Quien no Quiere Trabajar, no tiene Derecho a Comer

1 octubre 2004

Santiago Galve
Santiago Galve es Asesor Familiar y experto en Educación Sexual. Desde una larga experiencia educativa, con un estilo narrativo, reflexiona sobre algunos aspectos importantes en el quehacer educativo-pastoral
 
Una de las tareas educativas que he realizado durante largo tiempo, amén de la docencia, ha sido la atención a grupos juveniles en sus centros de interés, en los momentos adecuados: Teatro, catequesis de confirmación, grupos de reflexión personal, acampadas, campamentos de verano, etc.
Mi cuento de hoy ocurrió en uno de esos campamentos. Era un grupo de unos quince jóvenes de Parroquia que venían trabajando en sesiones de reflexión durante todo el curso y aquella actividad constituía la culminación de la actividad. Tenían diecisiete o dieciocho años.
Puesto que en el monte no había personal de servicio, debían realizar los jóvenes las tareas de limpieza de ropa y del campamento, la compra diaria, la cocina, etc. Todas las noches hacíamos reunión general para revisar la marcha del día y programar las actividades y tareas del día siguiente.
Un buen día, uno de los jóvenes —no olvidaré su nombre, por lo peculiar— en lugar de realizar las tareas que le correspondían, pasó el tiempo del trabajo tocando la guitarra. Yo le observé en tal menester, pero no le reprendí en ese momento sino que, unos instantes antes de comer, le llamé aparte y le dije:
– ¿Tú quieres ser un buen cristiano?
– Sí, claro.
– Por tanto aceptas el mensaje del Evangelio.
– Sí.
– Tráeme tu Biblia. Busca 2Ts 3, 10. Lee.
El que no quiera trabajar, que no coma.
– ¿Has cumplido hoy con las tareas que tenías asignadas, mientras tus compañeros hacían las suyas?
– No.
– Bien, pues sé consecuente: hoy no comerás, ¿verdad?
Se quedó sin comer.
Os puedo asegurar que en los días que restaron de campamento cumplió a la perfección con todas sus tareas; y eso que era bastante perezoso.
Consejos

  • Muchos padres, y educadores, hoy día, tienen miedo a sus hijos. Tal vez pertenezcan a la que podría llamarse la generación del sopapo: les pegaron sus padres, y ahora les están “pegando” sus hijos. Si los padres trabajan, tienen derecho a que sus hijos también se ganen el pan con el sudor de su frente, y no con el sudor del de enfrente.
  • Dice el Quijote que de la panza sale la danza. No es mal recurso dejar sin comer —y no lo digo de manera metafórica— a quien no se lo gana. Es una buena manera de educar para un duro futuro que, en el campo laboral, no regala nada.
  • Aquel niño, adolescente, o joven que tiene todo sin tener que realizar ningún esfuerzo por conseguirlo, es un buen candidato a la frustración, la depresión, o el sin sentido de su vida cuando haya de comprobar, al ser adulto, que aquella actitud de tener con solo pedir ahora no le sirve.
  • Tal vez el mayor error educativo que han cometido los padres que pasaron una juventud de graves necesidades de todo tipo sea la promesa que, consciente o inconscientemente, se hicieron a sí mismos: “A mis hijos no les va a faltar nada de lo que yo he carecido”.