De un tiempo a esta parte se ha puesto muy de moda el concepto nube. La nube, a grandes rasgos, se refiere a Internet, y en concreto a los servicios a los que podemos acceder a través de la red. Entre las ventajas de la nube están el costo más bajo, la posibilidad de acceso a la información y aplicaciones desde cualquier dispositivo con acceso a Internet (si se nos pierde o estropea el ordenador no hay problemas), la posibilidad de compartir recursos fácilmente, mantenimiento (nada por parte del usuario, ya que las actualizaciones las maneja el proveedor del servicio), etc… Es decir, todo ventajas y pocos inconvenientes. El problema es que muchos, habituados a la acumulación de la información, no terminan de fiarse de ese lugar virtual en el que almacenar sus archivos o sus aplicaciones.
Pero el objetivo de estas letras no es hacer publicidad de la nube, sino contar con su paralelismo con la oración, que me parece más que evidente. Esta es la razón por la que he elegido el icono de una nube para la portada de este mes: creo que se trata de una metáfora más que eficiente para educar a los jóvenes en esta práctica:
- Jesús, ante la petición «enséñanos a orar», nos dice: “Vosotros, cuando recéis, decid: Padre, que estás en el cielo«. De hecho, muchos, cuando rezan, miran hacia arriba y, a la hora de referirnos a Dios, hacemos el gesto de señalar al cielo. ¿Realmente a dónde se dirige nuestra oración? Sabemos que el cielo al que se refiere Jesús no es el cielo físico, el que tenemos encima de nuestras cabezas, pero lo asociamos a él. Lo mismo que la nube en informática, no sabemos dónde están realmente nuestros archivos ni cómo el ingeniero informático ha establecido que podamos acceder a ellos, pero la realidad es que cada vez que queremos acceder a ellos desde cualquier punto o con cualquier dispositivo podemos hacerlo: siempre están ahí.
- Jesús les dijo también a sus discípulos: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lc 11,9-10). Ésta es una promesa que nos anima en nuestra realidad, una que se aplica cada momento, cada hora, cada día; una promesa algunas veces subestimada, y quizás por algunos malentendida. La oración es el medio por el cual la relación entre nuestra petición y lo que Dios nos da es desigual. Por eso represento la flecha de subida distinta a la de bajada. Dios nos da lo que necesitamos, que normalmente no concuerda con aquello que nosotros creemos que necesitamos.
- Jesús, en la oración que nos enseñó, nos dejó el “Hágase tu voluntad“, que es como él rezó en su agonía de Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Estas palabras y esta actitud nos lleva a la confianza plena, en aquello que Dios nos puede dar. Aunque no sepamos ni el cómo ni el dónde, aunque nos guste tener controlado todo lo que nuestro ordenador hace y todo lo que en él tenemos guardado, la oración nos deja espacio para la confianza plena.
Para concluir, me gustaría que nos fijáramos en la escena de su última noche con los discípulos. Jesús les dijo: “Orad, no entréis en tentación” (Lc 22,40). Después les encontró dormidos. La oración no es una herramienta para conseguir nuestros propios propósitos, sino un medio para acercarnos a Dios y ser un poco más de Él cada día. La nube que os propongo es sólo una metáfora: el camino y la experiencia tienen que ser algo personal.
Jotallorente
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