Rutas de caminantes

1 abril 2002

Natalia de la Parte
 
 

Compromiso con la Realidad

 
Tras la Pascua, sigue el camino. La ruta, antes de nada, ha de «respetar la realidad» sin inventarla a nuestra medida, a nuestro gusto; sin suplantarla por imágenes que la falseen. Por ahí discurren estos materiales, pensados tanto para los educadores y animadores como para los encuentros con grupos de adolescentes y jóvenes. Hoy, encarar la realidad y entre nosotros, por ejemplo, pasa por mirar al mundo, a la educación, a la Iglesia, a los chavales y chavalas y, sobre todo, a Cristo Resucitado.
 
 

1. Realidad, Voluntad y Compromiso

 
Empezamos por mirar uno de los aspectos más cercanos en nuestra realidad, el de la educación. En el texto de Savater, especialmente pensado para educadores y animadores, encontramos temas de diálogo como educación de la voluntad o motivación, educación y valoración, «igualitarismo» o distinción… Los tres textos siguientes nos colocan ante «los otros» más olvidados; han sido elegidos preferentemente para trabajar con grupos de jóvenes y adolescentes.
 
Motivación e indiferencia q
 
Los modelos sociales que nos precedieron no hace tanto privilegiaban la diferencia vertical en el mundo de la cultura: los sabios por encima de los ignaros, las «autoridades» en cada materia sobre los «legos o profanos», los irrefutables maestros sobrevolando a los aprendices y, desde luego, los civilizados abrumando desde las alturas a los salvajes. Sin embargo, ahora hemos pasado de la vertical a la horizontal: somos diferentes pero iguales, todos distintos aunque en el mismo plano, efímeramente inconfundibles en el gesto, pero indiscernibles en el mérito. Cada cual tiene derecho a ser lo que es y como es, nadie tiene derecho a ser visto como mejor o superior a otros, sólo peculiar en su estilo. La ignorancia es una sabiduría alternativa, la incompetencia es otra forma de hacer y lo correcto es suscribir el asombro de aquella señora porteña que le comentaba a Bioy Casares: «No sé a qué se refieren cuando dicen que alguien es inteligente. ¿Cómo lo saben?». En la gama de distinciones horizontales en la que cada cual afirma su idiosincrasia antijerárquica como el derecho más irrenunciable, no hay más éxito ni fracaso que los que provienen del plebiscito popular que proclama vencedores ocasionales desde su inapelable capricho y simpatiza con los no menos episódicos vencidos: Operación Triunfo. El único ranking lo establece el dinero, como constatación mensurable de la aceptación social. […] En este campo de juego, la apuesta por la educación no logra contabilizar nunca sus pérdidas y ganancias. Es imposible educar sin valorar, pero nadie se arriesga a valorar de verdad (ni siquiera a dejar claro que existen diferentes grados en lo estimable y no sólo privilegios o prejuicios) y por tanto es improbable que nadie se comprometa demasiado a educar. […] Como a cualquiera, me preocupa el veinticinco o treinta por ciento de fracaso escolar que padecemos entre los alumnos, pero aún más otro fracaso mayor: el confesado desaliento –«desmotivación», en la jerga actual– del ochenta por ciento de nuestros enseñantes de bachillerato. Y eso por no hablar de la desmotivación educativa de los padres, sobre la que hay menos datos estadísticos, aunque tampoco hacen demasiada falta: basta con ver que la mayoría de ellos culpa del botellón o de cualquier otro comportamiento incivil de sus retoños al ministerio, al ayuntamiento, a la globalización o a quien se tercie […].
No faltan reservas argumentadas contra un futuro examen de estado o reválida al final del bachillerato (entre las que no están, desde luego, la acusación ridícula de franquismo ni la queja por el triste destino de quienes hagan los cursos y no consigan aprobarla, criterio que obligaría a conceder el carné de conducir a todo el que acredite haber pasado suficiente tiempo maniobrando en una academia). […] Pero lo que no vale es calificar de «elitismo» cualquier forma de valoración o selección entre esfuerzos desiguales. El verdadero elitismo perverso es el falso igualitarismo que hermana en una generosa mediocridad la pereza siempre respaldada por los papás de los niños mimados con el esfuerzo de quienes se empeñan en mejorar la modestia de sus orígenes. Si ningún derecho jerárquico se recibe en la cuna, tampoco el de ser bachiller superior o el de entrar como fuere en cualquier universidad… […] Me rebelo contra que la única forma de distinguir la excelencia sean las votaciones populares de Operación Triunfo, con toda su estomagante parafernalia lacrimosa y sus ventajismos mediáticos. ¿Va a ser ésa la única «reválida» que cuente con el consenso de jóvenes y adultos? […] Vivir en una sociedad igualitaria no quiere decir precisamente vivir en una sociedad en la que a todo el mundo le da todo igual. O elegimos y valoramos o cerramos las escuelas. El país que mira la televisión ve Operación Triunfo, y los poquitos que miran hacia la educación, ven más bien acercarse la Operación Fracaso.
 
Fernando Savater («El País», 8.3.02)
 


Sin ánimo de ofender q
 
Han pasado unos meses de aquel fatídico 11 de septiembre de 2001. Desde todos los rincones del planeta se pregonó a los cuatro vientos que el mundo iba a cambiar: la historia mundial se dividiría en un antes y un después. Las cosas –nos decían a todas horas– ya no iban a ser las mismas. Después de unos meses y sin ánimo de ofender, creo que cabe una breve reflexión:
 

  • El 11 de septiembre murieron, fruto de un acto deleznable, más de 5.000 personas inocentes… Pero ese mismo día también murieron a causa del hambre 35.000 personas inocentes en todo el mundo.
  • El 11 de septiembre una multitud de ambulancias llegaron inmediatamente al lugar de los hechos, decenas de hospitales abrieron sus puertas a los heridos y centenares de médicos pusieron todo su esfuerzo en salvar vidas humanas. Ese mismo día, en el mundo, 880 millones de personas no pudieron acercarse a un hospital, precisamente por carecer de toda atención médica.
  • El 11 de septiembre, fruto de la generosidad y el altruismo de miles de personas, se abrieron hogares, centros de acogida, se habilitaron hoteles, comedores, centros sociales… Ese mismo día, en el mundo, 1.100 millones de personas tuvieron que dormir una noche más bajo el techo del cielo raso.
  • El 11 de septiembre y mientras miles y miles de soldados se preparaban para una ofensiva, 350.000 niños eran obligados a combatir un día más en alguno de los múltiples conflictos que existen en el mundo.
  • El 11 de septiembre en multitud de escuelas del mundo capitalista se explicó a los niños las consecuencias del acto terrorista, quedando bien claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Ese mismo día 400 millones de niños ni se enteraron, ni tuvieron la oportunidad de reflexionar sobre este acto. Ya tenían bastante con trabajar para sacar adelante a sus familias.

 
Y ahora, me pregunto: ¿qué ha cambiado en este «nuestro mundo? ¿Tal vez que, en lugar de 166 conflictos bélicos, exista uno más? Creo que sólo hay una forma de cambiar el mundo, y esa forma empieza indiscutiblemente por revisar nuestro propio corazón…, ¿no crees? Cambiemos nuestro corazón y cambiará el mundo.
 
José María Escudero
 


Carta de un Padre Blanco de Kinshasa q
 
Queridos amigos:
Hay gente que escribe libros; ¡ya me gustaría saber escribir libros! Por el momento me conformo con escribir cartas y me siento afortunado sabiendo que estáis ahí dispuestos a leer mis confesiones. Ayer, de vuelta a casa, eran como las 12 del mediodía, pasé por un barranco desértico que me recuerda siempre las películas del Oeste. Caía un sol de justicia; me sentí un poco como disuelto en el arena seca y brillante que pisaba. Andaba despacio y con paso cansino. Venía de ver a Nzuzi, un niño discapacitado profundo; le había encontrado desnudo, tirado en la arena, esquelético… y, para más escarnio, en casa de su padre que vive con la segunda mujer. La madre de Nzuzi se largó hace ya años por no querer cargar con el niño. El padre –ahora– creo que ha optado por dejar morir al niño, porque su mujer no quiere saber nada del pobre Nzuzi y él mismo no tiene posibilidad de ocuparse de un niño que necesita una persona a su lado continuamente.
Todo esto tiene su explicación: al padre le habían metido en la cárcel acusado, con razón, por haber abandonado a su hijo. Por aquella época Nzuzi solía venir a nuestra casa de acogida «mama Leonor» y allí comía mañana y tarde; le curábamos las heridas (los niños le apedreaban por las calles), le lavábamos y le dábamos un poco de cariño. Cuando el padre salió de la cárcel vino a llevarse el niño a casa; así nadie podría acusarle de haber abandonado al hijo. Desde entonces no le habíamos vuelto a ver y por eso ayer fui a buscarle. No encontré al padre en casa; estaba solo su mujer con la que yo no podía solucionar nada. Me acerqué a Nzuzi; estaba literalmente tirado en un rincón del patio. Le llamé por su nombre y me respondió con una mirada difícil de olvidar; su rostro lleno de arena empapada de lágrimas y deformado por el llanto. Al padre ya no le podrán meter en la cárcel porque tiene a Nzuzi en casa, pero el pobre Nzuzi está condenado a morir abandonado de todos.
¿Cómo queréis que me sienta? Es difícil explicar esto. Cada día acepto con más realismo que las cosas sean como son. Es posible que los 30 años que he vivido en este querido país sea un tiempo insignificante para pretender cambiar nada cuando se trata de cambios socioculturales. El que ha cambiado he sido yo. Seguramente África me ha modelado un poco a su imagen. He entrado en ese tempo lento en el que se mueve aquí todo. Ya no tengo prisa; casi nada es urgente, no pierdo la calma tan fácilmente como antes, vivo al ritmo del país. Aquí corremos la vida de los 1.000 problemas-obstáculos con la muerte a los talones y tenemos que tomárnoslo con calma. Mañana volveré a casa de Nzuzi y con calma trataré de convencer a su padre para que me deje ocuparme de él prometiéndole que no le voy a denunciar ni le voy a condenar. Hace unos años hubiera ido a romperle la cara y le hubiera enviado después a la policía.
No, África tiene razón; aquí hace mucho calor, tenemos hambre, estamos sin trabajo, aunque trabajemos no nos pagan, estamos enfermos, tenemos que pagar a los maestros y a los enfermeros; no tenemos una casa decente; dormimos todos un poco amontonados, grandes y pequeños, y cuando llueve nos mojamos tanto dentro de la casa como fuera; no, por favor, no me venga dando lecciones de moral ni de justicia ni de valores humanos; nosotros no tenemos más valores que una paciencia y un aguante infinitos. Vivimos con la muerte al acecho y somos capaces de reírnos de ella y de provocarla. Por eso danzamos sin parar y procuramos gozar de todo lo inmediato antes de que venga la enfermedad o la muerte a arrebatárnoslo. Esa es nuestra fuerza. Sabemos vivir intensamente el presente inmediato; viajamos muy ligeros de equipaje; ¿cómo cargar con todos los que van cayendo en el camino? Sí, ya somos solidarios –a nuestra manera–, aunque los ricos no nos entiendan y se escandalicen y nos llamen primitivos. Hay que ser ricos para poder ser buenos samaritanos y hay que ser pobres para entender nuestros comportamientos.
Han pasado unos días. Nzuzi ya está con nosotros; a su padre ni le he visto. Volví a su casa pero no le encontré; le dije a su mujer que me llevaba al niño y que si el padre no estaba de acuerdo que viniera a recogerlo. En casa de «mama Leonor» pequeños y grandes se desviven por cuidar de Nzuzi. Ya ha vuelto a sonreír y verle comer es todo un espectáculo. Nzuzi goza comiendo y nosotros viéndole comer y sonreír; esa es la inmediatez que vivimos y gozamos. ¿Y mañana? Mañana aquí está lejísimos. En la fiesta de Navidad, donde nos juntamos más de 90 personas entre enfermos y sanos, pobres y más que pobres, comimos, bebimos y bailamos. Me sacaron una foto preciosa; estoy bailando con una señora tuberculosa que hace unas semanas estaba muriéndose. ¡Si vierais la sonrisa de la señora de oreja a oreja…; bueno, no os cuento la mía! Ya sé que esto no tiene nada que ver con el mundo que anda por la calle, el de los saldos de El Corte Inglés, de los negocios, de las relaciones de interés, más económicas que humanas. Este mundo que yo vivo tan pequeñamente es otra cosa y creo que es por ahí por donde anda Dios-con los hombres de buena voluntad.
Nada más. Os deseo a todos un año rico en humanidad y ternura para los más débiles. Un abrazo muy fuerte,
Santi
 
P.D. La ciudad de Goma está ardiendo. El volcán Nyirangongo se ha enfadado. ¿Cuándo acabará el sufrimiento de este país? Ni la marea de lava incandescente puede con nosotros. Hemos apagado el volcán y nos hemos sentado en la lava ya fría a pensar qué vamos a comer hoy y dónde. Lástima que la radio ya no hable de nosotros; el volcán en erupción era más noticia que nosotros y nuestros problemas. ¡Perdón!, nuestros amigos de Radio Exterior de España en su programa «Mundo Solidario» siguen hablando. ¡Gracias!
 


Ustedes… q
 
Ustedes cuando aman – exigen libertad,
una cama de cedro – y un colchón especial.
Nosotros cuando amamos, – es fácil de arreglar.
¿Con sábanas? ¡Qué bueno! – ¿Sin sábanas? ¡Da Igual!
 
Ustedes cuando aman – calculan interés.
Y cuando se desaman – calculan otra vez.
Nosotros cuando amamos, – es como renacer.
Y si nos desamamos – no la pasamos bien.
 
Ustedes cuando aman – son de otra magnitud:
hay fotos, chismes, prensa, – y el amor es un «boom».
Nosotros cuando amamos, – es un amor común,
tan simple y tan sabroso – como tener salud.
 
Ustedes cuando aman – consultan el reloj.
Porque el tiempo que pierden – vale medio millón.
Nosotros cuando amamos, – sin prisa y con fervor,
gozamos y nos sale – barata la función.
 
Ustedes cuando aman – al analista van.
Es él quien dictamina – si lo hacen bien o mal.
Nosotros cuando amamos, – sin tanta cortedad,
el subconsciente mismo – se pone a disfrutar.
 
Ustedes cuando aman – exigen libertad,
una cama de cedro – y un colchón especial.
Nosotros cuando amamos, – es fácil de arreglar.
¿Con sábanas? ¡Qué bueno! – ¿Sin sábanas? ¡Da Igual!
 
Mario Benedetti
q Para Pensárselo
 

  • El primer texto puede servir muy bien para plantear un diálogo entre educadores y animadores en torno a la educación hoy. El segundo, tal como él mismo indica en sus palabras finales, serviría para proponer el «tema pascual» del «cambio del corazón».
  • La carta y el poema pretenden interrogarnos sobre nuestros «modos de vivir y caminar». Tras un primer intercambio: se trataría de descubrir el «valor de lo gratuito» que nos permite renacer; de desarrollar la capacidad para distinguir entre lo verdaderamente necesario y lo accesorio –la capacidad, también, para vivir «sin prisas»–; la necesidad de aprender a caminar prescindiendo de ese «boom» de fotos, chismes y prensa que no respetan la «realidad mayor» –la injusta pobreza, etc.– y nos empujan por «sendas de farándula»; la búsqueda de aquella seguridad en uno mismo capaz de liberarnos de tantas dependencias como nos creamos y confirman una inseguridad que nos enseña a «ser dóciles al sistema».

 
 

2 Jesús de Nazaret, los Jóvenes y el «Camino Cristiano»

 
También en esta segunda parte de los materiales comenzamos con los educadores y animadores, proponiendo la elección entre «zanahoria, huevo o café». Siguen unas palabras a los jóvenes, ofreciendo unas consideraciones fundamentales sobre algunas actitudes esenciales a la hora de vivir, de marchar por la vida. El último texto presenta a Jesús como referencia fundamental para caminar.
 

A los educadores: ¿zanahoria, huevo o café? q

 
Ni es el mejor menú que nos pueden ofrecer… ni se trata de una broma de más o menos buen gusto. Tampoco vas a encontrar esta oferta en la carta de un restaurante vegetariano ni entre las hamburguesas de un Mc del tipo que sea. La cosa es sencilla. La leí en internet y no me resisto a comentarlo. Se trata de la niña que llega a casa con cierto disgusto. Hay cosas que le salen mal en la escuela, con las amigas, muchas veces y muchos días, dice, para agravar la cosa. Y se queja. La queja llega hasta la filosofía de las grandes preguntas cuando le plantea a su padre, cocinero, o «cocinillas» que dicen en algunos sitios del aficionado a la cocina: «Si vivir trae estos disgustos, si es tan difícil… ¡No vale la pena!». En el fondo repetía aquello de «no me pidieron permiso para traerme a la vida» que afirmaba alguno.
El padre –¡dicen que fue el padre!, aunque podía ser la madre…, pero en el caso en cuestión parece ser que es el padre–, sólo sabe hablar con los hechos. Ni tiene ni entiende de grandes filosofías: ¡la cocina –se dice– por aquello de que entre los pucheros…! Bueno, pues, el padre toma tres perolas… –no demasiado grandes, porque la niña no habría soportado una unidad didáctica tan larga–, las llena de agua y hace una cosa sencilla: las pone a fuego vivo.
El agua ya está hirviendo. Y hete aquí que comienza a preparar el menú: en una de las perolas echa una zanahoria, en la otra un huevo y en la tercera un puñado de café molido. Oye, ¡cómo mira la niña la faena! Ni sal, ni nada…, ¡al natural! Deja que pase un tiempo, quizás algo más largo que un «credo» que decían las abuelas. Pasa el tiempo. Se corta el fuego, el agua comienza a enfriarse y papá manda a su hija destapar cada una de las ollas. En una, la zanahoria yace en el fondo. En la otra, el huevo flota tranquilo sobre el agua. La tercera ha tomado el color y el olor del café.
«¡No entiendo nada!», dice la niña. Por consejo de su padre, toca la zanahoria y la encuentra blanda. Casi se deshace. Al huevo le ha ocurrido al revés: se ha puesto duro, está flotando sobre el agua y apenas sacarlo del agua está seco. El agua de la tercera olla tiene color de café… ¡qué bien huele!
Bueno pues por ahí veía yo nuestra pastoral y nuestros agentes de pastoral… La cosa está caliente, como el agua de las perolas. Las dificultades no son pocas… ¡Para todos! ¿Echarse dentro? Algunos lo más que hacen es «ponerse blandos», necesitan cariño, palmaditas en la espalda, generosos plácemes de cada cosa que hacen, el canto, la catequesis o el modelito del Lacoste o del Nike que llevamos esta tarde… Pero se van al fondo.
Otros al revés, se hacen los duros, quieren salir a flote, se quedan en la superficie… pero «no se mojan» ni con su gente, ni con el proyecto que llevan entre manos, ni con su comunidad de la que, a menudo, hablan mucho. Y otros son como el café. Poco a poco se van diluyendo, van dando lo mejor de si mismos… han impregnado de amistad, de cercanía, de servicio, de presencia, toda su acción. Y la gente lo agradece. Y… cuando todo se cuela hay una parte de su vida que parece no servir para nada… Bueno para nada, no. Aún vale para abono de otras plantas ¡Ay esos animadores, curas, hermanos o hermanas mayores que dicen que no valen para nada! Oiga, para abono de otras plantas.
¿Zanahoria? ¿Huevo? ¿Café? Es cuestión de elegir. Las posibilidades son infinitas. La cosa está que arde, las aguas de la pastoral están hirviendo, salpican, da miedo meter… un dedo. El tal Jesús de Nazaret hablaba de la levadura, de la sal, de la luz… ¡Todavía no se había descubierto América ni sabíamos lo que era el café! ¡Paciencia!
 
Ángel Miranda
 


A los jóvenes… q
 
Querido Amigo:
Hoy te escribo a ti… Deseo hacerlo como un amigo le abre el alma a otro amigo. Verás… Estás empezando a vivir y hay ciertos temas que quisiera compartir contigo. Son pequeñas cosas que fui descubriendo a lo largo de mi vida. Parecen consejos, pero son actitudes… –principios de sabiduría que te regalo por si quieres hacerlos tuyos–. Piensa un poco sobre todo ello; si decides vivir con esas actitudes, experimentarás que tu vida aumenta, se ensancha, crece.
 
Tienes sólo una vida, la tuya, tómala en tus manos y vívela…
 
Sé feliz con la vida que tienes y, aunque no sea la mejor, es tuya. No te lamentes de lo que careces. Piensa, más bien, en lo que eres y puedes hacer. Es bueno que siempre reflexiones un poco antes de actuar; pero no te quedes sólo en pensar, o no llegarás a ningún lado. Y cuando hayas decidido algo, pon manos a la obra y adelante. Ten presente que elegir es siempre renunciar y esto depende sólo de ti, no de la aprobación de tus amigos. Comentarios, críticas y oposición siempre tendrás; esto, elijas lo que elijas. Sólo vas a ser en tu vida lo que realmente quieras ser y en la medida en que trabajes por conseguirlo. No tengas nunca miedo. A vivir se aprende viviendo.
 
El fin de tu vida es ser feliz, no ser más o llegar el primero…
 
No te compares con nadie. Todos somos distintos y cada uno tenemos nuestro propio valor. Trabaja por llegar a ser lo que quieres y mira con orgullo lo que ya has conseguido. Paso a paso, se llega lejos. No te importe ir despacio, lo importante es llegar. Pero ten en cuenta que no todos los caminos llevan a la felicidad. Sospecha de los atajos que prometen rápidamente llevarte a ella. La droga, el alcohol, la pornografía, la mentira… son algunos caminos cerrados. Nada grande se consigue sin esfuerzo; pero no olvides que la felicidad no está en hacer algo grande o hermoso; sino en hacer grande o hermoso lo que estás haciendo en este mismo momento.
 
Cualquiera que sea tu problema, no te desanimes; tú puedes…
 
Quizá las personas con las que convives o el ambiente que te rodea no sean los mejores; pero seguro que tú puedes cambiarlos. Comienza por ver lo bueno que todos tenemos y no te desanimes por nada. El que algo no sea bueno del todo, no quiere decir que sea malo. Nunca juzgues por las apariencias. Nadie, fuera de Dios, conoce lo que esconde el corazón de cada persona… Los juicios y opiniones precipitadas anularán tus buenos propósitos. La curiosidad, la apertura y la acción te permitirán crecer. Lo bueno y lo verdadero son simples y claros. El mal, en cambio, en todas sus formas, es complicado y retorcido.
 
Aprende a ser feliz con lo que tienes…
 
Sé feliz con poco; pero aprovecha todo lo que tienes, es tu mejor herencia. Tu vida apenas ha comenzado y puedes ser lo que te propongas. Mucho te van a servir la honestidad y sencillez para reconocer tus valores, tus capacidades y los límites que tienes. Mira a los otros como compañeros y amigos en el camino de la vida. No los utilices para tus fines; al contrario ayúdalos y participa con ellos en la vida que a todos se nos dio gratuitamente. No pongas tu preocupación en hacerte rico o poderoso; sino en aquello que sabes que puedes realizar.
 
Eres responsable de ti y de lo que haces…
 
Tus emociones, tus decisiones, tus acciones dependen de ti, sólo de ti. No culpes a otros de lo que hagas o dejes de realizar. Aprende a asumir compromisos y trabajos, y cumple fielmente lo que prometiste. Sé siempre dueño de ti mismo; pero ten en cuenta los consejos de los demás. Y luego, obra según lo que es mejor; aunque no sea lo que más te agrada. No debes olvidar que el bien y el mal existen y tienes, para distinguirlos, una conciencia. Hazla caso siempre, ante ella debes responder.
 
 
 
Vivir puede ser difícil. Estás aprendiendo y esto significa correr riesgos…
 
La vida no es un cuento rosa. Dificultades nunca faltan… Con frecuencia te equivocarás. Todos nos equivocamos y más veces de las que reconocemos. Los errores, vistos como enseñanza, son lección para el futuro. Ten en cuenta que sólo se aprende a andar cayéndose muchas veces y levantándose otras tantas. No tengas miedo a lo nuevo o a lo desconocido. Aprende a crecer corriendo riesgos razonables. Sé libre de verdad. No te refugies en costumbres o rutinas que secan el alma. Tampoco confíes en modas que limitan la libertad uniformando el pensar, sentir y vivir.
Recuerda que no estás solo en la lucha de la vida…
A tu lado hay muchas personas dispuestas a ayudarte. Si no lo han hecho, quizá, es porque no se lo has pedido. Confía en los demás. Confíate a los demás. Se humilde y no cierres tu corazón porque alguien te lastimó cerrándote el suyo. Cuando más felices somos es en los momentos en que dialogamos y compartimos confidencias; incluso con aquellos que no las merecen. Déjate ayudar y ayuda en lo que puedas, aunque no te lo pidan. Recuerda siempre estás palabras de Jesús: «Es más feliz el que da que el que recibe». Amigo, da y sobre todo date tú mismo, esta es tu gran riqueza.
 
Si te cansé, perdona. Un abrazo,
 
Santiago Alcalde
 
q Jesucristo, la mejor «música de Dios»
 
El despertador me ha puesto en camino. He dejado la superficie del asfalto y he bajado a la profundidad del metro. Silencio… Y en medio de esa paz: una música suave, casi imperceptible. La he reconocido: Jesucristo Superstar. ¡Cuántos, en medio de la somnolencia matinal, no la habrán identificado! Ya sonaba cuando he llegado. Alguien la ha puesto para mí y para todos… Parto de la estación y la melodía sigue sonando. Esa «música» se ha metido dentro de mí y me brota, y la tarareo casi sin darme cuenta.
Tu «música», Señor, suena apenas nos despertamos y nos hace compañía las 24 horas y en todas las «estaciones» de nuestra vida. Debo «sintonizar» y buscar tu frecuencia. Es una música suave, discreta, casi imperceptible… Sólo se capta si se hace silencio. Música… que muchos no identifican y a la que no saben poner «nombre». Música… tapada y ahogada muchas veces por ruidos de «metros» que cruzan veloces las vías de nuestra vida. Pero Tú sigues ahí insistente, susurrante, sin aumentar el volumen. Música… que te acoge, te «baña» y se mete dentro de ti, y te brota cuando menos lo piensas.
¡En cuántas personas y a través de cuántos hechos y cosas suena «tu melodía», Señor! Tú nos invitas al silencio y a la escucha atenta. Tú nos invitas a estar despiertos, a vigilar para no confundir tu voz con otras voces. Tú nos invitas a que unamos nuestra música a la tuya para componer entre todos una hermosa sinfonía. ¡Cuántas personas necesitadas de esa compañía, de esa «música callada»! ¡Que sea «música de Dios» para cuantos me rodean!
 
José Sorando
 
Para Pensárselo
 

  • Proponemos unas cuantas pautas para este último texto (los anteriores las llevan claramente dentro). Se puede partir de esta experiencia-gesto: un despertador con su «tic-tac» acoge al grupo cuando entra en la sala; está convenientemente oculto y sólo se percibe si se hace silencio (el animador o animadora verá en qué momento de la sesión invita al grupo a ponerse a la escucha…). Leer y comentar el texto.
  • El Evangelio habla con frecuencia de «sordos» (Mc 7,32; Mt 11,5; Lc 7,22). Meditar y comentar alguno de esos pasajes… Se podrían completar con otros que muestren la capacidad de silencio y escucha de Jesús.
  • ¿Qué capacidad de escucha tengo yo? ¿Me cuesta el silencio? ¿Qué valor le doy? ¿En qué «voces» me resulta más fácil «oír» a Dios? ¿Soy «voz de Dios» para alguien?
  • Buscar algún compromiso personal y grupal donde ser «música de Dios» para otros (adolescentes y jóvenes, niños o ancianos solos, enfermos, etc.).