Prolongar los deseos y liberar la mirada

1 septiembre 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]«A la gente le gusta sentir. Sea lo que sea»

VIRGINIA WOOLF

 
«El laberinto sentimental» y la «inteligencia emocional»
Vivimos en y desde los sentimientos. Nuestra primera relación con el mundo es afectiva. El omnipresente «laberinto sentimental»  (J.A. Marina) más que una moda -que también lo está siendo gracias á libros como el de D. GOLEMAN (Inteligencia emocional)-, es uno de los territorios clave de la vida, de las personas; un espacio, además, que se ensancha y alarga hasta invadir el resto de los ámbitos humanos. Nuestro contacto básico con la realidad, en fin, es sentimental: los sentimientos nos dicen lo fundamental sobre nosotros y sobre el mundo que vivimos; con los sentimientos percibimos lo interesante y cuanto de verdad nos afecta.
«Somos sentidos», es decir, los sentidos son nuestro modo de ser y estar en el
mundo. Sentir, por un lado, es percibir, experimentar y conmoverse; por otro, «el
sentir» se despliega como interpretación y comunicación. Por eso, la inteligencia
siempre está adjetivada, es una «inteligencia emocional». Y de ahí que, junto al clá­sico «saber», necesitemos una inteligencia que incluya habilidades como el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse.
 

Educación del sentimiento y de la voluntad

Aunque ya Aristóteles se refería a la paideia, sobre todo, como «educación del deseo»; hasta hace muy poco, la educación se volcaba en el «saber y pensar», sin tener demasiado en cuenta los sentimientos. Ha llegado el momento de hacer hincapié en la educación de los sentidos. El contexto sociocultural de «apoteosis y ma­nipulación de los deseos», si cabe, acentúa la importancia y urgencia de la educa­ción del sentimiento y de la voluntad.
La voluntad es la encargada de gestionar nuestros sentimientos. Para que los sen­timientos no nos desborden, para dominar los deseos sin que se envenenen las emociones (hasta incapacitarnos para desear)… necesitamos una «inteligencia valerosa» que no renuncie a una meta por causa de la dificultad que entrañe. La educación de la vo­luntad, pues, debe ser incluida en la educación de la inteligencia: educar, de entrada, para que cada sujeto sepa proponerse fines, motivarse a sí mismo y aguantar el esfuerzo.

Prolongar los deseos con proyectos

La inteligencia humana se caracteriza precisamente por su capacidad de prolongar los deseos con los proyectos. De este modo, dirige la acción dejándose «seducir desde lejos», ensanchando el campo de la motivación más allá de los estrechos límites de lo inmediato. Ahora bien, no hemos de olvidar que todos los proyectos, hasta los más espirituales, reci­ben su fuerza de algún deseo, que los deseos remiten a necesidades y están siempre deba­jo de los sentimientos.
Los proyectos señalan el horizonte de la educación. Sin ocuparse de los deseos y los sen­timientos se produce el achatamiento de cualquier relación educativa. Es más, puesto que los sentimientos afectan: decisivamente a la idea que el sujeto tiene de sí mismo, habrá que comenzar por ahí: ensanchándolos y alargándolos para que se conviertan en hábitos del corazón» que hagan crecer la vida afectiva e impidan su  pudrimiento.
 

Liberar la mirada

Cuanto llevamos dicho, permite identificar a los seres humanos como «mensajes sensoriales», cuyo desciframiento exige que la educación sea, en primer lugar, una «educación de los sentidos». Y en esta perspectiva, antes de nada, habrá que enseñar a mirar y aprender a ver. Por otro lado, incitados como estamos por una cultura con no pocos deseos bastardos, habrá que liberar esa nuestra «mirada cautiva»- acostumbrada a poner los ojos en el dinero, en el consumo, en la ostentación… que hacen invisible el rostro de las víctimas- para que sea capaz de atravesar                tanto la. realidad que «es mejor no ver» como cuanto está «más allá de lo que se ve» a simple vista.
Saber mirar y aprender a ver también es, en principio, una “cuestión de sentimientos” o, mejor dicho, una cuestión de entrañas. «Todo es según el dolor con que se mira» (M. Benedetti).
 
Misión Joven, en el número anterior, pensó el verano como tiempo para «educar la expe­riencia»; ahora quiere apostar por unas programaciones educativas que tengan muy pre­sente la «educación del sentimiento».
Cada nuevo curso debe ser una oportunidad única para zambullirnos en la corriente del re-cuerdo o para volver a pasar por el corazón la propia vida y la historia del hombre, des­pertando aquellos deseos de compasión y solidaridad que hacen humanos nuestros senti­mientos, comprometiéndonos con proyectos que impulsen la construcción de un mundo mejor para todos. ¡Feliz trabajo!
 

José Luis Moral

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