[vc_row][vc_column][vc_column_text]PIE DE AUTOR
Estrella Moreno Laiz fue presidenta de la JAC (Bilbao) y es actualmente «responsable de juventud» del sector pastoral de Algorta-Getxo.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La realidad es clara: «nos encontramos ante unos jóvenes muy alejados de la religiosidad institucional ligada a la Iglesia católica». El artículo analiza, en primer lugar, las tres causas centrales con las que explicar el dato: la secularización y el contexto social general, la realidad eclesial actual y la propia realidad juvenil. Por último, la autora concreta nueve aspectos centrales que contienen tanto las llamadas de los jóvenes a la Iglesia como aquello que piden y esperan de ella las nuevas generaciones: fe ligada a la experiencia personal, participación y decisión dentro de una «cultura democrática», comunidades acogedoras, «signos del Reino», libertad y creatividad, búsqueda conjunta de sentido, etc.
1. Algunos datos para empezar
El último estudio «Jóvenes Españoles 99» (JE’99)[1] sitúa en un 35% el número de jóvenes que se declaran católicos practicantes (esto incluye los «muy buenos católicos», los «católicos practicantes» y los «católicos no muy practicantes»). Sumados al 32% que se declara católico no practicante, un 67% de los jóvenes españoles se considera religioso frente al 26% de indiferentes, agnósticos y ateos. Por los datos de la misma encuesta se puede ver que en realidad los católicos no practicantes son católicos meramente nominales ya que, entre otras cosas, son los menos interesados por la dimensión religiosa, lo cual agudiza lo preocupante de los datos. Además, el porcentaje de jóvenes que va a misa semanalmente o más es sólo del 12% frente a un 53% que no va nunca o casi nunca.
En el caso del País Vasco, desde donde escribo, según la última encuesta del Gobierno Vasco «Juventud vasca 2000» las cifras son aún más bajas: hay un 57% de jóvenes que se declaran religiosos, de los cuales sólo un 22% se declara católico practicante (supone un 12,5% del total de la población juvenil vasca) y, de este grupo, un 43% no va a misa habitualmente, con lo que sólo un 5,6% de los jóvenes vascos van a misa semanalmente. Todos estos datos muestran cifras menores respecto a anteriores estudios y parece que la tendencia a la baja continúa.
Podemos decir, con esto, que nos encontramos ante unos jóvenes muy alejados de la religiosidad institucional ligada a la Iglesia católica.
2. ¿Cómo hemos llegado aquí?
Ante este panorama, la pregunta principal es «por qué». En mi opinión, sin pretender ser exhaustiva, podríamos hablar de tres grandes grupos de causas: la secularización y el contexto social dominante, la realidad eclesial actual y la propia realidad juvenil.
2.1.La secularización y el contexto social general
La secularización es el proceso de transformación del esquema de valores de la sociedad, en el que la religión deja de ser una institución rectora y pierde influencia sobre instituciones y personas. No es un fenómeno nuevo pero sus consecuencias aún se están desarrollando y no han llegado al final. La primera y más evidente es la pérdida de relevancia de la Iglesia como instancia socializadora o de referencia tanto para adultos como para jóvenes. No llegan al 3% de los jóvenes españoles que señalan la Iglesia como uno de los ámbitos donde se dicen cosas importantes para orientarse en la vida. Entre los católicos practicantes la cifra sólo es del 10%. Los valores se buscan en otras instancias: la familia, los amigos, los medios de comunicación (por este orden). La Iglesia se convierte en una realidad poco o nada significativa para la mayoría: la religión ocupa el noveno puesto en una lista de 10 aspectos vitales, sólo por delante de la política. Pero esto no es exclusivo de los jóvenes: ellos no hacen sino tomar los mismos valores y prioridades de la sociedad en la que viven.
En la misma línea, la familia ha dejado de ser una instancia de educación en la fe. Según JE’99, el papel de la familia sigue siendo determinante en la transmisión religiosa. Donde hay padres con convicciones fuertes tanto de tipo religiosas como irreligiosas, se conseguirá una transmisión buena a los hijos, sobre todo de las religiosas… En el caso de padres con convicciones religiosas o irreligiosas débiles, el traslado, siendo débil, se orientará hacia el polo de la irreligiosidad.
Como consecuencia de esto, cada vez más nos encontramos con adolescentes y jóvenes que no han recibido ningún tipo de educación religiosa en la familia. Si estos jóvenes entran en contacto con la parroquia para participar en algún proceso de iniciación a la fe, plantean especiales dificultades a los educadores porque casi no hay vocabulario con el que comunicarse. Por ejemplo, gente que no sabe nada de Jesús y de su vida, o no sabe lo que son los apóstoles, o nunca han visto una Biblia.
Este proceso de secularización destruye la memoria colectiva religiosa de la sociedad, de manera que cada vez más personas dejan de reconocerse como miembros o herederos de una tradición y la religión se entiende como una opción o compromiso voluntario y sujeto, sobre todo, a una verdad subjetiva. Por eso mismo, el proceso de socialización religiosa de los jóvenes queda dañado. Según el informe, hoy por hoy, “la socialización católica llega, fundamentalmente a los jóvenes practicantes y de derechas, pero no es lo suficientemente sólida como para permitirles contrarrestar la socialización religiosa no católica que reciben a través de otra serie de órganos de socialización, haciendo a la postre, a muchos de estos jóvenes más crédulos que creyentes” (JE’99, 331).
2.2. La realidad eclesial actual
Nuestra propia realidad eclesial es otra causa que puede estar favoreciendo la indiferencia religiosa.
- En primer lugar, la imagen pública de la Iglesia no es muy atractiva para los jóvenes. Generalmente cuando aparece en los mass media, es en la figura del Papa o de algún mandatario vaticano. Es una dificultad para los jóvenes identificase con personas de edad avanzada. Por otra parte, los medios se hacen más eco de los temas polémicos, por ejemplo, los relacionados con la moral sexual, de modo que pocas veces encontramos un trato amable hacia la Iglesia. Todo contribuye a una imagen eclesial envejecida, carca, muy cerrada en sí misma.
- En segundo lugar, la Iglesia tiende a ser identificada con la jerarquía y los curas. Aparece como un espacio fuertemente jerarquizado, donde hay poco lugar para la crítica y a la participación de otros. Un lastre importante es que aparece como un ámbito de discriminación para la mujer.
- La Iglesia se muestra muy centrada en el culto y los sacramentos. Desde fuera, parece que en las iglesias sólo hay misas. Por otra parte, la Iglesia sigue utilizando como primer altavoz de su mensaje el púlpito, cuando hemos dicho antes que los jóvenes no van a misa. Por tanto, el exceso de palabra que puede estar dándose en la Iglesia no llega a los jóvenes o llega deformado, que es peor.
- Encontramos en las parroquias comunidades muy envejecidas, con poca vida comunitaria y de fraternidad real, sin referentes atractivos para los jóvenes y donde ellos son un grupo muy minoritario. En estas condiciones se les hace muy difícil sentirse miembros.
- Sobre todo en el campo de la sexualidad pero también en otros como la austeridad o la práctica litúrgica, se establece una gran distancia entre la doctrina oficial de la Iglesia y la práctica de los jóvenes, incluso la de los católicos practicantes.
Todo esto hace que la Iglesia ya no sea percibida por los jóvenes como instancia definitoria de lo que supone ser religioso, y son los jóvenes más religiosos lo que más creen que no es necesario pertenecer a la Iglesia para ser cristiano. Probablemente se debe a que los jóvenes no encuentran lo que buscan en la institución ni en la lectura que de la Iglesia se hace en los medios de comunicación social que llegan a los jóvenes.
Puede que el retrato que aquí se presenta no sea justo del todo, pero la gente que no está integrada en una comunidad parroquial tiene muchas veces estas impresiones. Habrá que atender a lo que hay de verdad en todo eso.
2.3. La propia realidad juvenil
Algunas de las características que presentan los jóvenes actuales también dificultan su vinculación eclesial:
- El rechazo a lo institucional: la Iglesia se entiende fundamentalmente como una institución, y por tanto, con los mismos defectos que todas las demás: ansia de poder, falta de libertad, encorsetamiento, intereses ocultos. El joven huye de todo esto.
- Los jóvenes ponen gran énfasis en la libertad, que incluye la libertad religiosa y la vivencia personal de esta. Esto añade valor a las declaraciones de los que se definen católicos practicantes, ya que lo hacen con plena conciencia y libertad, y muchas veces posiblemente contra corriente.
- Búsqueda de experiencias: el joven no busca conocimientos teóricos ni consejos sino experiencias personales. Ese es su medio de conocimiento: probar, sentir. ¿En la Iglesia favorecemos esto?
- El joven es un ser gregario. Cada vez más necesita del apoyo de su pequeño grupo de amigos para hacer algo. Es difícil que un joven en solitario se acerque a la parroquia, a no ser que la presión familiar sea muy fuerte. Si el joven no encuentra en este entorno eclesial un grupo de iguales en quien apoyarse, durará poco.
- La religión no forma parte de los centros de interés de los jóvenes, aunque en esto no hacen más que tomar el relevo a las últimas generaciones adultas. Ello nos remite de nuevo a los fallos en la socialización religiosa y a la falta de confianza en la Iglesia como institución. Sin embargo, aún es alto el porcentaje de los que se declaran religiosos, y lo sería más si en esta pregunta no se piensa en la religión católica, asociada a la institución.
3. ¿Qué están pidiendo los jóvenes a la Iglesia?
Después de todo esto, ¿qué llamadas hacen los jóvenes a la Iglesia? ¿Cuál es la Iglesia que quieren los jóvenes para el futuro? ¿Qué implicaciones tienen estas demandas para los educadores cristianos y responsables pastorales? Esta es mi modesta opinión:
3.1. Fe y experiencia personal
Los jóvenes quieren fe basada en la experiencia personal, no un código de dogmas. Esto no es nuevo; se trata de recuperar aquello que proclaman los que se encuentran con la samaritana: “Ya no creemos por tus palabras, sino que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo”(Jn 4,42). Por tanto, nuestros procesos de iniciación a la fe deben ser espacios que faciliten todas las condiciones que favorezcan un verdadero encuentro con Jesús resucitado. Yo destacaría dos aspectos importantes a potenciar.
La utilización de la «Pedagogía de la Vida y la Acción» como método educativo. Es la pedagogía que busca unir fe y vida, para lo cual parte siempre de la vida concreta del joven para pasarla por el tamiz del Evangelio y volver a la misma realidad en clave transformadora. Desde mi experiencia, esto es lo que está ayudando a los jóvenes a descubrir a Dios en su realidad, en el mundo, sacándole de las alturas en que muchos le sitúan. Herramientas como la lectura creyente de la realidad, la revisión de vida, el proyecto de vida cristiana o la campaña concretan este tipo de pedagogía. De esta manera, para el joven hablar de Dios se va convirtiendo poco a poco en hablar de situaciones concretas, de personas, de acciones, de vivencias.
La oración: es imprescindible la oferta de espacios de oración bien preparados, como retiros y pascuas juveniles. Encontrarse con el silencio para estos jóvenes es toda una aventura, ya que vienen de un mundo lleno de ruido. Necesitan una iniciación progresiva y paciente, pero suele tener mejores resultados de los que a veces cabría esperar. Para muchos, este tipo de espacios siguen siendo el momento de un verdadero encuentro con el Señor.
3.2. Participación
Los jóvenes quieren una Iglesia en la que sentirse protagonistas. Habitualmente el joven que llega a nuestros grupos es más tratado como objeto que como sujeto. Sobre él recaen nuestros esfuerzos, pero es fundamental que él se implique en su propio proceso educativo. La pedagogía de la Vida y de la Acción de la que hablaba antes arranca desde este presupuesto y por eso parte de la vida concreta del joven: de sus intereses, de sus deseos, de sus relaciones…
Ser protagonistas significa también poder participar. Esto se ve claramente en los jóvenes más adultos (de 23 años en adelante). Al principio, cuando se incorporan a la parroquia, por ejemplo en un grupo de Iniciación cristiana, no les importa que se lo den todo hecho. Pero en la medida que van creciendo en experiencias, sobre todo fuera de la Iglesia, y se van sintiendo más adultos, empiezan a darse cuenta de que en la parroquia no han madurado al mismo ritmo que en la sociedad civil. En esta se les exige ya responsabilidades importantes, pero en la iglesia siguen estando un poco en los márgenes; claro que se cuenta con ellos, pero muchas veces para hacer lo que a los mayores no les apetece.
Normalmente nos encontramos con unas parroquias muy movidas por inercias, más que por opciones; en las que siempre se recurre a los mismos a la hora de consultar decisiones; con algunas personas que se perpetúan en sus tareas (pensemos por ejemplo en las juntas económicas), cuando no aún monopolizadas por el párroco. Aquí hay una llamada a llegar a ser unas comunidades más corresponsables donde haya órganos efectivos y reconocidos donde ejercer esa responsabilidad. El joven que participa en alguna responsabilidad crece en implicación vital con la parroquia, se siente útil y valioso, miembro de pleno derecho. Encuentra en la parroquia así no sólo un ámbito de relación sino de maduración personal. A veces participar es algo tan sencillo como poder decir en voz alta lo que se piensa o se quiere, por ejemplo en el marco de una asamblea parroquial, pero estos gestos y espacios son muy importantes.
3.3. Decisión y «cultura democrática»
Ser protagonistas demanda también poder decidir. Viviendo en una sociedad democrática como viven, los jóvenes encuentran en la Iglesia una institución jerárquica que cuando quiere justificar su status dice que «es más que democracia». Pero esta expresión debería querer decir que al menos es democrática, no que se queda por debajo. Eso no significa que la estructura de la Iglesia no tenga sentido, pero sí que hay que dar más pasos para pasar de una Iglesia clerical en sus decisiones a una Iglesia del diálogo y la corresponsabilidad.
3.4. Nuevas comunidades, nueva praxis cristiana
Uno de cada cinco jóvenes españoles dice no haber tenido contacto o apenas contacto con la Iglesia. La parroquia ya no es ámbito suficiente para la evangelización de los jóvenes. Estos pasan la mayor parte del día fuera de su barrio, donde se enclava la parroquia. Por eso se hace necesaria una pastoral de ambientes, sobre todo en el medio estudiantil. Así, deberíamos hacer una opción por impulsar iniciativas como el movimiento JEC u otro tipo de acciones en los centros educativos. Esta opción debe traducirse en personas dedicadas, medios económicos y coordinación de esfuerzos. Además, hay otro campo que es fundamental dentro de la nueva cultura juvenil, que es el del ocio, y en concreto la noche. ¿Cómo llegar allí?
El 31% de los jóvenes califican de indiferente el recuerdo que guardan de su relación con la Iglesia (sacerdotes, religiosos/as, parroquia, colegio, etc). Cuando explican el porqué de una valoración negativa, se pone el acento en la dimensión específicamente religiosa, mientras que para razonar la evaluación positiva, el acento se pone en la dimensión más externa o envolvente: el talante de los curas o religiosos/as, buen ambiente y libertad para decir su opinión.
No cabe duda de que primero el ámbito eclesial debe ser un espacio cálido de acogida, donde cada uno sea llamado por su nombre, se hagan posibles unas relaciones cercanas, solidarias, fraternas. Aquí hay una llamada a construir ese tipo de comunidades, porque eso debe caracterizar la Iglesia: «Mirad cómo se aman». Pero también tienen que ser comunidades que ofrecen algo más.
A veces da la impresión de que por no asustar, demoramos indefinidamente el anuncio explícito de lo que significa ser seguidor de Jesús. Todo tiene su momento y hay que respetar los procesos, pero no podemos ignorar que muchas de las cosas que supone optar por un estilo de vida como el de Jesús son costosas y van contracorriente respecto a los valores sociales dominantes. Sin embargo, yo creo que los jóvenes agradecen la sinceridad, de manera que así ellos puedan tomar una decisión desde un planteamiento claro de cuál es nuestra oferta: en quién creemos y por qué estilo de vida apostamos.
3.5. Iglesia y «signos del Reino»
En la misma línea, lo anterior supone una llamada a ser una Iglesia mucho más testimonial y comprometida. No hay ofertas claras si no hay referentes eclesiales que las hagan visibles. Cuando los jóvenes hablan de lo que significa ser religioso ponen en primer lugar creer en Dios y ser una persona honrada con espíritu humanitario. Nuestra Iglesia está aún muy centrada en sí misma, sin acabar de salir al mundo a construir Reino. Esta es una tarea principalmente de los laicos adultos que están en nuestras comunidades, pero ellos también se tienen que sentir acompañados e impulsados a esta tarea.
Además, hay aún pocos cristianos que estando en algún compromiso socio-político se declaran públicamente como tales. No es que haya que ser abanderados, pero ¿cómo empezar a mostrar públicamente otra cara de la Iglesia si esto no se declara? Así mismo, hay muchas organizaciones en el ámbito de las ONGs que tienen gran prestigio social y son de matriz cristiana pero poca gente lo sabe. Esas también pueden ser cara de la Iglesia.
Los jóvenes quieren pertenecer a una Iglesia que verdaderamente existe para evangelizar, lo cual supone que no sólo anuncia sino que pone en práctica la salvación a través del testimonio y el compromiso transformador. Para los jóvenes, la credibilidad nos la jugamos sobre todo aquí.
3.6. Opción por los pobres
Esta Iglesia comprometida debe serlo sobre todo a favor de los más pobres, también de los jóvenes pobres. La mayoría de los jóvenes que pasan por nuestras parroquias son de clase media, o media-alta, excepto honrosas excepciones de parroquias en barrios más obreros. En la mayoría de los casos, nuestros procesos pastorales no están adaptados para estos jóvenes: se basan mucho en textos y en discusión argumentativa. Pero para estos chavales esto no sirve. La opción por los pobres supone también una reorientación de nuestros métodos, también desde la Pedagogía de la Vida y la Acción.
3.7. Libertad y creatividad
Si para los jóvenes la libertad es un valor fundamental, la Iglesia debe ser espacio de libertad. Y esa libertad puede y debe concretarse en varias cosas como, por ejemplo, las citadas a continuación.
La Iglesia debe ser un ámbito donde se practica la crítica constructiva y la escucha. Debe liberarse del miedo, de manera que deje de haber temas tabú sobre los que es mejor no hablar. Por ejemplo, entre los jóvenes habitualmente surgen preguntas sobre la figura del Papa y del Vaticano, la postura oficial sobre la moral sexual en la que hay puntos que resultan del todo incomprensibles, el papel de la mujer en la Iglesia y su acceso al sacerdocio, el celibato de los curas, la democracia, etc. No son preguntas extrañas: simplemente son las que están presentes en la sociedad civil.
Además, muchos temas se hacen problemáticos simplemente porque en la sociedad civil se avanza y en la Iglesia poco o nada, y se establece un duro contraste entre las experiencias que se viven en uno y otro lugar. Es el caso, por ejemplo, de las mujeres, que están optando ya más normalizadamente a puestos de responsabilidad en el plano civil, pero en el eclesial esto sigue siendo excepcional. Puede que estos temas sean dolorosos para algunos, pero no por ello deberían ocultarse ni dejar que fueran apareciendo reflexiones que se enmarquen en el cariño a la Iglesia y el deseo de que vaya siendo cada vez más la Iglesia de Jesús. Hay que sustituir la desconfianza por la apertura de espíritu, y saber descubrir en los otros y sus argumentos dónde habla el Espíritu a su Iglesia.
La escucha del Espíritu también deberá llevar a replantearse la ministerialidad. Hasta ahora ha tenido una forma dominante, pero comienzan a surgir nuevas maneras, sobre todo en lo que se refiere a ministerios laicales. Sólo una Iglesia libre puede escuchar al Espíritu.
La libertad necesita también de una Iglesia que haya renunciado al pacto con el poder político y que no siga añorando los tiempos pasados, creyendo ser aún una institución social determinante. Mientras sólo nos preocupemos por los números, probablemente descuidaremos lo importante, que es la atención de las personas concretas verdaderamente interesadas y vocacionadas.
3.8. Búsqueda de sentido e «Iglesia habitable»
Los jóvenes demandan no una Iglesia que les ofrece sacramentos, sino una orientación de vida y un espacio donde reforzarse en ella. Este espacio puede ser el grupo de referencia: allí el joven, junto a otros jóvenes, obtiene claves de análisis de su situación personal y social, crece en la fe, ora, descubre la implicación práctica de optar por el seguimiento de Jesús, se siente acompañado en su proceso, se encuentra con jóvenes como él que han tomado la misma opción y tienen parecidas dificultades. El grupo, además, responde al carácter gregario del joven. Es a la vez espacio cálido y de contraste, de reconocimiento y de exigencia.
Creo que este tipo de ámbito es necesario tanto para adultos como para jóvenes, y cada vez lo será más, aunque sólo sea como mecanismo de defensa frente a la indiferencia general que vamos a encontrar en la sociedad. En mi opinión, estos grupos están permitiendo desarrollar cristianos militantes que pueden ser testigos para otros dentro y fuera de sus comunidades.
3.9. Acogida incondicional
El joven pide ser acogido como es: con su lenguaje, sus intereses, sus formas de hacer las cosas, sus opiniones. Esto supone muchas cosas, pero yo remarcaría el ámbito de la celebración como uno muy importante y necesitado. Cada vez se impone con más evidencia la necesidad de reformar nuestras celebraciones litúrgicas en lo que se refiere al lenguaje, a la participación, a la relación con la vida concreta de las personas. Y en esta tarea habrá que tener en cuenta a los jóvenes, aunque sin ser ingenuos: no se nos van a llenar las misas sólo porque pongamos una batería en lugar del órgano, pero algo es algo.
No soy una experta en la materia, pero intuyo que habría que dar cabida a otras formas de expresión en la que el cuerpo también jugase algún papel, que la celebración no tuviera un único actor (el presidente) aunque fuese el principal, donde pudiera haber otras palabras, donde los problemas de la gente se hiciesen presentes con fuerza, donde los símbolos utilizados tengan significado por sí mismos para la gente de hoy sin tener que ser explicados… y, pensando en los jóvenes, que sean verdaderas celebraciones, es decir, festivas, alegres.
Hay, pues, mucha tarea por hacer y necesitamos para ello ser imaginativos y valientes. Afortunadamente, contamos con la ayuda del Espíritu. n
Estrella Moreno Laiz
estudios@misionjoven.org
[1] Este estudio de la Fundación «Santa María» junto a mi experiencia pastoral en el mundo juvenil y mi propio ser joven (ya por los pelos) es lo que guiará mi reflexión. Como bibliografía, son interesantes los siguientes libros: J.Mª MARDONES, ¿Adónde va la religión? Cristianismo y religiosidad en nuestro tiempo, Sal Terrae, Santander 1996; J. MARTÍN VELASCO, El malestar religioso de nuestra cultura, San Pablo, Madrid 1998; en otra línea, P. VALADIER, Un cristianismo de futuro. Por una nueva alianza entre razón y fe, PPC, Madrid 1999.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]