Proyecto personal y proyecto profesional del joven

1 mayo 1997

Clemente Lobato

Clemente Lobato es profesor de «Orientación en la Escuela Superior» en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad del País Vasco. 

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Vivimos dentro de una “cultura del proyecto”. El autor, una vez enmarcado y definido el concepto, identifica la noción de “proyecto personal” como “proyecto de vida” con el que las personas configuran la propia identidad. Sólo a partir de aquí tiene sentido hablar del “proyecto profesional”. El artículo concluye señalando “algunas pistas de actuación” para ayudar a los jóvenes a elaborar su proyecto personal y profesional.

  1. Introducción

En nuestra realidad social, política, econó­mica, educativa… se habla mucho de proyectos: proyectos de saciedad, proyecto político, pro­yecto urbanístico, proyecto educativo, proyecto de centro, proyecto profesional, etc. El termino proyecto parece florecer en todos los campos. Tanto en la esfera de lo público como en la de lo privado, el proyecto representa hoy la afirmación de un valor.

Nos encontramos en «la cultura de proyec­to» (Boutinet,1993). Un fenómeno cultural liga­do fundamentalmente a la individualización de las conductas y a la fragmentación del tiempo en las sociedades modernas.

En un mundo donde lo aleatorio y lo impre­visible se añaden a la complejidad para nublar la acción actual, sólo el enfoque de proyecto permite dar sentido a lo vivido, vinculándolo al futuro que prepara.

En una sociedad en la que los cambios se suceden vertiginosamente; el progreso científi­co y las innovaciones tecnológicas se imponen; la movilidad social y geográfica se establece; la interdependencia económica se mundializa; se vive una cada vez mayor mufidiversidad cultu­ral donde conviven valores muy distintos y, en consecuencia, se genera en la persona un de­safío ineludible: la necesidad urgente de pose­er una identidad fuerte y bien definida.

En esta aldea global, en la que se está trans­formando nuestro mundo, con escasas refe­rencias externas, es necesario crear personas con una sólida identidad personal, capaces de elaborarse un proyecto personal que les confi­gure y construya en el tiempo.

En la última década, desde la perspectiva de la orientación educativa y del asesoramien­to vocacional, el proyecto -personal y profe­sional- aparece como horizonte de la interven­ción orientadora y de su investigación y refle­xión teórica.

  1. La noción de proyecto

Según Boutinet (1993), el proyecto es una categoría fundamental del pensamiento en el siglo XX.

En la filosofía existencialista aparece este con­cepto como una noción central, sobre todo en la obra de Heidegger y de Sartre. En el primero, desde un enfoque metafísico, hace referencia a la posibilidad de la comprensión del ser, mien­tras que en el segundo se enmarca en una filo­sofía de la acción, en la que todos los proyectos particulares de un individuo se muestran como funciones de un proyecto fundamental: la ma­nera que elige de estar en el mundo.

Etimológicamente, el término proyecto viene del latín pro-iectus, proicere, que designa la ac­ción de lanzar hacia adelante. El proyecto remite primordialmente a la acción que alguien se pro­pone realizar. El futuro es esencial en el proyec­to, como brote hacia adelante de uno mismo.

La vida como tal es un inexorable estar lan­zado a vivir la propia existencia, como un te­ner que escoger ser lo que uno quiera llegar a ser. El ser humano es libertad limitada y con­dicionada, pero libertad de poder escoger y construir lo que quiera ser. La persona se mani­fiesta, pues, como un permanente tener que ir más allá de lo que es, más allá de donde se está. Por eso, el proyecto no es algo facultativo de unos cuantos privilegiados. El proyecto es constitutivo de todo ser humano: se proyecta siempre en un futuro de esperanza y de ine­xorable tarea de auto-elección.

El proyecto puede definirse, entonces, co­mo un poner en relación, de modo significati­vo, el pasado, el presente y el futuro, quedan­do privilegiada esta última dimensión (Gui­chard). Es decir, el ser humano puede conocer la representación de lo que es, aquí y ahora, como la de lo que se desea que ocurra.

Al mismo tiempo el proyecto apunta hacia un objeto pendiente de constituirse. Ahora bien, esa representación anticipadora está marcada por la configuración del presente que ella misma constituye y, en consecuencia, permite com­prender el proyecto como una elaboración cog­nitiva delpresente susceptible de evolucionar en el curso de su puesta en práctica. Tanto el pro­yecto como las representaciones que lo consti­tuyen evolucionan necesariamente en el trans­curso de la experiencia y del propio desarrollo.

Como escriben Pemartin et Legres, la ma­duración de proyectos es un proceso multivariado y de plurales dimensiones, entre las que destacamos:

– La voluntad de hacerse cargo de su deve­nir personal.

– Un conocimiento de sí más diversificado y más completo.

– Una perspectiva del mundo social más di­versificada y más objetiva.

– La posibilidad de acceder a una mejor com­prensión de las razones de sus elecciones.

– El conocimiento de los obstáculos o difi­cultades que pueden intervenir.

– La elaboración de estrategias que condu­cen a los objetivos pretendidos.

– La existencia de un proyecto de vida del que el proyecto profesional es un aspecto.

– La toma de conciencia de que ese pro­yecto no es más que un momento.

Ahora bien el concepto de proyecto perso­nal en el joven no es unívoco. Podemos defi­nir cuatro campos en el mismo:

  • En relación a su entorno inmediato y a la si­tuación de formación que vive en la institu­ción educativa, el proyecto personal del jo­ven se define como proyecto de aprender en una situación global de formación.
  • En relación a su entorno socio-educativo y a los itinerarios de formación a elegir, este pro­yecto personal es un proyecto de orientación.
  • En relación a su inserción en un empleo, el proyecto personal es un proyecto de inser­ción socio-profesional.
  • En relación a su situación existencial global, el proyecto personal es un proyecto de vida, es decir, de respuesta global a la significa­ción de la existencia.

Sólo una visión global de estas diversas di­mensiones permite respetar la naturaleza ver­dadera del proyecto personal del joven y no reducido a un solo aspecto dominante.

  1. El proyecto personal como proyecto de vida

La noción de proyecto personal no es, en primer lugar, un proyecto de una profesión concreta, sino un proyecto de vida. Se trata, para el adolescente o joven, de proyectarse en el futu­ro de una manera dinámica, con la convicción que su éxito está entre sus manos: confianza en la vida, pero también confianza en sí mismo, en su energía, su competencia y habilidad.

Ciertamente que el proyecto personal de un joven llega a ser el punto de partida y el cen­tro de gravedad de una dinámica psicosocial:

  • Su elaboración necesita una confrontación con realidades sociales. Esto supone una ca­pacidad de identificar contrariedades y una competencia para evaluar la probabilidad de realizarlo o no.
  • Su realización necesita dejar el presente por el futuro donde dominan las conductas de anti­cipación: el futuro no es algo que se sufre, sino que se provoca.
  • Su formulación precisa que el joven preten­da encontrar un sitio y una función en el en­torno, buscando, manteniendo y mostran­do su identidad.
  • La existencia de un proyecto traduce un pro­ceso de individuación que conduce al joven a dar y a reconocer un sentido a lo que hace.

En consecuencia, la emergencia y madura­ción del proyecto personal en sus diversos cam­pos suponen la movilización de competencias diversas tanto como de recursos personales propios.

El proyecto personal, desde un punto de vista antropológico, supone una persona que tiene el coraje de tomar la vida en sus manos, de sentir­se dueño de sí, es decir, querer ser fiel a sí mis­mo, tener la capacidad de vivir «de dentro a fue­ra», asumir la vida como vocación. El proyecto de vida es una invitación a retomar la vida en las pro­pias manos y a recubrir la grandeza de deci­dir sobre la propia existencia de modo autónomo, comprometido y, por ello mismo, plenificante. » El proyecto de vida es el polo magnético que iman­ta las distintas fuerzas, unifica los distintos com­ponentes de la persona, permite ser y sentirse uno mismo a través de las diversas opciones y si­tuaciones, y realizarse» (Sovemigo,1990).

Un proyecto que, en definitiva, expresa cuál es el valor central que estructura la propia existen­cia, que orienta y moviliza todas sus energías ha­cia una determinada forma d plenitud humana.

Todo proyecto de vida se articulará en fun­ción de tres fidelidades básicas:

  • La fidelidad a sí mismo, a lo que constituye la propia realidad, asumiendo sus limitacio­nes y sus posibilidades, sus ritmos de cre­cimiento, sus propias fronteras.
  • Fidelidad al valor o valores que dan coheren­cia, sentido y plenitud a la propia existencia.
  • Fidelidad a la situación histórica concreta, so­bre todo a las relaciones humanas que ahora mismo toca vivir.

En buena medida, el proyecto personal o de vida consistirá en discernir y posicionarse res­ponsablemente y con coherencia ante estos tres ejes del proyecto. Lo decisivo es la volun­tad y la capacidad de mirarse a sí mismo y al en­torno para dar nombre a sus luces y a sus som­bras y poder así configurar un horizonte que ilu­mine todo el valle de la existencia.

El proyecto personal se basa en un cuestio­namiento del sujeto ante lo que le importa. No puede eludir ni la cuestión del sentido de la existencia ni de la identidad, porque está esen­cialmente conectado a ellas. El proyecto per­sonal toca la totalidad del individuo. Aparece como una construcción progresiva que se en­raíza en el pasado, asume y transciende el presente para dar sentido a un futuro, y per­mite el desarrollo de la identidad del joven. El proyecto personal es el proyecto de realiza­ción social del yo, que va a permitir encontrar­se-crearse un lugar en la estructura social y desarrollar un estilo específico de vida.

La identidad, pues, se configura y se expli­cita a través de un proyecto personal que con­tinuamente se reconfigura a través de una permanente interacción.

  1. El proyecto como configuración de la propia identidad

La mayor parte de los trabajos teóricos y empíricos sobre la identidad en la adolescen­cia están basados en la teoría de E. H. Erik son. La adolescencia, para este autor, consti­tuye una moratoria psicosocial, un periodo de no compromiso definitivo en la existencia, que precede el acceso a una vida profesional. Ese periodo, en las sociedades actuales, se alarga cada vez más y se hace cada vez más marca­do y más consciente.

En esta fase, el joven debe lograr un senti­miento de identidad que Erikson describe como:

  • Un sentimiento de semejanza consigo mismo.
  • Un sentimiento consciente de tener una iden­tidad personal fundada en la percepción de ser la misma persona en el tiempo y en el es­pacio, y en la percepción de que los otros re­conocen dicha semejanza y continuidad. Es­te sentimiento de identidad es el sentimiento de que se es la misma y única persona a pe­sar de los cambios del tiempo y de las cir­cunstancias, que vive su pasado, presente y futuro como un todo coherente y que es reco­nocida y valorada como tal por las personas significativas.
  • Un sentimiento de identidad que se vive sim­plemente como una impresión de bienestar psicosocial que se constata en un:

– Sentimiento de estar bien en su cuerpo.

– Sentimiento de saber dónde se va.

– Certeza interior de ser reconocido por per­sonas significativas.

  • Un equilibrio entre la individualidad -ser una persona singular y única- y la relación -estar ligada a un contexto social y saber­se perteneciente a-.

Para Erikson, la crisis de identidad se termina cuando el adolescente se compromete en los mo­delos de roles adultos y en las posibilidades de conductas que le propone la sociedad. Llegar a tener relaciones nuevas y maduras con sus iguales de ambos sexos, adquirir una independencia afectiva de sus padres y del resto de los adultos, elegir una profesión y prepararse para ella, llegar a una independencia económica, prepararse para el matrimonio y la vida familiar, adquirir un conjun­to de valores y un sistema ético de conducta, son exigencias de las sociedades occidentales indus­triales. Los compromisos abarcan diversos cam­pos, por ejemplo la educación, la profesión, la religión, la política, las relaciones interpersonales y las re­laciones íntimas.

Pero el mundo postmoderno se caracteriza por una tendencia a la individualización, que pone fuertemente el acento en la independen­cia y la individualidad, marcando así la necesi­dad de una elección clara de una identidad personal.

Cuando los adolescentes se comprometen en estas dimensiones, han de tomar decisio­nes en cuanto a sus deseos, sus objetivos, su posición en la sociedad, y la dirección que ellos quieren dar a su vida, es decir, han de elabo­rar un proyecto personal.

Si no llegan a tales compromisos al final de la adolescencia, por la razón que sea, la crisis de identidad no se ha resuelto y se quedan en un estado de identidad difusa. La alienación de esta fase la define Erikson como la confusión de identidad. La mayor parte de las veces, la incapacidad de establecerse en una identidad profesional está en el origen de esa dificultad.

5. Del proyecto de vida al proyecto profesional

El conjunto del sistema educativo debe preparar a la persona para realizar su proyec­to de vida y, como parte importante del mis­mo, su proyecto profesional. Así debe enten­derse la orientación profesional como un pro­ceso cronológicamente posterior de solución a la pregunta: ¿qué quiero hacer con mi vida?

Tal cuestión resulta fundamental, cabe ini­ciar la elaboración de un proyecto profesio­nal, en coherencia con su proyecto personal, y desde el que el joven podrá elegir un sector profesional determinado, y quizá una profe­sión concreta, hacia la que vertebrará su iti­nerario formativo. La elección, además de ver­se condicionada por las necesidades y de­mandas del mercado laboral, deberá enfren­tarse a los estereotipos implantados en la so­ciedad.

Por este motivo es necesario enfrentarse a una concepción puramente economicista de la orientación profesional que no se preocupa del crecimiento personal y, menos todavía, de la felicidad del joven.

El problema radica en preparar a los adoles­centes y jóvenes, en el sistema educativo ac­tual, a elaborar su propio proyecto personal o de vida, que alumbre un proyecto profesional a desarrollar en su itinerario laboral. Un proyecto profesional no se identifica necesariamente con una profesión. Puede implicar diversas profe­siones que una misma persona puede desem­peñar a lo largo de su existencia en un mundo en permanente cambio, como el que nos ha tocado vivir. Pero todas ellas guardan una re­lación, en la que se plasma y se realiza el pro­yecto personal del joven.

Sólo así cabe «vivirse» a través de los cam­bios y acontecimientos, sólo así cabe «construirse» en y a través de distintas elecciones. La propia identidad se construye y se consoli­da a través del proyecto personal en sintonía con ese proyecto profesional ejercido en dis­tintas profesiones y ocupaciones.

  1. Algunas pistas de actuación

Pero, ¿cómo puede acceder el adoles­cente y el joven a elaborar y gestarse un pro­yecto personal y un proyecto profesional? Qué duda cabe que es necesaria una función de acompañamiento para dominar la compleji­dad en su conjunto.

El adolescente y el joven no pueden realizar­se a través de su proyecto si los adultos no aceptan tomarlo en cuenta. Si ser sujeto es po­der enunciarse en su proyecto, los rituales educativos pueden dar la ilusión de favorecer la asunción de lo individual en las lógicas institu­cionales. Esta ilusión se convierte en un riesgo cuando la institución educativa desea regular y ordenar lo imprevisible e improgramable.

Armonizar la intencionalidad y el deseo, fa­vorecer el desarrollo de un proyecto personal, es para la institución educativa, aceptar que un alumno es, ante todo, un adolescente o un jo­ven y aceptar que es propio de la identidad adolescente acceder a una identidad adulta. Armonizar los programas escolares con las exi­gencias de un proyecto personal es un desafío necesario y estimulante para la institución edu­cativa.

En consecuencia, es preciso crear un entor­no educativo que propicie el desarrollo de ac­titudes, es decir, un entorno que plantee cues­tiones, que ayude a explorar y a anticipar, que provoque reformulaciones, que anime a verifi­car, que favorezca la interacción y que dé per­manentemente unfeed-back positivo.

Ciertamente ha de existir un proceso diná­mico que realice el paso de una intencionali­dad (ser en proyecto) a una configuración (te­ner un proyecto). Y no olvidemos que todo pro­yecto, técnicamente hablando, es consciente, concreta la formulación de una intención, plantea un fin, prevé un cierto número de me­dios para alcanzarlo e integra un plan de evalua­ción y un proceso de regulación en su consecu­ción. Todo un reto para los educadores y educa­doras de hoy. Para toda la institución educati­va y para toda la sociedad.

BIBLIOGRAFÍA

  • ADAPT (1995), Les projets des jeunes. Une question d’identité, Press des Impdmeurs Réunis, Paris 1995.
  • J. P BouTNET (1993), Psychologie des con­duites á projet, Puf, Paris 1993.
  • Roes (1994), La projet. Un défi nécessaire face á una société sans projet, UHarmattan, Paris 1994.
  • J. SOVÉRNIGO (1990), Proyecto de vida, Ed. Atenas, Madrid 1990.

Clemente Lobato

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