Reflexiones para comenzar el curso

1 septiembre 2009

Álvaro Ginel
 
Sólo grupos religiosos
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Me encuentro con un grupo de creyentes de esos que están metidos en lacocina de la parroquia, es decir, donde se cocina y se fragua todo y donde lo mismo hay que freír un huevo que hacer un pastel. Se trata de creyentes que son “catequistas-todo-terreno”.
Me comentan las “últimas novedades de la parroquia de una de ellas” con aire de “no me lo puedo creer”. Quieren ponerme “al día”. Yo escucho. En estos momentos estoy “dando vueltas en mi cabeza” a una publicación sobre “la etapa previa a la catequesis” y sobre la dimensión “misionera de la comunidad cristiana”.
Te vamos a dar materia de reflexión, me dicen.
Lo que yo escucho de mis amigos catequistas es más o menos así, dentro de lo que la memoria me permite recordar textualmente:
Mira, en la parroquia X nos han dicho que allí sólo puede haber grupos religiosos. Así que los grupos que se reunían en ella: grupo de sordos, el grupo de ludópatas, el de alcohólicos en terapia tienen que dejar de reunirse en los locales parroquiales porque “no son grupos religiosos”. De ahora en adelante los locales parroquiales son sólo para grupos religiosos de catequesis, de oración.
– ¡Esperemos que no echen de la parroquia al grupo de Caritas… que tampoco es un grupo de catequesis ni de oración…!
El tono de voz lo dice todo. Comienzan los comentarios jocosos y de todo tipo. Retengo uno de manera especial:
Tienen miedo (los que han tomado la decisión). Y les tienen miedo a los grupos. Nos les quieren tener allí por eso. Si quieren, pueden ir a hablar con el cura, pero de uno en uno, nada de ir como grupo. La parroquia es un lugar “sagrado” y sólo para “los que ellos quieren”.
Escucho y me asombro. Tengo que decir al lector que no he verificado el hecho. Me he fiado de los amigos catequistas que me comentaban las cosas. De todas formas, me he puesto a escribir sobre el hecho que me asombró también a mí suponiendo que pudiera ser verdad. Ante un hecho así, posible, no sé si real, dentro de mí han surgido algunas reflexiones que quiero compartir con otros catequistas que a lo mejor sí  están viendo estos acontecimiento o, quizá, les toque vivir algo muy parecido.
 
Dos ejes fundamentales

  1. Llama la atención el poder personal y la ausencia de la opinión y de poder de la comunidad cristiana en un hecho como éste.
  2. Llama la atención la manera de concebir los locales parroquiales como locales exclusivos para grupos muy específicos.

Me centro únicamente en este segundo aspecto.
 
Los espacios
Da la impresión de que se amplía a todos los locales parroquiales el concepto de templo. Los espacios parroquiales son mucho más que el espaciotemplo, lugar celebración de la Palabra y de los sacramentos. Ya en tiempos del catecumenado el templo tenía también un espacio para los no bautizamos, el nártex, donde asistían a las celebraciones de los fieles los que todavía estaban en etapa de formación, sin haber recibido los sacramentos de la iniciación. Separados del grupo de los fieles, tenían una presencia hasta en el espacio sagrado del templo durante las celebraciones.
Ciertamente hoy parece más fácil asistir (no podré decir participar) al templo a una celebración sacramental y ¡hasta comulgar! que reunirse en un grupo de reflexión o de apoyo en situaciones especiales de la vida que en los locales parroquiales…
 
Dimensión misionera
Más importante que la perspectiva espacial es la perspectiva misionera de la comunidad cristiana. Transcribo unas palabras de los Obispos del país vecino que me parecen enormemente iluminadoras: “La experiencia actual de la evangelización implica esta comprobación inicial: existe actualmente en nuestra sociedad un cierto número de personas que esperan algo de la Iglesia y que tiene la posibilidad de manifestar su expectativa cuando, de una u otra manera, entran en relación con la Iglesia: para solicitar el sacramento del bautismo o del matrimonio; con ocasión de acontecimientos especiales, alegres o tristes, que marcan su existencia; gracias a encuentros ocasionales con una comunidad cristiana, con un grupo más o menos informal, o incluso con un movimiento organizado que les propone un camino de iniciación al Evangelio, en función de su situación humana.
¿No debemos quizás admitir que encuentros de este tipo cuestionan e incluso trastocan la lógica misionera que llevábamos en nuestro interior? … En la diversidad de sus comunidades y grupos, la Iglesia está llamada, pues, a ejercer no sólo una acogida amplia y desinteresada, sino también una vigilancia activa, porque se trata de percibir las señales de los imprevisto de Dios a través de estas demandas múltiples y comprender, al mismo tiempo, que tales demandas exigen una iniciación prolongada al misterio de Cristo, a su Palabra, a sus sacramentos y a la vida nueva de la que él es la fuente”. (Conferencia Episcopal Francesa, Proponer la fe en la sociedad actual. Carta a los católicos de Francia, 9 de noviembre de 1996. En Donaciano Martínez y otros, Proponer la fe hoy, Sal Terrae, pp. 63-64).
 
Dimensión de sacramentalidad
Esta palabra puede parecer un poco difícil, y sin embargo está cargada de sentido. Definir a la Iglesia como sacramento de Cristo quiere decir que está arraigada en Cristo y que es signo de Cristo. Cristo es visible hoy por su Iglesia. “Bajo las especies” de este grupo particular que es la Iglesia, ésta hace viva la Presencia de Dios en medio del mundo (Sigo aquí también el documento más arriba citado, pp. 69-75). Esta dimensión creo que nos lleva a medir los gestos que realizamos y también a valorar cómo estamos en medio del mundo. Tenemos que revelar el amor de Dios al mundo del que somos testigos y del que somos portadores.
Podría dar la impresión de que determinadas acciones revelan más nuestros miedos que nuestro estar cimentados en Dios; nuestra inseguridad personal que nuestra confianza en sentirnos hijos amados de Dios y enviados a testimoniar el amor de Dios; nuestra pereza intelectual y misionera más que nuestro estar dispuestos a dar razón de la fe que nos anima y nos lanza a escuchar las alegrías y las penas de los hombres y mujeres de nuestro mundo.
Hay cosas en la Iglesia que no son anécdota. Son revelación o velación del Dios del que somos, con toda humildad, sacramento y signo. Creo que no hace falta decir más. Sí necesitamos preguntarnos más y mejor cómo somos hoy fermento, semilla, levadura, grano de trigo, luz, sal en medio de nuestro mundo.
 
¡De repente! ¡Ya!
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Había una gran sequía en el país. Todos suplicaban y pedían la lluvia. Pero ésta no llegaba. La sequía era cada vez más grande. Todos suplicaban y pedían.
Un día anunciaron lluvias. Vinieron de manera torrencial. Chaparrones inesperados con fuerza inusitada. Cayó agua. Cayó mucha agua. Corrían los arroyos. Las alcantarillas no daban abasto para tragar el caudal. Los puentes se inundaron. Pasó la tormenta. El anciano del lugar dijo:
–          Toma un palo en las manos, y escarba en la tierra.
Lo hice. Había caído tanta agua y tan deprisa, que la tierra no se había empapado. Escarbé. Ni un centímetro había empapado. Parecía imposible la constatación después del agua caída. Sólo se había “lavado” por encima la cara. El anciano me dijo:
–          La tierra sólo bebe a pequeños tragos.
No hizo falta más. Todo estaba muy claro. Y me hizo pensar esta historia en situaciones de hombres y mujeres, bastante numerosos, a quienes les sucede algo parecido. Hay un tipo de persona que no tiene cimientos ni consistencia. Vive una “sequía interior” profunda. Los acontecimientos sacuden a estas personas de manera sorprendente. No tienen dónde agarrarse. No tienen raíces y el viento las lleva y las trae como hojas de otoño. De repente, ¡ya!, son capaces de pasar del baile al llanto, de la euforia a la depresión.
Un accidente, un fracaso, una alegría, una noticia… les zarandea bruscamente, pero no les traspasa ni les lleva al lugar sagrado donde uno se hace preguntas y toma la vida en las manos… Viven a merced de los vientos. Y todo lo esperan del “viento que sopla”. El viento que trajo una noticia triste, este mismo viento traerá una noticia alegre… Se dejan llevar de los vientos. Hay personas que no dependen de ellas, dependen de lo que pasa a su alrededor. La vida no sale de dentro. La vida está en lo que pasa sin ser ellas dueñas de su vida.
Basta que te acerques a los tanatorios, a los hospitales y que sigas el comportamiento de jóvenes y adultos que lloran desolados o que viven todo de manera estoica, de piel  para afuera…
Son personas que no  fueron adiestradas para recorrer los caminos que llevan a uno mismo. Personas que se acostumbraron a lo instantáneo: todo aquí y ahora. Tener lo que me apetece y cuando me apetece, sin dilación, sin demora.
En la vida hay que saber esperar. Las cosas llegan, sí. Pero sobre todo, a las cosas se llega paso a paso. Se llega al misterio personal y a todo misterio por el camino de la espera, por el camino del paso lento, por el camino de la penumbra…
Quizá hay intereses creados en hacer de las personas seres superficiales. Cuanto más superficial es uno, más fácilmente se le maneja, se le manipula. Grupos, partidos, comercio, etc. prefieren mejor tener en sus redes a personas “de antojos” que a personas con sólidos cimientos. Catarros y dolores normales se eliminan con una simple pastilla… Pero hay que tomar muchas “pastillas” de control personal para alcanzar buenos cimientos de vida personal, buenos horizontes, buenos asideros contra los vaivenes de la vida. Para que el corazón se empape no valen los “sustos que la vida nos da”, sino las piedras que vamos poniendo en los días normales y rutinarios echando sólidos cimientos con pequeños ejercicios de personalización.