PERMISO DE RESIDENCIA EN EL REINO DE LOS CIELOS

1 abril 2003

Caía la tarde en el Reino de los Cielos y la gente, procedente de todos los tiempos y lugares, se arremolinaban en torno a Jesús. Era el día y la hora señalada. Las puertas del Reino se abrirían de par en par.
Jesús levantó la mirada, carraspeó en tres ocasiones y empezó a hablarles con estas palabras:
–Que entren los pobres de espíritu, los que traigan a cuestas su sufrimiento, los humildes y sencillos, los que tengan hambre y sed de hacer el bien, los misericordiosos, los de corazón limpio, los pacíficos y los perseguidos por hacer la voluntad de Dios….
Cuando concluyó, los pobres (de alma y de estómago), los pacíficos, los humildes, los que ya habían sufrido lo suyo en la tierra, los de corazón bueno, los injustamente ajusticiados antes de tiempo, los que habían sido tratados brutalmente a causa de su raza, sexo o condición social, a los que se les habían cerrado una y otra vez las fronteras y las oportunidades…, en definitiva los que tenían bien cumplimentado ‘los papeles del Reino», entraron.
Y mientras el júbilo, la alegría y la felicidad estallaron dentro del Reino, fuera empezó a oírse una gran algarabía de gritos y protestas.
Y cuando los ricos (de orgullo y de bolsillo), los violentos, los satisfechos de siempre, los rencorosos, los creadores y promotores de una justicia (no más buena sino sobre todo más segura, claro está, para ellos), los «santos demagogos» del bien y del mal y los constructores de fronteras, separaciones y permisos del buen vivir allá en la Tierra, pidieron a Jesús entrar en el Reino…
Jesús volvió a carraspear, levantó la mirada y les dijo:
–Vuelvan cuando tengan en regla su permiso de residencia. Para más información: Evangelio de Mateo, capítulo 5, versículos del 3 al 12.
 

José María Escudero

 
Para hacer
 
Esta bien repetir con frecuencia lo elemental. Y hacerlo de dos formas: recalcando lo positivo, para desarrollarlo, y declarando lo negativo para evitarlo. A eso nos invita esta parábola. ¿Qué nos dice?
Nos remite al texto evangélico citado. Lo tomamos, lo leemos y hacemos oración a partir de él.
Compararlo también con Mt 25,21.

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