tranquilizó. Siempre cuando iba a Huesca y me encontraba con él se interesaba por mi familia, como me iba en el trabajo y todo esto lo hacia de corazón, así era con cualquier diocesano.
Siendo diocesano de Don Javier crecí como cristiano, los encuentros casuales o programados con él eran momentos de enriquecimiento. Cuando los jóvenes de toda la diócesis de Huesca nos reuníamos cada 7 de diciembre a celebrar la Vigilia de la Inmaculada, él se hacía presente en el trabajo en grupos, en los descansos y finalmente presidiendo la eucaristía.
 
Junto a él celebramos su 25 Aniversario como obispo, se produjo un dialogo precioso con los jóvenes, contestando a cuantas preguntas se le hicieron, que no fueran pocas y posteriormente todos fuimos a la Catedral a celebrar con los demás diocesanos una eucaristía por esos 25 años de obispo. Para D. Javier todos los medios dedicados a la Pastoral Juvenil le parecían pocos, siempre nos escucho, nos ayudo y nos apoyo en nuestras iniciativas.
Concluyo con una frase con la que me siento identificado, la dijo Don Agustín Catón –Vicario General de la diócesis de Huesca–: “Don Javier nos deja una huella tan honda, que ni la lluvia ni el viento podrán borrarla de nuestros corazones”.
Descanse en paz, D. Javier Osés, Obispo de Huesca, un hombre que pasó haciendo el bien.