Raíces antropológicas del hecho celebrativo

1 octubre 2003

José Joaquín Gómez Palacios
 
José Joaquín Gómez Palacios, salesiano, es Director del Colegio “San Antonio Abad” de Valencia.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO:
Analiza y presenta el autor, el largo camino recorrido por la humanidad en relación a las celebraciones. Subraya como aportación cultural básica el dato que todos los pueblos han potenciado la apertura a la trascendencia y la han expresado en celebraciones rituales, distinguiendo entre tiempo profano y sagrado. Y, teniendo en cuenta las raíces antropológicas del pasado, ofrece algunas interesantes anotaciones pedagógicas y líneas pastorales para orientar hoy nuestras celebraciones cristianas.
 
Los científicos presentaban recientemente restos arqueológicos que relacionaban al Homo Sapiens con los más antiguos rituales. La moderna paleontología humana aporta hallazgos que anticipan la presencia de dichos rituales a épocas y especies anteriores al Homo Sapiens. Estos descubrimientos se centran en los enterramientos, la fecundidad, los sacrificios y el arte… Ellos son los embriones de la dimensión religiosa y celebrativa de la especie humana.
 
El presente estudio parte de alguno de estos descubrimientos para analizar los elementos originarios que subyacen en el hecho celebrativo. A partir de las raíces antropológicas, se concluye con una serie de apuntes provisionales para una pastoral de la celebración.
 

  1. En los orígenes

 
Todas las comunidades humanas han demostrado, a lo largo de la historia, respeto por los muertos, bien sea mediante la inhumación, bien sea mediante la incineración y tratamiento ritual de las cenizas. Parece ser que los rituales funerarios forman parte del horizonte celebrativo más remoto.
 
Las antiguas civilizaciones mesopotámicas dan buena muestra de ello. En las «Tumbas de los Reyes de Ur» reyes, sacerdotes y princesas… comparten espacios funerarios cuidados y decorados con gran profusión de elementos. La cultura egipcia generó también un estilo propio de celebrar. En ella los rituales estuvieron apoyados por suntuosas construcciones que han llegado hasta nuestros días. La momificación aparece como soporte técnico aplicado a sustentar creencias religiosas relacionadas con el más allá.
 
Paralelamente aparecen figurillas dedicadas a la fecundidad. Pequeñas estatuillas con formas femeninas (venus) relacionadas con el embarazo, el parto y el misterio de la vida que se reproduce. Resulta imposible dar con una cultura que no haya practicado ritos, sacrificios y celebraciones para expresar profundos sentimientos que van más allá de las actividades productivas y de supervivencia. Los recientes hallazgos paleontológicos no sólo confirman estas ideas de dominio común, sino que anticipan la aparición de dichos rituales a épocas en las que todavía no había aparecido el Homo Sapiens.
 

  1. Rituales anteriores al Homo Sapiens

 
2.1. El primer enterramiento. La Sima de los Huesos. 300.000 años de antigüedad
 
En 1976 un ingeniero de minas conoció la existencia de un lugar de Burgos en el que era tradición buscar colmillos de oso. Decidió organizar una excavación. Y así fue como en Atapuerca (Burgos) apareció la Sima de los Huesos. Porque entre aquel montón de huesos de oso comenzaron a salir a la luz restos óseos humanos. Este hallazgo iba a cambiar la concepción y datación de los rituales.
 
La Sima de los Huesos es una cavidad subterránea a la que se accede por una empinada rampa que desciende unos 12 metros. En el fondo han sido hallados los restos de treinta y tres personas: dientes, cráneos, huesos largos y vértebras… Estos cadáveres poseen una peculiar característica: fueron acumulados enteros en este depósito. Los restos no presentan marcas de descarnación producidas por ningún instrumento, ni están machacados para obtener el tuétano o sustancia interior de los huesos. Este dato equivale a decir que no fueron consumidos como alimento por sus compañeros de horda. Los investigadores trabajan con la certeza de que fueron depositados en aquel lugar de forma intencionada, tal vez ritual. Nos hallamos ante el primer enterramiento conocido.
 
Este hecho presupone que los antepasados del Homo Sapiens ya mostraban tal afecto hacia sus semejantes, que trataban a los difuntos de forma distinta y respetuosa, habilitando lugares y formas que son el inicio de posteriores rituales funerarios.
 
2.1. El primer sacrificio. Mougharet-es-Skuul. Monte Carmelo. Israel. 120.000 años.
 
El Monte Carmelo no sólo es famoso por las hazañas que realizara el profeta Elías, o por la Virgen del Carmelo, prefigurada simbólicamente en aquella nubecilla que brota desde el horizonte y crece hasta provocar una tormenta que da fin a la sequía (1Reyes 18, 40-45). Cien mil años antes del profeta Elías, los humanos ya practicaban en este lugar antiguos y estremecedores rituales. ¿Cuáles?
 
En los alrededores del Monte Carmelo ha sido hallado el enterramiento de un niño colocado de forma peculiar: Totalmente doblado sobre sí mismo, los talones tocando las nalgas y las manos debajo de la cabeza. Presenta una perforación rectangular a la altura del hombro y la clavícula, así como varias incisiones producidas por objeto punzante en la oreja derecha. ¿Por qué estaba arrodillado? ¿Fue sacrificado? ¿Por qué un niño? ¿Qué extraño ritual se practicó con él, hace ahora 120.000 años?
 
Es imposible responder a todas las preguntas. Pero los investigadores están en condiciones de afirmar que murió por causas rituales, fue enterrado con un funeral propio, y su cuerpo fue colocado en posición especial. Nos hallamos ante un desconocido sacrificio, seguido de ritual funerario perdido en la noche de los tiempos.
 
2.3. El primer símbolo de la fecundidad. La Venus de Berekhat Ram. 250.000 años.
 
El arte es tenido por una de las adquisiciones humanas más destacables. Mediante el arte el ser humano expresa una serie de deseos y sentimientos que van más allá de lo meramente productivo, sumergiéndose en el mundo de las creencias y los rituales.
 
Las pinturas halladas en Altamira y Lascaux son ejemplos recientes. A ellas hay que añadir infinidad de manifestaciones del arte rupestre que nos llevan hasta el año 30.000 a.C. aproximadamente. Todos estos elementos afirman la existencia de la capacidad simbólica y religiosa en la especie Homo Sapiens. Pero la auténtica revolución se produce a partir de 1996, cuando la arqueóloga Naama Goren-Imbar descubre, cerca de los Altos del Golán (Israel) una figurilla de la fecundidad, también llamada Venus. Se trata de una pequeña figura de unos cuatro centímetros de altura, con incisiones realizadas con un objeto punzante, que separan la cabeza de un abdomen abultado. Junto a esta Venus de fecundidad han aparecido las herramientas de piedra que fueron utilizadas para su elaboración. Todo ello está datado hacia el año 250.000 a.C. Este dato nos lleva a constatar que el sentido mágico-simbólico de la fecundidad y el parto fue desarrollado por especies anteriores al Homo Sapiens.
 
2.4. Los primeros santuarios. 25.000 años
 
Recientemente se han realizado interesantes estudios sobre el tipo de animales que figuran en las múltiples cuevas decoradas con arte rupestre. El experto A. Leroi-Gourhan ha analizado las figuras de animales que aparecen en las paredes de las cuevas prehistóricas más conocidas. Ha establecido tres categorías: A) Caballo. B) Bisonte y toro salvaje. C) Cabra, ciervo, cierva, reno…
Llama la atención que en estos paneles no se halla presente la totalidad de la fauna existente en aquellas épocas; tan sólo algunos animales tienen el privilegio de ser representados. Tampoco nos hallamos ante «escenas de caza»: muchos de los animales representados no fueron jamás cazados ni consumidos por los hombres que los inmortalizaron sobre las paredes de las cuevas. Tampoco dibujaron la totalidad de instrumentos y elementos que conformaba la vida diaria de aquellos hombres y mujeres.
 
Todo ello lleva a considerar que el arte de las cuevas rupestres, no es una manifestación libre y espontánea del artista primitivo, sino de elementos mágicos, religiosos y simbólicos elegidos cuidadosamente. La acumulación de estos elementos en determinadas cuevas lleva a plantear la hipótesis de que nos hallamos ante los primeros templos o «santuarios». Estas cuevas, elegidas y decoradas con singular profusión, fueron los ancestrales espacios sagrados que construyó el ser humano en su intento de trascender la realidad cotidiana para sumergirse en la dimensión trascendente. Lugares donde desarrollar las celebraciones.
 

  1. Tiempo sagrado, tiempo profano

 
Los siglos fueron transcurriendo. La humanidad prosiguió en su desarrollo tecnológico, social y trascendente. Y aquellas primeras intuiciones cristalizaron en elementos simbólicos, sagrados y religiosos de mayor definición y profundidad. Aparecieron las celebraciones que discurrían en un tiempo también especial.
 
El ser humano comienza a «crear celebraciones» cuando otorga sentido simbólico a una serie de acciones y actividades que van más allá de la ocupación habitual de supervivencia. Es decir, cuando crea «espacios» temporales y físicos en los que no se dedica al trabajo diario para procurarse alimento, sino a lo mistérico y sagrado. Según expresión de Mircea Eliade, es así como aparece una doble visión del tiempo: tiempo profano y tiempo sagrado. La celebración transcurre en el denominado «tiempo sagrado».
 
3.1. El primer «tiempo sagrado»
 
Para hallar las raíces del «tiempo sagrado» hay que remontarse a ese tiempo en el que el ser humano era cazador. En esta época los seres humanos, formando pequeñas hordas, recorrían una determinada área geográfica buscando el alimento necesario. Y es en este tiempo cuando el ser humano toma conciencia del simbolismo que subyace en una serie de elementos tecnológicos habituales. Mediante la capacidad simbólica humana, estos elementos se cargan de nuevo sentido, y sumergen a la persona humana en una dimensión que va más allá de la mera supervivencia: El fuego, la fecundidad, la muerte, los astros, el agua… el manejo y perfeccionamiento del arma arrojadiza, mediante la que consigue «el dominio de la distancia»…
 
El primer mito que, -parece ser-, imaginó el ser humano, habla de una lanza mágica, arrojada con tal fuerza que logra clavarse en la bóveda celeste… Esta narración primitiva le sumerge en una realidad nueva, donde la fuerza y el poder del ser humano logran ir más allá de la realidad diaria. La lanza ya no se clava solamente en el cuerpo del animal, sino que aspira a traspasar el cielo. Frente al tiempo de caza, aparece el tiempo de la caza ritual.
 
El tiempo de caza es aquel en el que el hombre corre jadeante y temeroso por llanuras y montañas, tras la presa que le proporcionará el alimento imprescindible para la supervivencia. Pero simultáneamente nace otro tiempo cargado de nuevas resonancias. Se trata de un «espacio» temporal en el que se celebra la pieza cobrada, en el que se repite el gesto realizado y el grito emitido en el momento de cazar, pero realizados a la luz de la hoguera en la caverna, separados del hecho real de la caza. De esta forma nace la danza, se articula y perfecciona el lenguaje, brotan las primeras expresiones artísticas, se inicia la toma de conciencia religiosa…
 
Durante el «tiempo sagrado y ritual»:
– La lanza deja de ser el arma arrojadiza que procura el alimento, para convertirse en algo mágico, capaz de simbolizar las aspiraciones más profundas del ser.
– La carrera y el gesto realizado para perseguir al animal, deja de ser esfuerzo cotidiano, para convertirse en gestos rituales relacionados con fuerzas superiores.
– Los huesos del animal cazado, especialmente el cráneo, fémur y tibia, se convierten en símbolos de vida.
– El alimento, utilizado como medio para sobrevivir, cobra nuevas dimensiones y se transforma en comida ritual y gesto compartido.
 
Todas estas actividades de nueva significación, acontecen en unos «espacios temporales» distintos, surgidos a la luz de las hogueras y en el interior de la cueva que da seguridad y abrigo… De esta forma comienza a diferenciarse el tiempo profano del tiempo sagrado.
 
3.2. Las primeras celebraciones del «tiempo sagrado»
 
El estudio y análisis de las pinturas rupestres más conocidas arrojan importantes datos: Las pinturas rupestres no sólo presentan muestras de animales sagrados, sino que también recogen figuras humanas que simbolizan a danzantes «disfrazados» con pieles de animales; tocados con cornamentas de ciervo y orejas de lobo; calzados con garras de oso, y colas de caballos… Junto a estos danzantes aparecen otros que tocan la flauta, en idéntica actitud. Un buen ejemplo de ello es el «Gran Mago» de la cueva de Trois Frères, analizado y reconstruido por el estudioso Breuil.
 
Las mujeres, por su parte, también realizan extraños rituales relacionados con la fecundidad y la maternidad. De todo ello quedan abundantes muestras en las pinturas rupestres y en pequeñas estatuillas, amuletos relacionados con la fecundidad. El tiempo sagrado se consolida como tiempo celebrativo.
 
3.3. Tiempo sagrado y tiempo profano.
 
Es así como el ser humano toma conciencia de que todo el Tiempo y todas las actividades no son iguales. Existe un tiempo (profano), destinado a las tareas de supervivencia, que desgasta al ser humano, deteriorándole y haciéndole perder lo mejor de sí mismo. Es cansancio, monotonía, peligro, fatiga, rutina…
 
Frente a éste se alza otro «tiempo» muy distinto, capaz de ser vivido con profundidad existencial y religiosa: el tiempo sagrado. Es aquel en el que se escenifican los mitos más importantes. Durante su transcurso, la persona tiene la oportunidad de re-crearse, de acercarse a sus orígenes, encontrando de nuevo la fuerza de la vida, la juventud, la limpieza…
 
Los antiguos consideran al «tiempo sagrado» como un tiempo que «no transcurre», que no se gasta, sino que posibilita que todo vuelva a ser nuevo. El ser humano recupera la fuerza y el vigor primitivo sumergiéndose en esta nueva categoría temporal mediante la fiesta religiosa y la celebración sagrada. Aunque estas ideas parezcan extrañas, siguen vigentes para los creyentes a través del año litúrgico, que consiste en sumergirse en los principales acontecimientos de la fe cristiana para participar de la nueva vida que en ellos se nos ofrece. Para los no-creyentes, los días de fiesta cumplen también esta misión: marcan rupturas con el tiempo de trabajo, permitiendo a la persona humana la recuperación mediante actividades distintas a la producción. De todo ello se deduce que los cristianos no hemos inventado las celebraciones. Formamos parte de una larga y ancestral corriente celebrativa que hunde sus raíces en los albores de la humanidad.
 

  1. Antropología cultural y hecho celebrativo.

 
La Antropología Cultural es la ciencia que describe el quehacer humano estudiando las culturas que se han dado en distintos tiempos y lugares. Una parte de esta ciencia se ocupa de los rituales y celebraciones que la persona ha desarrollado a lo largo de la historia. Tras analizar algunos estudios antropológicos relativos a las celebraciones religiosas, (que el espacio no permite detallar) aparecen algunas constantes que pueden sintetizarse en los siguientes puntos:
 
– Todos los pueblos poseen, de una u otra forma, celebraciones rituales encaminadas a fomentar y consolidar elementos esenciales de su vida, tanto en la esfera individual como en la esfera social.
 
– Todos los pueblos y culturas han potenciado valores abiertos a la trascendencia, para facilitar un estilo de vida no centrado exclusivamente en aspectos de producción y supervivencia.
 
– Desde los albores de la humanidad, los grupos sociales y las personas individuales han distinguido entre «tiempo profano», (destinado a las tareas utilitaristas de producción) y «tiempo sagrado», (destinado a la celebración religiosa y al encuentro con realidades que superan lo fáctico).
 
– El llamado «tiempo sagrado» se canaliza a través de rituales complejos en los que no sólo se produce un acercamiento a la trascendencia, sino que también se fomentan valores tales como la cohesión social y el recuerdo de creencias y cosmovisiones que orientan el existir.
 
– Los rituales generados durante el «tiempo sagrado» no rompen con la vida cotidiana, sino que la integran en un marco de referencia nuevo, capaz de ofrecer a la persona y al grupo social un equilibrio armónico.
 
– Las celebraciones y los rituales son actividades participativas mediante las cuales se refuerzan los lazos de pertenencia y solidaridad.
 
– Las celebraciones y rituales se expresan mediante elementos materiales ordinarios pero a los que se les ha cargado de un simbolismo que les convierte en «puertas» que se abren hacia lo trascendente.
 
– La celebración constituye una actividad «excepcional», largamente esperada, preparada con antelación y celebrada en un tiempo especial.
 
Al iniciar una reflexión pastoral sobre nuestras actuales celebraciones, conviene tener en cuenta el largo camino recorrido por la humanidad en este campo.
 
De lo expuesto obtenemos una primera información sobre las celebraciones: Afectan a la dimensión más profunda del ser humano. Son realidades complejas que inciden sobre el sentido de la vida, la relación social y la orientación existencial. Rompen con el tiempo de producción y ofrecen la posibilidad de nuevas vivencias. Se concretan mediante elementos cotidianos a los que se les ha cargado de sentido nuevo. Aunque nuestras celebraciones actuales son rituales muy elaborados, tanto en lo teológico como en lo simbólico, conviene no perder de vista los elementos primitivos que subyacen en ellas. Es positivo detectar si nos hallamos inmersos en la corriente celebrativa que recorre la historia de la humanidad o, si por el contrario, hemos olvidado alguno de sus elementos esenciales.
 

  1. Constantes del tiempo sagrado

 
El tiempo sagrado hunde sus raíces en la noche de los tiempos y recorre toda cultura, por pequeña e insignificante que ésta sea. A lo largo de la historia se ha transformado, pero siempre ha permanecido como dimensión fundamental de las personas y comunidades humanas.
La vivencia del tiempo sagrado ha sufrido fuertes alteraciones con la llegada de la cultura tecnológica y de consumo. Por ello nos hallamos ante un reto: Buscar formas nuevas para vivir la celebración, pero unas formas que sean fieles a todo aquello que ha facilitado el desarrollo integral del ser humano. Teniendo en cuentas las raíces antropológicas de la celebración, surgen algunas líneas que pueden orientar nuestras celebraciones:
 
5.1. Superar la celebración rutinaria
 
Cuando la celebración se convierte en rutina y pierde el brillo originario del que debe estar dotada, es fácil que surjan reacciones de desinterés y abandono. Hay que recuperar el atractivo de la celebración, entendida como momento excepcional cargado de sentido y misterio. A la luz de lo visto, nuestras celebraciones no pueden estar planteadas desde la obligación y la aceptación de un código doctrinal, sino desde la fascinación, el símbolo y la experiencia de salvación concreta.
 
5.2. Recuperar la experiencia personal y comunitaria
 
Cuando la celebración se plantea como un discurso racional, hecho de explicaciones de normas y obligaciones morales, se pierde la experiencia personal y comunitaria de quienes celebran. Es necesario que quien prepara o preside una celebración no se convierta en el oficiante que recuerda mandamientos, sino en el guía espiritual que orienta hacia la profundidad de la vida.
 
Los fieles ansían compartir sus experiencias personales con un pequeño grupo o comunidad; un grupo cargado de emociones y afectos. Se busca una afinidad en lo personal y no sólo una uniformidad nacida de la adhesión a una doctrina común. Sin caer en la sensiblería, conviene potenciar experiencias sensibles y no morales.
 
5.3. Recuperar el misterio y el símbolo
 
La Ilustración y el racionalismo asestaron un duro golpe a las expresiones simbólicas, míticas y religiosas que el ser humano ha venido gestionando desde los albores de la humanidad. Aunque la Iglesia comenzó por oponerse al racionalismo, el racionalismo imperante en la Modernidad terminó por echar raíces en el seno de la Iglesia y en el mundo celebrativo.
 
Desde complicadas concepciones teológicas, se ha pretendido explicar todo… hasta el misterio más profundo de Dios. Este esfuerzo por hacer comprensible nuestra fe, ha empobrecido las celebraciones. La explicación teológica indiscriminada ha supuesto un escollo para los fieles que buscan sumergirse, mediante la celebración, en el Misterio de Dios para experimentar y vivir nuevas dimensiones de su persona que van más allá de lo meramente racional y moral.
 
Tras cerca de dos siglos de lucha contra la Modernidad, la Iglesia ha terminado asimilando alguna cosa de ella. Ha cantado las excelencias y la autonomía voluntarista del hombre moderno… silenciando al Misterio de Dios. Los jóvenes postmodernos, frente a la tiranía social del positivismo, buscan en la celebración espacios de experiencia mística. Hay que rescatar el símbolo, la evocación y el gesto. Redescubrir no sólo la ética, sino también la estética de la celebración.
 
5.4. Compaginar los lenguajes de modulación con los lenguajes alfabéticos.
 
Toda celebración es comunicación. El ser humano es un ser «políglota», es decir que utiliza muchos lenguajes para comunicar aquello que vive y siente. Nuestra cultura actual ha promovido el lenguaje escrito y el hablado, el discurso racional, la narración centrada en la lógica griega… Pero no hay que olvidar que la celebración nació envuelta en un halo de misterio y creció con el gesto y la danza, la música, el ritmo, el color…
 
Celebrar tiene mucho que ver con participar, estar juntos, compartir, expresar… Por ello, un tipo de celebración que sea respetuosa con las raíces antropológicas de la misma, tendrá en cuenta los siguientes parámetros:
– Habla al corazón y a la emoción.
– No se centra tanto en conocer elementos doctrinales cuanto en ofrecer una vivencia compartida.
– Los contenidos de la celebración, en lugar de ser normativos son emocionales, tendiendo a pasar de un cuerpo a otro.
– La unión del grupo viene favorecida por los símbolos en los que todos se sienten significados, y no tanto por las ideas que todos aceptan.
– En la celebración confluyen distintas capacidades expresivas de la persona humana: pensamiento, cuerpo, sensaciones, sentimientos, recuerdos, anticipación del futuro…
 

  1. Apuntes pedagógicos para la celebración

 
Los niños y jóvenes que acceden a las celebraciones precisan de un «suplemento de alma» previo que les prepare a comprender la profundidad de lo que celebran. Dada la situación en la que se hallan los destinatarios actuales, conviene crear un clima que propicie la asimilación progresiva de determinados valores:
 
– Educar los ojos para aprender a celebrar.
Enseñar a mirar la vida en profundidad es enseñar a celebrar. La persona del siglo XXI debe descubrir que la experimentación científica no agota la interpretación de la realidad, sino que el mundo y las relaciones humanas son susceptibles de ser contempladas desde otras dimensiones. Todo esto se concretará en ejercicios celebrativos previos que garanticen una visión crítica de la realidad, y faciliten el descubrimiento de aquello que existe bajo la superficie de acontecimientos y noticias.
 
– Hacer sensible el alma para descubrir el sentido de la celebración.
En un segundo momento hay que ayudar a niños y jóvenes a percibir los valores que brotan del evangelio y proponerles hacer experiencia de los hechos que construyen el Reino de Dios aquí y ahora, sin agobiarnos por la formulación correcta de los misterios que celebramos. Con ello pondremos los cimientos para futuras adhesiones personales a la fe.
Para ello hay que acostumbrar a niños y jóvenes a barajar en las celebraciones valores tales como: la bondad, la misericordia, la sencillez, el respeto, el trabajo, la ternura, la solidaridad, la cercanía personal…
 
– Educar para una vivencia gozosa del propio cuerpo y la naturaleza.
Para comprender adecuadamente el sentido de una celebración cristiana hay que hacer experiencias simbólicas progresivas. Primeramente desde el propio cuerpo: el gesto, la voz, los ojos y la mirada, el oído y la narración, las manos y la creación plástica, la danza… Una adecuada educación de estos elementos facilitará el encuentro con el Misterio a través de la capacidad celebrativa.
La naturaleza es fuente inagotable de elementos que, convenientemente cargados de simbolismo, se convierten en puertas abiertas hacia realidades trascendentes: El agua, el firmamento, la montaña, el árbol, la luz, el fuego, el silencio, la casa, el trabajo…
Es esencial educar la dimensión simbólica para poder acceder al Misterio de un Dios que se hace asequible a través de realidades tangibles y concretas: agua, luz, pan, vino, aceite… y a través de una comunidad reunida en el nombre del Señor.
 

  1. Conclusión

 
Celebrar no puede reducirse a repetir ancestrales rituales, algunos de los cuales son más antiguos que la especie «Homo Sapiens», según afirma la moderna paleontología humana. Celebrar no es volver la vista hacia atrás para recuperar un tiempo y unas formas que pasaron indefectiblemente. Pero la celebración debe tener en cuenta las raíces antropológicas que se hallan en el fundamento de una de las dimensiones más profundas de la persona humana.
Cada celebración, planteada con interés pastoral, buscará conjugar la ética con la estética; la razón con la corporalidad; la reflexión con la emoción; el lenguaje alfabético con el gesto, la música y el símbolo; lo concreto con la apertura al Misterio; lo personal con lo comunitario… Siendo conscientes que nos hallamos en camino; un camino que se inició en los más remotos orígenes del ser humano y que sigue serpenteando por la historia a la búsqueda de Dios.
 
Bibliografía
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Arsuaga, Juan Luis. La especie elegida, Temas de Hoy, Madrid 1998.
Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano, Labor, Barcelona 1985.
Eliade., Mircea. Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Tomo I. Cristiandad, Madrid 1978.
Beals-Hoijer. Introducción a la antropología, Aguilar, Madrid 1974
Jensen, Ad. Mito y culto entre pueblos primitivos, Fondo de cultura económica, México 1976.
Gómez Palacios, José Joaquín. Antropología y animación sociocultural, Popular Valenciana, Valencia 1992.