Redes de solidaridad frente a una cultura de las ceguera y del olvido

1 enero 1997

Rafael Díaz-Salazar

Rafael Díaz-Salazar es profesor titular de Sociología en la Facultad de Ciencias políticas y sociología de la Universidad Complutense (Madrid).

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

La ceguera y el olvido de las injusticias que rodean a muchos seres humanos hacen que, por ejemplo, hoy persista una gran desproporción entre los análisis acerca de la po­breza y la formulación de propuestas para erradicarla. La «atmósfera cultural» que respi­ramos sofoca los ideales altruistas. Hace falta un muevo aire para que la «sensibilidad so­lidaria teórica» que manifiestan muchas personas en España se concrete en actitudes y comportamientos solidarios, es decir, hay que transformar nuestros modos de pensar, sentir y actuar para construir la «contracultura de la solidaridad». En este marco coloca el autor las «redes de solidaridad internacional» y las propuestas especificas para la acción solidaria con las que se cierra el artículo.

¿Qué podemos hacer? Esta pregunta y el intento de respuesta marcan las reflexiones del estudio. Es la pregunta que se formulan muchas personas cuando contemplan imágenes –como las de Zaire y Ruanda durante estos últimos meses- o escuchan noticias sobre la pobreza extrema en que se encuentran miles de millones de personas en el planeta Tierra a finales del siglo XX.

El artículo, por otra parte, tiene una determinada perspectiva y se inscribe dentro de un ámbito de estudio más amplio: el análisis de las igualdades internacionales Norte-Sur y la formulación de políticas de solidaridad internacional. Aquí nos limitaremos, tras referirnos brevemente a la “Cultura de la ceguera y del olvido”, a dos cuestiones específicas: a/ La relación entre cultura y solidaridad; b/ La necesidad de promover “redes de solidaridad internacional” pera recuperar la vista y la memoria que identifican a los seres humanos.

1. Cultura de la ceguera y del olvido

Estas reflexiones dan por supuesto un co­nocimiento mínimo de los niveles de pobreza y desigualdad existentes entre los países del Norte y del Sur. Conviene, no obstante, tener presente que cada año mueren de hambre en el mundo 40 millones de personas (toda la población de España en un año) y cada día mue­ren de hambre 100.000 personas, de las cuales 35.000 son menores de 5 años. En la actualidad, existen en el mundo más de 1.300 millo­nes de pobres, 1.200 millones de personas sin acceso a ningún servicio de salud (es decir, el equivalente a 30 países con el mismo volumen de población que España), 1.300 millones de seres humanos sin acceso a agua potable, 860 millones de analfabetos. Los 3.000 millones de personas que pueblan los países más pobres sólo disponen del 5.4% del ingreso mundial total, lo que representa unos recursos inferiores al PNB de Francia (57 millones de habitantes). Todo el África subsahariana (unos 585 millones de personas) dispone de algo menos del 1% del ingreso mundial, lo cual es igual a tener menos de la mitad de los ingre­sos del Estado norteamericano de Texas. Los países ricos del Norte, que no llegan a repre­sentar ni siquiera una cuarta parte de la po­blación mundial, consumen el 70% de la energía mundial, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60% de los alimentos. El consumo energético que representa la circulación de turismos en la parte occidental de Alemania, equivalente a unos 40 millones de toneladas de carbón al año, es igual al consumo to­tal de energía de los habitantes de África ne­gra. Es necesario recordar que todos los habi­tantes de la Unión Europea, EE.UU., Canadá, Japón, Australia y Nueva Zelanda sólo consti­tuyen el 14% de la población mundial, esto es, algo menos que toda la población de la India, que representa el 16% de la población mun­dial. Las personas que habitamos en los paí­ses de la Unión Europea sólo somos el 6,5% de la población mundial.

1.1. Olvido e impotencia

El desconocimiento y, sobre todo, el olvido de esta realidad  -que por otro lado se im­pone con manifestaciones constantes y dra­máticas- es el que acompaña la baja intensi­dad de las políticas y acciones de solidaridad internacional. Especialmente cuando se regre­sa de algún país empobrecido, se tiene la sensación de que el Norte está ciego y dormido, reposando en un «sueño de cruel inhumani­dad» (J. Sobrino). Y contra ese sueño del Nor­te hay que levantar un movimiento de insumisión en favor del Sur. No podemos consentir que una minoría del 14% de la humanidad -con islotes ciertamente de pobreza- esté instalada en la cultura de la satisfacción producida por la sociedad de consumo, mientras que la gran mayoría de los habitantes del planeta están sometidos a la dictadura de la pobreza.

En la actualidad existe una gran despropor­ción entre los análisis existentes sobre la po­breza y la desigualdad en el mundo y la formu­lación de propuestas de acción. Esa es una de las causas esenciales que sirven de apoyo a la cultura de la impotencia, esgrimida por ciuda­danos y organizaciones cuando afirman que desgraciadamente no se puede hacer nada para combatir la pobreza extrema y el aumen­to de las desigualdades internacionales.

Frente al mapa de la injusticia, hay que de­rribar los muros del olvido y de la (falsa) im­potencia. Y derribarlos tejiendo redes de soli­daridad internacional entre personas, organi­zaciones y gobiernos para vincular con nue­vos lazos el Norte y el Sur. Las sociedades del Norte, por su parte, sólo podrán curarse de su «alienación con riqueza» y abrirse a hori­zontes de nueva humanidad, si rompen la perspectiva propia de una minoría encerrada y envilecida en un confort que da la espalda a las mayorías empobrecidas del Sur.

1.2. ¿Qué podemos hacer?

Muchas son las cosas que podemos ha­cer. En el otoño de 1994 numerosas personas comenzaron a configurar un movimiento de solidaridad internacional, sin precedentes en nuestro país e incluso en el mundo desarro­llado, a través de las acampadas y moviliza­ciones de la Plataforma 0’7%. Era una forma colectiva, un buen ejemplo de respuesta con­creta a esa pregunta-obsesión acerca del “qué podemos hacer”. La parte final de estas páginas se ocupa de otras diversas propues­tas para tejer redes de solidaridad internacional con los empobrecidos del Sur y luchar conjun­tamente contra la pobreza y las desigualdades. Antes, vamos a detenernos a desenmascarar una de las claves fundamentales que mejor explican la inhibición y hasta la insolidaridad con las que vamos por la vida.

  1. Cultura y solidaridad

La práctica de la solidaridad con los paí­ses empobrecidos exige analizar cuál es la cultura de fondo de los ciudadanos del Esta­do en el que desarrollan su acción las perso­nas preocupadas por los problemas de la po­breza y la desigualdad internacional. Será di­fícil impulsar la acción solidaria en un ámbito cultural profundamente insolidario o, vicever­sa, la existencia de un sustrato cultural soli­dario facilitará la difusión de las prácticas de lucha contra la pobreza en el Sur.

Desde la perspectiva de las ciencias socia­les, entiendo por cultura una determinada for­ma de pensar sentir y actuar. El análisis que voy a realizar se centra en la cultura socio-vi­tal de los españoles con la finalidad de deste­rrar expresamente el carácter exclusivamente mental que se suele atribuir a la cultura. Si los problemas de los países empobrecidos no penetran en las formas dominantes de pen­sar, sentir y actuar, es muy difícil que el inter­nacionalismo solidario pueda expandirse.

La atmósfera vital, el aire dominante que respira nuestra sociedad sofoca el imaginario de ideales altruistas existente. Al final, la sen­sibilidad teórica o «solidaridad de demanda», aunque fuerte y viva, no se plasma en actitu­des y comportamientos concretos o «solida­ridad de oferta»: el materialismo vital y la cultura del individualismo terminan por configu­rar las aspiraciones y objetivos de la mayoría.

2.1. “Solidaridad de demanda”

Existe un fuerte imaginario de ideales so­ciales altruistas. Por ejemplo, llama poderosa­mente la atención que en el último lustro haya crecido el porcentaje de la opinión pública que apoya un modelo de sociedad igualitaria, en el que prime lo público y el Estado se preocupe por el desarrollo de los derechos sociales. En­tre un 20 y 25% de los jóvenes españoles afir­ma que «valdría la pena sacrificarlo todo por defender a los pobres y a los marginados, par­ticipar en una misión humanitaria en un país extranjero y ayudar al Tercer Mundo». Los es­pañoles, en general, muestran una buena vo­luntad y predisposición de ayuda a los países empobrecidos. En este sentido, considero que podemos hablar de la existencia en España de una fuerte solidaridad de demanda. Ahora bien, si relacionamos los datos que avalan el apoyo a este tipo de solidaridad con los refe­ridos a los objetivos, intereses y aspiraciones vitales de la mayoría de los españoles, se vis­lumbra que la solidaridad de demanda no con­lleva un modelo de sociedad participativa con personas muy preocupadas por los problemas de los otros; más bien, lo que se desea, a mi parecer, es que exista mucho Estado para mu­cho individuo, es decir, que los intereses vita­les familiares e individuales estén protegidos por una fuerte institución.

Los sentimientos vitales y estados de ánimo de los españoles están colocados dentro de la llamada cultura de la satisfacción, agudamen­te analizada por Galbraith. Sus aspiraciones y objetivos vitales mayoritarios son claramente los siguientes: disfrutar de la familia y los ami­gos, poseer un trabajo que otorgue seguridad económica y posibilidades de consumo (para lo cual se requiere una mayor formación), y dis­poner de tiempo libre para actividades de ocio. Nos encontramos, en fin, con una sociedad española instalada en la cultura de la satisfac­ción. España, como la mayoría de las socieda­des occidentales, está impregnada por la cul­tura de la pequeña burguesía2. Considero que ésta es la que articula la hegemonía cultural en nuestro país. Más en concreto y por lo que res­pecta a los jóvenes,sus intereses dominantes son claramente dos: «pasárselo bien» (72%) y «tener trabajo o buenos estudios para el futuro laboral» (22%); sólo un 4% de los jóvenes afir­man tener como interés principal la participa­ción en actividades de transformación social y servicio a la vida colectiva. Las aspiraciones vi­tales fundamentales y mayoritarias consisten en tener éxito profesional (50%), formar un ho­gar (46%) y ganar dinero (33%); sólo un 17% manifiesta que ayudar a los demás es su prin­cipal aspiración existencial. El perfil del ejecu­tivo o profesional liberal con éxito parece ser el prototipo humano o modelo social de referen­cia. El tiempo de la vida es construido dentro de redes afectivas primarias (familia/amigos), está configurado básicamente por los mensa­jes televisivos y pende de la integración en el mercado de trabajo como medio de asegurar y reforzar los afectos y los consumos. Inevitable­mente este horizonte vital y socio-cultural inci­de poderosamente a la hora de situarse ante la solidaridad intemacional3.

Los datos sociológicos muestran una per­cepción muy generalizada de la existencia de un tipo de sociedad muy regida por el indivi­dualismo, el afán de ganar dinero y la meritocracia. Y, aunque la mayoría rechaza este modelo de sociedad y de valores, se recono­ce que son pocos los españoles que se subs­traen a este tipo de aspiraciones. El tipo de ciudadano que se desea es  bastante afín a ese modelo de sociedad y a su modo de re­producción socio-cultural. Esto parece dedu­cirse de las respuestas a la pregunta sobre las principales cualidades a desarrollar en los niños, Entre ellas no aparecen virtudes públicas como la solidaridad, la entrega a los demás, el compromiso por la justicia y la paz, la com-pa-sión c­on con el sufrimiento ajeno, la participación en la  construcción de la sociedad, el aprecio y respeto al medio ambiente, etc. Por otra parte, quizá sea este modelo de socialización el que provoque que solo el 6% de los jóvenes españoles vean a sus compañeros de genera­ción como generosos y exclusivamente el 10% los perciba como solidarios. De hecho, estos mismos jóvenes no consideran la generosidad y la bondad con los otros como uno de los valores más importantes. A la pregunta sobre qué le diría un joven a su futuro hijo respecto a lo que es más importante en la vida, las res­puestas principales que se ofrecen son: “el tener cultura y saber”el “ser trabajador” y el “ser querido”; sólo el 7% considera el “ser bondadoso” como lo más importante. Es significativo que el 72% de los jóvenes afirme que no han visto que sus padres tengan prác­ticas de asociacionismo cívico y que el 56% declare que en los centros escolares no se educa para la solidaridad4.

2.2. “Solidaridad de oferta”

Frente a la fuerte solidaridad de deman­da existe una débil solidaridad de oferta: el medio ambiente o el clima socio-cultural seca los ideales solidarios. Por eso se constata que sólo e!22% de los ciudadanos españoles manifiesta pertenecer a algún tipo de asociación y exclusivamente un 12% declara que presta un trabajo voluntario y activo en la asociación de pertenencia. Los jóvenes presentan un ni­vel de asociacionismo menor que los datos globales; siendo llamativa la exigua participación, en los nuevos movimientos sociales (pacifismo, ecología, etc.), aunque expresan gran aceptación y apoyo externo hacia ellos.

Son todos datos de esa llamada débil solidaria de oferta. Para conocer con la mayor precisión posible el nivel de oferta o práctica soli­daria en España podemos elaborar un sistema de indicadores en una escala que vaya de la práctica máxima a la práctica mínima. En la en­cuesta Sociodemografía (1991)5 se preguntó sobre la realización de actividades voluntarias de cooperación social realizadas sinretribución  económica durante la semana de referencia. 237.556 personas mayores de 16 años declararon ejercer este tipo de práctica solidaria. Esta cantidad constituye el 0’8% de los españoles de este grupo de edad. 88.220 jóvenes entre 16 y 19 años desarrollaban esta práctica (0’9% del total de jóvenes). Del conjunto de personas comprometidas en esta actividad social, el 58% tenían empleo, el 16% estaban sin empleo y el 15% cursaban estudios. Aragón, el País Vasco y Navarra eran las tres Comunidades Autóno­mas con mayor nivel de cooperación social.

Un segundo nivel de intensidad en la práctica solidaria podemos conocerlo a través del por­centaje de ciudadanos que declara pertenecer a partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales y organizaciones de voluntariado social. En 1994 un 14% de españoles mayores de 15 años -4.700.000 personas- estaban integrados en este tipo de asociaciones. No sabemos con exactitud cuántos de ellos, además de estar afi­liados, trabajaban en estas asociaciones.

Existe otro indicador para conocer la prácti­ca solidaria de tipo intermedio: en la encuesta de EDIS sobre la solidaridad de la juventud se pregunta por el empleo de horas de tiempo li­bre dedicadas a alguna actividad de ayuda a los demás a lo largo de un año. El 9’6% de los jó­venes entre 16 y 19 años -unas 863.550 perso­nas- declaran que esta práctica la realizan con frecuencia, el 22% alguna vez y el 68% nunca. En esta misma encuesta un 12% de los jóve­nes confiesa colaborar con instituciones públi­cas u ONGs de ayuda a los demás (algo más de un millón de personas). Un 62% de los jóvenes se muestra predispuesto a realizar actividades hu­manitarias y sociales, especialmente en el campo de la ecología, la cooperación con el Tercer Mun­do, la infancia y la juventud.

Las actitudes políticas de las personas, en general y en cuanto estamos apuntando con­cretamente, tienen mucho que ver con la soli­daridad. A pesar de la gran degradación que sufre la política, la construcción de un mundo más solidario pasa inevitable y necesariamente por el compromiso político. Considero que hay una correspondencia entre el apoliticismo y la insolidaridad. Y en España el desinterés por la política es sumamente grande, especialmente entre los jóvenes. No existe una ideología polí­tica que aglutine significativamente a grandes porcentajes de población. En los jóvenes hay que hablar más bien de vacío ideológjco, ya que nada menos que el 44% de estos afirma no te­ner ninguna ideología política. En porcentajes de adhesión, las ideologías calificadas común­mente como de derecha superan ligeramente a las consideradas como de izquierdas6.

En España, con todo, en el ámbito de la par­ticipación y acción social, hay un número signi­ficativo de ciudadanos entregados a la cons­trucción de la solidaridad a través de partidos, sindicatos, movimientos sociales, ONGS, etc.

Especialmente el sector del voluntariado social está creciendo. El 16% de los españoles mayo­res de 25 años y el 9% de los jóvenes entre 15 y 24 años declaran pertenecer a organizaciones de solidaridad. Es más difícil saber cuántos de ellos prestan hoy un trabajo voluntario activo. La Plataforma del Voluntariado calcula que unas 350.000 personas dedican una media de 12 horas semanales a acciones de solidaridad. Posteriormente un estudio del INE ha cifrado en 237.556 (0’8%) el número de españoles mayo­res de 16 años que realizan labores de volunta­riado social o de tipo benéfico.

Igualmente se puede constatar una emer­gencia de valores postmateralistas y un de­seo soterrado de participación social. Esta emergencia de lo que podríamos llamar una ciudadanía social sumergida tiene todavía poca expansión, debido -entre otras cosas- al desco­nocimiento y al desencuentro entre las asocia­ciones, organizaciones y movimientos sociales – existentes en nuestro país (con pocos miem­bros) y este nuevo sector ciudadano emergen­te. Urge una pedagogía colectiva de iniciación a un compromiso ciudadano solidario a nivel nacional y, sobre todo, internacional.

2.2. Redes de solidaridad

Si estarnos instalados en la cultura de la insolidaridad (salvo relevantes y significativas excepciones), el gran reto que se impone es construir una nueva contracultura, la contra-cultura de la solidaridad,que debería tener un gran objetivo: transformar los modos dominantes de pensar, sentir y actuar. Para ello, lo primero que tenemos que indagar son las si­guientes cuestiones: ¿dónde se crean los modos de pensar, sentir y actuar?, ¿qué o quié­nes forman y configuran las actitudes de com­portamientos básicos de las gentes?,¿cuáles son las principales vías de transmisión de va­lores y de propuestas de estilos de vida? Y, consecuentemente, ¿cómo podernos intervenir en esos ámbitos para difundir la contracultura de la solidaridad y socializar en ella?­

Para afrontar esas cuestiones creo que seria bueno ver cuáles fueron las instancias de for­mación de los modos de pensar, sentir y actuar de aquellos españoles comprometidos social y políticamente en los tiempos de la dictadura franquista y compararlas con los actuales cauces de formación de dichos modos. Creo que los principales cauces de formación de esos modos específicos de pensar, sentir y actuar fueron los siguientes: a/ La propia realidad, con su faz de injusticia y represión; b/ Las ideologías socio-políticas, que eran muy poderosas y tenían entonces un gran poder de seducción y de difusión clandestina o semiclandestina a tra­vés de libros y revistas que marcaron a muchas personas; c/ Los grupos de acción (partidos, sindicatos, movimientos apostólicos obreros y juveniles), ya que éstos tenían muy presente las tareas de formación; d/ La propia acción y las luchas sociales y políticas que iban creando mentalidades, sentimientos y voluntades.

Hoy las principales instancias de formación de los modos de pensar, sentir y actuar son la familia, el grupo de amigos y los medios de comunicación social. La realidad está más marcada por la aspiración al éxito y a las ganancias ­monetarias que por la percepción de la insolidaridad; los libros y las ideologías han per­dido influencia ante los medios de comunica­ción social de corte audiovisual; partidos e iglesias parecen desposeídos de su capacidad formativa; y la acción social y política -salvo excepciones significativas- brilla más bien por su ausencia. Resalta, particularmente, la débil influencia de los centros de enseñanza en la formación de mentalidades e interpretaciones del mundo7.

Junto a las instancias citadas, habría que colocar el «aire dominante», no por invisible me­nos real, que se respira en la sociedad, a los cli­mas culturales (ofertas de sentido, propuestas de estilos de vida, juicios y opiniones dominan­tes, modas, mensajes publicitarios), al ambien­te socio-cultural que terminan impregnando la atmósfera vital de una sociedad.

3.1. Contracultura de la solidaridad: Transformar los modos de pensar, sentir y actuar

La mayoría de los españoles afirma que re­cibe información sobre la situación de los paí­ses empobrecidos. Nada menos que el 82% de nuestros ciudadanos estima que está informa­do de los problemas de estas zonas del plane­ta; si bien se considera que las informaciones sobre esta temática son escasas. Los medios más utilizados pana conocer esta problemática son la televisión (81%) y la prensa (45%)8.

La percepción que los españoles tienen de las causas por las que existen países ricos y países empobrecidos nos indica que para la gran mayoría de nuestros ciudadanos hay un conflicto estructural entre el Norte y el Sur ba­sado en la opresión y en las relaciones de do­minación. El 70% piensa que los países capi­talistas explotan a los países del Sur y bloque­an sus posibilidades de desarrollo. Algo más de la mitad de los españoles (57%) afirma que no se ayuda a esos países a ser independien­tes económicamente, a integrarse en la econo­mía mundial y a disminuir su pobreza. Son muy pocos los españoles que expresan indiferencia o escasa preocupación por los problemas de los países empobrecidos (sólo un 9%). La situa­ción en que se encuentran éstos preocupa mu­cho a un 64% de los españoles mayores de 18 años. Sin embargo, es mayor la intensidad de preocupación por los problemas sociales inter­nos (paro, droga, terrorismo, medio ambiente y pobreza nacional). Con todo, España aparece por encima de la media europea en el porcen­taje de quienes están muy a favor de este tipo de ayudas (en nuestro país el 67%, en la Uni­dad Europea el 37%)9.

Resulta significativo que aunque la situación en que se encuentran los países empobreci­dos preocupa mucho a la mayoría de los es­pañoles (y no apoyan la tesis de que primero hay que resolver la pobreza nacional y en se­gundo lugar la internacional y, además, un 66% está a favor de que se destine el 0’7% de nuestro PIB a la Ayuda Oficial al Desarrollo), la identificación supranacional («ciudadanos del mundo») es reducidísima (2%) e igualmente hay un alto desinterés por África, Asia y Amé­rica Latina. Del mismo modo, aunque el 70% de los españoles muestra buena disposición a cooperar y ayudar a países empobrecidos, se­guimos en la cola de Europa en cuanto a la participación en los voluntariados sociales10.

Los rasgos generales de la solidaridad in­ternacional de los españoles, con los datos y reflexiones que venimos ofreciendo, mues­tran claramente una buena voluntad y una predisposición de ayuda a los países empo­brecidos. Sin embargo, existe poca concien­cia de la insuficiencia de la ayuda que nues­tro país presta a los países empobrecidos; aunque desde el otoño de 1994 (fecha de las acampadas de la Plataforma 0’7%) ha au­mentado significativamente el nivel de con­ciencia sobre esta cuestión. Las prioridades de los españoles se centran en problemas so­ciales nacionales. Existe poca identificación supranacional y un escaso interés por la vida política internacional: nos sentimos poco afec­tados por «lo de fuera».

No obstante, contamos con una base so­cial importante para impulsar acciones y polí­ticas de solidaridad internacional: cerca del 40% de los españoles afirman que se sienten implicados en el drama de los países empo­brecidos y un 42% se muestran dispuestos a pagar un impuesto especial destinado a la ayuda a los países del Sur. El paso de la co­laboración económica a un compromiso más estable y diversificado es el desafío pendien­te para un crecimiento cualitativo de la soli­daridad internacional en España.

Existe una positiva sensibilidad teórica, pe­ro el balance final nos lleva a concluir que en España predomina más una cultura de la in­solidaridad que una cultura de la solidaridad: una expansión de lacultura de la ceguera y del olvido, cuyas repercusiones y costos mo­rales son graves por la profunda alienación de la persona que comportan. Se impone, pues, el gran reto de construir una nueva cultura: la «contracultura de la solidaridad» con la que transformar los modos dominantes de pen­sar, sentir y actuar, Para ello, hay que generar una ecología de la solidaridad internacional que introduzca nuevos aires, nuevos climas culturales que cambien la atmósfera vial do­minante. Si no se transforma la “infraestructu­ra cultural» de nuestra sociedad (el conjunto de percepciones, sentimientos y valores bási­cos y centrales que configuran las mentalidades, actitudes, voluntades y comportamientos determinantes), difícilmente llegaremos tan si­quiera a «ver a los pobres”. Inicialmente, la transformación de esta infraestructura nos remite a acciones dirigidas a conseguir que el mucho dolor, sufrimiento, pobreza e injusticia existente en los países empobrecidos pene­tre en el interior de los individuos, grupos, ins­tituciones, sociedades y Estados, hasta lo­grar configurar de un modo solidario la mentalidad, el corazón, las preocupaciones, las aspiraciones, las expectativas, las necesida­des, los valores, los objetivos,los deseos, y las prácticas económicas  y sociopolíticas de todos éstos. Esta contracultura de la solidari­dad» se va haciendo posible con una nueva cul­tura de la acción, de la participación, de la militancia y compromiso específicos, etc. la solidaridad no surge de la nada, si no de un determinado cultivo de mentalidades, sentimientos y voluntades. Creo, por ello, que hay que im­pulsar con fuerza el asociacionismo infantil y juvenil de talante ético-solidario, dado que “los valores básicos del individuo cristalizan en el período de formación propio de la ado­lescencia y primera juventud, antes de entrar en la edad adulta, y (luego) son muy difíciles de cambiar» (F.A. Orizo)

3.2. Redes de solidaridad y propuestas para la acción solidaria

La emancipación de los países empobre­cidos requiere que los gobiernos y las sociedades civiles de los países      ricos adopten una más intensa y cualificada política de cooperación y Ayuda Oficial al Desarrollo. Este impul­so constituye, hoy en día, una forma concreta de construir el internacionalismo solidario11.

Citamos, a continuación y casi telegráficamente, algunas propuestas concretas de acción solidaria con los países empobrecidos pa­ra intentar hacer efectiva la contracultura de la solidaridad al ser llevadas a cabo tanto por las organizaciones, movimientos y asociaciones de la sociedad civil como por los ciudadanos que forman parte de la misma. Las propuestas van dirigidas a toda clase de personas. La solidaridad internacional debe ser ejercida por ma­sas y no sólo por minorías concienciadas. Ade­más la practica de dicha solidaridad ha de llevarse a cabo desde y en la vida cotidiana.

Junto a la revisión de las políticas de cooperación y ayuda oficial y otras medidas que debier­an adoptarse en las relaciones internacionales (condonación y renegociación de la deuda externa, apertura comercial a los países empobrecidos, desmilitarización y reducción de gastos militares, etc.), otras propuestas es­pecíficas para la solidaridad podrían ser12:

  • Apoyo y voto a partidos con políticas de so­lidaridad internacional. Preocuparse por se­guir, estar informados y controlar las políti­cas de cooperación para el desarrollo, es­pecialmente, las políticas de solidaridad re­alizadas desde los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas.
  • Participar e impulsar el internacionalismo solidario en los nuevos movimientos sociales: ecologista, pacifista, feminista y demás mo­vimientos organizados a través de asocia­ciones. Afiliarse a las ONGD formar parte de «comités y plataformas de solidaridad».
  • Destinar el 0’7% del PNB y de la renta per­sonal para el desarrollo de los países más pobres, contribuir a las ayudas de emergen­cia, utilizar juegos de educación para el de­sarrollo y la solidaridad, implantar la «educa­ción para el desarrollo y la solidaridad» tan­to en la enseñanza reglada cómo en las ac­tividades llevadas a cabo en centros juve­niles, parroquias, etc.
  • Usar y difundir informes sobre las relacio­nes Norte-Sur y los problemas de los paí­ses empobrecidos, organizar campañas de solidaridad Norte-Sur, participar en mani­festaciones, enviar cartas individuales y co­lectivas, etc.
  • Colocarse al lado de los inmigrantes, luchan­do por justas políticas de extranjería, y tomar posturas de solidaridad, por ejemplo, con la objeción fiscal, con el apoyo a un comercio alternativo y justo, con un consumo crítico y ecológico, etc.

Nunca hemos de perder de vista que la lu­cha contra el abismo de desigualdad entre el Norte y el Sur requiere una acción integral que sea capaz de crear sujetos solidarios y sepa relacionar las actividades de los distintos co­lectivos humanos con las funciones necesarias para el desarrollo de los países empobrecidos, con las causas que provocan su empobreci­miento y con las acciones contra el mismo.

Rafael Díaz-Salazar

NOTA DE LA REDACCIÓN: Hemos pedido al autor, muy específicamente, una reflexión concreta sobre el terna de las “redes de solidaridad” tal como ya lo abordó en su libro Redes de solidaridad internacional. Para derribar el muro Norte-Sur (HOAC. Madrid 1996) A ese tex­to remitimos, particularmente, en lo que se refiere tanto a las fuentes como a las bases sociológicas de mu­chos de los datos, cuya referencia explícita no aparece en el artículo dado su carácter divulgativo.

2  El consenso social parece cimentado sobre dicha cultura. Ch. Makarian ha dibujado perfectamente el cuadro de este consenso: «Efectivamente, los valores burgueses dan seguridad; despojados de su dimensión de clase, se han convertido en el contrato de seguro, en la ley del consenso, en el gran denominador común de una colectividad inquieta… La vuelta a los valores bur­gueses significa en primer lugar una gran revisión, su­ma de todas las desilusiones registradas en los ochenta, y una profunda desconfianza respecto a las utopías. Ideologías diluidas, pérdida de confianza en el sistema económico, incomprensión del contexto internacional cada vez más trágico, déficit de credibilidad de la cien­cia frente al sida, aumento de la violencia y la inseguri­dad… Pese a las apariencias, no hay nada retro en es­te movimiento de fondo. Al contrario, se va hacia la co­habitación entre las aportaciones irrefutables de la so­ciedad de consumo y el redescubrimiento de la heren­cia burguesa… La modernidad pura y dura ha traiciona­do las expectativas, pero su balance liberador no se cuestiona» (Vuelve el espíritu burgués, publicado en «Le point» -28.VI.93- y reproducido por «El País»).

3   Cf. J. ELZO ET ALII, Jóvenes españoles ´94, SM, Ma­drid 1994.

4 Cf. F.A. ORIZO, Los nuevos valores de los españoles, SM, Madrid 1991; Valeurs prioritaries et celles que I`on apprend aux enfants, “Eurobarometre” 39 (1993); CIRES, Juventud, Fund. BBV, Madrid 1993; EDIS, La solidaridad de la juventud 1995, INJUVE, Madrid 1996.

5 Cf. Encuesta Sociodemográfica 1991 (Tomo II, Vol. 4), INE, Madrid 1993.

6 CIS, Los jóvenes, «REIS» 52(1990). Desde una pers­pectiva diacrónica, llama la atención el crecimiento en los últimos años (1988-1994) de la identificación con la ideología conservadora-liberal y el descenso de la iden­tificación con la ideología socialista. Las identificacio­nes ideológicas mayoritarias se corresponden bastante bien con la actitud de reformismo social que compartan gran parte de los españoles. La mayoría de los espa­ñoles se encuadra políticamente dentro de lo que po­dría denominarse el bloque del reformismo conserva­dor. Este talante ideológico se refleja en la simpatía por los partidos. La mayoría -nada menos que el 69% de los adultos y el 53% de los jóvenes- no expresa simpa­tía por ningún partido político. En otro sentido, sólo cer­ca del 30% de españoles ha participado en acciones colectivas como firmar una petición o acudir a una ma­nifestación -el porcentaje de jóvenes que han realizado estas formas de acción política no supera el 30%- (Cf. F.A. ORIZO, Dinámica intergeneracional en el sistema de valores de los españoles, CIS, Madrid 1995).

7 Es interesante, en esta línea, conocer cuáles son las opiniones de los jóvenes sobre esta temática: familia (51%), amigos (35%) y medios de comunicación social (31%)son los tres ámbitos donde se vierten las ideas e interpretaciones del mundo que tienen más interés para ellos (J. ELZO ET ALII, Jóvenes ´94)

8 Cf. S. DEL CAMPO, La opinión pública española y la política exterior, Incipe, Madrid 1995.

9 Cf. APARICIO, Estudio sobre conocimiento, imagen y actitudes de la ayuda al Tercer Mundo, Riddel/coord.. de ONG, Madrid 1998.

10 Cf. S. DEL CAMPO, La opinión pública española y la política exterior, o.c.

11 Las razones que aconsejan el reforzamiento de las políticas de cooperación y AOD son las siguientes: a/ El crecimiento de las desigualdades internacionales; b/ El mínimo común denominador del género humano –más allá de las diferencias ideológicas, políticas, religiosas o éticas- reside en la capacidad de conmover­se ante el sufrimiento ajeno causado por la pobreza extrema (frente a lo que M. Vázquez Montalbán llama “cultura simia”); c/ La supervivencia de la especie hu­mana requiere multiplicar los esfuerzos para detener la conexión entre la superabundancia de los países del Norte, el empobrecimiento de los países del Sur y el deterioro ecológico del planeta en su conjunto; d/ Las nuevas amenazas a la seguridad demandan políticas sociales internacionales; e/ La estabilidad internacional no puede basarse exclusivamente en el cese de la guerra fría Este-Oeste y en las ayudas a los antiguos Países del Pacto de Varsovia en su transición a la economía de mercado; f/ En un mundo de economía in­terdependiente no es bueno ni beneficioso el escenario de islas de riqueza  rodeadas de continentes de miseria.

12 Dado el carácter del artículo, no puedo desarrollar aquí esta temática. Para un estudio detallado de esta cuestión, remito a la segunda parte de cuanto he pu­blicado en Redes de solidaridad. Para derribar el muro Norte-Sur («Las políticas de solidaridad internacional: Estado, Sociedad civil y Ciudadanía”)

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