¿QUÉ HOMBRE, QUÉ SOCIEDAD……QUEREMOS?

1 septiembre 1998

NACEMOS, al contrario que la mayoría de los animales, muy necesitados de los demás y, por así decirlo, muy poco humanos. La ayuda y relación con otros seres humanos y nuestro propio esfuerzo deben ir confirmando, poco a poco, que no sólo hemos nacido humanos sino que estamos llegando a serlo.
La educación se ocupa precisamente del acuñamiento efectivo de lo humano en cada ser que ha nacido con dicha posibilidad.
Esta es la misión fundamental de la educación y, por eso mismo, «la principal asignatura que se enseñan los hombres unos o otros es en qué consiste ser hombre» (F. Savater). Ahí radica el -doble valor del acto educativo: la educación es valiosa como ejercicio esencial de la humanización y, al mismo tiempo, exige una valentía y coraje específicos, arraigados profundamente en la fe en el hom­bre y su perfectibilidad
 

Educación, valor y calidad

 
SI bien es verdad que la sociedad tiene que reconocer y afirmar con más decisión  y medios el valor de la educación, si también es cierto que la tarea de  los educadores  debe valorarse más y mejor, no lo es menos que reduciéndonos a esos términos fácilmente entramos en un círculo vicioso: la baja valoración conduce a un coraje escaso y esto último sigue dando pie a lo primero.
 
Es aquí donde viene como anillo  al dedo al situar el tema de la calidad. El valor intrínseco de la educación o la valentía y buena voluntad de las maestras y maestros están hoy obligados a confirmarse  a través de la cultura  de la calidad que nos confronta con la obligación de formar personas capaces de hacerse activa y críticamente presentes en la vida social actual.
 

Encarar el «problema de la vida»

PESE a que la sensibilidad ha dado un vuelco considerable, la «calidad» to­davía no ocupa el puesto que le corresponde en la cultura educativa. Tenemos
más o menos claro que educar es «enseñar a vivir» o a encarar el problema de la vida, que los valores son como encimas que activan la búsqueda de sentido…, pero nos cues­ta admitir, en la práctica, que la escuela está «no sólo para formar el núcleo básico del desarrollo cognitivo, sino también el núcleo básico de la personalidad» (J.C. Tedesco).
 
Por eso la calidad, en primer lugar, remite la educación a aquellos interrogantes bási­cos, cuya respuesta nunca puede darse por supuesta: ¿Qué sociedad queremos? ¿Qué varón y qué mujer…? No vale, sin más, con acogerse a grandes principios o invocar vi­siones globales así o asá de la vida cuando las estructuras, los cargos, las relaciones o las programaciones no responden concreta y coherentemente a dichas cuestiones funda­mentales. En este sentido, no hay calidad sin una opción educativa comprometida -que no doctrinaria- y abierta al diálogo.
 
La calidad educativa, en segundo lugar, se plasma y reconoce en un «proyecto educativo que concrete las opciones y los fines educativos en objetivos y estructuras capaces de introducir el dinamismo participativo y las propuestas que articulen con coherencia los ideales, el estilo y la organización de la educación.
 

Evaluación de la calidad educativa

 
LA calidad educativa, en fin, ha de estar siempre expuesta a contrastación y evaluación. Sin contrastar, sin evaluar, los centros y ambientes se estancan , los papeles  de las programaciones se vuelven amarillentos, las estructuras y los cargos se perpetúan  a sí mismos… y, entonces, no queda más remedio que refugiarse en las grandes palabras, en la defensa de identidades abstractas o, El objetivo básico «de la Enseñanza Secundaria, según los decretos oficiales es  promover la autonomía, de los alumnos , no solo en  los aspectos cognitivos o intelectuales, moral. Esta autonomía culmina, en cierto modo, en la construcción de la propia identidad , en el asentamiento de un autoconcepto positi­vo y en la elaboración de un proyecto de vida, vinculado a los valores, en el que se re­flejen las preferencias de los adolescentes  Y ,también su capacidad dé llevarlo a cabo». Sirva como ejemplo para situar  el alcance de cuanto hemos de evaluar.
Del contenido que demos a esa autonomía de los adolescentes y jóvenes, de la idea que tengan acerca de  sí mismos… va a depender en gran medida su vida, sus senti­mientos, su conducta y forma de vivir.
 
Misión joven, con este número y por una parte, quiere ofrecer unas cuantas reflexio­nes acerca del valor y la calidad de la educación, tratando de reconocer y apoyar a quie­nes tienen el coraje de comprometer su vida en esta tarea y proponiendo diversos ele­mentos para evaluar la calidad educativa en la escuela y en la praxis cristiana con jóve­nes. Por otra, también se incluyen diversos materiales prácticos para ayudar en las tareas de programación e inicio de las actividades en los diversos ambientes educativos.
José Luis Moral