[vc_row][vc_column][vc_column_text]Oscar Alonso – José Real
Encarar la Vida «con» Espíritu
Presentamos a continuación unos sencillos y amplios materiales que pueden orientarse hacia una «Vigilia de Pentecostés con María» o desarrollarse simplemente a través de sucesivos encuentros. En cualquier caso, están presentados de forma esquemática; deben, pues, concretarse con ulterioridad, seleccionando, dando continuidad y uniendo las diferentes partes. Aquí aparecen bajo la estructura de una celebración.
Cada hombre debe enfrentarse con la realidad (interpretar la propia existencia y cuanto le rodea, tomar posturas, etc.): sea más o menos consciente, lo quiera o no, está abocado a confrontarse con la vida. Por eso mismo, todo ser humano tiene una «vida espiritual» que, en primera instancia, no es más que el espíritu con que se afronta o encara la vida. Mirando a Jesús, descubrimos cómo «se dejó llevar por el Espíritu de Dios» para dar “la Buena Noticia a los pobres, anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos…” (Lc 4,18-19; cf. Is 61,1-2). Jesús de Nazaret vivió «con» ese espíritu; por ahí le condujo el Espíritu –lo mismo, después, a María y al resto de discípulos– con una finalidad muy clara: restituir vida y dignidad –antes de nada– a quienes se encontraban despojados de ellas y tratados injustamente por sus propios hermanos. Dios no está de acuerdo con situaciones semejantes y Jesús, desde el principio, se acerca y vuelca a favor de las personas más desfavorecidas.
Nosotros nos ponemos ahora en oración con María para invocar al Espíritu y disponernos mejor a ser, de verdad, personas «con» espíritu, personas que se dejen llevar por el Espíritu que movió la vida de Jesús de Nazaret.
q Canto: El Espíritu del Señor (CRJ, 270)
q Lectura I: «Déjate llevar por el Espíritu…»
Tras la muerte: Testimonio de un Soldado romano
Aquella noche regresé al campamento bastante afectado. Me había tocado estar en una crucifixión y tenía el estómago revuelto. Quise disimularlo para que nadie lo notara. Mis compañeros parecían haber disfrutado participando activamente en aquella tortura. Pero yo estaba cansado de ver tanta muerte y tanto sufrimiento inútil.
Desde que salí de Roma, siendo un joven cargado de ideales y sueños de gloria, lo único que había hecho era hacer correr la sangre y las lágrimas de los que se cruzaban conmigo. Y todo, ¿para qué? Para que unos pocos privilegiados se creyeran los dueños del mundo, y se sirvieran de ilusos como yo para mantenerlos en su buena vida. Todo para gloria de Roma.
Estaba ya harto de que me utilizaran. Harto de cumplir siempre órdenes, de matar, dominar y pisotear a gente inocente, porque así le interesaba al César y a sus arcas. Aquel viernes de Pascua judía había sido la gota que colmaba el vaso. Me habían obligado a clavar en la cruz a un hombre inocente. Le conocía de oídas y sabía que era un hombre justo. Sus últimas palabras de agonía se clavaron en mi mente y no dejaban de repetirse una y otra vez: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Pero yo sí sabía lo que hacía, como tantas veces que mataba a gente inocente cumpliendo órdenes. Era un cobarde.
Pasé la noche sin dormir. Al amanecer escapé del campamento para nunca más volver. Me dirigí hacia el desierto para que él fuera el que acabara conmigo. Estuve un par de días vagando sin rumbo fijo, hasta que caí desfallecido esperando mi final. Pero estando en aquel estado tuve una especie de delirio o visión. No sabría cómo explicarlo. Sólo sé que vi ante mí a ese hombre al que yo había crucificado y visto morir en la cruz. Tenía las señales de los clavos en los pies y en las manos. Y me dijo:
—La Paz esté contigo, amigo. Descarga tu pesada culpa sobre mí y recibe mi perdón. Para eso he dado la vida, para que tú puedas vivir de una forma nueva, como hasta ahora nunca lo has hecho. Déjate llevar por el Espíritu que te ha llevado hasta este desierto, y desde ahora, confía en mí. Así descubrirás cuál es la verdadera Gloria que debes perseguir.
Es todo lo que recuerdo. Después, unos camelleros me recogieron del desierto y salvaron mi vida. Pronto me enteré del revuelo que se había formado en Jerusalén, porque algunos decían que aquel crucificado había resucitado, Dios le había devuelto a la Vida.
Me quedé sin habla. No fue entonces un delirio lo que tuve en el desierto. Era verdad. Aquel que yo mismo había crucificado, vino al desierto para encontrarse conmigo y hablarme de Paz y Perdón. Una gran alegría invadió mi corazón. Yo mismo era testigo de todo aquello que decían. Era verdad; el Dios de los judíos lo había resucitado. Y no sólo eso; de alguna manera también me había resucitado a mí. Porque yo estaba muerto, aplastado por el peso de mi culpa, sin posibilidad de seguir viviendo por la enormidad de mi delito; y sin embargo, me había regalado la Paz y el Perdón, haciéndome participar gratuitamente de su Nueva Vida Resucitada.
Desde aquel momento, mis pasos se dejaron guiar por ese Dios; el único Dios que habitaba en mí, el que al resucitar a Jesús también me resucitó a mí. Y los que ahora se cruzaban conmigo en el camino de la vida, ya no derramaban más lágrimas ni sangre porque una Nueva Vida había comenzado en mí.
q Reflexión y Diálogo
- ¿La sociedad de hoy en día nos manipula de alguna manera? ¿Nos obligan a hacer cosas sin darnos cuenta? Si se da el caso, ¿con qué finalidad se hace?
- ¿Hoy en día sigue muriendo gente inocente? ¿Por qué? ¿Cómo se sienten las personas que se cruzan en tu camino?
- ¿Cuáles son tus ideales? ¿Qué sueños de «gloria» o triunfo persigues? ¿Coinciden con los de Jesús?
- Gracias a la resurrección de Jesús ¿qué es lo que encuentra el soldado romano? ¿Podría haber encontrado de alguna otra manera lo que le regaló Jesús?
- ¿Qué es lo que ciega a una persona y le impide ver realmente el mal que está haciendo a otros, o se hace a sí mismo?
- ¿En qué consistiría la Nueva Vida que comienza a vivir el soldado romano?
- ¿Sientes de verdad que Jesús murió por ti? ¿De qué manera te ha alcanzado su Resurrección?
q Canto: Ven, Espíritu de Dios (Kairoi)
q Lectura II: «Andando junto a Jesús…»
Personas nuevas: Testimonio de una Mujer
No sé por dónde empezar. Me resulta difícil encontrar las palabras para decir lo que Jesús hizo conmigo. Lo resumiría todo diciendo que él salvó mi vida. Pero esto me sabe a poco. Por ello intentaré contarlo tal y como sucedió. A Jesús le conocí cuando estaba apunto de morir apedreada. Mi marido me había descubierto cometiendo adulterio y aquello se castigaba con la muerte. La verdad era que no me importaba morir, porque ya llevaba muerta mucho tiempo, quizá desde que nací mujer. Estaba asqueada de la vida, de tanta injusticia y discriminación hacia las mujeres, de tanta hipocresía y de tanta desigualdad. Vivía en un mundo en el que el hombre siempre pisaba a la mujer.
El que yo no pudiera tener hijos, era considerado un castigo de Dios que mi marido se encargaba de recordarme todos los días. A los ojos de él y de todos, yo valía menos que un trapo. He de reconocer que me volví mala, rebelde, provocadora. Estaba llena de odio y rencor. Caí muy bajo, lo reconozco. Y ahora había llegado el momento de acabar con aquella farsa y morir del todo. Pero Jesús me estropeó el final. Dijo que el que no tuviera pecado, tirara la primera piedra; y ahí terminó todo.
Me quedé con las ganas de morir. Todos se marcharon dejándome allí tirada en el suelo. Jesús alargó la mano y me puso en pie diciendo que él tampoco me condenaba, y que de ahora en adelante, no volviera a hacerme daño de aquella manera. Sentí algo muy extraño en mi interior. Aquella mirada, aquellas palabras, aquella mano que me levantó del suelo, me transmitieron paz, perdón, comprensión. Nunca hasta ahora había sentido una cosa igual. Algo que estaba muerto dentro de mí comenzó a volver a la vida.
La que no tenía ganas de seguir viviendo una vida sin sentido; la que no quería seguir viviendo en un mundo que la había empujado a la rebeldía, a la maldad y a la destrucción; resulta que ahora comenzaba a tener un motivo para seguir viviendo. La existencia de un hombre como Jesús, me había devuelto la esperanza de que este mundo podía ser de otra manera, muy distinto a lo que yo había vivido hasta entonces. Me quedé de pie delante de él, como una tonta, sin saber qué hacer ni que decir. Jesús sonrió, me cogió de la mano y me acompañó hasta mi casa. Por el camino todos me señalaban con el dedo y escupían al suelo, pero él no se avergonzaba de ir junto a mí.
Andando junto a Jesús, experimenté el convencimiento de que Dios me quería y me perdonaba. No podía contener las lágrimas de alegría por aquello que me hacía sentir esa mano, que tan delicadamente me cogía. Si Dios me perdonaba y me quería, qué podía importarme el que los demás no lo hicieran. Al llegar a casa, mi marido no quiso perdonarme y me echó de allí diciendo que no necesitaba a ninguna estéril adúltera en su casa. Pero aquello no me hizo daño. Sabía de verdad que Dios me quería tal y como era. Desde aquel momento me integré en el grupo de los que seguían a aquel hombre de Nazaret, que me había devuelto a la verdadera vida.
q Reflexión y Diálogo
- ¿A quiénes se margina o discrimina hoy en día? ¿Por qué? ¿Cómo es su comportamiento? ¿Qué es para ti el pecado?
- Jesús rechaza el pecado pero quiere recuperar y sanar al pecador, ¿ocurre así entre nosotros? Cuando vemos que alguien realiza un acto moralmente malo, ¿nos detenemos a pensar por qué lo hace, qué busca con ello, o nos limitamos a rechazarle dándole nuestra sentencia de culpabilidad?
- ¿Te resulta fácil o difícil perdonar? ¿Por qué? Te has sentido alguna vez perdonado de verdad por alguien?
- ¿Qué opinas de una persona que te quiera sólo a condición de que te portes bien? ¿Pones tú condiciones al amor? ¿Es posible un amor sin condiciones?
- ¿Qué pensarías de un amigo que hicieras lo que hicieras, por muy grave que fuera, siempre siguiera siendo tu amigo, pudiendo contar con él para ayudarte? ¿Tienes conciencia de que Dios es así?
q Canto: Ilumíname, Señor, con tu Espíritu (CRJ, 265)
q Palabra de Dios: Hechos de los Apóstoles 1,13-14 y 2,1-21
q Comentario
La Pascua es el fundamento existencial de la Iglesia, porque en ella se cumple aquello a lo que la fe se refiere: la persona, el camino y la obra de Jesús. A ese cumplimiento pertenece esencialmente -y ello es constitutivo para la Iglesia- la venida del Espíritu. Y es el Espíritu, por el que el Resucitado quiere permanecer junto a los suyos como asistencia (paráclito), quien mantendrá vivo el recuerdo de Jesús (memoria viva de Jesús), dará testimonio de él, introducirá en la verdad, etc. (cf. Jn 16,7: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá vuestro abogado…”).
(En este momento, antes de entrar en el tema del proyecto y compromiso, se podría rezar con la «secuencia» de la Eucaristía de Pentecostés: «Ven, Espíritu divino, manda tu luz…»).
q Proyecto y compromiso: «Proyectos muy ambiciosos…»
Operación Triunfo y Reino de Dios
Proponemos aquí una experiencia realizada en la clase de religión de Bachillerato, en la que se trata de presentar el «proyecto de vida de Jesús» –el Reino– empleando el fenómeno social que rodea al programa televisivo de la «Operación Triunfo».
Si efectuamos un análisis de estos dos «proyectos» (llamémosles así) de vida, en un primer momento, podemos correr el riesgo de compararlos y enfrentarlos o, incluso y sin más, realizar algunas afirmaciones que desestiman a uno para salvar al otro. Pero si nos adentramos seriamente en el estudio de estos dos fenómenos, descubrimos que ambos tienen muchos puntos en común y que aquello que los diferencia radicalmente puede que no se vea tan claro a simple vista. La pregunta que se nos plantea: ¿en qué se diferencian cualitativamente estos dos modos de entender la vida?, ¿dónde están o cuáles son los elementos de estos proyectos que no casan, que les hacen, incluso, incompatibles? Intentamos dar una respuesta, argumentándola con datos concretos de ambos proyectos. No se trata tanto de comparar, como de subrayar por qué el «Proyecto del Reino» se lleva a cabo en una onda muy diversa a la de los demás proyectos.
§ Algunos aspectos aparentemente comunes
ú El punto de partida parece ser el mismo: todos somos invitados (convocados) a participar en algo grande; en Operación Triunfo a una operación triunfal y en Jesús de Nazaret a construir y hacer presente el Reino de Dios.
ú Todos los que podemos responder a esa convocatoria (llamada, vocación…), tenemos unos talentos personales, que podemos y debemos poner en juego si queremos conseguir nuestro objetivo. Nadie puede decir que no ha recibido ningún talento. Por lo tanto, también aquí se podría afirmar que los dos proyectos coinciden.
ú Ambos proyectos son propuestos por otro –Otro– que tiene mucho que ver en todo el desarrollo de los mismos: en el caso de Operación Triunfo, el otro es TVE y su dinero (sus posibilidades económicas, su capacidad de llegar a millones de personas y modificar, en cierto sentido, aspectos de su vida, etc…); en el caso de Jesús de Nazaret, el Otro es Dios Padre y su pasión por el Reino.
ú Es importante –en los dos proyectos– la presencia incondicional de maestro/s que acompaña/n el itinerario del/os discípulo/s. También hay que destacar que se llevan a cabo en el contexto educativo de una escuela (academia) y no individualmente. Se subraya la importancia del aprendizaje y de la superación personal: ser siempre mejor, ser siempre más, en un contexto de compañerismo (¿comunidad?).
ú Los dos proyectos tienen un objetivo que hay que alcanzar y por ese objetivo se hace lo que sea. En el caso de Operación Triunfo, el objetivo es triunfar en la vida; en el de Jesús de Nazaret, el objetivo es que la vida triunfe sobre todo lo que no es vida.
ú Ambos proyectos conllevan una fuerte implicación personal: se debe dejar todo por llevarlos adelante. Existe una fuerte renuncia a la vida normal, a lo rutinario.
§ Aspectos cualificantes y diferenciadores
Se podrían exponer y argumentar muchas más cosas acerca de los aspectos comunes. Sin embargo, presentamos ahora algunos rasgos que, bajo mi punto de vista, cualifican significativamente el proyecto de Jesús de Nazaret –el Proyecto del Reino– y lo sitúan en una posición bien distinta de cualquier otro proyecto.
Si bien puede parecer que los dos proyectos coinciden en que todos somos invitados/convocados a participar y que cada uno pone en juego sus propios talentos, la verdad es que no es así. El que no canta, en este caso, ya está excluido del proyecto Operación Triunfo. El que canta un poco, también. Y el que canta mucho, pero mal, ni qué decir tiene. Por lo tanto, ya no es un proyecto para todos, porque el mero deseo o sueño de cantar bien o de querer cantar bien, no es suficiente. El Evangelio dice que “a cada cual se le dio los talentos según su capacidad” (Mt 25,15), por lo que podemos deducir que cada cual tiene bastante y suficiente con lo que recibió. Podemos perfeccionar el talento recibido pero no inventárnoslo. El Proyecto de Jesús, el Proyecto del Reino, sí que es para todos: “Convertíos porque el Reino de los Cielos ha llegado ”(Mt 4,17). Es así como Jesús inicia su predicación. Todos podemos cambiar, convertir algo de nuestra vida. Todos.
Uno plantea la siguiente objeción: “Es cierto que no todos tenemos los mismos talentos, pero a todos se nos da la oportunidad de participar en el proyecto de Operación Triunfo”. Hasta aquí estamos de acuerdo, pero lo que distingue el Proyecto del Reino es que ofrece una oportunidad permanente de participar en él: la convocatoria dura toda la vida y cada uno accede a ella en un determinado momento de su historia. El Evangelio nos muestra una gran lección al respecto en la parábola de los obreros de la viña: “Por mi parte quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mt 20,1-16).
Otro aspecto decisivo en la confrontación de estos dos proyectos, creo que es el de los objetivos y las opciones: el Proyecto Operación Triunfo es un objetivo-opción por alcanzar el triunfo, por triunfar. Toda la operación tiene como objetivo final el triunfo del participante. En el centro está él o ella y cuanto más en el centro y más arriba se sitúe, mejor. Los logros que se van haciendo son conquistas personales, que van abriendo un sinfín de nuevas posibilidades cuyo centro soy yo mismo y cuyo final soy también yo mismo. En definitiva, uno crece en dignidad personal porque logra convertirse en una estrella (seguramente manipulada por muchos hilos que desconoce).
Por su parte, el Proyecto de Jesús de Nazaret nos habla de restituir la dignidad a quien la ha perdido, de colocar a los demás (especialmente a los más desfavorecidos) en el centro de nuestra vida y atención; rescatar lo que a los ojos del mundo está perdido; sanar heridas que no se curan con medicamentos o con un buen médico; resucitar a vida nueva a quien vive en la espiral de la violencia, del odio y de la muerte (cf. Mt 5,1-12)… En definitiva, ser feliz dando vida, dando la propia vida. Porque una cosa está clara: el que asume el proyecto de vida del Reino no puede no ser feliz. El Proyecto del Reino exige a quien lo quiere construir desapropiación, minoridad, amor sin medida y actitud de servicio (Mt 8,18-22; 10,37-39; 16,24-28; 19,16-26) entre otras cosillas. Por tanto, podemos decir que en ambos proyectos existen condiciones que nos llevan a operar unas opciones concretas y no otras, y es en ellas donde uno se juega todo.
El tercer punto de confrontación que quiero compartir es el del tiempo. En Operación Triunfo los resultados son asombrosos en el menor tiempo posible. Se crean las mejores condiciones (estudios e instalaciones de ensueño, se emplean las tecnologías más innovadoras, el ambiente académico y privado –como una burbuja-, el diseño en todo –hasta las mesas donde comen tienen forma de trapecio-, etc…), y el tiempo y los procesos reales que percibimos a diario parecen no contar. En una semana se hacen verdaderos milagros y los resultados se muestran y demuestran cada siete días.
Es evidente que el Proyecto de Jesús no es algo que en cuatro meses se pueda llevar a cabo, y si no que se lo pregunten a la historia (o a sus mismos discípulos). En el Evangelio vemos constantemente cómo lo del Reino es comparado con la siembra, la cosecha, los frutos… (Mt 13,3b-9.18-32) y cómo podemos controlar algunas variables pero no todas, porque el Reino, dentro de sí, obedece a la dinámica de la Gracia, de lo gratuito, de lo regalado, de lo que brota y crece «sin que sepamos cómo» (cf. Mc 4,26-29): cada cosa necesita su tiempo (y, además, el Reino es de Dios, no nuestro). El Evangelio habla de procesos lentos, donde la Palabra cae en la tierra, cala y hace que más tarde brote la vida. Jesús llama a los suyos al seguimiento (Mt 4,19-22; 9, 9), no los matricula en una academia para que aprendan cómo vivir y luego vivan. Jesús, el maestro, guía, precede y acompaña el camino de sus discípulos. El proyecto de Jesús es para todos los días, es para siempre y da sentido a toda una vida si uno se adhiere a él con “todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente” (cf. Mt 22,37).
El siguiente aspecto ya lo he enunciado en el apartado anterior: existen grandes diferencias en cuanto a los medios que hacen posible la consecución de los dos proyectos. Operación Triunfo lo tiene todo: el poder de la TV, grandes cantidades de dinero que va multiplicándose día a día, promociones, propagandas, clubes de fans, instituciones públicas que pagan lo que sea para que gane la joven promesa nacida en un determinado lugar, a la que se venera como si del «hijo predilecto del pueblo» se tratara, etc…; es decir, todo lo que se puede pedir para que algo salga bien.
El Proyecto de Jesús es diametralmente diferente. El que se enrola en la escuela del seguimiento de Jesús, debe dejarlo todo (Mt 19,21), debe poner en juego su propia vida (Mt 5,10-11), debe caminar, adherirse por entero a la persona de Jesús. Las condiciones suelen ser pésimas: hay que ir contracorriente, hay que quedarse solo, hay que revisar y convertir constantemente aquello que ya no es del proyecto, aunque podamos medio-engañarnos diciendo que si…
El precio del Reino es el precio de la cruz, de la pasión hasta dar la vida, si fuera necesario, por el Reino. El que quiere vivir el Evangelio hasta sus últimas consecuencias, se encontrará también con el rechazo de los suyos…; desde luego que este Proyecto es algo diferente. Eso sí: invertir la propia vida tiene, en el Proyecto del Reino, el mejor final: la Vida que no conoce fin (Mt 25,31-46).
Por último, me gustaría subrayar que el Proyecto Operación Triunfo está creado por alguien y que quien participa de ese proyecto sólo tiene unos derechos. Los participantes se dejan guiar por ese alguien y hacen lo que ese alguien dice y cuando él lo dice. Es cierto que lo hacen libremente (porque es por su propio bien), y que el centro sigue siendo el éxito personal (aunque mañana nadie se acuerde ya de mí).
El Proyecto del Reino nos lleva al Padre, su soñador, su creador. Jesús habló del Proyecto de su Padre e hizo la voluntad de su Padre… en total gratuidad (Jn 14,9b-12; 14,6; 15,8-10.15). Los discípulos, en su seguimiento de Jesús, anuncian el Reino del Padre para todos. El Reino no es posesión de ninguno de ellos sino tarea, responsabilidad y don recibido. El Reino es la razón última de su vida y por él acogen la norma de vida de las bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y las llevan a la práctica a cada paso, no sin dudas, no sin traiciones, no sin problemas, pero con la esperanza de que ahí, sólo ahí, esta la verdadera felicidad, la mejor respuesta al sentido de la vida.
Estoy convencido de que se podrían argumentar muchas más cosas para apoyar la vigencia y significatividad del Proyecto del Reino… Sólo dos apuntes para finalizar estas líneas nacidas de la reflexión con estudiantes de bachillerato.
En el Proyecto del Reino no hay un jurado como en Operación triunfo, que valora los esfuerzos y los avances en la propia vida del protagonista para su beneficio (bueno, y para beneficio del público en última instancia). En el Evangelio se habla de juicio final (de la Gran fiesta), y en él sólo hay un aspecto que salva a los participantes: el amor. El amor que nada tiene que ver con la sensiblería, la lágrima fácil y los te queremos que a veces oímos en las galas. Además, el juez es Jesucristo (1 Jn 4,16-17), el mayor signo del amor de Dios a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Hay en el Proyecto del Reino un aspecto desconcertante: es indispensable abandonarse a su Providencia, «no andar preocupados por el mañana» (Mt 6,34). Esa condición del abandono nos hace crecer, nos ayuda a madurar en los aspectos fundamentales y pide de nosotros una gran confianza en el Padre. La fuerza del abandono en sus manos, sabedores de trabajar en su Proyecto por pura gracia suya, contando con el apoyo incondicional de Jesús que nos dice “he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20b).
Antes de terminar, habría que concretar –personal y grupalmente– algunos compromisos concretos para construir el Reino, para ser de verdad cristianos y cristianas «con» espíritu, con el Espíritu de Jesús que también impulsó la vida de María.
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