Sólo es digno de la vida aquel que parte todos los días al combate por ella
(Goethe)
En la sociedad y en la cultura actual ha ido creciendo progresivamente la sensibilidad por los derechos humanos. En torno a ellos se concentra la experiencia ética de la humanidad, de manera que hablar de moral es hablar de derechos humanos. Son, ciertamente, categorías jurídicas, pero no agotan su significado en el ámbito jurídico; son también instancias éticas que expresan valores fundamentales: el valor de la persona humana y de su dignidad, el reconocimiento de su autonomía, el valor de la libertad, de la justicia, del bien común, etc.
Si tenemos delante el elenco de los derechos fundamentales, consagrado jurídicamente por la formulación de las Naciones Unidas, quizás el derecho a la vida haya sido el menos rebatido. La cultura occidental tradicional ha considerado siempre que la conservación de la vida es una obligación moral irrenunciable, inscrita tanto en la ley divina (quinto mandamiento) como en la ley natural. Pero los planteamientos de la ética tradicional, asentada en el orden de la naturaleza, sufren un cambio muy brusco desde los comienzos del mundo moderno. Desde la Ilustración se empieza a pensar que el derecho a la vida y el valor de la vida humana no son incompatibles con un cierto derecho a la disponibilidad de la misma, y que, por lo tanto, podría justificarse un derecho a morir.
No parece que corran buenos tiempos para la vida. Existe una ampulosa retórica que proclama que todos tienen derecho a la vida, pero que no aclara, ni siquiera, quienes son todos. De manera que no se duda en hacer coexistir el proclamado derecho a la vida con un conjunto de acciones y decisiones que suponen una flagrante agresión contra ella. En esta perspectiva se sitúa la reflexión que ofrecemos en este número de Misión Joven en la convicción de que, frente a tantas actitudes anti-vida presentes en la cultura actual, el servicio educativo-pastoral tiene que comprometerse en la defensa de la vida y en promover una auténtica civilización de la vida.
La vida humana se ha visto siempre rodeada de peligros, amenazada por la violencia y la muerte. Hoy no sólo no disminuyen estas amenazas, sino que adquieren dimensiones alarmantes. Desde sus fases iniciales hasta los momentos terminales, sufre la vida humana el incomprensible acoso de los mismos seres humanos. Ante este oscurecimiento actual de su valor, es necesario y urgente defender el respeto inviolable y sagrado de la vida humana, superando la ambigüedad, el reduccionismo o cualquier tipo de discriminación. Pero la defensa de la vida postula también asumir la responsabilidad de vivir, es decir, de cuidar, amar, desarrollar todas las posibilidades, conducirlas a su plenitud, a su auténtica calidad humana.
Para defender y cuidar la vida, hay que educar en el valor de la vida. Nos lo recordaba Juan Pablo II: “Para ser verdaderamente un pueblo al servicio de la vida debemos, con constancia y valentía, proponer estos contenidos desde el primer anuncio del evangelio y, posteriormente, en la catequesis y en las diversas formas de predicación, en el diálogo personal y en cada actividad educativa”. En esta tarea estamos especialmente comprometidos los agentes de pastoral juvenil. Cuantos trabajamos en la educación de los jóvenes hemos de ser capaces de poner de relieve las razones que fundamentan y sostienen el respeto de cada vida humana.
El anuncio del evangelio de la vida a los jóvenes encuentra hoy un ámbito privilegiado en la capacidad educativa para ofrecer razones para luchar, sufrir, vivir y esperar. Quizás nunca como hoy advierten los jóvenes la soledad y el vacío frente a un mundo que exalta modelos seductores que no realizan ni logran dar sentido a la vida. Muchos viven situaciones sociales y económicas de exclusión o graves fragilidades personales en un mundo cada vez más duro. Otros, aún cuando puedan llevar una vida fácil, sufren una penuria humana y espiritual muy grande. Y es precisamente aquí, donde emerge la vida de los jóvenes, donde tiene que resonar como buena noticia, el evangelio del Dios amigo de la vida (Sab 11,26). Educamos en la fe, anunciando el evangelio de Jesús de Nazaret, su muerte y resurrección, como horizonte de sentido, fuente de vida y salvación para todos, especialmente para los adolescentes y jóvenes que se devanan entre las redes del vacío y de la muerte.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org