Fabio Attard
Consejero General para la Pastoral Juvenil Salesiana
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La pastoral juvenil tiene conciencia clara del lugar que ocupa, en ella, la animación vocacional. En primer lugar debemos partir de la realidad de los jóvenes de hoy, suscitar cultura vocacional, comprender el valor eclesial de toda vocación. El autor propone Emaús como paradigma del camino vocacional. Si hay una dimensión que no podemos arrinconar en la pastoral juvenil es nuestra capacidad, y diría también, nuestro deber, de acompañar a los jóvenes en un presente capaz de construir el futuro
El tema de la animación vocacional en estos últimos años está ocupando un lugar propio en la pastoral juvenil. No es cuestión de reconquista, sino de la conciencia de vivir una visión pastoral amplia, natural y eclesialmente más rica. Partiendo de esta constatación, la siguiente aportación trata de ser, al mismo tiempo, una lectura de la realidad, con la propuesta de algunas líneas-madre que deben privilegiarse en nuestra acción pastoral.
No se puede hablar de animación vocacional sin partir de la historia de nuestros jóvenes de hoy. Saber dónde están, cómo viven y qué esperan no es un ejercicio de naturaleza sociológica, sino una lectura en la que captamos la invitación de Dios que nos llama como pastores para llevarles la buena nueva a su terreno. Su historia y su vida son para nosotros el ‘locus theologicus’.
La comunidad creyente, que encuentra su fundamento y su sentido último en torno al misterio de Cristo, muerto y resucitado, se sitúa con caridad pastoral ante la historia actual. La de nuestros jóvenes forma una parte importante de la sociedad, frente a la que la comunidad creyente está presente en estado de escucha y de servicio. Y lo hace porque es consciente de que a esta historia es a la que el Señor nos envía, es en esta historia en la que Él nos habla y es a esta generación a la que nos envía como testigos.
La comunidad creyente está llamada a dar testimonio a través de su capacidad para suscitar procesos en los corazones de los que encuentra, acoge y acompaña. Juan Pablo II daba un nombre a todo este proceso: cultura vocacional. Una cultura como actitud fundamental en el corazón del que cree y se entrega ayudando y acompañando a los otros, para que puedan encontrar en su corazón el proyecto personal de vida. Con otras palabras, favorecer procesos en los que el joven llega a preguntarse: ¿qué quiere Dios de mí?
A su vez no puede existir una cultura vocacional si la comunidad creyente no propone procesos, caminos, dentro de los que se maduren esas decisiones personales que facilitan el encuentro con Jesús. Caminos que sostienen a los jóvenes en la difícil peregrinación de la búsqueda del sentido. En otras palabras, una verdadera comunidad creyente ve su propuesta pastoral no como un ofrecimiento fruto de su generosidad, sino como un deber fruto de su llamada, felizmente aceptada y compartida con convicción.
Por último, como un icono acompañante, no se puede olvidar nunca el relato post-pascual de Lucas, Emaús. Es una historia que permanece como un paradigma de aquella actitud pastoral marcada por una paciente espera, por un acompañamiento que ensancha el corazón, y, finalmente, por la comunicación amorosa que sólo en la Eucaristía encuentra su punto álgido, el punto de la apertura total del corazón al misterio de Dios.
- Los jóvenes de nuestro tiempo
Si echamos una ojeada a la situación actual de los jóvenes, la que encontramos en la cotidianidad de la vida, damos con un cuadro con sombras y luces. Me dejo guiar por algunas lecturas sobre la situación, hechas por pastores que están ofreciendo no sólo su vida, sino también su reflexión en este campo.
A Enzo Bianchi, prior de Bose, hace algunos meses, en el diario La Stampa[1], se le hizo una entrevista muy interesante sobre la situación juvenil, que lleva el título de ‘Jóvenes la noche de la fe’. Su lectura ofrece tres afirmaciones fundamentales.
La primera es la que brota de la investigación sociológica. Dice Enzo Bianchi: “Quien vive en contacto cotidiano con la realidad juvenil lo había advertido ya desde hace tiempo, aunque con frecuencia sus observaciones quedaban acalladas con afirmaciones perentorias; pero ahora los datos que emergen de un estudio nacional sobre «Los jóvenes frente al futuro y a la vida, con y sin fe» muestran un escenario preocupante, y no sólo bajo una óptica eclesial. La investigación realizada por el Instituto Iard de Milán sobre una muestra de un millar de jóvenes italianos entre los 18 y los 29 años ofrece una instantánea de la relación entre las nuevas generaciones y la fe que suscita más de un interrogante”.
La conclusión de Enzo Bianchi es que debemos estar atentos a un fácil optimismo que no casa con la realidad a ras de tierra. Su invitación es que estemos atentos para no dejarnos seducir por lo que querríamos ver más que por lo que tenemos que reconocer.
El segundo punto que Enzo Bianchi comparte trata de la situación de búsqueda de sentido en que se encuentran los jóvenes de hoy. Su situación nos interpela y nos desafía: “En la fatigosa búsqueda de sentido para sus vidas con frecuencia y precozmente atravesadas por contradicciones, laceraciones familiares y desilusiones laborales, los jóvenes no ambicionan tanto «ser» el futuro de una determinada realidad social o eclesial, como «tener» ya ahora un futuro al que tender, una expectativa capaz de llenar de significado su presente”.
Sobre este punto creo que ya podemos entrever los primeros trazos del reto pastoral. Lo que la lectura sociológica nos ofrece, un cuadro con sus luces y sus sombras, se convierte para nosotros en una ayuda para leer bien las señales de un grito profundo y muchas veces disimulado. Para nosotros, los pastores y educadores de los jóvenes, ese grito nos interpela enérgicamente porque en último término incide en el sentido profundo de nuestra vocación.
El escenario actual está claramente marcado por la “desaparición de ideales compartidos, por la disminución de lugares de encuentro y de discusión, por la focalización sobre los conflictos (que) acaban por hacer insoportable la contradicción que cada generación debe afrontar y superar para pasar a la edad adulta y responsable: la no coincidencia entre la teoría y la práctica, entre las ideas bonitas y la dura realidad, entre lo esperado y lo vivido”. La interpretación de Enzo Bianchi, lo sabemos bien, coincide perfectamente con la realidad que se nos presenta diariamente.
En el tercer punto, el autor nos ofrece una nítida propuesta pastoral que, mientras no niegue la dura realidad del día a día, sabrá encontrarla al mismo tiempo con el sano realismo de esa memoria de la fe que sabe ser fuente de esperanza, y que debe compartirse necesariamente: “corresponde a los adultos encontrar en sí mismos los principios que se querrían que se viviesen en los jóvenes, corresponde a la sociedad en su conjunto ofrecer signos de un pasado hacia el que se nos conduce con un recuerdo grato, testimoniar un presente de horizontes abiertos, proyectar un futuro que valga la pena vivirse, no en situaciones extraordinarias de momentos excepcionales, sino en lo cotidiano de una vida armónicamente compartida”.
Estos apuntes indicadores de Enzo Bianchi los tomaremos en la reflexión que sigue, dado que constituyen indicaciones proféticas para nuestra propuesta pastoral.
Junto a este análisis y propuesta de Enzo Bianchi, querría proponer otra lectura que sigue reforzando el tercer punto de Enzo Bianchi – saber proyectar un futuro que valga la pena vivirse. Es la lectura de un pastor de los jóvenes, Daniel Ange, que después de una vida pasada en la contemplación y el estudio, hace unos veinte años fundó la escuela de oración y de evangelización ‘Jeunesse Lumière’: historia de un profeta de nuestro tiempo.
En resumen Daniel Ange comparte la lectura de Enzo Bianchi, de que la situación actual de los jóvenes no puede dejarnos tibios ni indiferentes: “Después de largos años de vida contemplativa en Ruanda he vuelto a Europa y he sentido el shock de descubrir esta juventud herida y desesperada.[2].
Después de un largo discernimiento, llega para él el momento de un giro pastoral. Lo que nos interesa a nosotros aquí es que Ange acentúa la dimensión de la sequedad espiritual, por una parte, y, por otra, la gran sed que se encuentra en los corazones de los jóvenes: “este desierto espiritual de los jóvenes me ha sacado del desierto con Dios. Fui a esa escuela donde quedé desconcertado, por una parte por la ignorancia religiosa y, por otra, por la fantástica sed de conocer al Señor”.
Una tercera reflexión es la del arzobispo de París, el Cardenal André Vingt-Trois. En un artículo sobre el tema de las vocaciones,[3] empieza comentando la situación actual de los jóvenes y escribe: “Una de las dimensiones de nuestra crisis cultural actual es precisamente la de una persona que quiere asumir firmemente un compromiso, que reclama para ello toda su vida y desea de modo instintivo estar segura de que no se equivoca”.
Vingt-Trois, refiriendo su misma experiencia pastoral donde encuentra jóvenes que comparten el deseo de convertirse en personas consagradas, pero tienen miedo de decirlo, escribe que la búsqueda existe y está viva, pero debe tener en cuenta las inhibiciones y las resistencias. Éstas, la mayor parte de las veces, impiden que el deseo se exprese como un proyecto positivo. Y, con un toque final, que recuerda la invitación de Enzo Bianchi, dice el cardenal de París: “Hace falta que también nosotros tengamos el mismo deseo idéntico de que algunos jóvenes se hagan sacerdotes”.
Una cuarta pista de reflexión la tomo de un sacerdote francés, Jacques Anelli, sacerdote de la diócesis de Nanterre, que fue responsable del Servicio Nacional para las Vocaciones en Francia desde 2001 hasta 2007.
En un artículo que lleva el título de ‘Croire en des chemins d’avenir’[4], Anelli se refiere a la Carta a los católicos de Francia –Proponer la fe en la sociedad contemporánea-, y escribe: “Esta carta es una llamada a comprender la situación, entrar en el corazón de la fe y formar una Iglesia que propone la fe. Para salir del encantamiento, hay que establecer una conexión entre el cambio de las mentes y el de las estructuras sociales y la realidad de las vocaciones específicas”.
Junto a esta invitación, Anelli hace una reflexión en la que invita a interpretar y ver la realidad de las vocaciones especiales como una realidad que tiene que ver con un ambiente cultural, sociológico y también legislativo: “El tiempo de la transmisión se está agotando para dejar su lugar al de la experiencia, de la libre opción. Se trata aquí de una revolución cultural, de un cambio de época”.
De esto se sigue que hay que convencerse de la necesidad de “habitar en este tiempo nuestro”. Refiriéndose a la alta afluencia vocacional de los años treinta, que tenía como causa principal la vitalidad de los movimientos de la época, también nosotros hoy debemos preguntarnos cuáles podrían ser los lugares y las experiencias que marcarán nuestra época. Anelli se pregunta si las dimensiones de comunidades más fraternas, de un compromiso apostólico de cada creyente en cualquier estado de vida que se encuentre y de una vida comunitaria de los sacerdotes no serán algunos elementos que debamos favorecer. Este podría ser el terreno para la animación vocacional hoy y lo será odavía más mañana.
De estas reflexiones creo que podemos concluir dos cosas: que los retos que nos vienen del mundo juvenil son muy elocuentes, al menos para los que quieren verlos. El segundo es que todos estos pastores no sólo hacen la lectura de la situación, sino que van más allá, ofreciendo propuestas y pistas para el futuro.
- La Iglesia: comunidad creyente
Entramos en la segunda parte que se presenta como una continuación de la lectura anterior, con sus luces y sombras, con sus perspectivas y oportunidades pastorales. Creo que es importante que nos preguntemos en qué óptica-visión de Iglesia estamos situados nosotros, los pastores y educadores. Este cuerpo místico de Cristo, al que pertenecemos, ¿de qué modo nos nutre, de qué manera nos dejamos plasmar por su dinamismo?
Y aquí entra en juego todo lo que podemos llamar las convicciones eclesiales fundamentales que modelan nuestra comprensión y nuestra propuesta pastoral.
Sobre esta dimensión el Cardenal Vingt-Trois, ofrece palabras que exponen la centralidad del tema: “entre los elementos constitutivos de una vocación se encuentra en el centro el mensaje que una comunidad cristiana testimonia en relación con el ministerio sacerdotal. No se pueden llevar adelante la llamada y la invitación a acoger la vocación si las comunidades cristianas en su conjunto, y cada una de forma convencida, no progresan en su reflexión sobre el ministerio sacerdotal y cómo lo consideran como un elemento constitutivo de la vida eclesial”.
En esta reflexión vemos un cambio radical: desde la visión que interpretaba la vocación como una cosa personal entre el candidato y Dios, y que después aceptaba la Iglesia, hacia un paradigma eclesial en el que la llamada vocacional pide el compromiso de toda la comunidad creyente.
Hoy no podemos olvidar ya que, en el pasado, esa llamada interior se beneficiaba con un ambiente que favorecía ese crecimiento. Lo que ya no es el caso hoy. He aquí, entonces, el interrogante central: ¿cómo hacemos hoy nosotros para ofrecer ambientes en los que la inhibición y la falta de valentía puedan indicarse y superarse?
No existen soluciones prefabricadas. Pero tenemos algunas señales que nos indican ya algunas pistas que se pueden recorrer. Pero son pistas que se inspiran en un modelo de Iglesia en el que la comunidad creyente vive fraternamente su fe con alegría. Comunidades que saben acoger a cada miembro como un don, sabiendo que cada creyente no está llamado sino a testimoniar con convicción su fe en la cotidianidad de la vida. Sólo así los cristianos se convierten en levadura de los tiempos nuevos cuando la buena noticia puede compartirse, ofreciendo un ambiente que favorezca procesos de maduración de fe.
Si esta visión eclesial nutre nuestras experiencias y modela nuestras prácticas pastorales, entonces se traduce en una propuesta real aquello a lo que aludía Enzo Bianchi, esto es, la necesidad de adultos que encuentren en sí mismos “los principios que se querría que existiesen en los jóvenes”.
Ser verdaderos creyentes hoy significa “ofrecer signos de un pasado hacia el que se vuelve con un recuerdo agradable, testimoniar un presente de horizontes abiertos, proyectar un futuro que valga la pena vivirse”. La vivencia de la fe tiene dentro de sí esa capacidad de dar sentido al tiempo, pero no sólo eso. En la comunidad creyente se transmite una cultura, comienzan y se consolidan procesos y propuestas pastorales capaces de sostener los deseos fundamentales que, de otro modo, corren el riesgo de quedar escondidos sin tomar nunca el vuelo.
- Una cultura vocacional
El tema de la cultura vocacional lo señaló Juan Pablo II en su Mensaje para la XXX Jornada Mundial por las Vocaciones, 1993[5]. El Papa sitúa su reflexión de la ‘cultura vocacional’ en una plataforma muy amplia, la que capta la profundidad del corazón humano que anhela a su Creador: “Es necesario, por tanto, promover una cultura vocacional que sepa reconocer y acoger esa aspiración profunda del hombre, que lo lleve a descubrir que sólo Cristo puede decirle toda la verdad sobre su vida”.
En esta óptica, la cultura vocacional trata de iluminar la vida en su integridad y no está ahí para iluminar una parte de ella. La vocación de la persona tiene que ver con el cuadro amplio y profundo de la existencia humana donde todos nos sentimos llevados a descubrir la fuente que guía nuestras decisiones, que nos indica el proyecto de vida propio: “Esta cultura de la vocación es la base de la cultura de la vida nueva, que es vida de gratitud y de gratuidad, de confianza y de responsabilidad; en su raíz, es cultura del deseo de Dios, que da la gracia de apreciar al hombre por sí mismo, y de reivindicar incesantemente su dignidad frente a todo lo que puede oprimirlo en el cuerpo y en el espíritu”.
Apoyándonos en el tema anterior que se refiere a la visión eclesial, y aún más con la de la situación de los jóvenes, logramos captar que una experiencia marcada por una cultura vocacional, una cultura del deseo de Dios, es una experiencia que ensancha el horizonte mientras profundiza en el valor del estudio. Es una experiencia que da razón a la búsqueda de sentido, superando las inhibiciones y temores que se refuerzan en la falta de relaciones válidas y maduras.
El Papa lleva su reflexión sobre la cultura vocacional a su objetivo exacto. Lo hace con una propuesta muy clara que haremos bien en no perder: “Sobre todo será necesario que la pastoral juvenil sea explícitamente vocacional, y se dirija a despertar en los jóvenes la conciencia de la «llamada» divina, para que experimenten y gusten la belleza de la entrega, en un proyecto estable de vida”.
A lo que el Papa nos invita a nosotros, educadores y pastores de los jóvenes, es a ser fieles al deber. Si hay una dimensión que no podemos arrinconar en la pastoral juvenil es nuestra capacidad, y diría también, nuestro deber, de acompañar a los jóvenes en un presente capaz de construir el futuro.
Si fallamos en esto, nuestra presencia junto a ellos es una presencia engañadora, corta de vista. ¿Para qué sirve un adulto que ofrece su vida en la educación y en la evangelización de los jóvenes si no se logra darles la esperanza del futuro? ¿Para qué sirve un educador y un evangelizador si no es capaz de llevar a los jóvenes a descubrir ese anhelo que se dilata en sus mismos corazones, y ayudarles a saciar su sed en la fuente de la plena humanidad que es Cristo?
Un último apunte del mensaje de Juan Pablo II de 1993 es el que gira en torno a los protagonistas de esta cultura vocacional. Todos estamos llamados a promover esta cultura porque todos formamos parte de ese cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia: “todo cristiano, además, dará de verdad prueba de que colabora en la promoción de una cultura para las vocaciones, si sabe comprometer su mente y su corazón en discernir lo que es bueno para el hombre: es decir, si sabe discernir con espíritu crítico las ambigüedades del progreso, los pseudovalores, las insidias de las cosas artificiosas que algunas civilizaciones hacen brillar ante nuestros ojos, las tentaciones de los materialismos o de las ideologías pasajeras.”
Si los retos son grandes, si siguen disminuyendo los espacios sociales y culturales que podrían aportar estímulo a favor de una cultura que sepa suscitar vocaciones, resulta entonces todavía más urgente el compromiso de cada creyente. Con una actitud pastoral que se deja impregnar por esta cultura, no estamos lejos de la verdad si decimos que el futuro lo debemos imaginar a través del filtro de una propuesta pastoral que sea totalmente vocacional. Sólo así nuestras comunidades educativas serán atrayentes y reveladoras en su capacidad de suscitar procesos vocacionales. Sólo así llegamos a dar testimonio de que cada creyente vive su participación como respuesta a una llamada, una llamada que viene del Padre que no deja de llamar obreros a su viña.
- Una Pastoral Juvenil que lleva a Cristo y lleva hacia Cristo
Al llegar a este punto, creo que es obvio adentrarse en la experiencia de la pastoral juvenil. Con gozo se advierte una atención siempre creciente a esta pastoral dentro de la Iglesia junto a una reflexión que se centra cada vez más en la persona de Cristo, evitando el peligro de dar a la dimensión antropológica un valor de autosuficiencia. La pastoral juvenil nos llama a ser como Cristo, pastores de los jóvenes. En la lógica de este don ofrecido a los jóvenes, nada puede suplantar y ponerse por delante de la urgencia de anunciar a Cristo.
En los cambios antropológicos de los últimos años, con las crecientes atenciones positivas que han traído consigo, no han faltado tendencias que llevaban a rupturas entre el desarrollo humano y el crecimiento cristiano, la cultura y el Evangelio, como lo presenta el Papa Pablo VI en la encíclica Evangelii nuntiandi. Lo mismo podemos decir de una cierta atención a los métodos que no han sabido siempre ofrecer el lugar justo al contenido, que no es sino la experiencia viva de Cristo vivo.
Don Egidio Viganò, en una carta a los Salesianos sobre la “nueva educación” señala esa tentación en el sector que está más cerca de nosotros, la educación, pero que se presenta como una tendencia a acaparar todo: “La reflexión sobre la mutua relación entre maduración humana y crecimiento cristiano debemos considerarla básica e indispensable en todas las situaciones. De su recta interpretación depende la justa y eficaz aplicación de nuestras mismas Constituciones (artículos desde el 31 al 43). Por tanto: giro antropológico, sí; pero en el vértice, Cristo, ¡el Hombre nuevo!… Este giro antropológico se piensa y se presenta hoy como una realidad que no hace falta que se refiera a Cristo porque el hombre tiene ye en sí mismo— prescindiendo del misterio del Verbo encarnado — todas las razones de su dignidad y todas las capacidades para dar sentido a la historia”[6].
En esta dialéctica entre la maduración humana y el crecimiento cristiano, lo que ha pagado el precio más alto ha sido la propuesta explícita de Cristo. Lo que hoy estamos escuchando a los jóvenes que están buscando, y debemos proponer, es que tengan la valentía de poner en el centro a Jesús. Jacques Anelli comenta así esta fase delicada y urgente que nos concierne en la pastoral juvenil: “Otro camino del futuro que me llena de gozo cada día más es que la animación vocacional se presenta dentro de la pastoral juvenil. Toda la pastoral debe ser una invitación a vivir siguiendo a Cristo, y dejarse guiar por Él. Como sucede en nuestro camino de Emaús, donde Él nos revela el sentido de las Escrituras y nos deja descubrirlo en el pan partido, también lo hace en el pan compartido. Como toda vida es una vocación, es urgente que se presenten las vocaciones específicas como una realidad visible de nuestras comunidades. En esto, toda iniciativa permite a los jóvenes intuir y descubrir la riqueza de lo que se vive –discretamente, porque se hace naturalmente– dentro de la Iglesia; de una manera concreta les hace ver la diversidad de la misión así como también de la llamada”.
Las dos líneas que la pastoral juvenil está llamada hoy a favorecer son la de la centralidad de Jesús y la propuesta serena y discreta de la llamada vocacional. En otras palabras, los jóvenes tienen el derecho de oír el anuncio de Cristo, un anuncio que les lleva sentido y luz en su afanosa búsqueda[7]. Igual que tienen derecho, refiriéndonos a la reflexión del cardenal Vingt-Trois, a encontrar lugares y personas donde sus temores e inhibiciones no tengan la última palabra sobre el proyecto de su vida. En esta lógica de cambio, pero también de apertura, es decir, de comunidades abiertas en su encuentro con jóvenes en búsqueda, Enzo Bianchi escribe: “por lo demás, la fe, como la vida, se transmite de persona creíble a persona abierta a la posibilidad de creer y no se puede pensar que las estrategias o los escamoteos puedan sustituir a las relaciones interpersonales que se crean y se alimentan dentro de comunidades de vida concretas, desde la familia al barrio, a la parroquia, al asociacionismo organizado”.
- Revivir Emaús
Como última parte de esta aportación propongo una lectura pastoral del pasaje de Emaús en el que veo no sólo un método de acompañamiento, sino sobre todo un icono que nos ilumina de un modo totalmente especial
La idea del camino emprendido fuera de la ciudad por los dos peregrinos explica muy bien lo que viven muchos jóvenes hoy– la polis no es ya para ellos una oportunidad para el futuro. Son dos peregrinos que han perdido la esperanza, no creen ya en nada ni en nadie. En ese estado Jesús se une a ellos en el camino. Su desconcierto se convierte en el lugar de su misión. Su experiencia es el punto de partida. Lo que les ha desilusionado, lo que los está turbando se convierte en el objeto del diálogo que el mismo Jesús no intenta interrumpir, y mucho menos contradecir. La escucha que Jesús ofrece es una escucha sagrada. Su historia debe quedar acogida en el ámbito de la sacralidad. No hay prisa y mucho menos imposición, sólo acogida respetuosa de la propia historia.
Ante esta primera parte del icono, se nos ocurre preguntar qué urgencia hay hoy, más que ayer, de recuperar esa dimensión de una acogida fraterna, sagrada, de la historia de nuestros jóvenes. En otras palabras, la urgencia de captar su necesidad de sentirse acogidos y escuchados para que puedan narrar su historia, sus miedos, sus inhibiciones, sus heridas.
En la parte siguiente Jesús se deja sentir también con su palabra. Y lo hace en el momento justo en que ellos han acabado de relatar y también de relatarse. Y Jesús, con gran claridad, comparte con ellos lo que necesitan oír. El respeto a su historia es la condición indispensable para que ahora, también ellos, adopten la misma actitud de escucha. Se han sentido escuchados y ahora escuchan. Y Jesús conduce el diálogo hacia el punto donde el corazón anhela encontrarse, el encuentro con la luz y la fuerza de la Palabra. Jesús no hace concesiones. Jesús sabe lo que están buscando y se lo ofrece con claridad iluminante, que todavía no se entiende del todo. El camino sigue lleno de la fuerza de la Palabra que necesita tiempo para llegar a su plena madurez.
Y la tercera parte del icono de Emaús nos ofrece el punto álgido del camino. Los dos peregrinos han perdido la esperanza, y han perdido también la fe. Pero no han perdido la capacidad de la caridad: “¡Quédate con nosotros!” Es el gesto más exquisito de dos almas que no quieren que las arrastre el no-sentido. Aunque estén decepcionados, les queda en el corazón esa brizna de humanidad que basta para reavivar el fuego.
“Quédate con nosotros” fue su invitación; y Jesús les correspondió “¡quedándose con ellos!”.
Su anhelo, alimentado por el que fue su compañero durante el viaje de la desesperación, los iluminó con la Palabra y ahora se ofrece a ellos en la Eucaristía.
Lo que parecía imposible por causa de la oscuridad, ahora es posible a pesar de la oscuridad. La luz la han descubierto dentro de su corazón y no necesitan ya nada. Y recorren el mismo camino que los lleva a Jerusalén a anunciar a los hermanos la buena noticia.
- Conclusión
Al final de esta reflexión querría terminar con un deseo y también con una llamada pastoral.
Deseo a tantos pastores y educadores que se entregan generosamente al bien de los jóvenes, que logremos leer de manera serena los retos que los jóvenes nos están ofreciendo; que logremos tener ese deseo permanente del corazón de ofrecerles una experiencia de Iglesia que sea verdaderamente una comunidad acogedora y fraterna en la que puedan encontrar a quien los escuche y acompañe.
Una comunidad que hace de su misión una propuesta que suscita procesos de maduración, caminos vocacionales donde los jóvenes descubran y vivan el proyecto que Dios tiene para cada uno de ellos. Y, por consiguiente, saber proponer con valentía y claridad itinerarios fuertes, que sean respetuosos no sólo con el ritmo de cada joven, sino también con el anhelo que su corazón busca satisfacer: propuestas en las que Jesús esté en el centro como camino, verdad y vida.
Hace algunas semanas asistimos a la experiencia pastoral del Papa Benedicto XVI en Escocia e Inglaterra. Entre todos sus discursos, creo que el de la vigilia de la beatificación del Cardenal John Henry Newman ofrece un paradigma y una síntesis muy pertinente para nuestro tema. Creo que es un discurso que contiene en una forma densa el camino que he tratado de exponer aquí.
En el cuerpo de ese discurso el Papa recuerda como “una de las meditaciones más gratas del Cardenal la que contiene estas palabras: «Dios me ha creado para ofrecerle un determinado servicio especial. Me ha confiado un trabajo determinado que no ha confiado a otros» (Meditations on Christian Doctrine). Vemos aquí el realismo cristiano preciso de Newman, el punto en el que la fe y la vida inevitablemente se cruzan”.
El Papa, uniendo la experiencia de la fe con la de la vida, como en una encrucijada, sigue acentuando dos aspectos fundamentales: (1) estar abiertos a la llamada, a la vocación, en sus diversas formas, y (2) cualquiera que sea el proyecto de Dios, ser valientes y generosos en la respuesta que debe darse al Señor que llama:
“Ahora deseo decir una palabra especial a los muchos jóvenes presentes. Queridos jóvenes amigos: sólo Jesús conoce qué «servicio especial» tiene en su mente para vosotros. Estad abiertos a su voz que resuena en lo profundo de vuestro corazón: también ahora su corazón habla a vuestro corazón. Cristo tiene necesidad de familias que recuerden al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar. Él tiene necesidad de hombres y mujeres que dediquen su vida al noble trabajo de la educación, tomando a su cuidado a los jóvenes y formándolos según los caminos del Evangelio. Tiene necesidad de quienes consagren su vida en la búsqueda de la caridad perfecta, siguiéndolo en castidad, pobreza y obediencia, y sirviéndole en el más pequeño de nuestros hermanos y hermanas. Tiene necesidad del amor potente de los religiosos contemplativos que sostienen el testimonio y la actividad de la Iglesia mediante su continua oración. Y tiene necesidad de sacerdotes, buenos y santos sacerdotes, hombres dispuestos a perder la vida por su propia grey. ¡Preguntad a Dios qué tiene en su mente para vosotros! ¡Pedidle la generosidad de decirle que sí! No tengáis miedo de daros totalmente a Jesús. Os dará la gracia necesaria para ser fieles a vuestra vocación”.
Que la invitación del Papa Benedicto XVI dirigida a los jóvenes se traduzca para todos los educadores y pastores en una realidad pastoral real y verdadera.
Fabio Attard
[1] Enzo Bianchi, Giovani la notte della fede, en La Stampa, 25 de abril de 2010; las citas siguientes se toman de la misma entrevista.
[2] Daniel Ange, testimonios recogidos de algunos videos disponibles en la red. Se puede buscar también en el sitio:http://www.sentinelledipasqua.it: o http://www.scuoladievangelizzazione.it
[3] Cardenal André Vingt-Trois, La relation avec des jeunes qui se posent la question de la vocation, en Église et Vocations 9 (2010) pp. 105-112 ; las citas que se refieren al autor se han tomado del mismo artículo.
[4] Jacques Anelli, Croire en des chemins d’avenir, en Eglise et vocations, 8 (2009) 133-138; las citas que siguen se toman del mismo artículo.
[5] Mensaje de Juan Pablo II para la XXX Jornada Mundial para las Vocaciones, 1993, enhttp://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/vocations/documents/hf_jp-ii_mes_08091992_world-day-for-vocations_it.html
[6] Nueva Educación, Carta publicada en ACG n. 337; véase también La «Nueva Evangelización», Carta publicada en ACG n. 331.
[7] Entrevista a don Riccardo Tonelli, “Ripensando quarant’anni di servizio alla Pastoral Giovanile” en Note di Pastoral Giovanile 5(2009) 11-65.