Qué hacer con los jóvenes frente a la angustia de nuestro tiempo

1 noviembre 1999

Pie autor:
Jean-Pierre Bagot —catequeta, pedagogo y pastoralista francés— es autor, entre otros muchos escritos, de las «introducciones» a los diferentes libros de la Edición Pastoral de la «Biblia de Jerusalén».
 
Síntesis del artículo:
La narración —puesto que de narrar se trata en este artículo— brota de la imagen de un «encantador de serpientes» contemplada en una plaza Marrakech: uno de los animales más terribles para la mayoría de nosotros, aparece como un simple juguete en sus manos. Resuenan los tiempos mesiánicos: «el cordero y el león…, el niño hurgará en la hura del áspid». Pero no, nos pueden los miedos, la angustia. Hemos transformado nuestro mundo en un espacio particularmente peligroso para las generaciones más jóvenes; sus miedos y temores, en el fondo, remiten a los nuestros. Ya no les podemos decir, sin más, «si haces esto, seguro que…»; les mentiríamos. No queda más que confirmar con la vida aquella palabra que necesitan escuchar todos los adolescentes y jóvenes de hoy: «Me fío, me fío de ti. Ocurra lo que ocurra, sábete que cuentas conmigo».
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Un día cualquiera en la plaza de Dja el Fna de Marrakech. Los turistas se maravillan ante los encantadores de serpientes. No sólo las agarran con sus manos y hacen bailar a estos animales tan peligrosos al son de sus flautas, sino que se atreven a engullirlos dejando asomar solamente la cabeza, como desde un balcón, con la lengua fuera amenazando a la gente.
El animal más temible para la mayoría de los humanos aparece de pronto como un simple juguete entre sus manos.
 
 

  1. Miedo y cultura

 
Si la Biblia remite a los tiempos mesiánicos el momento en el cual «el lactante hurgará en la hura del áspid» y «el niño meterá la mano en el escondrijo de la víbora»; en la estampa comentada, vemos atónitos cómo ante nuestro ojos se realiza lo imposible.
Estos encantadores forman parte de una tribu de iniciados. Desde su más tierna infancia viven entre reptiles, los comprenden, se comunican con ellos. No temen: el universo más terrorífico les es familiar. Es una herencia cultural ligada a un grupo bien determinado. Y, en cualquier caso, les basta para anular el miedo natural a las serpientes.
 
Este aprendizaje de los encantadores de serpientes no suprime la realidad de que sean peligrosas —quien ignora su mundo termina siempre por aprenderlo a sus propias expensas—. Pero el miedo innato no es, realmente, más que un efecto de la reacción del conjunto del mundo adulto. También es heredado.
 
 

  1. «Percibimos» el mundo a través de los otros

 
En «Qué bello es vivir», película italiana cargada de premios, el guionista cuenta la historia de un judío recluido con su hijo en un campo de concentración. El prisionero logra convencer al niño que todo cuanto sucede allí no es más que un juego, una prueba con la que conseguir, al final, un premio magnífico: un tanque de verdad.
Para el muchacho, mirado todo bajo esa óptica, las realidades más espantosas se transforman y adquieren otro sentido. Cuando, por fin, ve un tanque americano penetrar en el campo de concentración, grita triunfante: «¡Hemos ganado!».
 
Podemos criticar este modo de convertir en comedia la más trágica realidad. Pero el film, por lo menos, tiene el inmenso interés de ilustrar hasta qué punto el niño percibe el mundo a través de la actitud de sus padres y de su entorno. Y los siente y percibe no por medio de sus palabras —entre las cuales está la expresión: «¡No tengas miedo!»—, sino a través de sus acciones y reacciones.
 
 

  1. Adultos y jóvenes ante el miedo y la angustia

 
Para explicar cómo descubrió la angustia, Eugenio Drewermann recuerda su experiencia de un bombardeo cuando tenía tres años. Entonces, aquello que más le impresionó no fueron ni el ruido ni la oscuridad de la noche, sino el enloquecimiento de los adultos. Cuanto él creía que era lo más seguro del mundo —la seguridad y confianza que brotaba de las personas mayores— se derrumbaba todo en un instante. Contra eso ya no quedaba, no existía ningún refugio.
 
Nos preocupa mucho la angustia de los jóvenes que están a nuestro cargo, porque sentimos perfectamente hasta qué punto los paraliza y cuán grande es la tentación de huir de ella por todos los medios, sin descartar los medios más peligrosos.
 
 

  1. Nos encontramos un mundo peligroso

 
Es verdad: objetivamente nos encontramos en un mundo peligroso. Nos asusta su creciente complejidad, la radical transformación de las condiciones de vida, de la comunicación, en fin, una incertidumbre cada vez mayor ante el futuro.
Podemos analizar —y no acabaríamos— los motivos de tal preocupación. Pero, ¿creemos que la complejidad del mundo era menor en el caso de nuestros ancestros, absolutamente a merced de las fuerzas naturales?
 
En el caso de nuestros antepasados, más o menos lejanos, ¿pensamos que para ellos el porvenir estaba más asegurado que el nuestro, con unas esperanzas de vida mucho más corta, o que la comunicación resultaba más sencilla porque, a lo sumo, sólo se trataba de descifrar el código de las serpientes?
Para responder a estos retos, el hombre primitivo recurría también a muchos subterfugios artificiales que le permitían superar, si no el temor fundamental y existencial de todo hombre que toma conciencia de su precariedad y del carácter gratuito de la vida, al menos los miedos más cercanos provocados por amenazas muy concretas.
 
 

  1. Ante la angustia y el miedo de la vida: «enseñar a aprender»

 
Si algo ha cambiado radicalmente en relación al pasado, es que los adultos —y la sociedad en general— ya no pueden transmitir a sus hijos los medios culturales que les permitirían a ellos afrontar un mundo cuya imagen se va transformando cada día ante nuestra mirada.
El encantador de serpientes sí que lo podía hacer. Pero hoy nadie sabe cómo será posible controlar la vida mañana.
 
Bien sabe el educador todo esto, por poco que se haya parado a pensar sobre su misión: su tarea no consiste tanto en inculcar muchos conocimientos a los jóvenes —muy pronto se harán viejos e inútiles, cuando no un estorbo— cuanto en enseñar a aprender.
El resultado práctico de este empeño, ciertamente, no se puede comprobar; he ahí un dato que produce pánico y hace que los educadores transmitan en primer lugar su propio miedo. De ese modo, el niño y el joven pierden el referente fundamental que podría darles seguridad.
 
 

  1. Jóvenes y huida en pos de «seguridades»

 
Verdaderamente, en una sociedad como la nuestra —en pleno cambio, globalizada, saturada de información—, no es fácil asegurarse y dominar la situación.
En el caso particular de los jóvenes, algunos se lanzan a trabajar, a competir. Lo hacen con instrumentos diferentes de los nuestros —ordenadores, internet, etc.—, que no les asustan en absoluto (nacieron con ellos y los ven tan naturales como vemos nosotros la electricidad, que antes fue rayo de Júpiter).
Otros huyen de un mundo cuya la sociedad no brinda a sus vidas jóvenes ninguna posibilidad de realizarse; lo hacen a través del juego, la droga o por otras sendas quiméricas. No se trata de un fenómeno exclusivo de nuestros días, aunque ahora se vea más favorecido por el desarrollo técnico.
 
Sin embargo, la posesión del mundo puede resultar tan malsana como la incapacidad de poseerlo; los «emborrachados de éxito» pueden estar tanto o más alienados que los adictos a la coca.
Al respecto de la liberación sexual, por ejemplo, todos coincidimos en reconocer que transforma las costumbres. Pero, también hay que creer que las anteriores costumbres reguladas por la sociedad eran espiritualmente más ricas que muchas de ahora.
Los jóvenes afrontan la difícil relación de los sexos en un marco muy distinto al nuestro: un marco peligroso, por otra parte, de la misma manera que lo eran las represiones debidas a ciertas prohibiciones sociales de antaño.
 
 

  1. Derrumbe de las ideologías y eclipse de la religión

 
Asistimos, sin duda, a un evidente derrumbamiento de las «ideologías» —lo que nos consuela bastante a nosotros los cristianos—, pero también de la religión que, por otro lado, quizá no era muchas veces más que ideología.
Con todo no hemos de apresuremos en criticar y desterrar sin más a las ideologías, guías que, a menudo, proporcionaron esperanzas y no pocas veces esperanzas auténticas.
Las ideologías, como la religión desde otra perspectiva, aseguran un sentido; aunque, en un mundo relativista —donde ya no hay nada superior ni inferior, ni ningún punto fijo a que agarrarse— dicho sentido pueda o parezca venirse abajo.
 
 

  1. Qué hacer con los jóvenes ante la «angustia de nuestro tiempo»

 
Evidentemente, en consonancia con cuanto venimos afirmando, es imposible asegurar o decir al joven: «Si haces esto, seguro que…». Sería mentirle.
Pero sí le podemos decir, o mejor, hacerle sentir con nuestro talante, algo tan concreto e educativo como esto: «Me fío… me fío de ti. Pues, ocurra lo que ocurra, sábete que para mí existes. Y en tanto en cuanto triunfes, sino simplemente por ti mismo».
 
Al final del análisis del lenguaje humano y de sus diferentes efectos —desde el mito hasta el lenguaje técnico, pasando por la simple charla—, el filósofo Jean Brun concluye que todos nuestros discursos, todas nuestras palabras, todos nuestros diálogos son una forma de asegurarnos un lugar en el mundo. Reflejan todo lo que esperamos de aquella voz que nos dice: «Puedes vivir, puesto que eres amado».
 
 

  1. Sólo el amor no inspira miedo o temor

 
Los miedos y temores de los jóvenes nos remiten a nuestros propios temores y miedos. Aquellos que nacen de nuestros fracasos.
Y, más profundamente, remiten a la toma de conciencia de nuestra fundamental incertidumbre. Cuando sentimos que nuestro provenir se recorta inexorablemente nos gustaría mucho percibir que, cuanto menos, no hemos sido inútiles, que estamos de alguna manera justificados al prolongarnos en los jóvenes.
Pero, ¿qué pasa si ellos fallan en ese mundo que a nosotros ya se nos escapa de las manos? Basta esta perspectiva para descolocarnos y hacernos dudar.
 
š          š          š
 
Actualmente nuestro mundo no permite desconocer que ya no hay un punto fijo. En un universo en el que toda realidad material o cultural se ha vuelto transitoria y relativa, el único punto de referencia posible es el del amor, el de la confianza recíproca.
Sí, nos encontramos ante una incertidumbre que nos asusta a todos. Pero compartimos una realidad que juntos podemos encarar: como Abraham que «salió de su tierra sin saber adonde iba» (Hb 11,8), como Jesús —además de por y con él—, quien, «llevando la fe a su perfección» (Hb 12,2), siguió llamando Padre a Dios en el mismo momento de su total desamparo… podemos creer, tener confianza más allá de nuestros miedos.
Tras perder todas las ilusiones acerca de las seguridades que podríamos alcanzar acá, por eso mismo, podemos afrontar serenamente nuestras tareas y transmitir a los jóvenes la seguridad que necesitan para plantar cara a sus miedos.
 
Dura aventura… ésta de una libertad que tiene que afirmarse en el vacío y en la noche abisal que envuelve nuestro mundo.
Cuando se derrumban las ilusiones, no queda otra alternativa que el miedo o la «fe en». Todo, hasta Dios, se nos escapa. Pero, precisamente esta situación, es la que nos lleva a reconocer lo único esencial y, de esta manera, logra que nuestro mundo sea habitable. n
 
Jean-Pierre Bagot