Poner el reloj en hora

1 marzo 2001

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CUARESMA Y REORGANIZACIÓN DE LA VIDA

 
La cuaresma es un buen tiempo para poner la vida a punto. En primer lugar, para centrar la vida cristiana en torno a la experiencia de salvación en Cristo. En segundo lugar, para «vivir como redimidos». Proponemos, particularmente para este segundo aspecto, tres pautas narrativas para examinar otros tantos aspectos de la «vida de salvados».
 
 

1                   EL RELOJ SIN ALARMA

 
Con esta primera pauta narrativa, se trataría de ver si el «reloj que se nos ha regalado» para saber cómo conducirnos por la vida funciona o no. Como con el resto de las propuestas, se empezaría con la lectura de la narración y después se reflexiona con las preguntas sugeridas al final de la misma.
 
Narración
Me lo regalaron en una de esas insoportables charlas de publicidad. Tengo que aguantarlas para que no crean que padezco desinterés por los asuntos de la empresa. Y menos ahora, que mejoraron mi contrato… Total, que llegué a casa para cenar y lo dejé encima de la mesita de la cocina. Estaba metido en una cajita poco más grande que mi mano. La funda de plástico dejaba ver un reloj asustado y sorprendido.
A la mañana siguiente continuaba allí, esperando que alguien lo sacara de su celda de cartón. Lo abrí, retirando el celofán —ése que se quita tan mal— y, ¡sorpresa!, dio un salto, dejándose caer primero sobre la mesa, luego aterrizó en el suelo. Se puso a reconocer la casa ante mis ojos atónitos. Una de tres. O yo seguía dormida (muy posible). O aquel reloj estaba husmeando con sus agujas en los rincones de mi casa, como Pedro por la suya. O los japoneses le habían metido demasiados microchips, hasta convertirlo en un inesperado robot doméstico.
Logré tomarlo en mis manos. Lo miré despacio y él a mí. Parecían imágenes de esas pelis donde se mezclan personas reales con dibujos animados. Una esfera bien redonda. El color rojo-burdeos para la carcasa del reloj. ¿Y los números? Doce y todos bien ordenaditos alrededor del eje central. Menos mal… No soportaba los relojes sin números. Las agujas: una corta y otra larga, que parecían unos bigotes desiguales. Por suerte, hablaba mi idioma. Venía de Asia. Estaba contento, casi excitado ante todo lo que le permitían ver sus ojos de plástico. Estaba preparado para indicar siempre la hora. Y se mostraba satisfecho de poder, por fin, desempeñar la función para la que fue diseñado. Pasamos mucho rato hablando en el sofá. No me lo podía creer: echaba yo una parrafada con mi reloj… Estaba contándome cómo le llevaron junto a otros cientos de relojes a la charla de publicidad cuando me fijé en sus mostachos erizados hasta las dos menos diez. ¿Tan tarde? Era sábado y, después de levantarme sin prisas, había pasado la mañana hablando con aquel informador de cronos.
 
Durante el sábado y el domingo pude comprobar la exactitud de la hora que marcaba mi nuevo amigo. Mañana lunes me despertaría para mi trabajo. Marqué las siete en la pequeña manecilla y el sueño me vencía. Caí rendida en la almohada. Al día siguiente empezaba en otra sección de mi empresa. Soy telefonista de una marca de telecomunicaciones. Debía llegar fresca. Y además me llamo Rosa.
Me despertó la luz del sol. ¡Qué extraño! Miré la hora. ¡No podía ser! Las diez menos cuarto de la mañana. ¡Mi trabajo! ¡Mi nuevo puesto! Mi cara de susto se transformó en rostro de ira. Sentada en la cama, cogí al rojo reloj con las dos manos. Lo agité. El reloj cerraba sus ojos por vergüenza y la placa blanca central donde giraban las manecillas se puso tímidamente roja también. No tenía tiempo que perder, pero.. a la noche…, a la noche te meto en la caja y estrello tu marca japonesa en el contenedor. ¡Hasta luego!  Y me marché a la carrera, con los pelos en greñas, malvestida y sin desayunar.
 
Cayó el manto oscuro de la noche en la ciudad y yo regresaba a mi hogar. ¿Habría sido un sueño todo aquello del reloj al que no le funcionaba la alarma? Trabajé todo el día con la imagen del reloj burlón en mi cabeza, maquinando soluciones a lo que me pasaba. No podía ser mentira; había llegado tarde por culpa de él. Pude alegar una urgencia in extremis, que mi jefa aceptó sin creérselo, por supuesto.
Entré en casa y me dirigí al dormitorio. Encima de la mesita de noche seguía el asiático invento con los ojos cerrados de pavor ante las consecuencias. Permanecía inmóvil. Seguro que temía mi regreso, porque me marché templando gaitas. Ciertamente tenía motivos para desalojarlo de casa.
Lo tomé en mis manos y abrió los ojos con pánico. Miré la pestaña donde indica la posición de despertador. En la manecilla puse la hora: las siete y media de la tarde. Hizo un leve clic y nada de nada. Todo siguió en calma. El reloj abrió su boca y me dijo que no sabía… Que creía que sí funcionaría. El malhumor se me estaba pasando. Siguió: —Mira que soy tu reloj. Me ofrecieron como un regalo para ti. Te pertenezco por entero.
Destapé con cuidado la solapa trasera donde entran las pilas y se ven las ruedecillas dentadas del reloj. Rasqué un poco y salieron unos trozos de papel. Quizá hubiera sido aquello el obstáculo para hacer contacto. Probé de nuevo con la hora y, efectivamente, pitó y pitó con estruendo en la sala. El reloj, cabizbajo, se había dejado manipular con pesadumbre y humillación. Cuando escuchó su corazón de zumbido, saltó de mis manos y de nuevo correteaba por el piso: —¡Sí funciono, sí funciono Puedo dar la hora y sonar con potencia. ¡Viva, viva…!
Irremediablemente tendría que asumir mi parte de culpa: había mirado la hora, pero no comprobé la eficacia del despertador. Seguía zumbando y pitando por los pasillos. Cuando se calmó vino a mí. Saltó hasta la encimera de la cocina, donde preparaba una ensalada. Pasó delante de la lechuga y me dijo: —Ponme en hora para despertarte mañana, que no te volveré a fallar.
Y tomó un poco de tomate, rojo como él, cortado en la ensaladera. Lo probó y se dejó sentir un humm de delicioso paladar. ¿Estaría tornándose humano el corazón todoacien del relojito?
 
PAUTAS DE REFLEXIÓN
¡ Tras la lectura, diálogo: ¿Qué le dice a cada uno la narración? ¿Me han regalado algún reloj más importante para organizar mi vida? ¿Sé cómo funciona? ¿Atiendo a sus llamadas…?
¡ Mirando la vida de cada cual, hasta ahora ¿ha funcionado bien la alarma cuando ha sido necesario o, por el contrario, se han ido produciendo pequeñas catástrofes, múltiples llegadas a «destiempo», cuando ya casi no había remedio…?
¡ En fin, ¿cómo puede en esta cuaresma hacer que funcione mejor el reloj de mi vida…?
 
 

2                   ¿MÁS VIDA TRAS ESTA VIDA?

 
El tema de la muerte nos ha de ayudar a vivir conscientemente. No se puede ocultar como es costumbre en la sociedad actual; tampoco considerarlo simplemente como un espacio para escapes fáciles (reencarnaciones, magias, etc.). Habrá, pues, que situar el tema, antes de entrar en la narración.
 
Narración
Un discípulo preguntó al sabio si creía en otra vida tras la muerte. El sabio le contestó con esta historia:
«Había una vez unos gemelos que hablaban entre ellos en el vientre materno. La hermana dijo al hermano:
— Creo que hay más vida cuando acabemos nuestra estancia en este pequeño mundo en el que estamos. Su hermano replicó escéptico:
— No, no, esto es todo lo que hay. Éste es un lugar acogedor aunque estrecho y oscuro, y no tenemos otra cosa que hacer que aferrarnos al cordón que nos alimenta. La niña insistía:
— Tiene que haber algo más que este pequeño lugar. Tiene que existir otro con más luz y en el que haya libertad de movimientos.
 
Pero no pudo convencer a su hermano. Después de un rato de silencio, la hermana dijo humildemente:
— Tengo algo más que decir y temo que esto tampoco lo creerás: presiento que hay una madre que es el origen de nuestras vidas. El hermano alzó el tono de la voz:
— ¡Una madre! ¿De qué estás hablando? Nunca he visto a ninguna madre y tú tampoco. ¿Quién te ha metido esa idea en la cabeza? Ya te lo he dicho, yo creo que esto es todo lo que tenemos y hay que conformarse con ello. ¿Por qué aspirar y querer más? Éste tampoco es un lugar tan malo, después de todo. Tenemos todo lo que necesitamos, así que quedémonos satisfechos.
La hermana no supo qué responder y se quedó pensativa. Pero aquel deseo profundo no la abandonaba y, como para hablar sólo tenía a su hermano, dijo al fin:
— ¿No notas unos apretones de vez en cuando? A veces son molestos y hasta dolo- rosos, pero están envueltos en cariño.
— Sí, contestó el hermano. ¿Qué tienen de especial?
— Pues bien, dijo la hermana, yo creo que estos apretones están para que nos preparemos para otro lugar, mucho más hermoso que éste, en el que veremos a nuestra madre cara a cara. ¿No te parece emocionante?
El hermano ya no contestó. Estaba harto de las tonterías que contaba su hermana y le parecía que lo mejor que podía hacer era ignorarla y esperar que le dejara en paz. Y ya no volvieron sobre el tema».
 
Yo, añadió el sabio, me identifico con la hermana. Y concluyó diciendo: Podernos vivir como si esta vida fuese todo lo que tenemos, como si la muerte fuese algo absurdo y de lo que es mejor no hablar. O podemos elegir reivindicar nuestra infancia divina y confiar en que la muerte es el paso doloroso, pero sagrado, que nos llevará a estar cara a cara con nuestro Padre-Madre Dios.
 
PAUTAS DE REFLEXIÓN
¡ Leer la narración, comentarla en todos sus detalles y abrir un debate sobre la vida y la muerte.
¡ Jesús es el «sabio» que nos anuncia la «vida nueva» con Dios: ¿Qué credibilidad te merecen las palabras y, sobre todo, la vida y la muerte de Jesús de Nazaret?
¡ Reflexionar, en clima de oración, algunos de los siguientes textos: Rom 8,18-30 («la humanidad gime con dolores de parto»), 1Cor 15,1-22 («si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe»), Jn 11,1-46 (Jesús da vida a Lázaro), Jn 20,1-31 (la incredulidad de Tomás y la fe de los apóstoles).
¡ Hacer una experiencia, aquí y ahora, «a pequeña escala» y en cualquiera de lo ambientes donde cada uno se mueve, de algún rasgo de la «vida nueva» que Dios nos ofrece. Comentar las experiencias en alguna otra reunión.
 
 
 

3                   EL SUEÑO DE DIOS

 
Una de las claves fundamentales de la vida cristiana se encuentra en la comunidad. Ahora bien, la comunidad cristiana no está para teorizar sino para Amar de Verdad; no consiste en cumplir unos mínimos sino en Amar lo máximo; no consiste en un lugar de culto privado para ganarse el cielo, sino en un lugar donde convivir, compartir y hacer palpable el cielo entre los hermanos.
Ser comunidad cristiana consiste en caminar hacia la unión de corazones que viven inflamados con un mismo Fuego, que es el Amor de Dios derramado en nuestro interior, único capaz de crear y hacer posible que avance la comunidad. Un Fuego que es generador de un nuevo tipo de relaciones más humanas, relaciones donde nadie es más que nadie, donde todos son servidores de todos desde, donde cada uno tiene su sitio y misión, convirtiéndose con su vida, en el mejor testimonio evangelizador que clama a todos: «¡Venid y veréis!».
Pero si la sal se vuelve sosa, si el Fuego ardiente se apaga, ¿cómo vencer el frío invierno?, ¿cómo mantener ardiente la comunidad si nunca las palabras frías han dado vida ni calor a nadie? Sus cenizas no valdrán más que para que las echen al camino y sirvan de advertencia a los que se empeñan en vivir descuidando y dando por supuesto lo esencial de la comunidad cristiana.
 
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno. Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y toda la gente los miraba con simpatía (Hch 2,44-47).
 
Narración
El discípulo preguntó a su maestro de espíritu cómo debía ser una comunidad para que fuera cristiana. Éste, después de pensarlo un momento, decidió contarle un sueño que tuvo una vez y que se le quedó muy gravado. Y le dijo:
— Una noche de frío invierno soñé que Dios me llevaba con él a visitar tres casas. Al entrar en la primera, vi que todos los que allí vivían estaban temblando de frío sin dejar de mirar un gran cuadro de la pared donde estaba fotografiado el ardiente fuego de una hoguera.
 
En la segunda casa en la que entré, sus moradores también vivían muertos de frío, pero mientras tiritaban, escuchaban a un orador que no dejaba de hablarles de lo bueno que era el fuego y lo a gusto que se estaba sintiendo su calor.
Sin embargo, en la última casa que visité, había un gran fuego encendido alrededor del cual estaban reunidos todos los de la casa. El calor que allí había daba tan buen estar que traspasaba la puerta y las ventanas de la casa. La gente que pasaba por la calle, al sentir aquel calorcillo tan agradable, entraba para refugiarse del frío de la noche.
Entonces Dios me dijo:
— Anda y haced vosotros lo mismo. Que el Amor verdadero sea vuestro Fuego.
 
Y en ese momento desperté del sueño. Desde entonces trato de ser leña ardiente que avive el fuego de donde habito.
 
Pautas de Reflexión
Tras la lectura, todos juntos, de la narración que sigue, el grupo se divide, por ejemplo, en tres. El animador da a cada subgrupo de las casas de las que habla el relato. El trabajo que deberán hacer consistirá en buscar situaciones o actitudes de la vida de la comunidad cristiana que reflejen la realidad simbólica que pretende transmitir la casa que les ha tocado. Luego tendrán que preparar una breve escenificación donde se vean en acción esas situaciones. Al final de cada representación, los demás grupos podrán comentar lo realizado y aportar sus opiniones.
 

  1. ¿Te sientes perteneciente a una comunidad cristiana? ¿Por qué? ¿Echas en falta algo? ¿Qué le dirías a sus responsables?
  2. ¿Qué importancia puede tener la comunidad para un cristiano? ¿Puede vivir al margen de ella? ¿Hasta qué punto sientes necesidad de ella?
  3. Nombrar todas aquellas cosas que creas que favorecen y fomentan el ambiente cálido de una comunidad.
  4. ¿Cómo sería la mejor manera de explicar a alguien en qué consiste la esencia de la comunidad cristiana? ¿El grupo te ayuda a hacer «experiencia de comunidad»?
  5. ¿De qué manera tratas de ser leña ardiente que avive el Fuego de donde habitas?

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