Riccardo Tonelli (Universidad Pontificia Salesiana de Roma)
- La perspectiva
El tema que vamos a tratar puede ser estudiado bajo muchos puntos de vista. Escojo uno. Pero debo precisarlo y justificar las razones de mi preferencia.
Mi atención se centra en el evento de la Iglesia y me pregunto por qué intentar operaciones de rejuvenecimiento respecto de ella y cómo realizar eventualmente tal operación. Sugiero algunas hipótesis con la única pretensión de orientar una confrontación y, con los elementos que hayamos compartido, proyectar intervenciones coherentes.
1.1. Desde la parte de los jóvenes
El subtítulo describe un punto preciso de perspectiva desde el cual debemos examinar la cuestión. No lo he escogido yo…, pero me agrada (y no sólo por honradez profesional) compartirlo y asumirlo.
En esta propuesta estudio, sobre todo, el evento de la Iglesia y no su relación con los jóvenes. La búsqueda de una radiografía de la relación “jóvenes e Iglesia” me llevaría lejos y debería embarcarme en una empresa en la que soy poco competente y que correría el riesgo de ser excesivamente localizada.
Sin embargo, no tengo la intención de ofrecer una teología de la Iglesia, aburriendo con cosas más que sabidas y bastante inútiles para afrontar nuestros problemas. Me parece más urgente elaborar una eclesiología en situación, reflexionando sobre el evento de la Iglesia “desde la parte de los jóvenes”. Es decir, considero a los jóvenes (sobre todo el hecho de ser jóvenes en este tiempo de hoy: el dato global y cultural) como un especial tema generador, que me permite captar mejor los desafíos y los problemas y que, sobre todo, puede orientar hacia perspectivas operativas fácilmente generalizables.
Por consiguiente, estudio la cuestión del “rejuvenecer la Iglesia” desde la parte de los jóvenes, convencido de que el resultado de este proceso tiene muchas cosas que decirnos a todos los discípulos de Jesús, prescindiendo del factor edad.
1.2. Rejuvenecer… haciendo memoria
Quien no tiene pasado, o quien tiene de él una nostalgia desconsiderada, no tiene futuro. El presente queda prisionero de su trama agitada e ingobernable. Quedamos envueltos en una pesada cubierta de desesperación. Así, entre nostalgia y señorío del presente, sufre profunda crisis la esperanza. En efecto, esperanza es reconocer en el futuro lo que da vida al presente y nos hace capaces de transformarlo. Para encontrar sentido y esperanza por el presente, tenemos necesidad de descubrir el pasado de modo original: inventivo y no repetitivo.
He pensado en la Iglesia y en su posible rejuvenecimiento desde esta perspectiva. He descubierto una memoria, rica y estimulante también para gente de memoria corta y de pretensión de funcionalidad inmediata y segura.
Por eso, he decidido poner ante mi investigación sobre la tarea de “rejuvenecer la Iglesia” el libro de los Hechos de los Apóstoles y, sobre todo, un cierto modo de leerlo y de meditarlo. Este libro propone la hipótesis criteriológica de la que yo parto y a la que me referiré frecuentemente. Precisamente a causa de esta opción, mi reflexión tendrá, sobre todo, el sabor de la narración de una esperanza.
- Rejuvenecer: ¿por qué?
Rejuvenecer es una exigencia normal y continua. Nace de la experiencia y de la convicción de que los años no pasan nunca sin dejar huellas. ¿Podemos hablar también de “rejuvenecer la Iglesia”…, como si se tratase de una rápida operación de lifting, que se hace en las instituciones para hacerlas mayormente significativas?
2.1. Entre misterio y cultura
Ya al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles hay un detalle interesante, capaz de suscitar multiples sugerencias. Después de la desaparición de Jesús y de la entrega de la comunidad apostólica a la responsabilidad de Pedro, lo primero que salta a la vista es el abandono de Judas. Esto ha producido un desajuste en el grupo restringido de los que tienen la responsabilidad institucional más plena. Alguno debe ocupar el puesto dejado vacante, como para recomenzar renovados. ¿Cómo escoger al sustituto?
Pedro se encuentra ante dos candidatos. Debe elegir. En este punto la referencia al Espíritu se hace explícita. Pero, para escuchar la voz del Espíritu, echa a suertes. Un modo realmente extraño de dejarse guiar por el Espíritu. Es extraño para nosotros, que somos de otra cultura y nos reímos con gusto ante quien elige jugando a los dados y por medio de procedimientos un poco mágicos. No lo era para Pedro, convencido de que podía expresar toda su confianza en la presencia misteriosa del Espíritu, utilizando un modo de obrar habitual en su cultura.
Como se advierte, los primeros pasos de la vida de la Iglesia van marcados por aquella relación entre fe y cultura que empapa todo el libro de losHechos. Éste es el dato fundamental que está en la raíz de la necesidad de proceder a “rejuvenecer la Iglesia”. No es ni una moda ni una exigencia para no perder la credibilidad. Se desprende radicalmente de su constitución fundamental. Su misterio toma, en efecto, continuamente la carne humana de la cultura dentro de la que se expresa.
Una estación de profundos cambios culturales
Quien debe comunicarse con una persona cuya lengua ignora, no está en crisis acerca de las cosas que debe decir, sino acerca del instrumento de que debe servirse para expresarse. Puede salir de la dificultad, buscando un intérprete o sometiéndose a un curso acelerado de aprendizaje. Pero no necesita nada para verificar el contenido de su propuesta. La crisis que atraviesa hoy el anuncio del Evangelio, en una sociedad compleja, ¿es sólo a este nivel o, al contrario, las dificultades se encuentran en otra parte? ¿El problema es sólo de hoy o ha acompañado siempre el proceso de evangelización?
Dios habla al hombre con palabras de hombre. Lo que se ve, se constata, se oye lleva dentro un misterio, inexplicable, que es la presencia y la palabra de Dios. Es importante constatar que esta trama misteriosa se refiere, de forma radical, al evento de la Revelación. Pero también afecta a su traducción en el plano concreto y cotidiano de la vida de la comunidad eclesial: la evangelización. Como hizo Jesús, así también hoy los discípulos de Jesús siguen hablando de Dios a los hombres, pronunciando palabras humanas para dar rostro y palabra al misterio inefable de Dios.
También la respuesta que el hombre da a la llamada contenida en la Revelación repite el mismo esquema comunicativo. La comunidad eclesial es consciente de que en la palabra de Dios, en la presentación de esta palabra a través de la evangelización y en la respuesta del hombre, la presencia de Dios y la decisión de acoger esta presencia de amor, se expresa y se realiza revistiendo aquel evento misterioso de libertad y de amor -que es el don de Dios y la respuesta del hombre- de la propia cultura y de la cultura del contexto en que nos encontramos insertos. Por este motivo, nos lanzamos a decir el Evangelio de Jesús con una fidelidad que sabe renovarse, bajo las provocaciones de los cambios culturales. De hecho, no se trata de repetir pasivamente la experiencia cristiana, sino de hacerla vital y comprensiblemente presente en otras culturas.
Reconocemos que la potencia del Espíritu hace que nuestra “palabra” sea capaz de suscitar y expresar la fe. Lo hace siempre en la trama de las lógicas humanas cotidianas de las que ha decidido no librar ni siquiera la palabra de Dios.
El choque sobre los modelos culturales en la experiencia eclesial de los jóvenes
El choque entre mundos culturales diversos se vuelve violento o resignado sobre todo en el ámbito juvenil, por la distancia notabilísima que existe entre la cultura que da la carne humana a la experiencia eclesial y la típica del ser joven en este nuestro tiempo.
No se trata de constatar de qué parte está la razón. Se trata de tomar conciencia de que el diálogo se hace difícil por las diversas situaciones culturales y existenciales. Efectivamente, la transformación cultural en acto pone en crisis referencias que en el modelo tradicional parecían insuperables. Me basta aludir a ellas… porque hemos hablado y escrito incluso demasiado. Éste es el ámbito en que las reflexiones teóricas surgen como provocaciones prácticas. He aquí algunos elementos de confrontación y de choque:
la relación entre subjetividad y objetividad: el mundo pacífico de hoy y el igualmente pacífico de la comunidad eclesial, preocupada por una verdad intangible;
conocimiento reflejo y expreso de los contenidos de la fe que lleva a buscar todos los medios para asegurar el conocimiento preciso y verificable que ya no somos capaces de constatar ni siquiera entre los jóvenes más cercanos;
las condiciones de pertenencia: los parámetros oficiales y consolidados en el plano institucional parecen hoy definitivamente difuminados en el plano de la experiencia;
desconexión entre experiencia de fe y experiencia ética a causa del subjetivismo y entre práctica cotidiana y experiencias fuertes (por ejemplo en el plano litúrgico y sacramental);
crisis casi irreversible de los procesos de transmisión de la fe, también por la falta de adultos significativos que sean testimonios creíbles de este proceso.
2.2. Un ejemplo concreto: la búsqueda de espiritualidad
Lo que he declarado con referencias teóricas, lo quiero retomar con una indicación concreta: un ejemplo que puede ayudarnos a pensar en el tema del orden del día, a partir de las vivencias cotidianas.
Todos hemos quedado fuertemente impresionados por lo que sucedió a la muerte de Juan Pablo II. Ni siquiera las personas más entusiastas o más gravemente nostálgicas habrían podido imaginar la multitud imprevisible de personas (jóvenes, sobre todo), convocada por este acontecimiento, dispuesta a esperas extenuantes y a noches insomnes con tal de verlo en persona. Alguien lo ha llamado milagro y ha proclamado el retorno de los tiempos antiguos y felices.
Fuera de discusión, éste y otros casos semejantes son eventos de experiencia espiritual notable, que hablan de eclesialidad y dan la impresión de que no hay necesidad de rejuvenecer… cuando basta relanzar. Pero tengo miedo de generalizar con excesiva facilidad. Todos conocemos la capacidad de agregación que otros eventos, poco eclesiales, poseen… con peticiones bastante semejantes a las exigidas por los eventos eclesiales citados.
La constatación nos abre, por fuerza, a un discernimiento crítico. Introduce, al menos a nivel de ejemplo, la necesidad de…rejuvenecer la Iglesia para no dejar a los hechos (muchas veces equívocos) la palabra última y definitiva.
- Un sueño, valiente y comprometedor
Para rejuvenecer tenemos necesidad de poner ante nuestra mirada un sueño sobre la Iglesia, lleno de futuro, capaz de lanzarnos más allá de las experiencias cotidianas. Este sueño nos inquietará… pero nos estimulará a seguir adelante en la obra de rejuvenecimiento de la Iglesia, si nace y se arraiga en lo concreto cotidiano, aún cuando lo supera y lo arrastra en la ola del futuro que se nos da.
No me gusta apoyarme en las teorías. Prefiero tratar de construir un sueño “de colores” (para que sea verdaderamente un sueño) y “con los pies arraigados en lo cotidiano” (para que sea un sueño realizable, uno de esos que, si lo deseamos ardientemente, un día u otro tendremos la alegría de ver realizado).
Mi sueño se articula alrededor de los núcleos esenciales de la vida eclesial actual (pertenencia, experiencia, corresponsabilidad), releyendo lo que sucedió a la Iglesia apostólica, en uno de los momentos más dramáticos de su historia y que desembocó en uno de los acontecimientos más valientes y felizmente repetidos. Pienso en el problema dramático que estaba dividiendo la comunidad de Antioquía y en la solución que en Jerusalén se elaboró, inventando el Concilio y una criteriología formidable (cf. Hech 15).
3.1. La cuestión
El relato del libro de los Hechos describe el problema en toda su gravedad, capaz de suscitar disputas encendidas, tensiones y recelos. Se preguntaba: aquellos que se decidían por la fe cristiana y no provenían del mundo judío, ¿debían vivir sometidos a la ley de Moisés? Los puntos calientes eran, sobre todo, tres: la observancia escrupulosa de la Ley mosaica, la práctica de la circuncisión y la abstinencia de ciertos tipos de carne. La solución no era fácil.
Esto es lo que aparece a primera vista. Pero detrás había una grave cuestión cristológica: Jesús es el salvador, el único nombre para alcanzar la salvación. ¿Basta Él solo o se necesitan otras cosas? ¿Moisés, las tradiciones, el respeto y la observancia de las leyes, la devoción hacia personajes especiales, son una condición indispensable que hay que añadir? Todos estaban de acuerdo en reconocer la centralidad absoluta de Jesús para la salvación; se daban plenamente cuenta de que su mediación salvífica podía quedar manchada si se admitían otras exigencias concurrentes. Pero era difícil decidir la importancia concreta de esta orientación de fondo.
Entrando un poco en esta situación, tengo la impresión de que hay algo todavía más comprometedor. Poco a poco pasamos así de problemas viejos a cuestiones de vivísima actualidad. Si se discute sobre la circuncisión o sobre su abolición, sólo vemos el pasado. Si se nos pregunta hasta qué punto los discípulos de Jesús tienen el valor de reconocer que la salvación es don gratuito de Dios en Jesús, no asegurada ni garantizada a través de otras mediaciones…, caemos rápidamente en nuestro hoy. Pero hay todavía mucho más.
Los primeros discípulos tenían la convicción –estimulada por muchos testimonios- de que el tiempo era ya corto y la venida del Señor inminente. Se encontraban viviendo el presente con la conciencia de su relatividad y provisionalidad. En una situación como aquélla, era una necedad plantearse problemas que pronto habrían quedado resueltos por el futuro que estaba a las puertas. Con esta conciencia, sabían que estaban forzados a escoger las cosas que cuentan, dejando entre paréntesis tantas cosas inútiles o, al menos, marginales.
Y, en cambio, el tiempo se alarga: el presente se estaba ampliando, con sus compromisos, repleto de incógnitas, marcado por una serie de urgencias que no se podían postergar. Estaban habituados, como buenos hebreos, a mirar el presente desde la perspectiva del pasado. Habían hecho una conversión radical de mentalidad para mirar el pasado y el presente desde el lado del futuro. Y ahora se sienten forzados a medirse con un presente que impulsa casi a olvidar pasado y futuro.
La cuestión es teológica…, porque el presente es el lugar del Reino de Dios que se está realizando en el tiempo, como el pequeño grano llega a hacerse un árbol grande. ¿Cómo vivir el Reino de Dios entre recuerdo, espera y compromiso?
3.2. Hacia decisiones de futuro
El problema debe resolverse. Y deprisa. ¿Quién puede resolverlo? La página de los Hechos que estamos reflexionando, abre una ventana sobre un modo de dirigir la comunidad, que hace pensar. Tres movimientos se entrelazan, como las notas de una sinfonía lograda.
Ante todo, los cristianos de Antioquía (lejos de Jerusalén…, donde podían resolverse tranquilamente los problemas sin añadir interferencias inútiles) apelan a la autoridad. Van a Pedro y a los apóstoles y les proponen la cuestión. La vida de la comunidad eclesial no está guiada por los pareceres iluminados de los expertos, sino por la responsabilidad apostólica de aquellos hermanos a los que Jesús ha confiado el compromiso de guiar la comunidad en la unidad hacia la verdad.
Pedro y los apóstoles no deciden ellos solos, cerrando puertas y ventanas sobre la realidad para no ser molestados. Al contrario, convocan la asamblea. Inventan el Concilio, la gran asamblea de los discípulos de Jesús, confiando en el Espíritu, para escuchar juntos su voz y encontrar juntos las vías para realizar su proyecto en el tiempo. Aunque no se llega a una forma tan solemne, la relación con la comunidad es siempre fuerte y plena de vida.
La asamblea de Jerusalén (el primer Concilio, como me gusta decir) no es una reunión indiscriminada, donde es más escuchado quien grita más o logra influir más astutamente en las decisiones de los demás. Se trata de una asamblea “jerárquicamente constituida”, como decimos nosotros en nuestro lenguaje. Está dirigida por Pedro. En ella hablan antes de todo los apóstoles. El documento conclusivo está firmado por el Espíritu Santo y por Pedro y los apóstoles.
3.3. La criteriología
También el modo con que en Jerusalén se encontró la solución al problema, tiene mucho que decirnos a nosotros, siempre en busca de nuevas líneas de acción. La asamblea de Jerusalén no trata de romper un pelo en cuatro, refinando análisis y documentaciones. Ni siquiera busca la mínima componenda que asegura la unanimidad en lo mínimo. Al contrario, propone una conclusión innovadora a través de una criteriología de verificación bastante original.
Pedro cuenta su experiencia, aquella aventura extrañísima de la que ha sido protagonista en Joppe (Hech 10,9-30). Como buen discípulo de Jesús, que es reconocido como lleno del Espíritu, parece decirnos: escuchemos los hechos. En ellos habla el Espíritu, si nos dejamos guiar por él, también para interpretarlos correctamente. En el hecho citado el Espíritu declara, a través de la interpretación superior de Pedro: “Dios, que conoce el corazón de los hombres, ha mostrado que los acoge con agrado: en efecto, les ha dado también a ellos el Espíritu Santo, como a nosotros. Él no ha establecido diferencia alguna entre nosotros y ellos: ellos han creído y por eso Dios los ha librado de sus pecados”. El mismo procedimiento siguió Pablo: también él cuenta lo que sucedió para hacer tocar con la mano de qué parte parece orientar el Espíritu. Entre otras cosas, hace algo que podría suscitar sorpresa y contrariedad: durante el viaje a Jerusalén, en busca de la solución del problema, no se queda mano sobre mano ni espera la solución antes de moverse, sino que anuncia el evangelio a los paganos, con el mismo estilo con que se hacía en Antioquía, desencadenando las polémicas.
Luego interviene otra referencia decisiva, fruto de la sabiduría de Pedro y de Santiago, otro de aquellos criterios que logra conducir a decisiones de futuro, forzando a dejar fuera las disputas meramente intelectualistas. Pedro y Santiago proponen trasladar la atención de los principios a la experiencia normativa que todos habían hecho estando con Jesús: la posibilidad de experimentar la bondad de Dios. Continuando la praxis de Jesús, es preciso hacer experimentar a los hombres quién es Dios: el Padre bueno y acogedor, que no pide cosas inútiles, como en cambio hace quien manda por el gusto de hacerse obedecer. No es posible anunciarlo en la verdad, si la palabra proclamada va luego acompañada de una serie de pretensiones inútiles, motivadas por la dejación y por el miedo.
3.4. La presencia activa de Dios para soñar
El libro de los Hechos relata un sueño. Pero se trata de un sueño especial. Tiene a Dios como protagonista. Él es nuestro sueño de futuro que nos permite vivir el presente, anticipando fragmentos de futuro hasta la plenitud -experimentada en la alegría- de nuestro sueño. Él hace realizar los sueños. Desde la perspectiva del futuro descubrimos mejor, con una mirada mucho más penetrante, el límite que atraviesa nuestro presente. No desesperamos y ni siquiera nos resignamos. Seguimos soñando, en la certeza de que nuestros sueños, precisamente cuando son hermosos realmente, tendremos la alegría de verlos realizados.
Por esto, la comunidad apostólica se concentra por completo en la celebración de la Eucaristía. En este evento conjuga el presente con sus problemas, con el pasado donde encuentra las cosas maravillosas que Dios ha realizado por su pueblo, y experimenta la alegría del futuro en los pliegues sufridos del presente, donde todos los sueños se convertirán en experiencia directa.
- Para poner orden en el pluralismo
Las notas precedentes ofrecen un retrato de Iglesia, que va de la constatación de lo existente al sueño hacia el que orientar la obra de rejuvenecimiento. Pero lo que he contado forma parte del pasado. ¿Y hoy?
Hoy tenemos nuestros problemas y, lo que es peor, no tenemos el entusiasmo del estado naciente. Vuelve con frecuencia una constatación preocupante: está bien trabajar para rejuvenecer la Iglesia; pero si en esta operación la vaciásemos, hasta construir algo que se parece realmente poco al proyecto que Jesús ha confiado a sus discípulos, ¿de qué nos valdría?
Nos preocupa el hecho que, de vez en cuando, despuntan personas y grupos todos comprometidos en volver a dar crédito y hacer que se escuche a la Iglesia, asegurando una fidelidad a prueba de resistencia y relanzando prácticas y modelos que parecen desaparecidos. Algunos luego los cita como ejemplo, también con la fuerza de los resultados.
También muchos jóvenes se dejan atraer por estas experiencias. Y alguno llega pronto a concluir que basta un poco de valor y de fuerza de propuesta para resolver felizmente los problemas. Se dice que no sirven las realizaciones con colores fuertes. Basta la tradición, el compromiso, la santidad.
¿Rejuvenecer la Iglesia no podría querer decir devolverla de golpe a lo que nos fue confiado, como relanzar nuestras Congregaciones religiosas no podría significar volver valientemente al fundador y a los primeros testimonios? La seducción es fuerte e incluso confortada por alguna recomendación de personas con autoridad.
No me gusta afrontar una cuestión tan complicada valiéndome del entusiasmo, de las frases con efecto o, peor aún, sobre la ola de los resultados numéricos. Estoy convencido de que está en juego un problema serio de identidad: ¿quiénes somos nosotros como discípulos de Jesús y hacia dónde debemos orientar nuestra existencia cotidiana? Para rejuvenecer… debemos reconstruir una identidad estable y segura. ¿Qué identidad?
Una vez más me dejo ayudar por la memoria. El primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles ofrece un cuadro de referencias formidables. Comprendidas, meditadas y actualizadas pueden verdaderamente convertirse en criterio seguro para afrontar nuestro compromiso de rejuvenecer la Iglesia. Efectivamente retratan la identidad operativa de los discípulos del Resucitado. Las recuerdo con frases rápidas.
4.1. De la nostalgia a la misión
La nostalgia de Jesús es fortísima. Y es lógico que así sea. Pero quien tiene misiones que cumplir no se puede permitir el lujo de la nostalgia. El reproche puesto en la boca de los dos hombres vestidos de blanco hace pensar: ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo como si todo estuviese allí? Hay un trabajo grande que hacer. Jesús os lo ha encomendado y es tiempo de lanzarse a realizarlo. Ahora es el tiempo de la fatiga, del trabajo, de los proyectos y de las realizaciones. Luego volverán los tiempos felices en que se podrá gustar de nuevo de la dulce compañía de Jesús.
Volverá, ¿cuándo? No lo sabemos y no debemos devanarnos los sesos para imaginarlo. Lo único cierto es que volverá y que, sin embargo, ahora estamos comprometidos en llevar adelante la misión que se nos ha confiado: ser testigos del Evangelio de Jesús hasta los confines más remotos del mundo.
El reproche, según el relato del libro de los Hechos, toca precisamente los dos elementos fundamentales de la existencia de los discípulos de Jesús. Nos gustaría saber con antelación cómo van las cosas, poseer aquel fragmento de conocimiento reservadísimo que nos da fuerza y seguridad. Nos gustaría, pero no hay nada que hacer. Los tiempos están en el misterio de Dios y nadie tiene el derecho de conocerlos. También los que simulan tener la llave de los secretos, al final tampoco ellos tienen nada que proponer con la seguridad que posee quien tiene la llave de la verdad. Su presunción se funda sólo en la falta de conocimiento. Ésta es la esperanza de los cristianos. Por esta esperanza hablan del presente como si viesen lo invisible y reconocen, al mismo tiempo, que lo invisible está continuamente sustraído a toda pretensión nuestra.
La falta de informaciones seguras no constriñe a la inercia. Por el contrario, estimula a la acción, valiente y animada por una esperanza activa. Jesús ha confiado a los apóstoles una misión grande que realizar. La pasión por esta misión –que es como la perla preciosa para lograr la cual estamos dispuestos a todo (Mt 13,46)- da sentido y perspectiva a la vida. No trabajamos por el Reino de Dios porque estamos “informados”. Lo hacemos porque somos gente “apasionada”, que se fía de Dios y confía en Él…, dejándonos guiar por el Espíritu de Jesús que nos ha transformado desde dentro.
En verdad, la nostalgia deja el puesto a la fatiga de realizar el proyecto que se nos ha confiado. Con los apóstoles descendemos del monte para llenar Jerusalén del fragor de nuestra pasión por la vida y la esperanza.
4.2. Un tiempo para la contemplación
Una segunda característica de la identidad cristiana nos la comunican también los apóstoles, con su modo de obrar. Son estimulados a la acción y, cosa extrañísima para gente como nosotros, se detienen para ponerse en oración: “se reunían regularmente para la oración con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hech 1,14). Tienen la misión de testimoniar el Evangelio hasta los confines del mundo y se encierran en el piso superior de la casa, dedicando mucho tiempo a una actividad que se asemeja poco al activismo al que habían sido invitados. Tal vez hay un innegable componente de miedo. El Espíritu todavía no los había transformado. Pero ciertamente los había marcado profundamente la experiencia de Jesús, que tenía la costumbre de pasar las noches en oración antes de las grandes empresas.
Pero un dato mayor atraviesa esta constatación. Nos lleva una vez más al corazón de la misión apostólica y eclesial. Los discípulos están al servicio de la vida y de la esperanza en el Reino de Dios. Pero todo esto no puede nunca ser considerado como el fruto del esfuerzo humano, aunque se requiere intensamente. El Reino prometido es don. Lo había dicho Jesús con fuerza: “La causa de la vida preocupa ante todo a Dios: es su pasión y su empeño. Él la realiza. Pero Él me la ha confiado a mí; yo la confío a vosotros, porque sois mis amigos”. Y añade en seguida: “Cuando hayamos hecho todo lo que debíamos hacer, debemos tener el valor de reconocernos sólo como siervos… sin excesivas pretensiones. De la vida y de la esperanza sólo Dios es dueño. Nosotros somos sólo siervos, preciosísimos porque la causa de la vida se nos ha confiado a nosotros, pero sólo siervos, porque el proyecto pertenece a Dios”.
4.3. Testigos de la resurrección
Pedro tiene necesidad de indicar a la comunidad apostólica una persona a la que confiar a título pleno todas las misiones que lleva consigo la vocación apostólica. No le basta comprobar que uno de los dos es tan bueno y honrado que lleva detrás el sobrenombre de “Justo”. La disponibilidad vocacional tiene necesidad de algo más consistente y radical.
Pedro sugiere así dos referencias para hacer el necesario discernimiento vocacional: la confesión de que sólo Jesús es el Señor y la capacidad de ser gente de esperanza en la fuerza de la resurrección. El puesto dejado libre por Judas es para una persona que haya conocido a Jesús, haya vivido con él desde el principio, sea un testigo seguro y de primera mano.
El criterio para nosotros podría parecer imposible. No se borran dos mil años de historia pasada. Y, sin embargo, la sugerencia es en verdad seria y comprometedora. Sin haber compartido apasionadamente con una persona y con la causa que ha llenado la existencia de esta persona, somos empleados, pero no apóstoles.
Me he preguntado qué significa todo esto para nosotros hoy. La respuesta es fácil aunque pone en crisis. Nosotros podemos traducir el criterio de Pedro con la expresión fundamental: se escoge a una persona fascinada por el Señor Jesús, capaz de ponerlo en el centro de su existencia. Se trata, con otras palabras, de escoger la nueva responsabilidad en Jesús y para Jesús, evidentemente por la causa de Jesús, en fidelidad a cuanto los Evangelios dicen de Jesús y de su existencia. No se admiten personas que tengan segundas intenciones… incluso las más nobles desde el punto de vista religioso.
El segundo elemento relanza el valor de servir con decisión a la esperanza. Pedro dice: el lugar de Judas es para una persona que sea capaz de ser “testigo de la resurrección”. Ser testigos de la resurrección significa declarar con los hechos que el Crucificado es el Resucitado: el que había sido destruido, hasta quitársele incluso el rostro de hombre en el nombre de la ley, ha vencido a la muerte y es vencedor para todos. El testigo de la resurrección es una persona de esperanza, que inunda de esperanza y de optimismo, por la potencia de Dios, todos los momentos de la vida cotidiana.
- Un proceso de consolidación de la experiencia eclesial
He sugerido una serie de indicaciones, sacadas de la memoria de la vivencia eclesial de los orígenes, para imaginar el “rostro joven” de la comunidad eclesial como la experiencia concreta capaz de ofrecer a quien busca sentido para la vida y esperanza para el futuro, algo de que fiarse y a quien confiar los propios sueños. Tengo ante mis ojos a los jóvenes de nuestro tiempo: a todos los jóvenes y no sólo aquellos que mil señales los declaran disponibles incluso frente al rostro actual de la comunidad eclesial.
Pero no basta restituir juventud al rostro de la Iglesia, para concluir acerca de su fuerza de propuesta y para asegurar su capacidad de agregación. Se requiere poner en práctica un atento e inteligente proceso pastoral, capaz de hacer de la comunidad eclesial una realidad significativa, para que sea capaz de proponer, y rica en condiciones que aseguren un alto sentido de pertenencia. En este compromiso, que sigue al primero, concentro ahora mis últimas reflexiones, a través de la sugerencia de intervenciones de carácter prevalentemente metodológico.
5.1. Consolidar el sentido de pertenencia
En orden a la educación para la pertenencia eclesial, en estos años, hemos descubierto y experimentado la urgencia de un atento y profundizado camino educativo. Comprende, sobre todo, la experiencia de identificación que la comunidad eclesial con que los jóvenes están en contacto, sabe presentar y sostener. La identificación es, efectivamente, el proceso que impulsa a una persona a hacer propios los valores y los proyectos en una vivencia afectiva, sentida a causa de su inserción en una situación concreta.
La pertenencia es como el resultado de la identificación: el éxito evaluable del proceso que lleva a un joven a considerar la institución, las personas que la componen, los valores que en ella circulan, como un punto de referencia decisivo para la evaluación y para las operaciones que marcan su existencia cotidiana.
De la serie de las condiciones que pueden sostener el proceso de identificación con la comunidad eclesial, nacen nuestros compromisos concretos. Se requiere, ante todo, un mínimo de interacciones del individuo con la comunidad eclesial a la que se quiere pertenecer. Este mínimo debe pensarse no en términos jurídicos, sino según las lógicas de la dinámica de grupo (compartir los objetivos, percepción de su significado funcional, aceptación de las normas y de las funciones, experiencias de gratificación…). Y se requiere también el conocimiento y la aceptación del sistema de valores, creencias y modelos que determinan la propuesta objetiva de la comunidad, hasta definir progresivamente en ellos el proyecto personal de vida.
Este proceso conlleva la adquisición y la consolidación de los contenidos de la experiencia cristiana, la participación afectiva en los gestos y en los ritos, el reconocimiento de una función magisterial, la adopción de los modelos propuestos para la solución de los problemas personales. Se requiere, además, la percepción de ser aceptado en la comunidad. Y esto supone la inserción en una trama de relaciones que no deben ser ni burocráticos ni formalizados, una amplia distribución de informaciones y de funciones, un grupo no demasiado amplio.
En un tiempo de pluralismo, se requiere, finalmente, la capacidad de armonizar a nivel personal las diversas pertenencias, para resolver los conflictos que broten de ello, integrando y controlando las diferentes propuestas alrededor de una pertenencia que funcione como referencia totalizante.
5.2. La función de los lugares eclesiales
El apoyo de la pertenencia eclesial está asegurado ante todo por la experiencia ofrecida por los lugares eclesiales (estructuras, grupos y movimientos, proyectos…). En nuestra tradición educativa tenemos muchos de estos lugares eclesiales. Pero, por desgracia, los profundos cambios culturales actuales los ponen en crisis o reducen ampliamente su funcionalidad.
Los jóvenes definen cada vez más su identidad personal, captan los problemas y elaboran las respuestas fuera de los lugares educativos tradicionales. Los lugares de la vida cotidiana son vividos muchas veces como lugares alternativos respecto de los eclesiales y educativos tradicionales. En este desafío debe repensarse decididamente la función de los lugares eclesiales, para restituirles su fuerza de propuesta y su funcionalidad educativa. Tres operaciones me parecen particularmente urgentes. Las cito en frases rapidísimas.
Se trata, ante todo, de restituir a los lugares educativos tradicionales la capacidad de alta significatividad de que han gozado durante tanto tiempo. La identificación educativa parte precisamente de esta experiencia.
Se requiere luego, por parte de la comunidad eclesial, la capacidad de reconciliarse con los lugares de la vida cotidiana, evitando las fáciles generalizaciones que han introducido algunas veces juicios negativos en relación con lo existente sólo porque no logramos controlarlo como hubiéramos deseado.
Finalmente, deben ponerse en acto aquellos procesos educativos que sepan restituir a los lugares eclesiales la función de evaluación y de referencia (y no de alternativa) respecto de la cotidianidad, sobre todo a través de la función de adultos significativos y responsables.
5.3. Experiencias fuertes e interiorización
Si queremos hacer descubrir la Iglesia, no nos basta con recorrer el camino de la información: palabras, documentos, modelos; en esta situación cultural dejan realmente el tiempo que han encontrado. La confrontación con muchas interesantes realizaciones impulsa a reconocer la urgencia de experiencias fuertes, capaces de desencadenar atención y crisis, para abrir hacia lo inédito, y, por consiguiente, de personalidades fuertes, capaces de crear identificación y escucha. Lo exige también la calidad de la propuesta cristiana, que no puede reducirse a algo que se da por descontado y tranquilizador.
Pero, en una situación cultural como la actual, no podemos olvidar que la urgencia de hacer propuestas va fuertemente unida a la calidad de las propuestas mismas. Sobre todo, no podemos ignorar, en cualquier propuesta, la necesidad ineludible de asegurar siempre las condiciones irrenunciables para favorecer la interiorización de la propuesta y su capacidad liberadora y creadora de responsabilidades..
Además, en un tiempo de amplia complejidad, es obligado ofrecer pluralidad de propuestas, como expresión diferenciada de un cuadro unitario fundamental. Esta pluralidad de propuestas es una respuesta a situaciones diferenciadas. De este modo las propuestas resultan concretas, abiertas hacia todo, orientadas hacia los referentes concretos a los que quiere dirigirse.
5.4. Un itinerario
La última nota se refiere al camino lógico que, en la actual situación cultural y social, puede llevar a un sentido maduro de pertenencia eclesial. La tradición educativa y pastoral sugería un camino que partía de la Iglesia para llegar al encuentro con Jesús. La calidad de la vida ofrecía una especie de examen para medir la corrección del encuentro y de la decisión.
La operación podía funcionar en un contexto cultural diferente del nuestro. Ahora debemos tener en cuenta la crisis producida por el subjetivismo y por la pretensión de hacer experiencias, midiéndonos con los problemas y acogiendo las aportaciones positivas.
Intento, pues, imaginar un camino que piense el dato tradicional dentro de algunas novedades culturales y eclesiológicas. Lo hago dando voz a muchas realizaciones en acto y, para ello, me limito a una especie de índice razonado de intervenciones y de preocupaciones.
La primera etapa: una necesidad de humanidad auténtica
Para consolidar la experiencia eclesial, ante todo, es necesario reconstruir y estabilizar una madura experiencia religiosa. La pertenencia a la Iglesia funciona según parámetros radicalmente diversos de los típicos de las otras pertenencias: las ventajas son sustituidas por la entrega al misterio y por la responsabilidad vocacional.
Considero la experiencia religiosa como la búsqueda de un significado para la propia vida, colocado más allá de los que cada uno produce, en el ejercicio de sus opciones y de las orientaciones cotidianas. Ella es, por lo tanto, búsqueda, espera, apertura hacia la trascendencia.
Este modelo se coloca en el centro de los desafíos que la cultura de hoy nos lanza. Propone un modo, a veces alternativo a la lógica del secularismo y de la autosuficiencia, pero lo hace con un estilo que resulta visible también en esta situación. Y sugiere una reconstrucción de la identidad personal en un tiempo en que parece estar muchas veces en crisis, mediante la experiencia, la alegría y la participación, del límite como dimensión auténtica de la existencia.
El encuentro con Jesús el Señor
La experiencia religiosa representa el nivel más alto de maduración humana: un hombre abierto a lo trascendente es verdadera y plenamente hombre. Pero nuestro servicio de educadores de la fe no termina en este nivel de humanización. Para educar en la fe debemos abrir hacia la confrontación de un evento revelado: la vida cristiana plena se cumple en Jesucristo y se hace comprensible sólo en la fe en Él.
Propongamos con fuerza y audacia a Jesucristo: cómo encuentra el signo concreto y desconcertante de la presencia de Dios en la historia y de su proyecto por la vida del hombre. Narremos su Evangelio para sostener y consolidar el encuentro con Él.
Del encuentro con Jesús al descubrimiento de la Iglesia
El encuentro con Jesucristo tiene siempre un sentido eclesial. Comienza en la experiencia de aquella Iglesia pequeña y concreta que el joven constata y comparte en la vivencia de la comunidad educativa, de los educadores y de los adultos cristianos en los que sabe reconocerse, del grupo o del movimiento al que pertenece. Se consolida en la participación plena de la Iglesia, “sacramento universal de salvación” (LG 1).
Sin la fe de la Iglesia, nuestra fe sería más pobre: no sabríamos dónde enraizar nuestra decisión por Jesucristo y careceríamos de referencias preciosas para vivir como creyentes. Sin la vida de la Iglesia estaríamos lejanos del lugar donde experimentar, de modo privilegiado, el don de la salvación. Pero el testimonio de fe de la Iglesia, en su largo camino, no es sólo una repetición pasiva de hechos y palabras entregadas una vez por todas de forma exclusiva. Proclamando su fe, la Iglesia la interpreta, la comprende más a fondo, la escribe viva y actual.
La vida litúrgica y sacramental
La vida eclesial se traduce y se expresa en una precisa e intensa dimensión de celebración. Acerca de la importancia de este nivel formativo todos están de acuerdo. Las posiciones se distancian cuando la exigencia se expresa según modelos prácticos y modalidades educativas. Para no quedarnos en el aire, recuerdo algunas características de este momento del itinerario:
Oración, liturgia y sacramentos poseen también una clara connotación formativa. Representan uno de los momentos en que los jóvenes son ayudados a madurar como hombres nuevos, y el momento supremo de su experiencia cristiana y eclesial. Forman, pues, parte de las intervenciones de que la comunidad eclesial se sirve para hacer madurar a los jóvenes.
También en orden a la vida litúrgica y sacramental quien comparte la referencia a la Encarnación reconoce la posibilidad de intervenir, con la gradualidad y el sentido concreto que caracteriza el acto educativo. Por esto, está prevista la educación en los símbolos, en los ritos y en los gestos: reconstruido este tejido antropológico, resulta más fácil celebrar la liturgia del Señor Resucitado.
En esta perspectiva encuentra significado particular la búsqueda de una metodología que ponga en diálogo la necesidad natural juvenil de hacer fiesta con la celebración de Jesucristo, Señor de la vida y razón de la fiesta sin límites, en todas las expresiones significativas y cotidianas de la vida del joven.
El compromiso de la comunidad eclesial se concentra en la revitalización y revaloración de la práctica sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Por una parte es importante educar para acoger eventos que son don y misterio; y, por otra, expresar también estas celebraciones un estilo y con modalidades que sean cercanas, significativas y comprensibles para los jóvenes, en las diversas culturas.
Al servicio de una nueva calidad de vida
Una explícita preocupación vocacional es el éxito de todo crecimiento en la madurez humana y cristiana. El punto de referencia para comprender la vocación cristiana es el Reino de Dios: la pasión por la vida en el nombre del Dios de la vida, que se hace compasión para la vida de todos, al seguimiento de Jesús.
Todo creyente está llamado a vivir su cotidiana existencia como compromiso por la progresiva actuación del Reino de Dios. Los modos pueden ser diversos. La intención es única y global: compartir apasionadamente la causa de Jesús. Las múltiples expresiones vocacionales son la traducción en situación de la única vocación cristiana.
- Una Iglesia que da esperanza
Concluyo mis reflexiones volviendo a la memoria de la que partí. Es interesante constatar la conclusión del libro de los Hechos. No terminan, como sabemos, con la muerte de Pablo (como sería lógico en una “crónica”), sino en la descripción feliz de Pablo que anuncia el Evangelio de Jesús, a pesar de las cadenas.
La Iglesia de Teófilo, a la que Lucas dedica el libro con un clásico juego literario, es una Iglesia que tiene miedo de lo que está sucediendo. LosHechos relanzan la esperanza reclamando la responsabilidad del anuncio misionero. Bien interpretados, impulsan a la esperanza, si es verdad que basta poner a los enfermos a la sombra de Pedro para hacerles encontrar la salud y que el cojo salta y baila de alegría, para que todos sepan que sólo Jesús es el Señor.
Ésta es la esperanza anunciada en los Hechos. El nombre de Jesús devuelve vida y futuro. Encontramos la esperanza cuando encontramos la alegría y el valor de proclamarlo con fuerza.
La propuesta de los Hechos es de gran actualidad. Se sitúa en el grito hacia la esperanza que brota de los hombres y de las mujeres de este tiempo, apremiados por la angustia de la crisis de sentido y por la desesperación de la ola de muerte que nos envuelve. Sugiere también la respuesta, precisa y perentoria: el anuncio del nombre de Jesús.
También nosotros buscamos esperanza, en la compañía sufrida de tantos hermanos en humanidad. Reconocemos que el don del Evangelio de Jesús se nos ha entregado para que lo compartamos entre nosotros y con los demás. En este servicio de evangelización, regalamos y nos regalamos esperanza. En el anuncio valiente del Evangelio experimentamos quiénes somos y para qué estamos. También nosotros hoy, a pesar de los rechazos, las persecuciones, los retrasos, las incertidumbres y las traiciones, seguimos en la Iglesia anunciando el Evangelio de la esperanza hasta los confines del mundo. Y ninguna cadena puede bloquear nuestra pasión evangelizadora.