Javier Cortés Soriano
Javier Cortés Soriano es Director General del Grupo SM.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Desde los datos que afloran en el Informe “Jóvenes 2000 y Religión”, el artículo inicia una reflexión situando estos mismos datos dentro del actual contexto social y cultural para sugerir luego algunas líneas de acción en la pastoral juvenil: centrada en la experiencia religiosa cristiana, en la construcción de la identidad personal, y apasionada por la justicia. Indica, además, algunas orientaciones muy sugerentes y concretas.
Hace ahora año y medio se publicó el último estudio de la Fundación Santa María sobre los jóvenes españoles[1] titulado Jóvenes y Religión. A diferencia de los anteriores en este caso la investigación se ciñó casi exclusivamente al análisis de la religiosidad juvenil. Los resultados del estudio invitan a una profunda reflexión sobre nuestros esquemas de evangelización y más en concreto sobre las líneas de fuerza de nuestras acciones pastorales. Esta aportación quiere contribuir al debate que este estudio ha suscitado en el seno de la comunidad cristiana. Lo hacemos desde la cercanía y el reconocimiento a tantas y tantos agentes pastorales que día a día se entregan al servicio del anuncio del mensaje de Jesús y desde el convencimiento de que también hoy, cabe la posibilidad de encontrar la palabra significativa que el evangelio posee para todos los que se acercan a él.
- ALGUNOS TITULARES
Comenzaremos por una selección cualitativa de algunos de los datos de la encuesta sin ánimo de cubrir todos los elementos que el informe nos ofrece.
Hay un primer dato muy en continuidad con estudios anteriores: los jóvenes viven básicamente satisfechos e instalados en el sistema en el que se sienten inmersos. Es cierto que se reservan ciertos espacios para una cierta vivencia de lo alternativo, pero su nivel de satisfacción con lo que les rodea y especialmente con sus cotas de libertad, es alto. En su mayoría estos jóvenes viven satisfechos e instalados en el sistema aunque manifiesten ciertos grados de desajuste en terrenos muy personales. Este dato sobre la satisfacción de los jóvenes es de gran importancia para cualquier planteamiento de evangelización o de acción pastoral en la medida en que el anuncio del evangelio necesita de una cierta insatisfacción con la vida personal y social concretada en la invitación a la conversión.
La familia y los amigos siguen apareciendo como los dos grandes agentes de identidad y socialización. La escuela mantiene un alto grado de aceptación pero no parece que su influencia sea determinante en la configuración de las opciones vitales de los jóvenes. La Iglesia desapareció hace ya tiempo de esas posibles fuentes de sentido.
Uno de los datos más relevantes de este estudio es que las creencias religiosas no solo siguen presentes en la vida de los jóvenes sino que, en comparación con datos de los estudios anteriores, se afianzan, aunque con características un poco diferentes. Estas creencias han nacido desconectadas de cualquier tradición institucionalizada de la religión, y se presentan como una amalgama no solo inconexa sino a menudo radicalmente incoherente porque son el fruto de una construcción netamente subjetiva e íntima sin espacios ni tiempos de confrontación dialógica. Estas creencias son el resultado de un proceso interior que el joven vive en soledad, del que es muy celoso, y en el que difícilmente admite compañeros de viaje porque él mismo se considera autoridad suprema. El ámbito de las creencias es absolutamente propio y queda protegido por la tolerancia exigible.
Frente a esta realidad la Iglesia está siendo incapaz de situarse como “lugar privilegiado” de acceso a Dios. Los “lugares” en los que el joven encuentra “alimento y material” para el desarrollo de todo ese mundo de creencias están más bien en el ámbito de su consumo cultural ya sea de cine[2], de música[3] o de literatura[4]. El alejamiento de los jóvenes con respecto a la religión cristiana no procede, pues, como pudo ser en otro tiempo, de la crítica demoledora contra un Dios carnaza del ateísmo filosófico. Simplemente consideran que la Iglesia no les ofrece ninguna resonancia para sus inquietudes espirituales. Es más, la consideran incapacitada para ello.
Sin embargo estos jóvenes no manifiestan ningún rechazo hacia las experiencias de Iglesia que han tenido en su vida. En general estos contactos están ligados a los sacramentos. En este sentido son más distantes que beligerantes. Simplemente esa participación en actos de Iglesia les ha resultado irrelevante de cara a la construcción de identidad personal. Este dato refuerza algo ya conocido desde años y es el fracaso de la pastoral sacramental en la que, querámoslo o no, seguimos inmersos.
En este contexto de las relaciones de los jóvenes con las acciones de evangelización de la Iglesia se les preguntaba por primera vez sobre la posible influencia en sus vidas de los viajes del fallecido papa Juan Pablo II. Para la inmensa mayoría de ellos este tipo de concentraciones ha resultado irrelevante. Por el contrario Jesucristo sigue siendo un valor firme y mantienen, como en las encuestas anteriores, una alta admiración por los misioneros y por todos aquellos sectores de la Iglesia que trabajan en ámbitos de pobreza y marginación.
Cuando se cruzan los grupos de jóvenes con mayor factores positivos en sus vidas (nivel de felicidad, de ética y valores, de compromiso social, de asociacionismo, etc.) con los grupos de jóvenes católicos practicantes o cercanos a la vida cristiana, ambos se acercan mucho. Esto quiere decir que aquellos jóvenes en los que la acción evangelizadora hace brotar la fe, no son bichos raros sino que se convierten en personas con más elementos de plenitud en sus vidas. En definitiva, allá donde el mensaje cuaja el resultado no es malo, nuestros jóvenes cristianos se alinean con lo mejor de nuestra sociedad.
Como síntesis de este pequeño recorrido por los resultados de la encuesta podemos concluir que los jóvenes no están alejados del mundo espiritual. Dios, o más bien, lo divino en sentido genérico, no ha muerto, aunque a causa del fracaso de la socialización religiosa que pudo en algún momento llevar a cabo la Iglesia, esa realidad no se vive en clave cristiana sino más bien en clave de pequeñas o grandes sacralizaciones o de religiones sustitutivas.
2. De los datos al conocimiento ¿qué religiosidad?
En contra de lo que a veces se considera, los jóvenes no constituyen una tipología distinta de la sociedad de los adultos, sino que más bien manifiestan, sin tapujos ni controles, las claves culturales y de sentido que sus adultos contemporáneos manejan. Son , como en el caso del iceberg, la parte emergente y manifiesta de lo que está sucediendo en el interior de la sociedad. Así pues la pregunta va dirigida hacia ese tipo de religiosidad presente en nuestra sociedad y de la cual nuestros jóvenes son claro exponente.
Es conveniente empezar constatando el trasfondo de la situación cultural actual. Vivimos en una “tonalidad epocal” apagada en todos los ámbitos, no solo en el religioso. Declive e incertidumbre parecen ser dos buenos calificativos. Frente a ello lo que se demanda no está en la línea de la radicalidad o del compromiso sino más bien en la búsqueda de seguridad y de comunión extática. Dos claves para entender la vivencia de la religiosidad actual e incluso su cierto auge.
A diferencia de lo que se profetizó hace ya algunos años, nuestro mundo global, hoy, es más religioso que antes, con las dos únicas excepciones que sitúan los sociólogos de la religión. La excepción geográfica (la vieja Europa descristianizada) y la excepción sociocultural (las élites culturales, estén donde estén, suelen abandonar la religión). En unas partes del mundo la religión refuerza las identidades, encauza la lucha o simplemente acompaña las vidas carentes de todo, y en otras partes más desarrolladas aquilata la seguridad y justifica la superioridad y hasta las barreras.
Esta cierta omnipresencia de la religión convive con una deslegitimación instalada sobre la religión institucional, concretada muy en especial en la Iglesia Católica, que provoca un silencio sobre sus actividades solo roto por los escándalos que ella misma provoca o por los desajustes de algunas de las manifestaciones de su jerarquía.
Podríamos afirmar que se marchó la religión institucionalizada y quedó una espiritualidad difusa. Secularización no significa desinterés por lo religioso. Es más, en expresión de José Antonio Marina no es difícil detectar una cierta “credulidad rampante”[5], o, siguiendo los análisis de Ignacio Ramonet, podríamos hablar de un “ascenso de lo irracional”[6]. Asistimos según muchos de los analistas de nuestra cultura a un “reencantamiento de lo finito”. Parece que nuestra época hace buena la frase de Chesterton: “cuando se deja de creer en Dios no se deja de creer en todo sino que más bien se empieza a creer en todo”.
La vivencia espiritual que encaja en estos parámetros consiste en una experiencia que queda relegada a “bienes de carácter espiritual” (consuelo interior, creencia en el más allá, cierta experiencia afectiva de fraternidad, etc.), que vienen a unirse a los otros bienes de carácter más material. Esta experiencia espiritual de baja intensidad no pretende convertirse en eje y pilar de toda una identidad personal sino más bien su función parece ser la de completar de alguna forma el conjunto de bienes que la persona maneja en su tarea de ir dando sentido a su día a día. Una tal experiencia espiritual resulta de un constructo estrictamente personal. Como en todo lo demás, es el sujeto quien se convierte en el criterio único. Este proceso de construcción personal desdogmatizada y ecléctica viene reforzado por la creencia ampliamente compartida y apoyada hasta la saciedad por los defensores de un laicismo radical de que la religión es un asunto absolutamente privado en el que nadie tiene nada que decir excepto la propia persona. Tan preocupados están por deslegitimizar cualquier religión mínimamente institucionalizada que han hecho desaparecer del mapa cualquier acción externa sobre el sentimiento religioso básico. El niño se escapó con el agua de la bañera. Ese sentimiento religioso natural sin intervención educativa de ninguna clase, y sin posibilidad de contrastes en su propia racionalidad, se manifiesta en el conjunto de pseudotrascendentes que nuestra sociedad ofrece en formas de esoterismos o similares y sobre los cuales algunos se han apresurado a montar su negocio. Parece que todos estos nuevos “sacerdotes” omnipresentes en los medios de comunicación y en los mercados de consumo no tiene por qué ser objeto de la crítica de los críticos radicales de la religión. Esta queda reservada exclusivamente a las religiones institucionalizadas.
En todo este proceso alguien ha salido triunfante. Resulta que este tipo de experiencia espiritual encaja perfectamente con los “intereses” del estilo de vida consumista, base del sistema económico imperante y triunfante. Este sistema económico travestido en “capitalismo de ficción”[7] con su invitación al consumo de productos y de sensaciones se encuentra muy cómodo con este tipo de experiencia espiritual desencarnada de la historia. Las dificultades que hoy encuentra el evangelio para abrirse paso entre tanta promesa de felicidad no son, en primer lugar, un problema de razón o de moral apologéticas, sino más bien una contradicción de estilo de vida real y concreto. Deberemos recordar una y otra vez que los grandes enemigos del mensaje del Reino en el evangelio son precisamente el poder (valor y superioridad del individuo sobre todo lo que le rodea) y el dinero (la materialización de los valores). Ambos, poder y dinero constituyen dos piezas claves del estilo de vida que interesa al sistema económico y frente al cual han claudicado todas las fuerzas, empezando por las ideológicas.
Sin el Dios que nos han contado desde las religiones institucionales todo funciona, la ética, la política, la ciencia, la economía, e incluso la relación con lo divino. Entonces ¿para qué Dios?
3. Líneas para una pastoral
Frente a este panorama ¿qué posibilidades nos quedan para la proclamación del evangelio entre los jóvenes? La situación requiere grandes dosis de libertad que solo puede nacer de la confianza en la acción del Espíritu en el aquí y ahora. Lo que normalmente nos paraliza no es tanto la ausencia de futuro sino el miedo a los desafíos.
A la luz de estos análisis y desde una mirada crítica hacia nuestros esquemas pastorales actuales proponemos tres grandes ejes para una acción pastoral y de evangelización significativa.
3.1.Una pastoral centrada en la experiencia religiosa cristiana
Hoy se demanda religión. Si lo que ofertamos en pastoral es ética, valores, derechos humanos, ecología o simple ritualismo de cristiandad, nuestros jóvenes canalizarán sus insatisfacción espiritual hacia otras formas de religiosidad. Dicho esto no concebimos una experiencia religiosa cristiana sin ética, sin valores y sin ritos. Pero no en primera instancia. El gran reto de la evangelización y de la pastoral actual consiste en centrarse en la experiencia del Dios cristiano manifestado en Jesús. Una tal experiencia derivará sin ninguna duda en los compromisos concretos de transformación personal y social.
Creo que esta primera afirmación puede ser ampliamente compartida. Por eso el siguiente paso es imprescindible: ¿qué entendemos por experiencia religiosa cristiana? En mi opinión los agentes de pastoral y sus equipos no han reflexionado y compartido suficientemente esta inquietud. Desde los responsables de pastoral se convoca con fervor al trabajo pero quizá menos a estas preguntas previas absolutamente claves. ¿Estamos de verdad seguros de que nuestros agentes de pastoral, nuestros catequistas están trabajando con el mismo horizonte? En un contexto, como hemos visto, en el que la experiencia religiosa es reivindicada por tantas instancias, se hace todavía más necesario profundizar en la especificidad de la experiencia religiosa cristiana. No toda experiencia espiritual es religiosa y no toda experiencia religiosa es cristiana.
En mi opinión la experiencia religiosa cristiana consiste en vivir, en el ámbito de la comunidad cristiana y por la acción del Espíritu Santo, el encuentro con Cristo resucitado que conduce a una nueva identidad personal manifestada en un estilo de vida caracterizado por la salida de sí mismo.
El elemento central y nuclear de esta experiencia está en alcanzar la vivencia del encuentro. La experiencia religiosa cristiana es, en primer lugar, una experiencia de presencia mediada por la comunidad real y concreta, por sus personas, por sus celebraciones, por su acompañamiento personal. El lugar de la persona donde este encuentro se produce es el mismo lugar donde se vive toda la dimensión relacional restante llámesele como se le llame (corazón, núcleo afectivo, yo profundo, etc.). A este encuentro no se accede por medio de la exposición clara sistemática y bien estructurada de las verdades de la fe y de la moral cristianas. Estos mensajes van más bien dirigidos a la información racional con la intención de mover las voluntades hacia el cambio de conducta pero en la mayoría de las ocasiones no pasan por el encuentro afectivo interior, no se enraizan en el entramado afectivo que constituye básicamente a la persona.
Solamente si se llega a este nivel de la persona la experiencia religiosa cristiana tiene posibilidades de ir configurando una nueva identidad, que, solo más tarde, irá brotando y manifestándose en una vida comprometida. En demasiadas ocasiones nuestras ofertas pastorales “urgen” cambios en la identidad y en el compromiso sin pasar por el encuentro amoroso cultivado en la experiencia de fraternidad.
Sin esta mediación real y concreta es muy difícil poder transmitir la especificidad del Dios Padre manifestado en Jesús. Debemos recordar y reivindicar hoy más que nunca por las características de época que hemos descrito antes, la gran ruptura que supuso en el contexto religioso vivido hasta entonces la propuesta religiosa de Jesús. La religiosidad humana natural, hoy quizá más desbocada, remite al “¡baja de la cruz!”, a ese Deus ex machina que descendía pesadamente en medio de la tragedia griega para ordenar la vida de los hombres y que luego retornaba a su particular Olimpo. El Dios cristiano , encarnado, débil y sufriente, pero resucitado, renuncia de modo explícito a esa forma de poder divino y opta por el encuentro real e íntimo como forma de encarnación. Remite a la propia responsabilidad de renacidos. Un Dios que actúa desde dentro y que opta por manifestar su omnipotencia, no en intervenciones deslumbrantes sino en la inmensidad de su amor.
Necesitamos con urgencia rescatar esta especificidad de la experiencia religiosa cristiana. Una religión del tiempo (la vida, la historia personal y social, el devenir, la biografía) frente a una religión del espacio (arriba-abajo, religioso-profano, divino-humano). Desde Jesús nada en el mundo es sagrado (ni este monte ni el otro) sino que más bien todo el mundo es sacramental. Hoy más que nunca la experiencia religiosa cristiana está llamada a desacralizar tanto pretendido trascendente para poder vivir religiosamente lo profano. El Reino no es otro mundo sino este mundo transformado en otro por la fuerza del encuentro con el resucitado. Solo desde esta perspectiva de encarnación radical del amor y la fuerza de Dios en el mundo se podrán superar los falsos dualismos a los que tan aficionada es esta espiritualidad difusa que nos rodea. Necesitamos de una pastoral iniciadora en este Misterio del Dios manifestado (y también oculto) en Jesús y esto solo se puede hacer si abandonamos la pastoral-respuesta a cualquier duda o inquietud. Un Dios que cifra su misterio no en la incomprensibilidad racional sino en la imprevisibilidad y radicalidad de un amor que excede y sobreabunda, necesita de un anuncio menos racional y más de iniciación experiencial.
Desde esta perspectiva la transmisión de la fe se llevará a cabo más por la experiencia compartida que por la información doctrinal por muy útil que esta sea para saber nombrar la experiencia. La fe más como búsqueda del Misterio del Dios hecho palabra cercana y de sentido en Jesús que como correcta respuesta a la ortodoxia. Más el camino que las respuestas.
Una fe más desnuda de ropajes filosóficos y conceptuales y que rescate el símbolo como lugar de encuentro. Así la celebración y la fiesta, la liturgia, como medio privilegiado del encuentro, se convierten en el lugar de la desprivatización de la experiencia religiosa cristiana.
3. 2. Una pastoral centrada en la construcción de la identidad personal
La materia prima de la identidad son las vivencias personales, en principio discontinuas y fragmentadas, pero que adquieren sentido en el contexto de una narración. No somos aquello que vivimos sin o aquello que hacemos con lo que vivimos. Este proceso de construcción de la identidad tiene lugar en esa intimidad interior a la persona, en ese núcleo en el que se entrelazan todos los encuentros, donde residen todas las “presencias” que nos acompañan. De ahí, de nuestra propia historia y experiencia acumulada, nacen las valoraciones y los ideales en torno a los cuales nos definimos como proyecto de personas.
Un planteamiento como el que hemos hecho anteriormente sobre la experiencia religiosa cristiana invita a desarrollar una presencia más en ese núcleo: la presencia del amor del Dios Padre de Jesús. En la medida en que la identidad vivida es el resultado de la lectura que hacemos de nuestras vivencias, una pastoral que quiera desarrollar identidades personales cristianas deberá introducir la presencia del amor de Dios como un elemento real de la interpretación de nuestro pasado de nuestro presente y de nuestro futuro. Estos tres pilares de la identidad (mi historia, el pasado; la imagen que tengo de mí mismo, el presente; mis ideales personales, el futuro) son recorridos constantemente por las personas en el proceso de creación y de recreación de la identidad. Solo colaboraremos en la construcción de identidades cristianas si somos capaces de iniciar a los catecúmenos en esa presencia amorosa de Dios que no tiene cuentas del pasado, que acoge el fracaso del presente reconstruyendo día a día la propia imagen y que te susurra el “no tengáis miedo” de cara al futuro.
Una pastoral centrada en lo nuclear de la experiencia religiosa cristiana transita inevitablemente por los itinerarios de la construcción identitaria personal. Una identidad que irá surgiendo más como acumulación de experiencias interiores (la identidad por experimentación) que como resultado de la imitación y reproducción de modelos externos (la identidad por reproducción). Se necesita una elaboración personal de la identidad en clave experiencial de la vivencia cristiana.
Esto supone una práctica pastoral más tolerante con la falta de ortodoxia, menos preocupada por el inmediato reflejo moral externo del compromiso cristiano y mucho más centrada en un camino que hay que recorrer desde la persona y el encuentro con Dios.
No es extraño escuchar entre los agentes de pastoral que el mensaje del evangelio no cuaja porque “no hay sujeto”, porque, según parece, no se dan las condiciones mínimas de estructuración personal (conocimiento de sí mismo, capacidad de dirigir la propia vida, estructura de deseo y voluntad, etc.). Efectivamente nuestra cultura no parece muy interesada en desarrollar personas de peso identitario. Pero frente a ello, en lugar de reclamar que nos hagan el trabajo previo, quizá debamos renovar nuestra fe en la capacidad sanadora de la relación con Dios y centrar los esfuerzos de nuestra pastoral en permitir ese acceso a la Presencia que libera purifica y potencia. Esa es la auténtica raíz de la identidad cristiana.
Una pastoral comprometida de firme con la construcción de la identidad personal no hará ascos a las debilidades de los sujetos que nos llegan, sino se que se convertirá en una experta en acompañamiento y desarrollo de eso que llamamos vida interior. La pastoral como camino concreto de acceso al corazón en el sentido más bíblico de la palabra.
3.3. Una pastoral apasionada por la justicia
Esta recuperación de la centralidad y radicalidad de la experiencia religiosa cristiana no solo transita por el sendero de la identidad sino que invita constantemente a retomar la “carne” del Reino (los ciegos ven, los cojos andan). Es más, el amor de Dios, expresado en el crucificado, liga esa identidad al destino de los demás hombres y mujeres del mundo.
De manera muy concreta, hoy la “tragedia global” constituye un lugar privilegiado de iniciación y desarrollo de la experiencia religiosa cristiana además de ser el lugar natural de encuentro de los cristianos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La experiencia religiosa cristiana y por tanto sus mediaciones pastorales no tienen vocación de sacristía ni de gueto. Más bien salen urgidas al encuentro de tantos hombres y mujeres como trabajan por un mundo más humano. Este camino “hacia fuera” tiene que ser promovido por las acciones pastorales desde el primer momento. Esta tragedia global no es un “lugar al que voy a trabajar por los pobres” desde mi propia seguridad personal como una manifestación de mi propio poder, sino más bien un lugar de encuentros que se transforman en presencias interiores en medio de los cuales emerge la experiencia del Dios cristiano.
El interés del trabajo por la justicia en el contexto de la vida cristiana trasciende la exigencia moral para convertirse en un lugar por el que hay que transitar si de verdad se quiere estar abierto a la presencia del amor del Dios de Jesús. No bastará, pues, con invitar desde las propuestas pastorales al compromiso desinteresado. Será necesario acompañar esa experiencia para que nuestros jóvenes puedan interiorizarla como experiencia de Dios.
Al mismo tiempo cualquier oferta pastoral debe proponer una vivencia lúcida y crítica hasta los niveles de denuncia y resistencia frente al sentido de la vida consumista.
Por último, y por lo que se refiere a las mediaciones políticas, libertad e indeterminación pero nunca indiferencia. Es triste constatar a pesar del paso del tiempo, que algunos agentes pastoral cifran ciertas posibilidades de una pastoral más fructífera en la presencia en el poder de uno u otro partido. Lo hemos dicho antes y lo repetimos, el gran enemigo del mensaje del evangelio no está en determinadas opciones políticas dentro de un sistema democrático, sino en el estilo de vida en el que el sistema económico nos ha envuelto. Hacer residir las esperanzas de una mejor salud de nuestra pastoral en la victoria de uno u otro partido político manifiesta cuando menos, una falta de fe y de confianza en la acción del Espíritu. Al mismo tiempo hay que afirmar que no todas las acciones políticas que se proponen en un momento determinado en el seno de una sociedad democrática son iguales de cara a la construcción de un mundo más justo y fraterno. De ahí la no indiferencia leída siempre desde los más débiles.
- Algunas concreciones
Estas tres líneas que proponemos tienen una virtualidad que las puede hacer muy fecundas de cara a construir unos planteamientos pastorales mucho más concretos: son tres orientaciones radicales, es decir, enraizadas lo más nuclear de la vida cristiana.
Con el fin de invitar a ese proceso de concreción me permito plantear cuatro opciones básicas:
4.1.Construir una comunidad de referencia
Una comunidad que sea en primer lugar, referencia para la vida cristiana de los propios agentes de pastoral. El primer objetivo consistiría en acompañar la propia vivencia cristiana de las personas comprometidas en las acciones pastorales. Urgidos como estamos por las necesidades de los compromisos nos olvidamos de las enormes dificultades que los cristianos tenemos para vivir el encuentro con Dios en nuestras vidas.
No estamos pensando en comunidades rígidas sino más bien en espacios físicos y afectivos en los que poder compartir preguntas como la que antes planteábamos sobre la experiencia religiosa cristiana. Comunidades flexibles y abiertas en las que puedan tener cabida las inquietudes y debilidades de los cristianos de hoy en día, y, en el seno de las cuales, se pueda vivir de manera intensa la dimensión celebrativa. Comunidades a lo mejor sin grandes pretensiones de continuidad, pero que puedan acompañar a esos cristianos comprometidos en la acción pastoral por lo menos mientras dure su compromiso.
Estas comunidades deberían constituir el lugar natural y “visible” donde desarrollar los procesos personales de los destinatarios de esa acción pastoral y donde pudieran también encontrar posibilidades de socialización religiosa.
4.2. Partir de la experiencia espiritual que ya tienen
La acción pastoral debería ayudar a localizar en el interior de la propia persona cuál es el ·”lugar” en el que se sitúa la experiencia del Dios Cristiano. De otro modo, las acciones pastorales deberían ser muy conscientes de la parte de la persona a la que dirigen sus mensaje. Orientaciones más dogmáticas hablan a la razón dándole argumentos a favor de la creencia, orientaciones más moralistas (sean del signo que sean) urgen a la voluntad para el cambio en la vida. La pastoral debe recuperar la interioridad y el corazón como destino final de su mensaje que no es otro que la presencia real y concreta del amor de Dios.
Y el camino deberá ser precisamente la constatación y el reconocimiento de que en ese lugar íntimo la persona ya vive presencias que le trascienden con sus correspondientes reflejos afectivos. Acompañarles en el camino hacia el interior para hacerles conscientes de las trascendencias que viven y sobre todo de las posibilidades que se abren cuando se permite la entrada del amor absolutamente trascendente del Dios Padre de Jesús.
Evidentemente esto exige perfiles de agentes de pastoral quizá un poco distintos a los que estamos cultivando. Necesitamos cristianos adultos sensibles a las realidades del mundo interior.
4.3. Fuerte personalización de los procesos
Una pastoral como la que estamos planteando debe abandonar la sacralización de la mediación grupal heredera de otras sensibilidades del pasado. Ni mejores ni peores, simplemente anteriores. Eso exige tiempo real y afectivo a disposición de la cercanía del acompañamiento y una especial formación también de los agentes de pastoral que les ayude a desarrollar las capacidades y habilidades de escucha y orientación. Las acciones pastorales deberían no solo permitir sino asegurar el seguimiento de los procesos personales.
Estamos proponiendo con claridad una pastoral que prime lo cualitativo sobre lo cuantitativo, una pastoral de minoría, pero de ningún modo una pastoral “para” minoría. Lamentablemente en este punto seguimos sin liberarnos de manera radical de los paradigmas de la pastoral de cristiandad y seguimos ignorando que vivimos tiempos de descristianización casi absoluta. Una y otra vez aparecen en ámbitos de responsables de pastoral ciertas cifras de catecúmenos como signo y prueba de que “no estamos tan mal” ignorando que todas personas pretendidamente incorporadas a la comunidad cristiana luego desaparecen.
4.4. Un nuevo lenguaje sobre Dios
Necesitamos, por último, también recuperar un lenguaje más acorde con todo este conjunto de sensibilidades pastorales que estamos dibujando. Hoy la codificación del mensaje cristiano corre el peligro de quedar atrapada entre la exactitud racional de la formulación de fe y la exigencia de la moral.
No tendremos que ir muy lejos para encontrar el género adecuado. Basta con acudir al ejemplo de Jesús en el evangelio y rastrear los procesos que él mismo desencadenaba en sus oyentes y seguidores: acompañar a la persona hasta su verdad interior por medio de la cercanía personal, invitarle a tomar su vida y a vivirla desde la presencia del amor de Dios presente y actuante en su persona. Las acciones de pastoral tienen que tener como primer tema la propia vida de los destinatarios, no experiencias forzadas ni falsamente intensas, sino la misma vida. Porque Dios quiere hacerse presente como salvador en esa vida. El mensaje de salvación es universal no porque sea genérico sino porque es absolutamente concreto y significativo para todas y cada una de las personas en todos y cada uno de los tiempos.
Esto requiere abandonar cuestiones y discusiones teóricas sobre la cuestión de la existencia de Dios y articular un discurso mucho más narrativo sobre las posibilidades de presencia en la vida de ese amor del Dios Padre de Jesús. La pregunta ya no es si crees que Dios existe o si crees en un Dios cristiano al que podemos describir con formulaciones exactas y pertinentes, sino qué presencias has vivido, vives o puedes vivir de ese amor de Dios manifestado en Jesús. Una vez más un lenguaje que pueda acompañar la narración que cada persona hace y rehace de su vida.
- Conclusión
A lo largo de este último año he tenido la oportunidad de compartir estas reflexiones más o menos sistematizadas con muchos grupos de agentes de pastorales de ámbitos eclesiales diversos. La inmensa mayoría de ellos estaban y están absolutamente comprometidos en el mundo de la pastoral en especial de la pastoral juvenil. He podido constatar que entre todos ellos se daba una sensibilidad mucho más compartida de lo que parece sobre todos estos temas y que existen muchas y muy ricas realidades pastorales extraordinariamente cercanas a estas reflexiones. Quizá están demasiado calladas y muy poco coordinadas entre sí pero manifiestan con claridad que algo se está moviendo en el ámbito de la pastoral juvenil.
Por otro lado pude comprobar también que necesitamos compartir reflexiones de hondo calado y que, cuando se encuentra en esos niveles un territorio común y compartido, brotan con más facilidad las propuestas más concretas plasmadas en planes y en acciones. Todos debemos acompañarnos en esa búsqueda para seguir siendo fieles al mandato del Señor.
JAVIER MARTÍNEZ CORTÉS
estudios@misionjoven.org
[1] AA.VV. Jóvenes 2000 y Religión. Fundación Santa María. Madrid. 2004.
[2] Es enorme la saga de películas sobre temas religiosos o esotéricos. Citemos como ejemplo la película recientemente estrenada Reencarnación.
[3] El último trabajo del cantante Lenny Kravitz se llama Baptism y una de sus baladas lleva por título “Calling the angels”. En el último trabajo de Bruce Springsteen la canción número ocho se titula ”Jesus Was An Only Son”.
[4] El fenómeno H Potter no está lejos de esta sensibilidad, además de toda la producción en torno a templarios y sociedades secretas.
[5] MARINA, J.A. Memorias de un investigador privado. Madrid.2003. Pg. 26
[6] RAMONET, I. Un mundo sin rumbo. Barcelona. 2003. Pg. 117.
[7] VERDÚ, V. El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción. Barcelona. 2003.