Reconducir la vida

1 junio 2006

El arte de relacionarnos con quienes viven en los márgenes
María Victoria Irigaray Bergara
 
El pasado mes de diciembre, durante dos días, un grupo de animadores y educadores que trabajan en ambientes de marginación se reunieron en El Plantío (Madrid), para reflexionar juntos sobre la manera de trabajar y aprender un modo más sano de relacionarse con los jóvenes con quienes trabajan. Publicamos el texto que sirvió de base para la reflexión que realizaron.
 

  1. Espacio sagrado

 
 
Quiero comenzar mi reflexión tomando e invitando a tomar conciencia de la sacralidad de nuestra misión. En el capítulo 3 del Éxodo cuando Moisés descubre la zarza ardiente que no se consume decide acercarse; en ese momento el Señor le dice: “No te acerques; quítate las sandalias porque el lugar que pisas es sagrado”. Estas palabras del Señor siempre me han acompañado en mi labor pastoral. Vivo la profunda certeza de que la persona que sufre es un espacio sagrado, un espacio privilegiado de presencia y encuentro con el Señor.
Como a Moisés, Dios nos manda detenernos antes de asomarnos al dolor del otro. Pararnos y ser conscientes de la tarea a realizar, pararnos para poner en manos de Dios nuestro encuentro. Entrar de “puntillas”, conscientes de la sacralidad del espacio que pisamos. Un lugar donde cohabitan: debilidad y fortaleza, carencia y posibilidad, frustración y esperanza, rebeldía y ternura. Si nuestra propia vida está hecha de contrarios con cuánta más razón en estos jóvenes cuyo camino es bien espinoso.
“Quítate las sandalias”, descálzate, despójate de tu poder de acompañante, derriba tus barreras y acoge el mundo interior de quien lo está pasándolo mal. El Señor nos invita a tratar con mucho cuidado y mimo a nuestros jóvenes. Somos llamados a salir de nosotros mismos e ir al encuentro del otro. Tarea sagrada, tarea que nos desborda, tarea que sólo podremos realizar con la gracia de Dios.
Gracia de Dios y formación en y para la acción. Tenemos que aprender a relacionarnos con quien está sufriendo, con quien vive en la dificultad. Relacionarnos adecuadamente en medio del dolor no es fácil, no nos sale espontáneamente, es necesario adiestrarnos hasta convertir en hábito una serie de actitudes que son imprescindibles en una buena relación de ayuda. Ejercitarnos hasta hacer nuestras una serie de habilidades que posibilitan una verdadera y sana comunicación.
 
2. Saber acoger
 
En nuestros encuentros con los jóvenes tenemos que mimar de manera muy especial la acogida. Es muy importante que el chico/a se sienta acogido y para eso tenemos que acogerle de verdad. Abrir de par en par las puertas de nuestro corazón y dejarle entrar, ofrecerle hospedaje, un espacio donde se sienta cómodo, relajado y aceptado. Un lugar donde ser alguien importante. No me refiero solamente a un lugar físico, -que también tendremos que velar para que sea agradable y cálido-, sino un lugar vital donde el joven, si quiere, pueda expresar con toda libertad su mundo interior. Acoger supone desear que quien tenemos a nuestro cargo entre a formar parte de nuestra historia, hacerle un espacio en nuestro interior para que él pueda acampar a sus anchas. En ese espacio no puede haber juicios, prisas, “peros”; sólo hay lugar para la aceptación incondicional, una aceptación integral del otro.
Aceptar al otro como se nos presenta, con su modo de vestir, de hablar, de comportarse. Acogerle tal y como se nos manifiesta sin pretender transformarlo a nuestro gusto. Acogerle incluso cuando sus conductas no nos resultan agradables. Acoger no significa aprobar cualquier conducta del joven, no supone una ausencia de criterio o escala de valores personal; acoger significa aceptar al otro con su historia real y tratar de suscitar su crecimiento personal. Acoger, en nuestra tarea concreta, no supone admitir cualquier tipo de conducta; todos sabemos que son necesarias unas normas y una disciplina para una buena convivencia, pero como ayudantes tendremos que bucear en esos comportamientos y descubrir los “para qués” y los “porqués” que puedan esconder.
 

  1. Meternos en el pellejo del otro

 
Si queremos ser de ayuda será imprescindible tratar de ponernos en el pellejo de quien tenemos enfrente, meternos en su pellejo y ver qué es lo que está pasando. Se trata de la actitud de la empatía sin la cual no es posible una buena relación de ayuda. Ser empáticos significa evitar cualquier tipo de barrera, de distancia, supone hacernos vulnerables ante la presencia y la realidad profunda de quien sufre. Si nos abrimos de par en par para acoger, probablemente el joven acepte nuestra invitación y entrando con sus heridas despierte las nuestras.Empatizar significa estar dispuestos a sufrir, a dejarnos interpelar por la realidad profunda del otro. Supone abrirse y esperar, sin prisas, sin juicio, sin “peros”. La empatía es aquella actitud que nos lleva a olvidarnos momentáneamente de nosotros mismos para centrarnos en el otro y así tomar conciencia de lo que pueda estar viviendo. Es una actitud que nos permite comprender la situación del otro y transmitirle comprensión.
La empatía nos exige estar dispuestos a quedarnos sin palabras, sin respuestas porque sólo cuando dejamos que el dolor del otro nos duela es cuando descubrimos que no hay nada que decir y que tan sólo podemos estar y acompañar. La empatía implica estar dispuestos a no tener soluciones ante los problemas con que nos encontramos. Nos hace humildes, sencillos; nos invita a valorar la importancia de nuestra misión aunque ésta pueda resultarnos a menudo tan frustrante. No tenemos soluciones, en nuestra tarea diaria tenemos pocas recompensas; sin embargo, nuestra mayor recompensa es saber valorar personalmente la importancia y necesidad de nuestros acompañamientos.
 

  1. Escuchar: mucho más que oír

 
Si no padecemos ninguna discapacidad auditiva el acto de oír nos resulta fácil, espontáneo, natural. Saber escuchar, sin embargo, no es nada natural y ni evidente. Para escuchar primero tenemos que desear hacerlo, esuna acto de nuestra voluntad que supone nuestro deseo de prestar atención a todo lo que el otro me comunica. Escuchar significa querer descifrar el significado que las palabras tienen para quien las pronuncia. Una misma palabra puede encerrar tantos significados como personas  las reciben; pues bien, escuchar activamente supone captar el significado único que la palabra tiene para quien se comunica.  Tras esta breve definición de la escucha, tenemos que decir que la escucha es un acto voluntario que consume mucha energía y esfuerzo.
Se escucha con toda la persona. Con nuestros oídos, con nuestra mirada, con los movimientos de nuestras manos y nuestro cuerpo. La escucha nace en el interior de la persona y va hasta lo más profundo del otro. La escucha es un acto de entrega y recepción al mismo tiempo. Supone un abrirse al otro para dejarle entrar dentro de nosotros; o lo que es lo mismo: escuchar supone descentrarse para centrarme en el otro. Salir de mí para acoger el mundo interior del otro.
 

  1. Cambiar nuestra mirada.

 
La salud de nuestros ojos depende sobre todo del modo nuestro de ver, de mirar, porque hay, como todos sabemos, quienes mirando no saben ver. Colocarnos los ojos de Dios, mirar con su mirada, percibir al joven como sólo Dios lo percibe. Cuando el Señor nos mira nos reconoce por dentro, su mirada alcanza la profundidad de nuestro ser. Sólo El conoce hasta el fondo nuestras tentaciones, intenciones más profundas, debilidades, potencialidades, recursos y posibilidades. Saber mirar es saber amar; la mirada de Dios nos restituye, nos salva.
Llamados a reeducar, educar de nuevo, nuestro modo de mirar. Vivir en la marginación supone debilidad, vulnerabilidad, fragilidad, temor, inseguridad. Cuando uno se siente excluido, que no despierta el interés de nadie, la capacidad de valorar la propia realidad disminuye o desaparece. No es posible ver lo positivo, descubrir la posibilidad; hay momentos en los que el joven sólo es rechazo social, además el entorno en el que se mueve, las personas que le rodean, personal amigos, familiares, sin saberlo ni desearlo, aumentan este sentimiento deautominusvaloración. De ahí que una de nuestras más importantes tareas sea saber ver, percibir, captar los recursos que el joven esconde. Despertar el lado sano de quien sufre. Estimular la posibilidad en medio de la carencia, transmitir confianza, convencer a quien sufre que puede hacer el camino, que en él existen muchas posibilidades y dones.
Esta mirada sanadora no nos brota espontáneamente. Tristemente estamos más adiestrados, por cultura o educación, a ver enseguida lo negativo, la deficiencia, la discapacidad. Muchos de nosotros vemos lo negro, lo que nos parece a primera vista que no es posible. Adiestrarnos para cambiar nuestro modo de mirar, pedirle al Señor que nos contagie y transmita su saber mirarnos. Nuestra mirada también tiene que sanar, posibilitar, reconstituir el corazón y el cuerpo enfermo. Olvidarnos de lo negativo para centrarnos en lo positivo, en lo bueno y posibilitadorde cada uno. Ofrecer flores en forma de piropos a quien está en dificultad es sanador. El joven sumergido en la debilidad descubre las posibilidades que le habitan y la fuerza que transmite nuestra visión positiva le ayuda a confiar en sí mismo y ponerse en marcha.
 

  1. Reconciliarnos con nuestra verdad

 
Estamos hablando de cómo trabajar con aquellos que tenemos a nuestro cargo. Acoger, empatizar, escuchar activamente y mirar desde lo positivo, son sin duda algunas de las actitudes y habilidades que tenemos que desarrollar y potenciar en nuestra tarea diaria. Son “pinceladas” imprescindibles que no podemos olvidar si pretendemos dibujar el perfil del buen ayudante. No puedo dar por terminada esta reflexión sin nombrar una última “pincelada”: la necesidad de realizar un trabajo de introspección con nuestra propia historia. En mis conferencias y cursillos siempre insisto en la urgencia que, como ayudantes, tenemos de reconciliarnos con nuestra verdad.
Se trata de andar un camino, de vivir un proceso que requiere nuestro esfuerzo y tesón. Aceptar con paz nuestra verdad, amar nuestras sombras y heridas; reconocer nuestras ataduras personales y también las colectivas o comunitarias. Ir realizando un proceso de integración, habitar amablemente con nuestro mundo interior: con los sentimientos y emociones que nos habitan, sin censurarlas ni negarlas, dándoles carta de ciudadanía en nosotros. Aprender a descubrir nuestra posibilidad justamente en nuestra debilidad, en aquello que más nos duele. Nuestra piedra de toque a menudo es también nuestro trampolín.
Este mismo camino tenemos que ofrecer a quien vive en la exclusión, pero primero tenemos que recorrerlo nosotros para ser conscientes de lo que supone, después ayudar al joven. Camino que tenemos que acompañar con mucho mimo, con delicadeza, siempre respetando el ritmo de cada uno. Sin imponer, contagiando esperanza, posibilidad, creyendo primeramente nosotros que nuestros jóvenes pueden ser capaces de convivir con sus historias.
 

  1. A modo de despedida

 
Queridos amigos, como podéis suponer no he realizado más que un pequeño esbozo de lo que es la relación de ayuda. Se trata de humanizar nuestro quehacer diario, hacerlo más próximo, más cálido, en definitiva másposibilitador. Nuestros jóvenes tal vez no nos lo agradezcan directamente, quizás porque no han tenido oportunidad de aprender la gratitud, pero sus trayectorias futuras serán a menudo nuestra recompensa. Sería bueno que fuéramos capaces de no necesitar ver los frutos de nuestro trabajo, pero somos humanos y todos tenemos la necesidad de sentirnos reconocidos en nuestra valía tanto personal como profesional. Creerme nuestra mayor recompensa está en nosotros mismos: en nuestra capacidad de saber valorar nuestra tarea, por que es pequeña pero grande y necesaria al mismo tiempo.