Pistas hacia el 2000

1 enero 1998

Jose Luis Moral

 MiSIóN JOVEN, al dedicar este dossier a la preparación mediata del «Jubileo del 2000», quiere situarse en los caminos de una praxis cristiana enmarcada dentro del «espíritu de verdadera reforma»que debe caracterizar a la Iglesia y donde se su­braye aquello que fue lo más importante para Jesús de Nazaret, el Cristo: la expe­riencia del  Dios-Abbá y la pasión por su Reino. Por tanto, entendemos este final de siglo corno un tiempo para mirar no tanto a la Iglesia cuanto a los hombres y, por eso mismo, un tiempo para revisar cómo estamos respondiendo al increíble aconte­cimiento de un. Diosque, en Jesús de Nazaret, quiso hacerse carne de nuestra carne y de nuestra historia. En definitiva: un tiempo para «recuperar encarnación».

Años jubilares: un poco de historia

ANTES de nada, muchos millones de personas de nuestro planeta no miran el tiempo en referencia a Jesús. Por ejem­plo: el año 2000, los judíos estarán en el año 5.760 de su calendario; para los bu­distas recorrerá el año 2.544 ó el 1.421 se­gún los musulmanes. Para muchos, pues, el 2000 tendrá una significación poco re­levante.

En orden a relativizar la fecha y cen­trarnos en lo fundamental, no estaría mal recordar algunos datos estadísticos.

  • El número de cristianos, incluidas todas las confesiones y denominaciones, es de unos 1.700 millones (aproximada­mente un 33% de la población mun­dial). La distribución de la cifra entre los grupos fundamentales: 950 millo­nes de católicos (17%), 318 de protes­tantes, 177 de ortodoxos y 53 de angli­canos.
  • Si sumamos los millones de personas que pertenecen a las religiones citadas precedentemente (judíos, budistas y musulmanes) nos arrojaría una cifra superior a los 2.000 millones.

La tradición cristiana de los «años jubi­lares», que se remonta a su vez a las judías (cf. Lv 25,8-17), ha de leerse dentro de un contexto como el anterior para enfocarla mejor. Además hay que tener en cuenta la historia precedente. Citamos a continua­ción algunos datos a este respecto.

1300

Aunque ya existían entonces numerosas iniciativas en torno a los jubileos, puede considerarse oficialmente esta fecha como el primer «año santo». Fue precisamente la «cuestión de la indulgencia» la encargada de servir para marcar esta diferencia. En efecto, en concreto el 25 de diciembre de 1299 y los días siguientes hasta el 1 de Enero de 1300, quienes visitasen la Basílica de San Pedro ganarían la «gran indul­gencia». Cuentan las crónicas que la afluencia de peregrinos superó todo lo previsi­ble entonces. El papa Bonifacio VIII promulgó una Bula pontifica anunciando el per­dón general, aunque con otra excluia del mismo a diversas personas (a Federico de Aragón, a los Colonna y a cuantos comerciasen con los sarracenos, entre ellas). Así que una institución como el «año santo», que nacía en la fuente de la misericordia eclesial, quedaba muy pronto contaminada con las aguas turbias de la política. Des­pués de esto vendría el destierro de Avignon y el Cisma de Occidente y la política seguiría condicionando los siguientes «años santos».

1875

El cambio hacia un jubileo más espiritual y pastoral podemos decir que se da en 1875 con Pío IX. El Papa ya no era el Papa-Rey y se consideraba prisionero en el Vaticano. La misma situación papal favorecía la búsqueda de un estilo más espi­ritual. Este es el estilo que se quiere que prevalezca desde entonces.

2000

Un dato resulta incontestable: la afluencia de peregrinos ha ido creciendo desde los 300.000 de 1990, los dos millones y medio de 1950, hasta los casi 9 millones en 1975 con Pablo VI. Esto mismo da pie al temor de si esas afluencias multitudinarias no serán, en gran parte -¡ojalá que no sólo eso-, inundaciones pasajeras de la super­ficie mientras las capas más profundas de la tierra de las personas quedan secas.

En cualquier caso, no hay duda que los buenos propósitos que todo año santo alberga al iniciar su recorrido tienen que ir sorteando peligros diversos como la es­pectacularidad efímera, el pietismo, la incredulidad. Amén del tema un tanto os­curo de las implicaciones económicas (una de las últimas chispas que desató la re­forma protestante, no hay que olvidarlo, fue precisamente el interés por el dinero y la codicia clerical en la predicación de las indulgencias).

«Misericordia quiero…»

DIOS quiere misericordia y no sacri­ficios; la conversión llega cuando profun­dizamos en el conocimiento de Dios y no cuando nos quedamos en un culto exter­no (cf. Os 6,6). Por eso, la religión que Él quiere consiste en «abrir las prisiones in­justas, hacer saltar los cerrojos de los ce­pos, dejar libres a los oprimidos; partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo… En­tonces romperá nuestra luz como la au­rora, en seguida brotará la carne sana; se abrirá camino a la justicia…» (Is 58,6-8).

Una celebración jubilar, para que sea auténtica, debe echar raíces hondas hacia dentro y, desde ahí, ofrecer un compro­miso concreto como promesa y mensaje. Ha de tener muy en cuenta, por tanto, la realidad que vivimos para transformarla según la utopía del Reino. De ahí que la celebración del «año santo» deba ser una invitación exigente para abrir nuevos ca­minos a la solidaridad y la justicia.

Las raíces que hay que echar sólo brotan del «re-descubrir al Dios» anunciado y vi­vido por Jesús. La realidad que vivimos tiene que verse, sentirse y transformarse con la misma «pasión» con la que Jesús lu­chó por el Reino de la justicia y de la igual­dad de los hijos de Dios. El centro de la Iglesia y de la fe cristiana, en fin, no es la Iglesia misma y tampoco el simple culto a Dios, sino el rostro humano de Dios que es cada persona humana. Por aquí debieran situarse los objetivos del «año jubilar».

Agunos objetivos como «pistas hacia el 2000»

CONFORME a lo apuntado expre­samente en los párrafos precedentes, e implícitamente en los estudios de este número de Misión Joven, entendemos que para proponer una adecuada praxis cristiana con los jóvenes de cara al 2000, habría que situar los objetivos del Jubi­leo en direcciones como las que apunta­mos a continuación:

  • Situar el proceso hacia el nuevo siglo en las mismas claves con las que vivió Jesús de Nazaret: experiencia de rela­ción profunda con Dios y pasión por la causa del Reino.
  • Caminar personal y comunitariamen­te dentro del «espíritu de reforma» que debe caracterizar a la Iglesia en su conjunto y a cada comunidad eclesial en particular.
  • Y, como una concreción del anterior, centrar la fe cristiana no en la Iglesia sino en los hombres, con gestos espe­cíficos, sin grandilocuencias o triunfalismos innecesarios antes con modes­tia y austeridad.

Si señalamos esas «tres pistas», es por­que este dossier se sitúa dentro de ellas. Concretamente hemos querido propo­ner un sencillo itinerario educativo para la praxis cristiana con jóvenes,cuyas bases te­óricas aparecen en los ESTUDIOS de este mismo número de la revista.

ITINERARIO EDUCATIVO CON LOS JÓVENES DE CARA AL 2000

«Re-descubrir» a Dios como amor incondicional y gratuito que nos «re-crea» o permite nacer a una vida nueva.

A la luz del «misterio del Espíritu», hacer memoria de Jesús de Nazaret reno­vando el empeño de construir el Reino de la justicia y de la igualdad de los hi­jos de Dios.

Vivir los procesos de los objetivos anteriores dentro de «los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias» de los jóvenes de nuestro tiempo.

Núcleos temáticos 

.Situarse históricamente .y .«recuperar la encarnación» (cf. estudios segundo y tercero, pp. 11-17 y 19-30): Diálogo y compromiso por la justicia.

Dios-Abbá y mensaje concreto de Jesús de Nazaret a los jóvenes de hoy (cf. es­tudios cuarto y quinto, pp. 49-57 y 59-71): Un Dios «chiflado por los seres hu­manos» y Jesús que invita a tomar partido por el Reino como plenitud de vida para todos.

Clima de esperanza y relación cercana (cf. primer estudio, pp. 5-10): Dios es una buena prueba de lo que en verdad somos y de cómo debemos vivir.

 Recuperar la «encarnación»… ¡de parte de los jóvenes!

 CONCLUIMOS esta presentación del dossier apuntando algunos elementos más concretos del itinerario educativo que se sugieren en él. Evidentemente los materiales concretos para trabajar con los grupos de jóvenes sólo adquieren sentido a la luz de marco teórico de los estudios. La tarea de los animadores de­be iniciarse con la reflexión y el análisis de cuanto apuntan.

Hemos situado todo el proceso bajo el objetivo prioritario de «recuperar la en­carnación»: el balance pedagógico que posibilita el 2000, tiene que conducirnos a preguntarnos acerca de qué significa y cómo debe vivirse hoy la Encarnación, junto al interrogante sobre cómo se en­cuentran hoy la humanidad y, en parti­cular, los jóvenes.

Pero no queremos recuperar la encarna­ción o, mejor, vivir hoy la Encarnación en cualquier parte o desde cualquier punto de partida. ¡No! Queremos tomar parti­do y ponernos de parte de los pobres y de los jóvenes. Queremos mirar y ver el mundo con sus ojos y sus miradas.

Por eso repetimos constantemente que necesitamos «re-descubrir» al Dios anunciado y vivido por Jesús: necesita­mos contemplar más y mejor el rostro de ese Ser Personal, invocado por Jesús de Nazaret como Abbá que ama sin condi­ciones y que acoge a los más desgracia­dos y «a los malos».

 4.1. Abbá, «pasión del Reino» y «memoria viviente» de Jesús

 CONFORME a la sugerencia de Juan Pablo II en la Tertio míllennio adve­niente, así como el año pasado estuvo de­dicado a Cristo, 1998 sería el del Espíritu Santo. No hemos querido organizar las sugerencias pastorales en esta clave, pe­ro muy bien puede colocarse cuanto apuntamos en esa dirección.

En cualquier caso y dada la experien­cia del año pasado, a la hora de progra­mar el ’98 bien podríamos iniciar la tarea evaluando el camino del ’97, mirando si la Iglesia y nuestros grupos trataron a lo largo de él de hacer suyas las actitudes fundamentales de la vida de Cristo.

La propuesta de Misión joven contem­pla unitariamente el misterio trinitario, si bien subraya un elemento central de cada una de las tres personas.

  • Dios-Abbá

Misterio de amor creador, gratuito e incondicional. Un Dios, por tanto, que se entre­ga por amor, que no tiene otros intereses que los nuestros, que nos lo da todo desde el principio, por lo que no sabe comerciar con nosotros. Un Dios, podríamos decir, que se nos muestra como «la manera infinita de ser hombre» posibilitando que el hombre sea «la manera finita de ser Dios».

  • Jesús y la «pasión del Reino»

Con Jesús descubrimos que «todo en la vida es divino cuanto es verdaderamente hu­mano». Tuvo razón en trabajar hasta morir para que el don de la vida y de la libertad nunca se marchitara. En esta clave, Jesús nos invita a «tener una memoria subversiva» de su «pasión» y su causa.

  • El Espíritu Santo como «memoria viviente de Jesús»

Es el Espíritu, como «Vicario de Cristo», el que actúa hoy para que «redefinamos» el significado de la vida y palabras de Jesús. Él es la más íntima y profunda comunicación de Dios, «Señor y dador de la vida» del Reino que nos empeñamos en construir… por­que «todo es gracia», ningún ser humano es «des-graciado» y en el Espíritu van siendo nuevas todas las cosas.

4.2. «Abbá» de los jóvenes

LA propuesta educativa que ofrece­mos para la praxis cristiana con jóvenes no pretende ser exhaustiva en sus plan­teamientos teóricos y, menos aún, en las sugerencias prácticas. Respecto a estas últimas tan solo desarrollamos uno de los núcleos temáticos, añadiendo un bre­ve apéndice con «textos para la paz», en

dos direcciones: 1 / Descubrir y «hacer experiencia» del Dios-Abbá como un Dios «chiflado por los seres humanos»; 2/ Restituir vida y esperanza a cada jo­ven a la luz de Jesús de Nazaret.

Los materiales tienen como base las vi­ñetas de los estudios de «Cortés» y «Nando». La estructura de las diversas sugerencias para distintos encuentros de grupos es siempre la misma:

  • Presentación del tema y sugerencia de pautas generales de trabajo.
  • Pistas de reflexión y sugerencias concretas para cada reunión.