Procesos de «educación en la fe», «Convivencias» y Ejercicios Espirituales con jóvenes

1 julio 1997

Ángel Téllez es profesor de Didáctica de la Reli­gión en la «Facultad de Educación» de la Universi­dad de Valladolid.
 

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Tanto las «convivencias» como los Ejercicios Espirituales con jóvenes, a veces, no es­tán colocados dentro de un verdadero proceso de educación en la fe; las primeras, inclu­so, no están exentas del peligro de reducirse a «simples juegos de convivencia». El autor subraya la importancia del «camino educativo» en el que deben situarse estos «momentos de experiencias intensas». Lo hace considerando algunas condiciones esenciales para que las «convivencias cristianas con jóvenes» constituyan un «tiempo fuerte» en el proceso de educación en la fe: los presupuestos previos del acompañamiento y ,la continuidad, el «equipo animador», los destinatarios y el contenido. Al hilo de las reflexiones sobre estos temas, van apareciendo no pocos interrogantes que culminan en el que cierra el artículo: ¿el contexto ambiental y familiar, la situación de los jóvenes -particularmente, la escasez de referencias cristianas básicas-, etc., no estarán exigiéndonos un drástico replantea­miento de las «convivencias»…?
 
 
 
Inicio este artículo confesando que no me resulta fácil hablar sobre las convivencias o ejercicios espirituales con jóvenes después de haber animado o dirigido a bastantes gru­pos durante doce años. Y no me resulta fácil porque no quisiera caer en denuncias, idealis­mos, tópicos… que pueden conducir al desá­nimo. Nada más lejos de mi intención.
Tan sólo quisiera ser «sanamente realista» y ayudar a quienes hoy día realizan con entusias­mo estas tareas, a partir de mi reflexión surgida de experiencias hechas anteriormente. Así pues, desde un cierto distanciamiento que me hace ver las cosas desapasionadamente, me pro­pongo presentar algunas claves para entender las convivencias y ejercicios espirituales dentro de un proceso de educación de/en la fe. Con­cluiré, en fin, suscitando un interrogante final sobre el planteamiento de las convivencias.
 

  1. El nombre

Tuve la oportunidad de vivir los últimos tiempos de los llamados «ejercicios espirituales con jóvenes», casi siempre planteados desde la plataforma escolar. Ya en la década de los se­tenta se empezó a proponer otro tipo de accio­nes que sustituían a los ejercicios y que, entre otras cosas, resultaban difíciles de realizar. Se trataba de las llamadas «convivencias cristia­nas». Su planteamiento y su dinámica eran dife­rentes a los de los Ejercicios Espirituales. Estos tenían una metodología más expositivo-discur­siva y pretendían ser «momentos de reflexión».
 
Las convivencias, por su parte, estaban plan­teadas con una dinámica más activa y partici­pativa, mediante técnicas de dinámica de gru­pos. A los destinatarios y destinatarias les re­sultaban más gratificantes que los ejercicios espirituales, pero los animadores inicialmente tenían una cierta dificultad para realizar la ta­rea, de forma que algunos abandonaron ese campo de trabajo tras el cambio de nombre y planteamiento apuntados. La dinámica de las convivencias no siempre ha sido realizada convenientemente y eso contribuyó a que las técnicas resultaran, a veces, juegos que pro­piciaban poco o nada la reflexión.
 
Tanto en el caso de los ejercicios espirituales como de las convivencias, muchas veces los planteamientos no suponían un auténtico pro­ceso de educación en la fe, al no estar asumido como tal en el colegio. Eran, más bien, actos aislados que se consideraban obligatorios en los colegios privados de religiosos y religiosas o afines. Otro detalle importante del cambio de nombre hemos de concretarlo en quienes eran invitados a hacer la convivencia sin estar suficientemente aclarados; solían manifestar que ellos habían ido a «convivir», con lo cual re­legaban a un segundo término otros elementos de reflexión y profundización en clave religiosa.
 
2. Las «convivencias» y «ejercicios espirituales» como «momentos fuertes» del proceso de educación en la fe.
Entiendo que tanto las convivencias co­mo los ejercicios espirituales (aunque en ade­lante me refiera sólo a las primeras) se han de plantear a partir de una pastoral escolar am­plia, en la que representan uno de sus mo­mentos fuertes. Así podremos relacionarlas con el proceso de pedagogía de la fe. De lo contrario resultan «momentos aislados» que pueden ser gratificantes, pero poco significa­tivos para el desarrollo y crecimiento de los jó­venes en la dirección hacia una fe madura.
Tal planteamiento inicial exige un proceso di­námico en duración e intensidad y que asuma toda la realidad personal de los educandos. Es decir, se precisa un tiempo y una intensidad acorde con la edad y con la finalidad de las convivencias. Los expertos hablan de un míni­mo de cuatro días. La duración puede ser dis­cutible según los planteamientos que se ten­gan. En cualquier caso, no pensamos en las convivencias o encuentros de fin de semana que hace un grupo de confirmación o similar. Se trata de algo más prolongado en el tiempo.
 
Otras claves, que se derivan de lo anterior, es­tarían representadas por los siguientes núcleos de atención de los que nos ocupamos seguida­mente: el animador de las convivencias, los destinatarios, cómo y cuándo realizarlas, la con­tinuidad y el acompañamiento, los contenidos de las convivencias.
 

  1. La continuidad y el acompañamiento: presupuestos previos.

Si ha existido un antes, en el que se han preparado y motivado suficientemente las con­vivencias, lo más importante entonces es el después: un tiempo de acompañamiento por parte de algún animador de la casa (parroquia, colegio, centro juvenil, movimiento…) en el que se trata de seguir y «estar junto a» quienes han trabajado durante los días previos, esto es, du­rante las convivencias o días fuertes; a través del diálogo personal o el trabajo en grupo se tratará, en primer lugar, de comprobar el grado de incidencia que han tenido las convivencias y su aplicación a la vida diaria del joven. Esta cla­ve exige que quienes hagan las convivencias vayan no sólo libremente sino suficientemente motivados y conscientes del trabajo que se va a realizar: sabiendo claramente a lo que van y cómo van a trabajar; conociendo con claridad lo que se pretende, los contenidos a trabajar, la metodología de trabajo, la dinámica y el con­texto en el que se van a realizar las conviven­cias. Ciertos problemas se solucionan cuando se tiene claro el planteamiento y finalidad de los «encuentros educativo-pastorales».

4. Cuándo y cómo hacer las «convivencias».

Las convivencias, tal y como las plantea­mos en este artículo, sin pretender excluir otras perspectivas, están muy centradas y referidas al ambiente escolar, sea éste anterior o poste­rior a los estudios superiores. En ambos casos conllevan, para quienes las han de realizar, una fuerte dosis de libertad. No obstante se han de elegir siempre los días más apropiados.
En el caso del período de la enseñanza secun­daria (bachillerato, últimos cursos de FP) pienso que es bueno «no dar todo hecho». Es decir, que el colegio no ceda sin más tres días de clase pa­ra convivencias, sino que los jóvenes sean capa­ces de coger parte de «su tiempo» extraescolar (viernes tarde, sábado o domingo) y, unido a otro escolar, consigamos unos días aptos para el tra­bajo prolongado y reposado. Mi experiencia en este sentido ha sido positiva. Siempre me han re­sultado muy bien aquellas convivencias que, jun­to al miércoles o jueves, incluían el fin de sema­na. Hacer las convivencias lleva consigo renun­ciar o posponer otras cosas. De esta manera también se aclaran y superaran ciertas motiva­ciones que encierran una dosis considerable de ambigüedad a la hora de hacer las convivencias.
 
Ya nos hemos referido a la dinámica activa y participativa de las convivencias. No es la única forma de plantearlas; pueden existir otros plan­teamientos en cuanto a la dinámica. Lo impor­tante: que lo que se hace se haga bien (técni­cas, charlas, ejercicios de dinámica de grupos, etc.) y se fomente la reflexión del joven, ayu­dándole a enfrentarse con su propia vida a la luz del evangelio, de forma que el proceso de las convivencias le ayude a retomar la vida con mayor seriedad, le proporcione pautas para la conversión y un compromiso mayor en la so­ciedad y en el mundo en el que vive.
 

  1. El animador de las «convivencias»

No resulta fácil encontrar «animadores de convivencias con jóvenes». Más aún, si algu­nos animadores ponen condiciones que no entienden las mismas personas que están so­licitando su presencia.
A veces se dice que es mejor una persona que venga «de fuera», porque los «de dentro» ya están muy oídos. No siempre vale esta teo­ría, sino que muchas veces es bueno que sea uno de los cercanos el que dirija o anime las convivencias para garantizar la continuidad.
Sea una u otra alternativa, siempre se ha de asegurar que no se dificulte un proceso, que pi­de un antes y un después. Si el animador es «de fuera», se ha de asegurar que alguien «de den­tro» acompañe al grupo de jóvenes durante el proceso de las convivencias. Alguien que pos­teriormente va a seguir en contacto y realizando el acompañamiento. No un simple supervisor o supervisora del orden. La institución educativa o pastoral ha de poner los medios adecuados pa­ra que se logre el fin que se pretende.
Con estos planteamientos, podemos hablar de grupo de animadores: compuesto, al me­nos, por el responsable último y por un miem­bro de la casa (parroquia, colegio, centro juve­nil, etc.) que posteriormente va a realizar el tra­bajo de seguimiento; el tercer miembro del grupo de animadores puede ser un o una jo­ven que haya realizado ya la experiencia de las convivencias. Respecto a este último, su ejemplo y testimonio, a la vez que su labor de mediación entre los adultos y los jóvenes pue­de ser muy positiva y enriquecedora. Si este grupo quiere funcionar como «grupo de ani­madores» ha de poner en juego una serie de elementos en los que aquí no entro 1.
Para cerrar este tema, tan sólo quiero señalar una serie de características mínimas que ha de tener el animador responsable último de las convivencias. Si lo que se hace es una expe­riencia de búsqueda «humano-cristiana» desde la dinámica apuntada al principio, es preciso que el animador sea un adulto (o joven maduro) creyente, preparado, con experiencia de grupo y relaciones humanas, con suficiente flexibilidad y libertad interior, atento siempre a lo que va su­cediendo y dispuesto a revisarse a lo largo del proceso de realización de las convivencias.
 

  1. Los destinatarios de las «convivencias»

No he hablado, hasta ahora, de los niveles de maduración humana y religiosa de quienes piden hacer convivencias. Creo que somos cons­cientes que «hay grupos y grupos» e, incluso dentro de un mismo grupo, las situaciones son diversas. Por otra parte, no es lo mismo una convivencia para un grupo que las hace por pri­mera vez, que para aquel grupo cuya experien­cia ya ha pasado por otras anteriores 2.
Si tenemos esto presente, de una forma ge­neral y en un primer momento, podemos apun­tar algunas actitudes básicas que se deberían exigir a quienes van a realizar las convivencias (sin prejuicio de ulteriores especificaciones cuando se trata de jóvenes que ya han partici­pado en experiencias anteriores):
 
– Ir libremente y suficientemente motivados.
– Estar abiertos ante la experiencia o en acti­tud de búsqueda. Tener inquietud.
– Capacidad de reflexión (interiorización, ora­ción, silencio).
– No poner obstáculos al trabajo en grupo. Sentido de grupo.
– Saber claramente a qué se va.
 

  1. El contenido de las «convivencias»

Si orientamos las convivencias como un «proceso de educación en la fe» desde la perspectiva humano-cristiana (conforme a la experiencia personal que sostiene estas refle­xiones), en las convivencias no pueden faltar ciertos temas y experiencias que ayuden a lo­grar los objetivos. En este sentido, pienso que en el planteamiento y desarrollo de las convi­vencias han de estar muy presentes algunos centros de referencia fundamentales: la histo­ria personal de quien las hace; Jesucristo, el Señor; la historia y el mundo en el que se vive; el compromiso de la solidaridad y servicio.
Uno de los esquemas de trabajo -que a mí me parece válido que, en parte, he seguido durante años-, procede de la adaptación del esquema y desarrollo publicado por Manuel Plaza en su libro sobre «Ejercicios Espirituales y Pedagogía de la fe con Jóvenes» 3. Para otros niveles de mayor edad y madurez, sugeriría un esquema inspirado en José A. García-Monge, más cercano al planteamiento de los Ejerci­cios Espirituales para jóvenes (Quién soy yo y, desde Cristo, quién tengo que ser). El esque­ma en cuestión es el siguiente:
– Tarde de la llegada y día primero

  • Objetivo: Tomar conciencia de quién soy yo.
  • Ejercicios

– «Aquí y ahora» (motivar la venida a los ejercicios espirituales).
– «El hombre» (descubrir qué hombre soy).
– «La casa» (retomar la historia de mi yo).
– «La línea de la vida» (dónde y cómo me encuentro ahora).
– «La palabra Dios» (quién es Dios para mí).
– Charla: la vocación cristiana como servi­cio (texto: Lavatorio de los pies).

  • Tribuna abierta(aclaraciones), evaluación del día, oración.

 
– Día segundo

  • Objetivo: Reflexionar y descubrir por dón­de anda mi vida; quién soy a la luz del pe­cado; a qué estoy llamado.
  • Ejercicios:Oración.

– Trabajo personal (reflexión durante 30 min.) y reflexión en pequeños grupos, se­guidos de asamblea, sobre «la vida» (qué aspectos mueven mi vida, por qué quie­ro seguir viviendo, para qué, etc.).
– Charla: El pecado que somos. Reflexión personal.
– Expresión corporal a partir de Jn 15, 1-9­. Coloquio.
– Charla: La Buena Nueva de la conversión. – Reflexión personal, seguida de reunión en pequeño grupo y asamblea.
– Catequesis-celebración del Sacramento de la Reconciliación.
– Día tercero

  • Objetivo: Aportar datos para favorecer la elección.
  • Ejercicios:

– Mis objetivos vitales (que buscamos a través de una elección).
– Los objetivos de Jesús (dinámica: trabajo personal, pequeño grupo…).
– Análisis de casos (entrenamiento para el discernimiento: ver hacia dónde nos incli­namos en nuestra elección. Dinámica: gru­po grande, personalmente, pequeño gru­po, personalmente).
– Charla: Vocación cristiana y compromiso (Esquema: la llamada, las tentaciones, las opciones y consecuencias. Dinámica: Grupo grande, reflexión personal).

  • Celebración final:

Ejercicio sobre la «dinámica del cambio» y celebración (Sensibilizarse para el cambio, buscar motivaciones que convenzan para la conversión. Niveles: Fe, pensamiento, sen­timiento, acción. Dinámica: Reflexión perso­nal, pequeño grupo, grupo grande).
 

  1. ¿Es necesario replantear hoy las «convivencias»?

El contexto ambiental y familiar, junto a la situación de muchos jóvenes nos plantean en la actualidad algunos interrogantes y proble­mas básicos: ¿Valen las convivencias que ve­nimos haciendo? ¿No es preciso replantear hoy su orientación y enfoque?
Son muchos los jóvenes de hoy a los que co­mienzan a faltar las referencias religiosas bási­cas y las convivencias, tal como se vienen plan­teando, presuponen tales referencias. Este fac­tor -unido a otros como el déficit de valores, las crisis familiares que afectan negativamente a la educación de la fe de los hijos-, parece exigir un replanteamiento de las convivencias. ¿Por dónde debería ir el replanteamiento? Yo pienso que bien se podrían orientar, al menos en algu­nos casos, en torno al tema de la humanización y descubrimiento de la trascendencia.
 
Algunos planteamientos del pasado, cen­trados en lo específicamente cristiano y con una dosis fuerte de contenidos religiosos -que presuponen opciones claras de fe-, quedan alejados de muchos jóvenes. Sería más inte­resante, valga el símil de la agricultura, prepa­rar la tierra antes que sembrar en una tierra que está por roturar. Es preciso no dar más de lo que puedan llevar.
 
Habría que detectar el nivel religioso de quienes piden hacer convivencias y, sin elimi­nar del todo la opción de la experiencia hu­mano-cristiana, empezar a caminar por otros derroteros; por ejemplo: a través de reflexio­nes sobre la persona humana y sus dimensio­nes básicas, de valores humanos con una particular significatividad evangélica (solidari­dad, vida, libertad, justicia, paz, etc.), de ex­periencias humanas y apertura a la trascen­dencia, de «lo cristiano» y la donación de sen­tido, etc. Es decir, plantear unas convivencias no tanto como «educación de la fe», cuanto como «experiencias de educación para la fe» (apertura al misterio, personalización, etc.).
Nos referimos, en fin, a la puesta en acto de un concreto proceso de educación, entendido como humanización, que favorezca y poten­cie la realización integral de la persona huma­na, que tome en consideración la profundidad de lo humano. En ciertos grupos se puede y debe iniciar un progresivo acercamiento a la dimensión humanista del cristianismo (por ejemplo, desde la vivencia del amor en Jesús, la imagen de Dios al servicio del hombre y su afirmación, la encarnación como proceso que toma en consideración lo humano hasta las últimas consecuencias, la muerte como signo de amor a la persona humana, la resurrección y el don de la Vida por parte del Señor de la vi­da, la salvación cristiana y su aportación a la realización humana).
En esta perspectiva, la selección y trata­miento de los contenidos ha de favorecer que las convivencias sean un tiempo apto para clarificarse, profundizar y comprometerse al menos humanamente. Si a lo largo del proce­so, los jóvenes han estado dispuestos a en­frentarse con la propia vida, al final han de querer retocarla, reformularla y renovarla.
La traducción metodológica de esta alter­nativa está por hacer. Gran parte de los con­tenidos que subyacen a esta alternativa los he expuesto en mi libro4 sobre «El diálogo fe-cul­tura en la escuela».

Ángel Téllez

 
 
 
1 Los interesados pueden consultar, por ejemplo: M. PLAZA, Ejercicios Espirituales y Pedagogía de la fe con jóvenes, Sal Terrae 1978, 45-53.
 
2 Contamos ya con diversas publicaciones particu­larmente algunas de la Editorial CCS que presentan dis­tintos modelos y ejemplos de convivencias.
 
3 Cf. de dicho libro, particularmente, las pp. 139-187.
 
4 Cf. Á. TÉLLEZ, El diálogo fecultura en la escuela, Edit. CCS, Madrid 1994 (particularmente las pp. 15-22 y 69­-86). Con formas más esquemáticas he retomado la cuestión en: Á. TÉLLEZ-G. MORANTE, Religión y cultura, Edebé, Barcelona 1996,19-23.