Ritmo de tiempo y espacio urbanos

1 diciembre 2000

Nuevos tiempos y espacios

 
Se ha impuesto, querámoslo o no, el «modo de vivir» de la ciudad. El ritmo acelerado de las transformaciones urbanas ha fulminado tanto las pausadas cadencias rurales como las lentas adaptaciones pastorales más o menos vinculadas a ellas. Los impactos de dichas transformaciones en los cristianos y sus formas de agrupación, educación y transmisión del mensaje… son enormes. Muy concentrados y resumidos, dos vendrían a ser los fundamentales.
Por una parte, la vida ciudadana fragmenta el espacio. La plaza del pueblo tutelada por la Iglesia, se reemplaza por un policentrismo desbordante y disgregante. Además de barrer espacios antiguos, cultural y religiosamente significativos, la nueva lógica espacial afecta directamente tanto a la estructura y simbología comunitarias del cristianismo como a su organización pastoral.
Por otro lado, asistimos a una nueva configuración del tiempo. Lejos de la armonía cíclica del calendario rural; las urbes aceleran el tiempo, multiplicando y simultaneando ofertas para un mismo momento.
 
 

         Triunfo del «imaginario colectivo» de la modernidad

 
La ciudad representa, por excelencia, la victoria de ese conjunto de representaciones e interpretaciones colectivas que forman el imaginario  de la modernidad. Junto al triunfo de la «razón científica», el universo simbólico del pensamiento y cultura modernos se estructura en torno a una explicación autónoma e intramundana de la realidad, introduciendo un cambio radical en la imagen de hombre y de mundo. En fin, las estructuras de credibilidad, trasladadas hacia el valor absoluto de la persona, pasan ahora por la autonomía de la conciencia, la libertad y la felicidad, la democracia, la creatividad y el pluralismo de proyectos.
Nuestra sociedad urbana vive sostenida por un supuesto o a priori empírico, cuando en el pasado el a priori religioso era lo único obvio, el presupuesto de todo. Al hombre de la calle ya no le extraña que se prescinda de Dios y de la religión; un buen número de personas, incluso, rechaza ambas realidades por estimar que una existencia a-religiosa, secular y laica, resulta humanamente más coherente.  A estos hombres y mujeres —a muchos jóvenes en particular— la Iglesia les resulta cada vez más anacrónica y reaccionaria.
 
 

         Nuevo «lugar teológico» y paradigma pastoral

 
Quizá al exegeta o al teólogo dogmático se les exija comenzar y orientarse preferentemente recurriendo a la Escritura y a la Tradición —aunque imaginamos que sin los hombres y la historia del momento poco podrán hacer con ellas—. Algo muy diferente ocurre con la teología pastoral o práctica y con la praxis cristiana. Su «lugar teológico», primero y esencial, está en la vida y situación de las personas: en contacto directo con los hombres y mujeres de hoy descubren sus esperanzas y frutraciones, sus anhelos y contradicciones, etc.; y es desde ahí, con dicho bagaje —no arrancando de doctrinas o simplemente de la «palabra de Dios» sin más—, desde donde (re)piensan qué y cómo anunciar la salvación, el «evangelio» o las buenas noticias de parte de Dios.
Al hilo de cuanto sugiere la imagen de portada, el semáforo de la ciudad permanerá abierto si asumimos la necesidad del «cambio de paradigma pastoral» que, entre otras cosas, quizá nos obligue a romper las barreras con las que se delimita la parroquia, pasando de las estructuras a la red, del «lugar/espacio» al «lugar/interés», de los cultos a las personas…
 
 

 

LOS 35 AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II

 
Se cumplen, el próximo 8 de diciembre, 35 años de la conclusión del concilio Vaticano II. Supuso, sin duda, un cambio radical en la orientación del cristianismo: proclamó como principal preocupación, por así decirlo, la inserción de la «religión del hombre» en la «religión de Dios», pasando de un Dios y una Iglesia considerados en sí mismos al Dios e Iglesia para los hombres. «Acontecimiento pastoral» sin precedentes, el Vaticano II abrió la Iglesia al mundo moderno, a los «signos de los tiempos» e impulsó —con un empuje sin precedentes de cara a una nueva comprensión de la Escritura, tradición y magisterio— la reformulación del patrimonio doctrinal del cristianismo para hacerlo significativo y portador de sentido para los hombres de hoy.
Fue el concilio que pasó «del anatema al diálogo». Sin embargo, más que profundizar esa nueva forma de relación de la Iglesia con el mundo, corren vientos que pretenden olvidar y hasta recriminar aquel «espíritu comprensivo y dialogante». Quede, al menos, el recuerdo del aniversario y el deseo de tornar a una relación más fluida y directa de los cristianos con los hombres y cultura actuales, como ya sucedía… hace 35 años.
 

 
Y nos quedamos, finalmente, con el mensaje de la contraportada: «Todo es según la compasión con que se mira». Que sintamos, que veamos… más y mejor a lo largo del 2001 —Año Internacional del Voluntariado—. ¡Feliz Navidad!
 
 
José Luis Moral
director@misionjoven.org