¿POR DÓNDE VAN LOS TIROS? 10 PISTAS PARA IMPULSAR UNA PASTORAL DE JUVENTUD ACTUALIZADA

1 julio 2003

Pedro José Gómez
 
En la décadas de los 70 y los 80 la pastoral de juventud cobró un extraordinario protagonismo en la Iglesia. Fueron años de gran creatividad originada por los aires renovadores del Concilio Vaticano II y por la toma de conciencia de que, o la fe se presentaba y vivía de otra manera, o la mayor parte de la juventud española dejaría de acceder a la experiencia cristiana y de pertenecer a la Iglesia. Se multiplicaron iniciativas como las Pascuas Juveniles, los catecumenados juveniles de confirmación y postconfirmación, las convivencias de fin de semana, los campos de trabajo, las visitas a Taize, etc. Muchos de quienes hoy participamos como adultos en la vida de la Iglesia somos hijos de esa pastoral, que quedó formulada con acierto en el documento de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo, publicado en 1992.
 
Estos planteamientos dieron un fruto muy positivo, aunque cuantitativamente limitado. Más allá del carácter siempre libre y misterioso de la fe que impide imaginar que alguna estrategia evangelizadora tenga que conducir necesariamente a la experiencia religiosa a sus destinatarios, dos causas explican, a mi parecer, los modestos resultados obtenidos a partir de tantos esfuerzos. En primer lugar se minusvaloró el efecto profundamente erosionador que tiene para la fe el actual contexto sociocultural, que introduce en un estilo de vida en el que la cuestión religiosa y los valores evangélicos difícilmente encuentran tierra fértil en la que arraigar y desarrollarse. Por otra parte, durante los años 80 la institución eclesial inició un viraje tradicionalista que implicó, en la práctica, un cuestionamiento del modelo de Iglesia que la pastoral juvenil renovadora había promovido y que ocasionó en muchos jóvenes un sentimiento de decepción y desamparo institucional lo que, a su vez, condujo a un amplio éxodo juvenil.
 
En la actualidad, los responsables de impulsar la pastoral de juventud en parroquias, movimientos y congregaciones religiosas están haciendo un esfuerzo de replanteamiento motivado por la constatación de que el mundo juvenil cambia a una velocidad de vértigo y de que, algunas opciones del pasado, habían descuidado aspectos importantes del proceso de transmisión de la fe. Más aún, el ambiente de inconformismo, de búsqueda crítica o utópica, de cuestionamiento existencial de la vida, que fue el sustrato sobre el que se diseñaron los planes de pastoral de las dos últimas décadas, no es el de la actualidad, lo que obliga a imaginar otras metodologías para el anuncio de la fe más acordes con la situación actual.
 
Por ello, en esta breve reflexión querría mostrar algunas intuiciones que podrían mejorar la labor evangelizadora de la Iglesia entre los jóvenes y que son fruto, tanto de mi propia experiencia personal, como de la lectura de documentos recientes de grupos eclesiales que están buscando nuevos caminos. Las expresaré en fórmulas polares que no pretenden reflejar alternativas, sino, más bien, una modificación de acentos, o la necesidad de complementar planteamientos que, vistos en perspectiva, han resultado demasiado unilaterales.
 

  1. Algunos aspectos generales de la cuestión

 
Antes de entrar en la enumeración de las intuiciones pastorales que se van abriendo camino a partir de la misma práctica educativa, me parece oportuno expresar algunas convicciones que son bastante compartidas entre los responsables de la pastoral de juventud.
*Todos somos conscientes de que existe una crisis aguda en la transmisión intergeneracional de la fe que ningún tipo de encuentro masivo de jóvenes con el Papa puede ocultar y que amenaza la misma supervivencia de la Iglesia si aspira a mantener una presencia social significativa. Esa distancia generacional, conforme se va haciendo mayor, tiende a perpetuarse por su misma inercia.
*La Iglesia debe, por consiguiente, afrontar el anuncio de la Buena Noticia a los jóvenes con enormes dosis de creatividad, ensayando formas nuevas de presencia y testimonio en los mundos juveniles que son múltiples y que se encuentran a notable distancia cultural y generacional del grueso de la comunidad eclesial. Pero no parece que se esté apoyando institucionalmente a quienes buscan lo nuevo.
*Al mismo tiempo, predomina entre nosotros una sensación de desconcierto. Sabemos que algo no funciona; que las iniciativas que antes convocaban ya no lo hacen, que faltan puntos de enganche entre las necesidades y búsquedas de los jóvenes y nuestra oferta del Evangelio. Por ello, tenemos que compartir nuestras búsquedas desde la perplejidad. Resuena la pregunta de Hechos 2,37: “Hermanos, ¿qué debemos hacer ?
*Existe una notable contradicción entre el tono abierto, crítico, animoso, creativo, personalista, comunitario de muchos discursos y documentos oficiales sobre los jóvenes y la práctica mucho más encorsetada de la mayoría las instituciones eclesiales. Los jóvenes son muy sensibles a esta discrepancia y no desean estar en un ámbito en el que no se encuentren a gusto.
*Dado que el cambio permanente forma parte irreversible del mundo en que vivimos, en adelante, no podemos aspirar a tener unas formulaciones acabadas, completas y coherentes de los procesos pastorales. Hay que renovar continuamente las mediaciones de la experiencia cristiana (cantos, gestos, lenguaje, métodos, narraciones, testimonios, símbolos, actividades, etc), para que el anuncio del Evangelio pueda ser significativo y la adhesión a Jesucristo plausible en cada momento y en cada contexto.
*Al mismo tiempo, la meta de toda la labor pastoral seguirá siendo siempre la misma: hacer posible, para aquellos jóvenes que libremente lo deseen, el encuentro con Jesús de Nazaret, para que puedan acceder a la relación de fe con el Padre y para que el Espíritu configure sus vidas de modo que, insertos en la comunidad cristiana, lleguen a ser difusores del amor de Dios que se dirige hacia todos los seres humanos y en particular a los más pobres.
 
Por otra parte, también va llegándose a un consenso respecto a las principales dificultades que tiene que afrontar hoy en día la pastoral de juventud. Son desafíos que han sido ampliamente estudiados por sociólogos y pastoralistas en los últimos años y que muestran el incremente de la indiferencia religiosa en nuestro país. Los menciono de forma muy resumida para que sirvan de trasfondo a las propuestas posteriores:
*El dato que llama la atención más claramente en la actitud de los jóvenes hacia lo religiosos es el desinterés. Se encuentra muy vinculado a una cierta instalación en la superficialidad, en la intrascendencia, en la preocupación por las pequeñas cuestiones cotidianas, en la evasión respecto a las situaciones que pueden hacer que nos interroguemos sobre la vida con radicalidad. La cultura de la gran evasión acalla los interrogantes que de forma tradicional suponían un anclaje experiencial para la propuesta religiosa. Si faltan las preguntas es inútil o incluso contraproducente presentar el Evangelio como respuesta.
*En segundo lugar me parece obvio que entre los jóvenes triunfan los sucedáneos no religiosos de salvación: “la vida es una sucesión de pequeños momentos de placer” dice con precisión filosófica un anuncio televisivo de Kit Kat. Y así, “estrujar la vida”, “disfrutar lo posible”, “tener emociones intensas”, “estar a gusto”, “pasarlo bien” o “acceder a un alto nivel de consumo” y todo ello “sin comerse mucho el coco” son opciones que se encuentran sumamente extendidas en el entorno juvenil. Estos planteamientos sitúan la vida a notable distancia de la concepción evangélica en lo que ésta tiene de opción por la profundidad y por la entrega.
*Otra nota distintiva de la situación actual radica en la búsqueda individualista de propuestas prácticas de vida, realizada desde una actitud centrada en las propias necesidades y caracterizada por el escepticismo ante las grandes causas que se alimenta de la multitud de ofertas de sentido que ofrece el supermercado de nuestra sociedad (aunque la propuesta consumista se lleve la palma) y del recelo ante los grupos que pueden mermar la libertad o introducir en una dinámica de exigencia. Desde esta perspectiva, la pretensión globalizadora, comprometida y comunitaria de la fe cristiana, encuentra resisitencias en la sensibilidad juvenil mayoritaria.
*Por último, parece clara la creciente distancia que se da entre la mayor parte de la juventud y la Iglesia. Ésta empieza por la lejanía geográfica (la mayor parte de los jóvenes no pisa por ningún espacio eclesial), pero continúa con la distancia generacional, estética, ambiental, organizativa, moral y hasta de lenguaje. La experiencia cristiana y los conocimientos básicos sobre religión son ajenos a una mayoría de los jóvenes que, en el futuro, tendrán que realizar una iniciación a la vida cristiana desde cero, si se incorporan a la Iglesia. Desgraciadamente existe una gran escasez de modelos de referencia de jóvenes adultos que muestre en que consiste hoy ser cristianos y su enorme valor.
 

  1. 10 propuestas pastorales concretas

 

1. De socializar en la normalidad a proponer lo alternativo

 
Hasta hace pocos años, ser cristiano era lo normal en nuestro país y los procesos de socialización religiosa introducían a niños, adolescentes y jóvenes en una cosmovisión compartida por la sociedad de forma natural. De hecho, la profesión de fe se daba por supuesta en la “gente de orden” y la sociedad sancionaba positivamente la religiosidad, penalizando la increencia. Esto ya no es así y, en consecuencia, la pastoral de juventud habrá de concebirse como la propuesta que la comunidad cristiana hace a los jóvenes para que opten por un tipo de vida alternativa que nace de una experiencia, la de la fe, que también va siendo minoritaria. Por consiguiente, la propuesta de Jesús, más que ser respuesta a una actitud de búsqueda, habrá de ser provocación e interrogante dirigido a unos jóvenes que, aparentemente, se encuentran a gusto con su situación, pero que también manifiestan una notable desorientación vital cuando se expresan desde cierta profundidad. De ahí que sea necesario insistir en la novedad del Evangelio, en su potencialidad para otorgar una dicha y un sentido a la vida insuperables, pero reconociendo, al mismo tiempo, que su acogida va a situar al cristiano a contracorriente de algunos valores socialmente dominantes: creyendo en un clima religiosamente indiferente; cooperando y compartiendo en un entorno que prima la competencia y la mejora del bienestar económico; invitado a la comunidad en un clima individualista; llamado a comprometerse con los demás en lugar de a cultivar la indiferencia o el aislamiento, etc. La pastoral de juventud que no deje clara la necesidad de optar todos los días por el Evangelio y que no cultive una espiritualidad de la resistencia cultural dialogante (ni ingenua, ni sectaria), tendrá poco futuro.
 

2. De las convocatorias estandarizadas al encuentro personal situado

 
La acción pastoral de la Iglesia ha dependido en el pasado de mecanismos y formas de convocatoria bastante estructurados: socialización familiar, propuestas de ocio educativo, catequesis presacramentales, actividades vinculadas a los colegios religiosos, etc. En el futuro, estas vías de acercamiento masivo a los jóvenes van a perder buena parte de su potencialidad por varios motivos. En primer lugar porque los agentes mencionados han perdido dinamismo evangelizador (familia, parroquia, movimientos de ocio, colegios) pero, sobre todo, porque los jóvenes son mucho más individualistas que en el pasado, se muestran crecientemente reacios a participar en grupos estructurados y disponen de una amplísima oferta de ocio consumista no educativo que, a corto plazo, se presenta como más atractivo, entretenido y menos exigente. Por todo ello, aunque sea preciso mantener o potenciar las iniciativas tradicionales, cada vez resultará más necesario que los miembros de la comunidad cristiana, a través de todo tipo de actividades, puedan acercarse a cada adolescente o joven en su situación personal, para intentar crear, con cada uno de ellos, algún tipo de relación personal significativa basada en la escucha, el diálogo y el afecto. El agente de pastoral deberá atender al momento vital de cada joven para encontrar, en cada caso, una palabra oportuna que llegue a su corazón. Naturalmente, este planteamiento evangelizador es mucho más difícil de llevar a cabo que el basado en acciones estandarizadas, pero recordemos que es, precisamente, el que caracterizaba a Jesús de Nazaret. Él era capaz de salir al encuentro de la gente, en sus circunstancias únicas, para invitar a cada uno realizar un itinerario personal e intransferible que, partiendo de sus necesidades inmediatas pudiera situarlas en el horizonte del reinado de Dios. Este enfoque hoy se convierte en necesidad, cuando no podemos hablar de una juventud homogénea ante los religioso y, por tanto, de un solo tipo de convocatoria.
 

3. De la prioridad de la acción al cuidado de la contemplación y el afecto

 
Buena parte la pastoral de juventud, particularmente en su fase misionera o de convocatoria ha descansado en la realización de actividades y “movidas” varias: teatro, dinámicas, juegos, talleres, campamentos, música, voluntariados… Todas estas acciones, de enorme valor pedagógico, van a seguir siendo imprescindibles. Sin embargo, una mirada atenta a nuestra praxis no puede dejar de reconocer que, en muchos jóvenes que han estado mucho tiempo con nosotros “no ha pasado nada por dentro”, por mucho que se hayan divertido o aunque hayan hablado hasta la saciedad en las reuniones. Si nuestros encuentros o actividades no logran que los chavales entren en la profundidad de su vida y lleguen a perforar la realidad (haciendo que se atrevan a pasar por la cabeza y por el corazón sus inquietudes) todas nuestras acciones serán como “bronce que resuena y campana que toca” (1ª Cor. 13, 1). No es nada fácil animar hoy en día a los jóvenes a la reflexión, al análisis de nuestro mundo, a la comunicación profunda de vivencias, al silencio o a la contemplación, porque todo a su alrededor estimula en sentido contrario. Pero si ellos no acuden a la cita de la interioridad, en la que el Espíritu de Dios les está esperando, será imposible acompañar cierta apertura a la trascendencia y llevar a cabo la propuesta cristiana, que es oferta de profundidad, amor y plenitud que se dirige a alguien que decide ser sujeto y protagonista de su existencia y no mero esclavo de estímulos externos. Y si el ambiente suscita poca apertura a la trascendencia tendremos nosotros que pasar también de la educación implícita de la fe a la invitación explícita a descubrirla. Nuestra meta no puede consistir en ofrecer un barniz de valores evangélicos, sino también el acontecimiento que los suscita y sostiene.
 

4. De los procesos deductivos a los inductivos con “terapias de choque”

 
Los catecumenados diseñados en los años 80 y 90 intentaban acompañar al joven desde la adolescencia hasta su transición a la condición adulta, en itinerarios de educación en la fe que poseían una estructura interna lógica: la fase de búsqueda inicial iba seguida por una de formación teológica que culminaba, finalmente, en la opción o el compromiso creyente. Buena parte de la metodología se basaba en la lectura, la reflexión y el debate en reuniones de grupos en los que se abordaban, sucesivamente, los distintos temas básicos de la fe cristiana. Sigo siendo partidario de estos largos procesos, porque el entorno social apenas acompaña a quienes quieren iniciarse en la vida cristiana pero, a mi parecer, el acceso a la fe que hoy puede ser mayoritario no es aquel que se deriva de una camino de reflexión muy documentado, sino el que surge del contacto vivo con experiencias fuertes de la vida que obligan a que nos la planteemos con profundidad (sufrimiento, belleza, intimidad, injusticia, libertad, amor, soledad, pluralismo cultural, etc.) y el encuentro con creyentes apasionados por el Evangelio y que encarnan éste en actitudes y opciones concretas. Dado que la sociedad del bienestar material y la diversión permanente anestesia nuestra capacidad para percibir el carácter radicalmente misterioso de la realidad y de la vida, es preciso que la pastoral de juventud sea capaz de provocar los interrogantes que abren al ser humano a la dimensión religiosa: ¿quién soy yo? ¿qué valor tienen la vida y el mundo? ¿dónde encontrar la felicidad? ¿cómo orientar mi existencia? ¿qué me cabe esperar? ¿quiénes son los otros para mí? ¿qué tipo de sociedad merece la pena? ¿dónde pondré mi confianza? ¿merece a pena vivir? ¿cómo?…
 

5. De la transmisión de conocimientos a la comunicación de una vivencia

 
La catequesis tradicional ha tenido un carácter eminentemente intelectual, porque presuponía la normalidad social de la experiencia religiosa y tenía por preocupación fundamental su clarificación, profundización y sistematización. El agente de pastoral necesitaba sobre todo una formación teológica básica y unos materiales en los que los contenidos de la fe cristiana estuvieran bien formulados y resultaran asequibles al destinatario. En adelante, vamos a necesitar sobre todo a personas jóvenes y adultas con una intensa experiencia creyente que puedan narrar en primera persona su historia de fe; el tipo de relación de amor y confianza que mantienen con el Dios de Jesús. Y, aunque la fe no se “contagia” de forma automática (existen, además de la sagrada libertad de los jóvenes, sus “anticuerpos” ante el Evangelio y, a veces, hasta se encuentran “vacunados”contra el mismo), sí resulta necesaria para su transmisión la mediación del testimonio de personas creyentes. La reflexión teórica sobre el cristianismo, que sigue siendo imprescindible y más en una sociedad que se aproxima al “analfabetismo religioso funcional”, vendrá después de que los jóvenes se hayan topado con la densidad de su propia vida y con la experiencia sincera de algunos creyentes. Porque la fe, antes de ninguna consideración teórica, es un acontecimiento salvador en la vida de personas concretas. De ahí se desprende que la verdadera formación de agentes de pastoral de juventud consiste, sobre todo, en ayudar a que se produzca su propia conversión. Naturalmente, es más fácil formar personas que tengan conocimientos religiosos que suscitar el testimonio de unos jóvenes para que lo ofrezcan a otros. Pero aquí se encuentra un reto obvio para el inmediato futuro.
 

6. De la formación teológica a la iniciación a experiencias fundamentales

 
En el ambiente de hace pocos años, resultaba de vital importancia contestar con argumentos a las objeciones a la fe que realizaban las personas agnósticas y ateas. El esfuerzo que hemos realizado durante mucho tiempo ha permitido presentar la fe de un modo no alienante y purificar la imagen de Jesús para acercarla al rostro reflejado por los distintos relatos del Nuevo Testamento. Pensábamos que las imágenes y las palabras podían hacer a Jesús atractivo para muchos jóvenes. Siendo esto cierto, hoy somos más conscientes de que la adhesión o el rechazo de Jesús se juega no en el terreno de la ideas sino en el de su seguimiento efectivo. Dicho de otro modo, la verdad del Evangelio se verifica en la praxis de la vida cristiana en un doble sentido: quien profesa el Evangelio pero no lo vive no es verdaderamente cristiano pero, además, sólo quien experimenta la vida cristiana puede verificar, en si mismo, que Jesús es realmente el camino, la verdad y la vida. Todos hemos empezado a ser cristianos porque nos atraía la persona de Jesús, sus palabras, sus valores, sus actitudes, sus acciones. Pero nos ratificamos como tales porque comprobamos, tras la conversión, que esta experiencia de fe, amor y esperanza es la única capaz de llenar de dicha y sentido nuestro corazón. En consecuencia, una buena metodología pastoral consistirá en hacer posible que los jóvenes degusten las experiencias básicas de la vida cristiana (orar, compartir, discernir, celebrar, comprometerse) en contacto con quienes viven con cierta calidad estas dimensiones de la fe. Una vez más, la reflexión ocupará un lugar posterior a la experiencia y ayudará a clarificar su sentido y su riqueza. Sólo saboreando la verdad, la bondad y la belleza que habitan en la oración, en la austeridad solidaria o en el servicio se cae en la cuenta de que Jesús tenía razón, incluso cuando propone el difícil camino de la cruz y de la entrega como precio inevitable del amor y de la vida.
 

7. Del acento en lo moral a la recuperación del lenguaje simbólico

 
Al haber situado la iniciación cristiana en el ámbito de lo doctrinal o de lo ético, hemos desvirtuado el significado profundo de la fe cristiana que es, ante todo, un regalo que nos llega de fuera, una oferta de amor, un ofrecimiento de salvación de parte de Dios. Las dimensiones de trascendencia y gratuidad de la fe han quedado relegadas en el pasado y nuestro cristianismo ha quedado reducido a activismo, ideología o camino de autorrealización. Sólo el lenguaje simbólico es capaz de ponernos en contacto con el misterio de amor que sostiene todo lo creado y que los discípulos de Jesús hemos aprendido a llamar Padre. La alabanza, la adoración, la acogida y la entrega; lo más intimo y profundo de la experiencia religiosa cristiana; aquella relación que es su origen, alimento y meta, únicamente puede realizarse introduciéndose en la dinámica de lo simbólico, pues de Dios no tenemos ni podemos tener una experiencia empírica e inmediata. La vida de la Iglesia se ha empobrecido en riqueza y creatividad simbólica, cuando los jóvenes son muy sensibles a esta dimensión si se desarrollan con cuidado y calidad expresiva. También es cierto que la mentalidad superficial, pragmática y frenéticamente audiovisual que nos envuelve, reclama una labor pedagógica que desarrolle en los jóvenes una sensibilidad para acercarse al símbolo desde una actitud contemplativa de sosiego, acogida y profundidad que trascienda la actitud que busca sólo el entretenimiento, las sensaciones o, directamente, el espectáculo. No son lo mismo diversión y fiesta y, a lo mejor, la búsqueda denodada de la primera en los entornos juveniles es expresión de que, muchas veces, faltan motivos para celebrar la segunda. En cualquier caso, me queda la convicción de que sin un vehículo expresivo adecuado es muy difícil cultivar la dimensión religiosa.
 

8. De la exclusividad grupal al hincapié en la personalización

 
Creo que ya va siendo un lugar común el acento pastoral en la personalización. Esto es, en ayudar a los jóvenes a que vayan tomando poco a poco la vida en sus manos para que descubran en ella el paso del Señor y sus invitaciones. Detrás de esta convicción se encuentra la experiencia de que muchísimos chavales que frecuentaron nuestros grupos durante años, fueron realizando un proceso interior ajeno por completo al proceso formal del grupo. Por ello, grupos juveniles que parecían consolidados, reflejaban, todo lo más, lo que ocurría en aquellos de sus miembros más protagonistas. Resulta imprescindible descubrir y vivir la fe en comunidad. Esta realidad se impone cada vez con más intensidad. Es preciso, ciertamente, diseñar catecumenados articulados y sistemáticos de iniciación cristiana. Pero ello no obsta para que, el objetivo educativo fundamental radique en que el Evangelio vaya diciendo algo a la vida real de cada joven concreto en sus situaciones particulares que no tienen por qué coincidir con las del promedio del grupo, ni acontecer cuando “toca el tema”. En realidad, “personalización” no es un sinónimo de “individualización”. La oración en grupo, la revisión de vida, la reflexión en común, la comunicación de problemas, situaciones y sentimientos, el discernimiento comunitario, la participación en Eucaristías abiertas, las convivencias, etc., son otras tantas formas comunitarias de personalizar la fe. Lo decisivo es que, en la dinámica pedagógica, cada persona se sienta interpelada por Jesús que le dirige una palabra única.
 

9. De la institución que regula y controla al espacio de crecimiento fraternal

 
Los cambios que el conjunto de la comunidad eclesial debería asumir para poder hacer frente al reto de la pastoral renovada son demasiado amplios para incluirlos en esta reflexión. No obstante, desearía incidir en uno. Los jóvenes, en adelante, no van a venir a la Iglesia por rutina, por tradición, por aburrimiento, por obligación o por miedo. Van a venir porque les de la gana. Esto es, porque el ambiente, las relaciones, las actividades, la organización y la imagen de nuestras comunidades eclesiales les interesen y les enriquezcan. No es fácil que deseen vincularse a un grupo de gente mayor, que usa un lenguaje raro, que tiene unas estructuras que perciben rígidas, unas actividades poco divertidas y unas propuestas exigentes. Menos aún si perciben represión, autoritarismo o discriminación (pecados reales de nuestra Iglesia). La única forma en la que los jóvenes pueden sentirse interesados por la Iglesia es descubriendo en ella un espacio en el que se experimentan realidades que no se experimentan en ningún otro lugar y que dotan de calidad, fecundidad y plenitud a la vida: la experiencia del encuentro con Dios, la experiencia de la fraternidad y la experiencia del compromiso solidario y transformador. Si la Iglesia abandona su pretensión de controlar o encorsetar la vida de sus miembros y se dedica a alimentar y estimular su capacidad de creer, de amar y de esperar, será mucho más atractiva para los jóvenes. Y esta vivencia eclesial reclama, necesariamente, seguir cultivando la creación de pequeñas comunidades cristianas insertas en unidades pastorales mas amplias (parroquias, movimientos, etc).
 

10.De la pastoral del invernadero eclesial y social a la del oasis

 
Termino este decálogo de buenas intenciones proponiendo la superación de otro lastre pastoral. Todos hemos sido testigos de tantos y tantos grupos de jóvenes como, aparentando en su Confirmación un entusiasmo propio de los primeros discípulos el día de Pentecostés, se diluían como el azúcar en la leche ante cualquier cambio de circunstancias (el veraneo, el paso del colegio al instituto o de éste a la universidad, o del estudio al trabajo, o de la soltería a la pareja, o a causa de un cambio de catequista o de cura, etc.). Todo ello pone de manifiesto tres cosas: que en muchos casos no se había llegado a producir una opción de fe verdaderamente personal, un encuentro profundo con Jesús (y que otras circunstancias o intereses, por otra parte absolutamente normales, determinaban la pertenencia al grupo); que todos necesitamos estructuras comunitarias de apoyo para perseverar como cristianos; y que no habíamos generado una espiritualidad de la presencia en el mundo extraeclesial que es, precisamente, el espacio en el que los cristianos debemos vivir la fe. Esta espiritualidad debe enseñar a discernir, con esperanza pero sin ingenuidad, como mantener en la sociedad un estilo de vida servicial, testimonial y muchas veces contracultural. Jesús no separó a sus discípulos del mundo, sino que les envió para que difundieran la vida que habían recibido. Para esto ha de preparar la pastoral de juventud. Evitando, al mismo tiempo, otro de nuestros errores del pasado: que los grupos juveniles se aíslen tanto del resto de la comunidad adulta que a la postre acaben siendo como “okupas” en la Iglesia; con una indumentaria, lenguaje y símbolos tan ajenos a los del resto que sea imposible el mutuo enriquecimiento
 

  1. Conclusión

 
A la postre pienso que para renovar nuestra pastoral juvenil no necesitamos estrategias pedagógicas sofisticadas, especializadas y costosas, sino dos requisitos, eso sí, imprescindibles:
 
*Una experiencia gozosa de nuestra propia fe, que sea capaz de llenar nuestra existencia de amor, sentido, esperanza y pasión, al tiempo que inspire opciones y actitudes que generen vida a nuestro alrededor. Esto es, un tipo de vida que, por su intensidad y calidad, pueda provocar interrogantes e interés en nuestro entorno.
 
*Más fe en nosotros, con lo que ello significa de valentía, entusiasmo, coraje y creatividad y también en Dios que está presente en el mundo y en todo ser humano y que puede, en cualquier momento, invitar a su amistad. Nuestra mediación es necesaria pero, a la postre el reinado de Dios (a Dios gracias) no está en nuestras manos.