RAUL

1 enero 1999

Hace poco menos de un año, Raúl daba ex­plicaciones sobre su vida privada en una mul­titudinaria conferencia de prensa. Sus idas y venidas fuera de los terrenos de juego eran es­crutadas en esos momentos por miles de afi­cionados. Se hablaba de la primera crisis de la joven estrella del Real Madrid. Y él se veía obligado a tranquilizar a la afición: aseguraba que no había perdido su ambición por ser el mejor. El martes, en Tokio, Raúl dio un paso decisivo en su objetivo final: marcó el gol que proporcionó a su equipo la Copa Interconti­nental, en un año de gloria que comenzó el 20 de mayo en Amsterdam con la séptima Copa de Europa.
Fue un gol de esos que a él le gusta fabricar, un gol difícil que, como casi todos los suyos, tiene nombre. El de Tokio se llama el del agua­nís. Pedro, su padre, bautizó así esa manera suya de amagar ante los defensas y marcar.
Pedro sigue ahora a su hijo por los grandes estadios del mundo como antes lo hacía por los embarrados campos de arena. Raúl intenta que su padre y su madre, Marisa, estén cerca en los grandes momentos.
Raúl lloró como un niño en el vestuario del estadio Nacional de Tokio. Sentado en el suelo, no podía contener el llanto. Sus compañeros se acercaban a él y le abrazaban. Pero no lograba dejar de llorar. A los 21 años había logrado ese gol decisivo que muchos grandes futbolistas buscan y a veces no logran marcar. Soñaba marcar un tanto que resolviera una final y ya lo tiene. La historia del Madrid hablará a partir de ahora de los goles de Di Stéfano y del suyo. Raúl es un ganador. Dice que no le gusta perder ni a las chapas. Ni el dinero ni la fama le han hecho cambiar. Sólo le han hecho ser más desconfiado. A su alrededor ha aparecido mucha gente en poco tiempo y a veces duda quiénes son sus amigos. Cuando esto ocurre, se marcha a su barrio de siempre, a San Cris­tóbal de los Ángeles, y se toma una cerveza con su pandilla, que pagan a escote, según la costumbre del grupo.
Ahora, recuperado su puesto entre los gran­des, nadie se pregunta a qué dedica su tiempo libre. Raúl está enamorado y ha descubierto la cocina. Cuentan sus amigos que le encanta ex­perimentar con los pucheros y que cada vez es más difícil sacarle de casa.
Raúl busca el sosiego después de tres verti­ginosos años. En este tiempo ha pasado de ir en metro a la Ciudad Deportiva a ganar un fla­mante Toyota en Tokio por su espléndido gol. Cientos de empresas se acercan a sus agentes para pedir la colaboración de la estrella madri­dista. Pero casi siempre dice no. Prefiere dejar a un lado todo lo que no sea el fútbol. Sólo uti­liza su imagen si puede ayudar a alguien. El dinero que ganó en Tokio lo ha donado a los niños afectados por el huracán Mitch, y el que le darán por hacer una felicitación navideña lo ofrecerá a un convento.

MABEL GALAZ «El País», 6.12.98

 

Para hacer

1. Cuando se lea este perfil de Raúl, ya habrá pasado la euforia de la inmediatez con que fue escrito, pero los hechos ahí están. ¿Qué opinamos de ellos? (Hágase al margen de ser partidarios de un equipo o de otro).
2. ¿Qué nos llama la atención de ese jovencísimo futbolista? ¿En qué estamos de acuerdo y en qué no?
3. Todos tenemos tentaciones a nuestro nivel: dejarnos llevar por lo cómodo, renunciar al esfuerzo, consumir en vez de crear, aprovecharnos del otro, dormirnos en los laureles, soñar con ser el mejor sin poner los medios para ello… ¿Cuáles son nuestras tentaciones? ¿Cómo enterarnos de ellas? ¿Cómo superarlas?
4. Si estuviéramos en la piel de ese jugador, ¿qué haríamos?, ¿cómo viviríamos?

 

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