Prevenir es vivir

1 noviembre 2007

He sentido el rozar de unos pies a mi lado,

Tenía la frente perdida en las nubes más altas.

“Hermosa tierra”, me ha dicho. Y ha vuelto el misterio.

(José Hierro)

 
Prevenir es vivir era el lema de la campaña lanzada hace algunos años por Cruz Roja ante los meses de verano. En un pequeño folleto explicaba cuanto podía interesar al usuario para prevenir todos los riesgos veraniegos. Dicen los entendidos que, para vivir mejor, hay que prevenir. Y ciertamente se pueden prevenir los accidentes de tráfico o laborales, las enfermedades, la gripe, los ataques de corazón, las arrugas… ¿Es posible prevenir también la conducta humana?
 
Nos asomamos en este número de Misión Joven a las conductas de riesgo; pero simplemente desde esta perspectiva. El objetivo concreto es la reflexión educativa en torno a la prevención de las conductas de riesgo entre los jóvenes. Se trata de un tema que preocupa especialmente a padres y educadores y que debe preocupar también en la acción pastoral. Si es cierto que conductas de riesgo ha habido siempre, no lo es menos que hoy se adelantan y golpean con mayor fuerza y virulencia a adolescentes y preadolescentes. Muy pronto se siente provocada su vida por los espasmos del riesgo.
 
La convicción de fondo de la reflexión que ofrecemos es cabalmente ésta: para vivir, para madurar, para crecer humanamente, es necesario prevenir; prevención y educación no pueden separarse.
 
La idea de la prevención se afirmó y extendió a lo largo del siglo XIX en amplios sectores de la cultura y en la vida cotidiana. Se hizo presente en las opciones políticas, en las iniciativas escolares, en la medicina, en la búsqueda de respuestas para la pobreza y la mendicidad. Pero, de manera especial, la idea arraigó en el campo social y en el ámbito educativo.
 
Quizás, en un primer momento, el concepto de prevención tenía una significación marcadamente defensiva: prevenir de los peligros, de la insidias, del vicio. Pero nunca se redujo a esa dimensión, y muy pronto alcanza un significado más rico y positivo. La educación preventiva es, principalmente, la educación en buenos hábitos, en valores y competencias, es acompañamiento y seguimiento personalizado; y está arraigada en la confianza en la persona, en el diálogo, en el robustecimiento de la libertad, en los valores éticos, en la formación de la conciencia moral.
 
Por eso, como subraya José Joaquín Gómez Palacios, la educación preventiva requiere y postula un aspecto, quizás escaso en nuestros días, pero absolutamente necesario: la cercanía personal. Muchos de los factores de riesgo, especialmente esos “riesgos menores” que rodean la vida cotidiana de los pre y adolescentes pueden ser detectados y remediados a través del seguimiento sereno de los procesos educativos, del diálogo, del tiempo compartido desde la cordialidad incondicional. A veces preocupan educativamente sólo los grandes riesgos, los riesgos con mayúscula (droga, alcohol, delincuencia, etc.). Pero existen, sin duda, otros muchos riesgos menores: son los “otros riesgos” (Álvaro Ginel), presentes incluso en los modos de educar en la familia, en el comportamiento y actitudes de los propios padres y educadores. Es verdad que, a veces, muchos comportamientos de jóvenes y adultos tienen su origen en conductas familiares vividas de modo habitual sobre las que nunca se reflexiona o que incluso se las da por buenas.
 
Recientemente se extiende entre los pedagogos, educadores, trabajadores sociales e incluso profesionales de la medicina el concepto de resiliencia. Se quiere expresar con él la cualidad que tienen algunas personas para resistir a los golpes de la vida, a los traumas, a los malos momentos que todos tenemos, de manera que a dichas personas no las deforman, no les dejan una huella para toda la vida. Sería como lo contrario de la fragilidad. Julio Yague, desde esta misma perspectiva de educación preventiva, ahonda en el concepto y señala los caminos educativos para encontrarla.
 
La educación, hoy más que nunca, pide el roce de una presencia amiga, la cercanía, unos pies que caminen al lado y unas manos que acompañen; y pide también que esta presencia señale las nubes más altas, los más nobles ideales, los verdaderos valores humanos; que sea testigo y que grite de corazón, que la tierra y la vida y el futuro son hermosos, dignos de vivirlos con pasión. Sólo así, la educación abre al misterio.

EUGENIO ALBURQUERQUE

directormj@misionjoven.org