PECULIARIDAD EDUCATIVA Y EVANGELIZADORA DE LA FORMACIÓN PROFESIONAL

1 septiembre 2013

Miguel Angel García Morcuende
Responsable del Departamento Escuela/Centro de Formación Profesional.
Dirección General Obras Salesianas. Roma
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO.-
El autor reflexiona sobre la armonización entre las características educativas específicas de la Formación Profesional y la propuesta evangelizadora.  Luego propone, en coherencia con los rasgos expuestos, cinco vías para dar cauce a dicha propuesta educativo-evangelizadora: la centralidad de la espiritualidad y de la ética del trabajo; el acompañamiento de los alumnos; el ambiente educativo; la recuperación de la dimensión humanística; y la proyección social.
 
El tema propuesto nos sitúa en una de las grandes urgencias de la pastoral educativa de hoy.  Por ser un argumento complejo, escasa es también la reflexión. En estas páginas nos proponemos simplemente sugerir una lectura que pueda ofrecer una visión de conjunto útil, siempre en vistas a iluminar algunas conclusiones operativas en el contexto europeo.
 
Al hablar de “evangelización” en la Formación Profesional (FP) hemos de responder necesariamente a cuatro cuestiones: en primer lugar, qué significa “evangelizar”; en segundo lugar, cuál es el escenario socio-educativo en el que se ubica la FP; además, qué situación particular están viviendo los jóvenes de nuestros centros; por último, qué sugerencias hacer para una propuesta evangelizadora apropiada para este ambiente formativo.
 

  1. ¿Qué significa evangelizar?

 
Ricos y numerosos son los textos del magisterio de la Iglesia que iluminan esta cuestión. A la hora de responder, proponemos considerar tres pautas básicas al respecto.
 
La primera la tomamos de las propuestas finales del  Sínodo de los Obispos sobre La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana (7-28 octubre 2012): “Proclamar la Buena Nueva y la persona de Jesús es una obligación para todo cristiano, fundado en el Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt. 28, 19). Al mismo tiempo, constituye un derecho inalienable de toda persona, con independencia de su religión o irreligión, tener la posibilidad de conocer a Jesucristo y el Evangelio. Este anuncio, hecho de manera integral, ha de ofrecerse respetando totalmente a cada persona, sin forma alguna de proselitismo” (n.10).
 
La segunda es la famosa afirmación de Pablo VI en la Exhortación apostólicaEvangelii Nuntiandi (1975): “No se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación”.
 
Por último, las instituciones católicas son “lugar de formación integral mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura ; son verdaderamente un espacio privilegiado de promoción integral mediante un encuentro vivo y vital con el patrimonio cultural” .
 
De estas tres afirmaciones significativas emergen algunas consideraciones acerca del significado específico de la misión evangelizadora en el ámbito de la FP.
 
* Ante todo, hablar de “evangelización”  es centrarse en la historia concreta de las personas (historia de salvación) y no simplemente comunicar un sistema de pensamiento o adecuarse a una normativa moral. Por ello, conocer y apreciar laintegralidad de la persona Jesucristo y su Evangelio es un “derecho” de toda persona. Se trata de formar, de comprometer la historia de los sujetos, ofreciendo la oportunidad de Dios como posibilidad de futuro: “Nuestra tarea en el marco de la evangelización no es otra que crear las condiciones para que los hombres puedan descubrir en la buena noticia de Jesucristo la verdad de sus propias vidas”.
 
* La fe cristiana no es un tratado a estudiar, sino que evoca una actitud comprometida, dirigida a personas concretas, para iluminar y movilizar su vida. Lo decía Pablo VI: se trata de alcanzar y  remover “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida”. Ayudar a descubrir que Cristo y su Evangelio es el centro de la historia, el “hombre nuevo”, la fuerza transformadora que juzga las culturas  y que humaniza las personas. Evangelizar significa continuar la encarnación salvadora en los hombres y mujeres de hoy, en las familias, en el trabajo, en la sociedad.
 
* No se puede hablar del valor educativo de un centro de formación sin poner sobre la mesa los contenidos culturales que se ofrecen, el método de enseñanza y las destrezas pedagógicas que se utilizan. Por otro lado, no se puede entrar en la cuestión de la cultura y el trabajo en un centro profesional de inspiración católica, si no se muestra claramente “la agenda de valores” en la que se inspira (el Evangelio) y sin hacer mención a la capacidad profesional de los educadores, mediadores de la doble síntesis entre cultura y evangelio, entre fe y vida. De esta manera, los tres aspectos (la cultura del trabajo, la capacidad formativa integral y la evangelización), aunque formalmente diferentes,  se unen y se requieren mutuamente, sin división, sin confusión, sin yuxtaposiciones.
 

  1. La cartografía del territorio socio-educativo actual

 
La pregunta que muchos educadores e instituciones nos hacemos es si en estos contextos formativos la evangelización sigue siendo una “buena noticia”. Ciertamente, Cristo y su evangelio no cambian, pero está cambiando el hombre, su cultura: sus criterios, sus intereses, sus esquemas de pensamiento, sus estilos de vida, sus formas de trabajo. Más aún: al acercarnos a la realidad de la Formación Profesional nos damos cuenta  del vínculo entre  la labor  educativa-formativa de nuestras instituciones y  el mundo del trabajo, donde la Formación Profesional tiene su lugar natural y su desembocadura. ¿Se puede aún evangelizar en este ambiente tan específico, donde los saberes formales están recogidos en disciplinas técnicas, con metodologías didácticas tan peculiares?
 
2.1. El escenario socio-educativo donde se desarrolla la Formación Profesional vive notables transformaciones.
Muchas organizaciones y movimientos civiles y religiosos han respondido y responden a esta emergencia con instituciones formativas, buscando la armonización de la profesionalización y de la formación integral. El objetivo ha sido y sigue siendo no tanto preparar para un ‘título’: la formación profesional tiene por finalidad preparar al alumnado para la actividad en un campo profesional, así como contribuir a su desarrollo personal, al ejercicio de una ciudadanía democrática y al aprendizaje permanente. Es aquí, en la formación para el trabajo, donde el Evangelio ha de ser significativo. Es claro que el contexto en el que se desarrolla aquí la evangelización es diferente al de una parroquia, un grupo de compromiso eclesial o una asociación juvenil. Son diversos los destinatarios, las herramientas, los contenidos, los tiempos y los métodos.
 
En muchos casos, la inquietud de las familias que llaman a las puertas de nuestras instituciones de FP no parece estar orientada explícitamente hacia la formación cristiana de sus hijos. De hecho, en un mismo grupo se encuentran jóvenes muy distintos entre ellos: los indiferentes o ajenos al mundo religioso, para los cuales la pregunta religiosa parece irrelevante; otros, dispuestos a escuchar y a hacer experiencias, pero no preocupados por el conocimiento orgánico de la fe cristiana, y menos aún con una coherencia de vida con las enseñanzas del Evangelio; existen alumnos con una cierta práctica religiosa para los cuales la fe permanece en la vida privada; por último, jóvenes motivados y disponibles, “nómadas espirituales en búsqueda”, que nos demandan una propuesta cristiana adecuada a sus  deseos y capacidades.
 
2.2. Los centros de FP son un lugar original de oportunidades y de retos.
 
No es materia de este artículo desarrollar la complejidad del desempeño laboral en nuestras sociedades. Ahora bien, en este punto, es necesario ubicar el campo formativo de la capacitación para el trabajo en dos aspectos:
 

  • En primer lugar, en estos centros la formación no se propone de una vez y para siempre, como si fuera para toda la vida. Las soluciones apuntan hacia una cualificación sólida, sí, pero muy flexible. Y esto tiene serias consecuencias. La formación profesional está integrada dentro de una oferta de educación permanente, obliga a la persona a renovar o convertir suscualificaciones a lo largo de su vida laboral. El engarce perfecto entre sujeto-estudios-puesto de trabajo, ha perdido su razón de ser. Desde el punto de vista educativo-pastoral, para alcanzar el pleno desarrollo de las potencialidades de los jóvenes hay que pensar una formación muy polivalenteno sólo profesionalmente, sino personalmente, en un sistema socio-educativo y laboral cada vez más cambiante.

 

  • En segundo lugar, hoy debe articularse una convergencia formativa entre las instituciones educativas y otras agencias. El modelo regulador se centra en el concepto de red de formación (netwok),una estructura organizativa con una serie de contactos donde intervienen los centros de FP, los centros de orientación, las empresas, los grupos profesionales, las universidades, las autoridades locales, las diversas asociaciones. Esta necesaria y fuerte vinculación del mundo del trabajo y los centros de FP no es ajena a la misión educativo-pastoral: ambas realidades, educación y trabajo, son dos elementos que configuran las personas y las sociedades, y están estrechamente relacionados. El desarrollo de una educación de calidad facilita el ejercicio efectivo del derecho de un trabajo digno. Podemos decir también que aquellos pueblos que soportan un mayor nivel de injusticia social se suelen caracterizar por las carencias educativas de gran parte de los ciudadanos y, en consecuencia, por un alto índice de desempleo.

 

  1. Los jóvenes de la Formación Profesional: una prioridad pastoral

 
A la luz de estas consideraciones, debemos concluir que el mundo de los jóvenes que frecuentan nuestros centros de Formación Profesional lleva consigo exigencias particulares que afectan también a nuestra propuesta educativo-pastoral. La acción pastoral de la Iglesia será buena si responde a una adecuada «visión» de la realidad. Una misión pastoral sin visión es una pastoral ciega, de «ojos vendados»: mantiene, conserva, repite, pero no responde a nuevos desafíos. Se hace necesaria una visión adecuada de los jóvenes que se materialice en proyectos pastorales lúcidos y sabios.
 
3.1. Unos jóvenes condicionados por la crisis y los cambios
 
Una primera constatación es esta: los alumnos de FP están viviendo una época formativa muy marcada por las condiciones y límites del momento social. Frente a la inestabilidad del futuro laboral, estos jóvenes viven la crisis de las propias expectativas.  En sus biografías, el sentido de las opciones y del proyecto de vida es muy frágil: el mundo del trabajo (incierto) influye notablemente en ellos.
 
El que fuera uno de los libros de negocios con más visión de futuro de finales del siglo XX (La edad de la sinrazón, Charles Handy, 1989) predijo que para el mercado de trabajo en este siglo, las empresas serían “reacias a garantizar empleos fijos para todo el mundo”. Esto explica así el aumento de la inseguridad emocional de los alumnos, muchos de ellos vulnerables, perplejos acerca de su desarrollo personal/profesional y, con frecuencia, carentes de motivación y autoconfianza. En el gran escenario de las sociedades desarrolladas,  ahora denominadas “sociedades del conocimiento”, la fuerza viene dada por los factores económicos, los cambios en los perfiles profesionales, la expansión exponencial continuada del uso de las tecnologías de la información y de la comunicación, las cambiantes políticas educativas.
 
Es este el nuevo reto educativo-pastoral para la formación profesional: concebir la formación de la profesionalidad como un elemento del proceso educativo, de acuerdo con una visión integral que educa personalidades fuertes capaces de vivir, con flexibilidad y versatilidad, en la naturaleza cambiante de la sociedad. En consecuencia, los sistemas de sistemas de educación y formación profesional no pueden ser sólo transmisores de información, sino que han participar en la creación de las características personales relacionadas con el “saber ser”: se trata de dar vida a un sistema de aprendizaje en el que las intervenciones sean capaces de sostener un proyecto de vida, un desarrollo humano.
 
Por otra parte, la educación y la formación se han convertido, por tanto, en factores estratégicos para promover no sólo el crecimiento económico y el bienestar social de cualquier país. Sólo aquellas competencias que son fundamentales para el pleno desarrollo de la personalidad humana, lo son también para la inserción en la sociedad y en la vida profesional. Muchas de las profesiones actuales exigen, en efecto, conocimiento y confianza en uno mismo, capacidad de asumir las propias emociones, capacidad de iniciativa, formación ética en la toma de decisiones o en la solución de problemas, destrezas de pensamiento críticas y creativas, destrezas interpersonales y capacidad de comunicarse o de colaborar con los demás, es decir, ser aprendices de por vida.
 
3.2.  Valor educativo del trabajo
 
Una segunda idea es la urgencia de recuperar el inapreciable valor educativo del trabajo, donde la centralidad y la dignidad de la persona es el primer capital que hay que salvaguardar  y valorar.
 
Como ya decía Juan Pablo II en la Laborem exercens, “el trabajo es la clave de toda la cuestión social”  (n.3). En otras  palabras, condiciona los progresos y los desequilibrios de la sociedad, podemos decir, influye en las generaciones de futuros trabajadores, en su dignidad, en su conciencia, en su profesionalidad. Basta pensar la erosión que ha sufrido la ética del trabajo y la instrumentalización política del mismo,el desempleo,  la movilidad geográfica de los trabajadores y el consiguiente malestar derivado de la pérdida de los vínculos culturales y comunitarios, la visión de lacompetividad económica. Cuando la encíclica «Centesimus Annus» señala que los hombres actúan como un resultado de la cultura que los ha formado, ¿qué tipo de perfil de ciudadano nacerá en estas condiciones apenas mencionadas?
 
La promoción de la justicia en este campo, el primado de la persona sobre todas estas amenazas y la promoción de una humanizadora visión del trabajo son necesidades urgentes que interpelan cristianamente a todo evangelizador. La Doctrina Social de la Iglesia tiene mucho que decir en este mundo complejo. La evangelización se convierte de esta manera en oferta de una nueva cultura de trabajo.
 

  1. Vertebrar una propuesta evangelizadora para el ambiente formativo de la Formación Profesional

 
De lo dicho hasta ahora, vemos claro el papel privilegiado de la Formación Profesional.  Esta institución formativa está llamada a proporcionar a las personas la oportunidad real de un desarrollo más integral en términos del sentido de la existencia, saberes, competencias, relaciones y experiencias significativas.  Todo ello es posible si el centro de FP cuenta con un equipo educativo que sepa  inventar y recorrer nuevas rutas pastorales, complementarias y fuertemente interdependientes. La intencionalidad pastoral de un centro de FP ha de crear una trama de intervenciones y opciones acordes con su realidad, con el proyecto educativo-pastoral y con la situación de los jóvenes que atiende. En este sentido, señalamos estas cinco vías: la centralidad de la espiritualidad y de la ética del trabajo; el acompañamiento de los alumnos; el ambiente educativo; la recuperación de la dimensión humanística; y la proyección social.
 
4.1. Centralidad de la espiritualidad y de la ética del trabajo
 
Nos parece importante recuperar en nuestros centros de FP la “espiritualidad del trabajo”, como un proyecto original de vida cristiana, sencillo por tratarse de un ámbito de la vida cotidiana, y que dignifica a la persona. Una espiritualidad que es fuente de superación y de vivencia ética para la búsqueda y recuperación de los valores humanos, científicos, morales y espirituales.
 
Debe tenerse en cuenta que, normalmente, los alumnos de nuestros centros son portadores de diferentes ideas y concepciones de la vida, con multiplicidad de visiones del mundo. Sin embargo, nuestra propuesta formativa es antes de nada unecosistema donde el joven es invitado a un crecimiento humano integral. También por esta razón, la ausencia de la enseñanza religiosa en la FP no debe ser concebida como un límite, sino como una oportunidad para intervenir con mayor claridad en su formación espiritual y moral, en la anchura y la profundidad de la vida de fe. Es necesario que el  proyecto formativo se oriente para conducir a los estudiantes, casi naturalmente, a través de la actividad ordinaria y de una pedagogía realista hacia esta propuesta, sabiendo que la propuesta de fe es siempre objeto de una elecciónlibre.
 
La cultura del trabajo y el humanismo cristiano se reclaman constantemente para acoger la vida, para descubrir su sentido, para subrayar la dimensión de trascendencia, para abrirse a un servicio solidario, para orientar la vida según las bienaventuranzas.  En los centros de formación profesional se forma con la pedagogía de trabajo y mediante el trabajo. Se vuelve necesario recuperar una espiritualidad que ayude tanto en el descubrimiento y desarrollo de las propias habilidades para la realización personal, como en el sentido de servicio al bien común de la sociedad, el bien relacionado con el vivir social de las personas. La dimensión ético-religiosa constituye así para las personas un factor de integración personal y de armónica identidad.
 
La Formación Profesional es orientadora, ya que se trata de un proceso de educación continua, destinado a la promoción del individuo hacia objetivos de «madurez vocacional»; se erige como ayuda para abordar plenamente todas las decisiones de la vida,  no sólo profesionales, sino también sociales y vocacionales; no consiste sólo en una formación para una carrera, sino en una visión más amplia. Compartimos con David Hansen su proposición de utilizar el término vocación y no carrera. Este último es un concepto demasiado individualista y no ofrece un significado para la vida personal. En otras palabras, la Formación Profesional difiere de otras realidades educativas, precisamente porque no es pasiva o meramente centrada en constatar las actitudes de la persona, sino que es activa, ya que tiene como objetivo proporcionar nuevos itinerarios personales y diversificados que capaciten en la toma de decisiones útiles para sí mismo y para los demás en el curso de la vida. Un nuevo concepto de “profesionalidad”  se impone hoy en el marco de las competencias personales y profesionales.
 
4.2.  Acompañamiento personal a los alumnos
 
Un  punto de partida esencial es el acompañamiento de estos jóvenespartiendo del lugar y modo en que se encuentran: conocer su riqueza humana y religiosa, observar el contexto de sus ambientes, valorar cuanto de positivo llevan en sí y escuchar atentamente sus expectativas. La vida del taller, del aula, del patio y de los otros espacios del centro es lugar de encuentro, más allá de los distintos roles. Es esencial esta “pedagogía de las ocasiones cotidianas” que esconde enormes posibilidades educativas: son oportunidades “gratuitas” de escucha y de propuesta, es una pastoral de la proximidad. Esta conectividad de interacciones cotidianasgeneran relaciones inspiradas en la acogida recíproca, en la aceptación incondicional desde el respeto mutuo, en la colaboración, en el sentido de la responsabilidad y que son, por tanto, evangélicas. La capacidad de construir relaciones no sólo funcionales sino vitales es uno de los elementos clave de la calidad de las instituciones de Formación Profesional de inspiración cristiana. Este contexto vital constituye una muestra en vivo de los valores declarados en el Ideario.
 
El profesor es un mediador, un facilitador que tiene una visión positiva de los jóvenes, sus capacidades y posibilidades; además de su cometido profesional, bien hecho y realizado con competencia, tiene un enorme peso su testimonio humano y religioso-cristiano. “La conexión de lo personal con lo profesional contribuye a unos objetivos educativos que van mucho más allá del desarrollo del profesor concreto”, en nuestro caso, tienen una  finalidad educativo-pastoral. La persona que hay en el profesional (el ser en la acción) enseña porque cree en algo, tiene una imagen de la persona y de la sociedad. La percepción que se tiene de un centro de FP se descubre a través de la mirada de los profesores. Estos necesitan que su vida profesional esté institucionalmente motivada y relacionalmente conectada con los alumnos.
 
Su compromiso no sólo implica una combinación de cualificación técnica e intelectual; lo impulsa la pasión por atender a los estudiantes que están a su cargo como personas. Implica la cabeza, las manos y el corazón. En este sentido, la profesionalidad de los docentes no está solo asociada a la posesión de una fuerte cultura técnica (base de conocimientos) sino también a una ética de servicio (compromiso para satisfacer las necesidades de sus alumnos), a un compromiso vocacional (un “evento apasionado” asociado al Ideario de la institución). “A través del desarrollo profesional y personal, los profesores constituyen su personalidad, su madurez y demás virtudes en sí mismos y en los demás, convirtiendo sus escuelas en comunidades morales”.
 
Una institución de inspiración católica debe aspirar  además a una clara  preferencia por los más necesitados: los que no han terminado la educación obligatoria o aquellos que han dejado la secundaria; o bien los que tienen grandes dificultades para encontrar  un trabajo digno, o los jóvenes con empleo precario que desean cualificarse más; o los ya empleados pero con un bajo nivel de formación. A todos ellos, el centro de Formación Profesional les educa la capacidad de recuperarse en circunstancias difíciles y en contextos cambiantes.
 
4.3.  Un sereno y atento cuidado del ambiente de formación en el Centro.
 
Los valores no existen en abstracto, sino que se convierten en vitales por la cohesión entre las personas que las comparten. Por eso una experiencia formativa necesita de una comunidad educativa donde se concitan el deseo de aprender y la vocación para enseñar. Se trata de una comunidad de personas conscientes de la naturaleza integral de la propuesta educativa y evangelizadora.  El sistema de valores compartidos de una escuela técnica es decisivo en la definición de la forma en que se concibe el clima del centro y los criterios fundamentales del sistema de organización que sigue. Un ambiente de valores humanos y religiosos de calidad impregnado de humanismo cristiano, en sí mismo educativo: un terreno cargado de ofertas asociativas, culturales y,  allí donde sea posible, cristianas.
 
En conclusión, la evangelización, centrada en la transmisión de una cultura inspirada en los valores del Evangelio, no se centra sólo en la oferta de alguna actividad religiosa esporádica, desencajada del ritmo cotidiano del centro. Es más, las propuestas más explícitamente evangelizadoras tienen que atraer en vez de repeler, estimular en vez de apagar la inquietud espiritual, promover la participación activa de los alumnos en vez del aislamiento del coordinador de pastoral, dar oportunidades y ofertas en ambientes humanos. Comunidades educativas convencidas de la integridad de la persona (incluyendo la dimensión espiritual), abiertas a momentos y experiencias espirituales y de apertura a Dios, así como experiencias de servicio gratuito y la solidaridad con las personas en situación de desventaja. En el fondo, se trata de examinarnos frente a esta imagen de las velas finlandesas expresada por el Cardenal Kurt Koch: “Si Cristo realmente nos ilumina como «luz del mundo», entonces irradiaremos luz por nosotros mismos. Pero solo podremos ser cristianos y cristianas con irradiación, con carisma, si recuperamos la alegría en la belleza de la fe y vivimos, por así decir, como velas finlandesas, que arden y emiten luz desde dentro hacia fuera. Una Iglesia misionera necesita sobre todo personas bautizadas cuyo corazón haya sido abierto por Dios y su razón iluminada por la razón divina, de suerte que su corazón esté en contacto con los corazones de otros y su razón sea capaz de interpelar a la razón de los otros. Hoy, Dios únicamente puede llegar de nuevo a los seres humanos a través de personas que hayan sido tocadas por él”.
 
Ello significa una nueva cultura organizativa,  una mentalidad de proyecto, coordinado e integrado, abierto y flexible, que promueva la participación y la corresponsabilidad.La calidad educativa y pastoral de cualquier proyecto sólo se lleva a cabo por la gente portadora de esos valores.
 
4.4. Recuperación de la dimensión humanística
 
El campo de la Formación Profesional hunde sus raíces en una formación que no separa lo técnico de lo humanístico. Acelerar la mejora, elevar los niveles de rendimiento, aumentar la competitividad económica se han convertido en los nuevos lemas de las políticas del mundo del trabajo; sin embargo, los docentes no son los encargados de crear buenos ‘profesionales competitivos’, sino de crear buenas personas. La propuesta de formación representa la «carta de valores» del centro, entre los cuales se encuentra una antropología de fondo, un esfuerzo intencional y colegial que se concentra en una visión compartida de la persona, del mundo y de Dios. En este sentido, se requiere una redefinición de la misión de nuestros centros técnicos con una propuesta ético-antropológica que conciba el trabajo como responsabilidad y tarea personal; que entienda la profesionalidad no sólo en términos de utilidad, de “racionalidad instrumental”, sino como expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; y que además permita satisfacer las necesidades de las familias.
 
Es esta la fuerza y la razón misma de ser de un centro de FP. Fruto de ello es el “optimismo académico” que confía en todas las dimensiones de la persona e influye positivamente a través de la educación; y trae como consecuencia, el uso de estrategias y métodos coherentes con dicha opción de fondo antropológico. Se trata de armonizar cultura profesional y humanismo cristiano para lograr una formación más integral. La claridad de valores y la centralidad de la persona en su integralidadson aspectos que se refieren directamente a la naturaleza pastoral de la formación profesional. En este contexto, es evidente que estamos hablando no sólo un espacio funcional, económico o empresarial, sino, sobre todo, de un espacio educativo y de una propuesta ética- antropológica profundamente arraigada en los valores cristianos de la vida, el trabajo y la sociedad.
 
Podemos afirmar que la enseñanza no es sólo una tarea de artesanía (técnica) y/o científica, sino también artística. Así, el mismo proceso de enseñanza proporciona algunos criterios metodológicos de base:
–          un enfoque que privilegia el elemento más experiencial de las disciplinas, más allá de una mera transferencia de información para ser memorizada;
–          la implicación de los alumnos en la solución de los problemas, habilitándoles para la vida real;
–          una adecuada combinación de competencias técnicas y personales en vistas a que todas las materias del currículo tengan un valía educativa (y pastoral).
 
4.5.  Proyección social
 
Destaquemos, por último, la apuesta decidida que las instituciones de formación católicas hacen por la educación como elemento regenerador de nuestra sociedad, una acción generadora de sentido y de cambio. Los centros de Formación Profesional no son un invernadero, sino que alcanzan una dimensión social cuando educan en las relaciones de grupo, en la asunción de responsabilidades, en la búsqueda de una excelencia en la formación profesional al servicio de la sociedad (como testimonio profesional, humano y cristiano).  La FP apuesta por un compromiso firme con el ser humano, educador y educable, capaz de intervenir con eficacia en el desarrollo de su entorno social, especialmente donde la vida se muestra precaria y amenazada.  Por ello, es necesario tener el coraje de conocer e incidir, donde sea posible, en las estructuras sociales como, por ejemplo, en los foros donde se legisla, en las orientaciones marcadas exclusivamente por la competitividad y en el mundo de la empresa.
 
Es cierto que se trata de realidades que están por encima de  nuestra realidad personal y territorial, pero los centros de FP son una presencia de Iglesia activa, ciertamente diversa de una comunidad parroquial o de un movimiento eclesial. La diferencia no consiste sólo en el trabajo profesional que cumple, sino en la modalidad transformadora con la que evangeliza. Educar es también formar cristianos que darán ejemplo por su manera de vivir y que tejerán redes de Evangelio en distintos lugares. Nuestros centros son comunidades “misioneras” colocadas en uno de los areópagos modernos: el mundo del trabajo.
 
Conclusión: razones para el compromiso
 
Finalizamos nuestra reflexión con las conclusiones de un informe de investigación sobre el compromiso de los docentes en Australia donde se indican las seis dimensiones de su compromiso activo. Podemos extrapolar estas conclusiones a todos los miembros de la comunidad educativa que articulan una propuesta evangelizadora desde los centros de FP. Cuando los currículos están minuciosamente programados y cuando los marcos formativos están orientados a los resultados, la comunidad educativa ha de tener el valor de esta nueva gramática del compromiso:
 

  • Compromiso como pasión.
  • Compromiso como inversión de tiempo extra.
  • Compromiso como preocupación por el bienestar y el rendimiento del estudiante.
  • Compromiso como responsabilidad de mantener el saber profesional.
  • Compromiso como transmisión del saber y los valores.
  • Compromiso como participación en la comunidad educativa.

 

MIGUEL ÁNGEL GARCÍA MORCUENDE

 
Sagrada Congregación para la Educación Católica (1977),  La escuela católica, Roma: nº 26.
Augustin, G. (2012), El desafío de la nueva evangelización, Sal Terrae, Santander: p .14.
Torralba Roselló, F. (2012). Jesucristo 2.0., PPC, Madrid: pp.75-83.
Handy, C. (1995), La edad de la sinrazón: cómo afrontar los cambios del mundo actual, Arganda del Rey, Apostrofe.
Cfr. Ministry os Education (1991), Year 2000 Framework for Learning: Enabling learners. Report of the Sullivan Commission,British Columbia, Canada: p.6.
Benedicto XVI (2009), Carta Encíclica «Caritas in veritate», Roma: n. 25.
Cfr. Juan Pablo II (1991), Encíclica “Centesimus Annus”, Roma.
Hansen, D. (2001), Llamados a enseñar, Barcelona, Idea Books.
Cfr. Fletcher-Campbell, F. (1995), “Caring about caring?”, in Pastoral Care, September: pp. 26-28.
Meijer, P., Korthagen, F. y Vasalos, A. (2009), “Supporting presence in teacher education: the connection between the personal and professional aspects of teaching”, in Teaching and Teacher Education, 25 (2): p.308.
Cfr. Sergiovanni (1992), “Why we should seek substitutes for leadership”, in Educational Leadership, 5: pp. 41-45.
Day, C. (2011, 3ª ed.), Pasión por enseñar: la identidad personal y profesional del docente y sus valores, Madrid, Narcea.
Hargreaves, A. (2003); Enseñar en la sociedad del conocimiento, Barcelona, Octaedro: p.48.
Augustin, G. (2012), El desafío de la nueva evangelización, Sal Terrae, Santander: p .86.
Hoy, H.W., Hoy W.K y Kurz, N.M. (2008), “Teacher’s academic optimism: the development and test of a new construct”, inTeaching and Teacher Education, 24: p. 822.
Cfr. Brown, S. y McIntyre, D. (1992), The Craft of Teaching, Buckingham, Open University Press.
Cfr. Crosswell, L. (2006), Understanding teacher commitment in time of change. Unpublished EdD thesis submitted to Queensland University of Technology, Brisbane, Australia: p.109.

Misión Joven. Número 440. Septiembre 2013