Álvaro Ginel, Director de la revista CATEQUISTAS
Estamos en un momento en el que es fácil ver cada fin de semana escenas de niños y niñas vestidos de primera comunión. Este acontecimiento en la vida de las comunidades cristianas suele ser ocasión de no pocos interrogantes. Los que hoy hacen la primera comunión, ¿hacen también la última comunión? ¿En qué acaban los esfuerzos de muchos catequistas tras uno, dos o tres años de catequesis si después de la primera comunión no sigue nada más, es decir, sigue el alejamiento de la comunidad cristiana en porcentajes muy altos? ¿Estamos haciendo las cosas bien cuando tenemos estos resultados finales? ¿Es buena una catequesis que se centra en los niños y niñas y no llega a los adultos? ¿Qué sentido tiene que los niños comulguen si ven que los adultos “pasan” de “esas cosas”? ¿No estamos transmitiendo una imagen tácita de que el cristianismo es “cosas de niños y no de adultos”? ¿Y qué decir del despliegue económico que supone una comunión, justamente para celebrar que comulgamos íntimamente con el Señor Resucitado que se entregó por nosotros? ¿Podemos dejar tranquilamente que convivan a su aire la contradicción entre lo que religiosamente celebramos y la celebración que después organizamos? Pero, ¿son las cosas así de simples? Las preguntas se pueden multiplicar, y los malestares se pueden explicitar. El hecho está ahí y no es indiferente ni simple.
- ¿Dónde está el problema?
Mi sensación es que los que nos hacemos estas preguntas intuimos que “en la primera comunión hay más cosas de las que parece”. Es normal, porque en los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía se concentran las realidades esenciales de la vida cristiana. Las formas, lo externo de la celebración sacramental refleja realidades profundas e importantes de la fe. Cómo vivimos como creyentes los sacramentos se refleja en la forma externa de celebrarlos. No me refiero a lo que es la celebración litúrgica que ya nos viene dado por los rituales, sino a lo que acompaña a la celebración litúrgica. Cuanto menos profundidad de vivencia de fe hay, más importancia se da a las formas. Teólogos como González Faus (El mes de los sacrilegios, “Noticias Obreras” 1095(1993)38-40) y José Mª Castillo (Eucaristía y primera comunión, “Catequética”, vol. 46-3(2005)130-142) han sentido la necesidad de escribir sobre este tema. Me remito también a lo que modestamente he escrito sobre este tema en la revista CATEQUISTAS (Cfr. 93(1996), suplemento Carta abierta sobre las primeras comuniones. 169(2006)28-33, Dossier ¿Catequesis de primera comunión?
Por sintetizar el problema: La iniciación cristiana es un proceso por el cual un individuo es agregado como miembro a la comunidad a través de unos ritos. La comunidad cristiana tiene “un proceso de iniciación cristiana” que se realiza “oficialmente” a través de la catequesis. El problema es que añadimos a la palabra catequesis, de ordinario, un sacramento (catequesis de bautismo, de primera comunión, de confirmación) y eso mata todo. Sin querer, la meta está en el sacramento recibido o celebrado y no en la confesión de la fe. Después de los ritos o de celebrado el sacramento, en la practica habitual, se acaba todo para muchos catequizandos. Se realizan los ritos pero no se realiza la iniciación-agregación a la comunidad cristiana de manera viva y activa. Lo que se observa mayoritariamente tras las primeras comuniones o la confirmación es un distanciamiento o perdida de sentido de estar agregado a una comunidad cristiana.
A mi juicio, lo que de verdad está en interrogación no es la forma como hacemos las cosas, sino qué significa ser creyente. La manera que tenemos de ser creyentes es la manera en que celebramos la Eucaristía y las primeras comuniones y la Confirmación. Ser creyentes no es cuestión de formas externas.
Los verdaderos cambios en las primeras comuniones no pueden venir por imperativos externos. Te harán la comunión vestidos “de calle” por imperativo legal, pero en el coche, nada más salir de la iglesia, vestirán al hijo o a la hija “como ellos quieran”; y fuera del templo “montarán la gran fiesta” de acuerdo con sus posibilidades económicas y posición social. Así de sencillas son las cosas… “Tragan” oír al cura, al catequista, a la monja, que se trata de “una fiesta sencilla”. Pero al final harán lo que quieran.
- ¿Merece la pena las primeras comuniones?
Esto es lo que interroga a muchos agentes de pastoral. ¿Merece la pena seguir manteniendo las primeras comuniones? ¿No es más fiesta social que religiosa? Algunos propagan la idea de crear “fiestas civiles”: la fiesta del nacimiento, la fiesta de los niños, la fiesta de la adolescencia que sustituyan a la celebración de los sacramentos del Bautismo, Eucaristía y Confirmación. Sería una salida para no profanar las cosas sagradas. Una salida para los que “usan” a la Iglesia y sus sacramentos para hacer una fiesta porque “fuera de la Iglesia” no hay entre nosotros costumbre y tradición de fiestas que celebren las etapas de la vida. Los que de verdad se sientan creyentes tendrán siempre la oportunidad de la celebración religiosa.
Hoy estamos desbordados, y creo que hay que reconocer abiertamente que la mayoría de los esfuerzos pastorales hechos para cambiar el despliegue de derroche de las primeras comuniones dan poco fruto. Un elevado tanto por ciento de los que se “agarran” a mantener la primera comunión “como siempre” son los que menos vivencia cristiana tienen, los que no han acompañado a los hijos en el proceso de preparación, los que una vez que se enteraron de la fecha y hora de la comunión, lo demás no les importó. Además, “exigen” sus derechos de ejercicio de un cristianismo que sólo practican en momentos puntuales de la vida. La religión para ellos no es seguimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo, con lo que implica de adhesión a la persona de Jesús, que, como cualquier adhesión humana, demanda relación y trato continuo. La religión, para ellos, es y se acaba en saber cuatro cosas justas de Dios, a veces no muy claras, y decir que creen y que “se las entienden a solas con Dios” y “pedir” (¡o exigir!) las celebraciones que “les interesan”.
Dentro de la comunidad cristiana misma hay maneras de entender las primeras comuniones que van desde “eso es una coladera” (cada uno que haga lo que quiera) a “un cierto rigor elitista” (determinar días, modos, personas que la hacen…). A todos les asiste “algo” de razón para defender su postura. No faltan las voces de quienes echan de menos unas normas exigentes, claras y precisas que vengan “de arriba” para saber a qué atenerse en las parroquias y comunidades cristianas. Otros prefieren que no existan normas porque así hay “más libertad”.
No preveo un cambio rápido de esta situación. El cristianismo sociológico, es decir, aquel que se practica “cuando interesa”, está muy arraigado. La gente sabe muy bien que la “ceremonia” dura como mucho una hora, el resto del día se lo gestionan ellos a su gusto. Y es imposible entender, en la vorágine de la sociedad del consumo y de las ofertas del mercado, las razones de los que proponen sencillez, suprimir vestidos, restaurantes, invitaciones… Todo esto es posible desde un modo de vivencia del cristianismo con sinceridad y austeridad. Si no se vive, no se entiende. Así de sencillo. Para esas personas los argumentos que cuentan de verdad son: “es la ocasión para juntarnos los de la familia”, “una fiesta hoy es así, sino no es fiesta”, “no vas a invitar sólo a los creyentes de la familia, sería un verdadero problema familiar”, “un día es un día”, “es lo que se lleva”, “el traje no es lo importante”, “no vamos a ser menos que…”, etc.
- ¿Qué hacer?
– Dar pasos hacia una catequesis de primera comunión que implique más a los adultos. La catequesis de primera comunión es sobre todo catequesis de adultos en la que participan los niños, no a la inversa.
– Proponer unas normas mínimas de coherencia externa que lleven a interrogar por el significado de la primera comunión. Creo que hay que replantear, y cuanto antes, suprimir “las tandas de primeras comuniones” en las comunidades cristianas. Una vez preparados los padres y los niños, que comulguen el día que quieran, en la misa que quieran y sin sitios reservados ni “misa de primeras comuniones”.
- ¿Cómo será la primera comunión del futuro de la comunidad cristiana?
No lo sé. Sí que tengo sueños.
. Sueño que lo que hoy llamamos “primera comunión” (nombre que espero llegaremos a olvidar pronto) será unafiesta de la comunidad cristiana y no sólo de la familia del que hace la comunión. Sueño que será una celebración no de niños sino de personas de toda edad (adultos, jóvenes o niños…).
. Sueño que será una celebración, para muchos, muy ligada a otros sacramentos (Bautismo y Confirmación) que son los sacramentos de la Iniciación cristiana. No entiendo que hoy algunos se bauticen una semana antes de la primera comunión, casi a escondidas porque no lo hicieron “de pequeños”, y el domingo siguiente “monten” el gran lío con la “primera comunión”. Y sueño que la forma de la primera comunión no vendrá de lo que nos digan desde fuera (la industria de hostelería, de fotografía o de moda de vestir…), sino desde lo que la comunidad cristiana, a la escucha de la Palabra, descubra que tiene que hacer.
- ¿Mientras tanto?
Vivimos tiempos de sementera, de caminar hacia lo que será… En la medida de lo posible, cada comunidad cristiana está invitada a iniciar el camino. Una cosa destaco como muy importante: tener muy claro que la participación por primera vez en el sacramento de la Eucaristía sea una realidad no infantil, sino que involucre a los adultos (comenzando por la familia). Las medidas “restrictivas” son impopulares, pero tienen que llevar a hacer pensar que la primera comunión o la Confirmación no son ocasiones para entrar en la sociedad de consumo, sino para sentirse más parte de una comunidad cristiana cuyos valores no coinciden con los del mercado.