Santiago Galve
En tantos años como llevo ejerciendo de profesor he tenido muchos compañeros de trabajo. Los ha habido de todos los tipos y caracteres.
Una de las cuestiones a debate ha sido siempre la actitud que se ha de tomar cuando, estando impartiendo la clase, se comete algún tipo de error, tanto referido a la materia que se imparte como a cuestiones colaterales de la llamada cultura general, de ortografía, etc.
Tal vez una de las teorías más extendida era la de no mostrar equivocaciones ante los alumnos, pues esto menoscaba la autoridad del profesor. Para ello, si fuera preciso, se buscan subterfugios que hagan imposible perder la cara ante ellos.
Mi Maestro, por contra, me dio el siguiente consejo: No tengas inconveniente en reconocer un error
No podré olvidarlo nunca. Aquello trajo mucha cola. Fue el hazmerreír de los alumnos durante bastante tiempo. Incluso dio origen al mote que le propinaron a un Profesor, que por deferencia omitiré.
Sucedió en clase de Literatura. Trataban el tema del romanticismo español.
Un alumno preguntó:
— ¿Qué significa la palabra romanticismo?
Mi compañero, ante la insólita pregunta, no tuvo otra feliz ocurrencia que la de afirmar:
— La palabra romanticismo, como todos muy bien sabemos, proviene de “Roma”, donde se desarrolló el más famoso de los romances, el de Romeo (El nombre de Romeo, también designa a Roma) y Julieta.
Uno de los alumnos espabilados, levantó la mano, al estilo de la época, y le dijo:
— Yo tengo entendido que la obra de Romeo y Julieta se desarrolla en Verona.
A lo cual el testarudo compañero, por no perder la cara, inventó lo siguiente:
— Sí, así es en efecto, pero es que ese era el relato original, el de Shakespeare, pero posteriormente, dado que Verona era poco conocida en Europa, se hicieron arreglos en las representaciones hasta llegar a situar la acción en Roma.
El alumno espabilado insistió:
— Pero yo creo que Romeo y Julieta es una tragedia.
Y el buen compañero acabó rizando el rizo:
— Claro que la obra de Shakespeare es una tragedia, pero ya sabes que también se han escrito tragicomedias, como La Celestina. Pues, de la misma manera, también hay tragedias románticas y qué duda cabe que en esta narración prevalecen los amoríos de los dos protagonistas sobre el aspecto trágico.
El alumno espabilado desistió, pero los murmullos del aula —no era ésta la primera salida de tono de aquel profesor— fueron creciendo a la par que el enfado de mi Compañero, que no tuvo otra idea más brillante que la de propinarles un castigo desmedido por alborotar en clase.
Al alumno espabilado le faltó tiempo, en el recreo, para consultar el Diccionario Enciclopédico, y allí encontró la etimología de la palabra romanticismo: Debe su nombre a un grupo de escritores alemanes que, en los comienzos del siglo XIX, buscaron la inspiración poética en las novelas (roman en francés e italiano). Y, claro, también le faltó tiempo para cacarearlo.
Por supuesto, la metedura de pata fue la comidilla de los alumnos de los cursos mayores, y de aquí le vino a mi compañero el ofensivo mote.
■ Consejos
- No se pierde ningún tipo de autoridad por ser capaz de reconocer un error. Es famosa la frase del sabio: Sólo sé que no sé nada. (La frase original de Sócrates sería: La única cosa que sé es saber que nada sé).
- Si los alumnos, o los hijos, perciben que quien les enseña es capaz de admitir que hay cosas que ignora, será para ellos una motivación para no sentirse frustrados ante sus errores.
- La mejor actitud consistiría en, tras admitir el error, iniciar juntos la búsqueda de la verdadera respuesta a la cuestión, bien en el libro de texto, bien en el diccionario, bien en una enciclopedia. En un caso más complejo se puede posponer la investigación para el día siguiente y luego cotejar los resultados.