El deseo de revolucionar el mundo y de cambiar radicalmente el curso de la humanidad no ha cesado de excitar el cerebro humano desde el inicio de la historia. Pero este sueño que no alcanzaron los ejércitos de Alejandro, ni las legiones romanas, ni el imperio de los Papas, ni los caballos de Atila, ni la conquista de América, ni la Revolución Francesa, ni el asalto del Palacio de Invierno, ni las divisiones acorazadas de Hitler, ni la bomba atómica, finalmente lo ha conseguido un simple electrodoméstico, que entró en nuestra vida a mitad del XX junto con el frigorífico, el lavavajillas y la lavadora de ropa.
Estos aparatos fueron instalados en la cocina para satisfacernos el estómago y limpiar nuestras miserias, pero hubo uno, el televisor, que fue entronizado en la parte más noble del salón e incluso fue llevado amorosamente en brazos hasta la intimidad del dormitorio. Muchas personas sencillas le pusieron cortinillas como al sagrario y lo adornaron con flores de plástico, intuyendo que dentro se ocultaba un poder trascendente.
Este electrodoméstico, en teoría, había sido inventado para desarrollar nuestro espíritu. Parecía un juguete insólito e inofensivo, pero pasada una primera etapa de inocencia, ha terminado transformándose en un monstruo, que se ha apoderado del alma humana y la ha disuelto en imágenes hasta destruirla por completo, dejando a los espectadores convertidos en simples replicantes, como los seres extraplanetarios de la película Blade Runner.
Existir consiste en ver y en ser visto, dijo el filósofo Berkeley. Sólo son reales las cosas que son percibidas. SegúnPlatón, las esferas celestes están pobladas de ideas sintéticas a priori y los humanos no somos sino encarnaciones físicas de esas ideas e imágenes, de tal forma que al desaparecer este mundo sólo permanecerán expandidas eternamente por el universo, más allá de Orión, las imágenes que el televisor ha vomitado y ellas serán, como ahora, nuestra única existencia.
Somos replicantes con fecha fija de caducidad, pero todavía quedan resistentes. En casa de un escritor sonó el teléfono. Le llamaban de una cadena de televisión para proponerle una entrevista. El escritor exclamó: «Espere un momento y le atenderá mi lavavajillas».
MANUEL VICENT
El País, 09/12/2007
Para hacer
Este texto, como casi todos los del mismo autor, son parábolas modernas, a veces un poco ácidas. ¿Qué nos dice esta?
Nos centramos en el aparato: ¿Cómo están en nuestra casa? ¿En dónde? ¿En qué sentido son como los sagrarios domésticos?
“Parecía inofensivo pero se ha convertido en un monstruo”. ¿Es así en nuestro caso? ¿Por qué?