Jesús Rojano es teólogo y pastoralista. Pertenece al Consejo de Redacción de Misión Joven
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Se centra este artículo en esbozar la relación pastoral entre sacerdote y jóvenes, fundamentándola especialmente en el Nuevo Testamento, que nos presenta a Jesús como modelo, y en el reciente Magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Previamente analiza la visión juvenil de la iglesia y las dificultades reales que encuentra hoy el sacerdote en la pastoral con los jóvenes. Señala finalmente un conjunto de orientaciones concretas para establecer la relación pastoral.
En la labor evangelizadora de la Iglesia siempre se ha dado importancia a la juventud, viendo en ella con razón el secreto de la continuidad o ruptura de la transmisión de la fe cristiana. En años no muy lejanos, los ministros de la Iglesia, diocesanos o religiosos, contribuían de modo decisivo a la educación y socialización de los jóvenes[1]. Aquellos tiempos pasaron hace ya décadas, y no tiene demasiado sentido que perdamos energías en lamentarlo. Hoy parece que, en la mayoría de las sociedades europeas, esa posición social de prestigio no es ya la visión del sacerdote que tienen los jóvenes, y no sólo en las grandes ciudades. La sensación de muchos sacerdotes cuando dirigen la propuesta evangélica a los jóvenes se asemeja más bien a la que tuvo Jesús con aquel famoso “joven rico”, sólo que lo habitual hoy no es que los jóvenes se vayan tristes ante la exigencia evangélica, sino que ni siquiera se acercan a escucharla. Intentando huir de simplificaciones excesivas (pues como suelen repetir los sociólogos, no hay juventud, sino jóvenes[2], y por tanto, múltiples posturas, también de cara a lo religioso), vamos a tratar de resumir los datos que describen esta situación y sus diversas causas, para apuntar algunos caminos de respuesta.
- Visión juvenil de la Iglesia
El mejor modo de estudiar la visión que los jóvenes tienen de los sacerdotes es describir primero su posicionamiento ante la Iglesia y el cristianismo en general, pues para ellos son precisamente los sacerdotes y religiosos/as la cara visible de la Iglesia Católica, pese a que la mayoría ha escuchado alguna vez que “la Iglesia somos todos, ministros y laicos”.
1.1 Postura religiosa de los jóvenes
De unos años para acá se vienen realizando numerosas encuestas a jóvenes que incluyen su opinión sobre la religión, el cristianismo y la Iglesia Católica. Es verdad que estos estudios no ofrecen nunca la verdad objetiva total, pero creo que podemos parafrasear sin equivocarnos el famoso dicho de Churchill sobre la democracia y afirmar que hacer encuestas es el peor método para conocer los valores de los jóvenes… exceptuados todos los demás. La Fundación Santa María ha sido la pionera en hacer en España estos estudios, y viene presentándolos, con una periodicidad aproximada de cinco años, desde 1984. Uno de sus último estudios, Jóvenes Españoles 2005, resumía así –copiamos textualmente del resumen facilitado a los medios en abril de 2006 por la propia Fundación- el perfil religioso de los jóvenes españoles:
“Los jóvenes españoles no encuentran modelos de religiosidad atrayentes por lo que se ha producido una precipitada aceleración del proceso de secularización. Hace diez años los jóvenes que se consideraban católicos eran el 77% y hoy, por primera vez en la historia, no llegan al 50%, un descenso de más de 25 puntos. Esto es debido, en cierto modo, a la creciente secularización de la sociedad, los cambios políticos en una dirección claramente laicista y la desconfianza que suscita la Iglesia entre los jóvenes. De ella critican su excesiva riqueza, su injerencia en política y su conservadurismo en materia sexual. En 1994, dos terceras partes de los jóvenes españoles afirmaban que eran “miembros de la iglesia y que pensaban seguir siéndolo”. En 1999 ya eran solo la mitad y en el año 2005 es un 29%. Por otra parte, sólo el 10% de los jóvenes se declara católico comprometido frente a un 20 que se caracteriza por la indiferencia religiosa, agnosticismo o ateismo. El resto, descontando una minoría religiosa no católica, se constituye por una gran masa de españoles que en mayor o menor medida están identificados con su condición de católicos, pero que se caracteriza principalmente por su pasividad. Hace diez años los jóvenes que se consideraban católicos eran el 77% y hoy no llegan al 50%. La Iglesia es la institución española que más desconfianza suscita entre los jóvenes”[3].
Otro estudio más reciente, el Segundo estudio de la Fundación BBVA sobre los universitarios españoles, presentado el 29 de noviembre de 2006, daba unos resultados aún más negativos sobre la imagen juvenil de la Iglesia, especialmente de sus ministros[4].
De estos y otros estudios se concluye que parece que la mayoría de los jóvenes españoles –especialmente universitarios- están alejándose del cristianismo y muy especialmente de la Iglesia institucional (y, por tanto, de los sacerdotes, que para ellos encarnan visiblemente dicha institucionalidad). Hemos dicho “la mayoría”, porque evidentemente hay una minoría de jóvenes católicos convencidos y que dan testimonio de una fe comprometida digna de admiración. Sin embargo, el sacerdote hoy debe ser consciente de que, de entrada, un grupo mayoritario de jóvenes se muestra prevenido ante él y rechaza su modo de vida y su mensaje.
Estos datos, más bien negativos, nos los podemos tomar de muchas maneras: preocupación, enfado, defensa, indiferencia… También se pueden asumir como un reto estimulante y que nos impulse a reconocer fallos y responsabilidades y adoptar compromisos y actitudes concretas. Si reconocer con honradez la realidad es una reacción responsable, así lo hace precisamente el recientemente publicado Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2006-2010, que reconoce que se da hoy “una débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes”[5].
1.2 Situación de los sacerdotes ante el alejamiento religioso de los jóvenes
¿Cómo encuentra, en este comienzo del siglo XXI, esta situación religiosa juvenil a los sacerdotes, diocesanos y religiosos, inmersos en la acción pastoral y evangelizadora? Llevamos décadas hablando de la importancia de la Pastoral de los alejados. Pues bien, la mayoría de los jóvenes están efectiva y afectivamente alejadísimos de la Iglesia.
Ahora bien, ¿tienen los sacerdotes facilidades y ánimos suficientes para acercarse a ellos? El clero en Europa occidental experimenta un aumento en la media de edad que no ha cesado de incrementarse en los últimos 30 años. Estos sacerdotes ven cómo el trabajo de mera conservación pastoral (atender sacramentalmente en las parroquias y unidades pastorales a “los que nos vienen”) ya absorbe todas sus energías. ¡Cuántos sacerdotes atienden cinco, seis, siete pueblos, y viven un fin de semana es una auténtica locura al encadenar una eucaristía detrás de otra…! Siendo menos, mayores, con más trabajo… ¿cómo encontrar tiempo y ganas para buscar a unos jóvenes alejados que encima tienen tan mala imagen del sacerdote? Por supuesto que se nos ocurren motivos de fondo para animarles: han de intentarlo porque en los jóvenes se juega la continuidad del cristianismo europeo, y porque se les ha confiado una tarea que es consustancial al evangelio mismo: “Id y proclamad…” (Marcos 16, 15); “Salid a los cruces de los caminos e invitad…” (Mateo 22, 9); “Os haré pescadores de hombres” (Mateo 4, 19), “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1 Corintios 9, 16)… Pero ya que hemos citado frases del evangelio, tampoco olvidemos que el mismo Señor Jesús nos dijo que a veces sólo nos quedará decir “pobres siervos somos y hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lucas 17, 10). Por eso, dado que las fuerzas son ya menos y la situación más inhóspita que hace décadas, veamos cómo podemos actuar con inteligencia para hacer mejor y con más eficacia “lo que tenemos que hacer” en la relación pastoral con los jóvenes.
Queremos añadir aún tres consideraciones que debemos tener en cuenta. En primer lugar, hay que recordar que los jóvenes viven de un modo muy acentuado un rasgo de la religiosidad actual, al que la socióloga inglesa GraceDavies llamó creer sin pertenecer (en inglés se trata de un juego de palabras:believing without belonging). Hoy un sector amplio de la sociedad occidental cree que puede relacionarse con Dios sin necesidad de los ministros de la Iglesia. Se trata de una verdadera desinstitucionalización religiosa. Lógicamente, esta lejanía de lo institucional-eclesial se traduce en alejamiento del sacerdote, que representa precisamente aquello que no reconocen… El sacerdote que trabaje en pastoral con jóvenes deberá invertir tiempo y fuerzas para ganar una credibilidad personal con los jóvenes, pues la función o rol que desempeña (si se nos permite hablar con este lenguaje, no del todo apropiado para describir un ministerio eclesial) no le garantizan la escucha y aceptación de su mensaje. No obstante, cuando Jesús o Pablo anunciaban el Reino de Dios o el evangelio, tampoco tenían captada de entrada la benevolencia de los que les escuchan. Tenían que acreditar con su vida y con sus acciones coherentes su mensaje. Esto conlleva una exigencia de crecimiento en coherencia y madurez humana, además de cristiana, en el sacerdote que trate pastoralmente con jóvenes. Aunque sea exigente y asuste saber que la credibilidad del mensajero puede empañar la eficacia y aceptación del mensaje evangélico, hemos de acostumbrarnos a esta situación. A la vez, puede servir como reto a la ahora de formarse continuamente y cuidar –por el bien de los destinatarios y de la propia Iglesia- una maduración personal rica y coherente.
En segundo lugar, hay un hecho social que afecta a todas las personas adultas en cualquier relación que quiera ser educadora con los jóvenes, y es la dificultad de encontrar tiempos y espacios de convivencia entre adultos y jóvenes. En nuestra sociedad, cada vez más, adultos y jóvenes llevan vidas paralelas. Esto se ve sobre todo en los tiempos y espacios elegidos libremente, o esa, durante el fin de semana o las vacaciones. Donde están los primeros, no están los segundos; cuando los primeros duermen, los segundos están despiertos (y al revés). Es evidente que podemos aplicar esto al horario medio de los sacerdotes, diocesanos o religiosos. No sólo hay lejanía, sino de hecho imposibilidad casi física de horarios similares. Hoy por hoy, es casi surrealista pensar que a las 4 de la mañana vayan a estar despiertos y por las calles para contactar pastoralmente con los jóvenes… Se podría parafrasear aquí el famoso dicho de Epicuro sobre el ser humano y la muerte: “Si están levantados los jóvenes, están acostados los sacerdotes; si están levantados los sacerdotes, están acostados los jóvenes…” Este dato es mucho menos anecdótico de lo que parece. Viene a decirnos que en el tiempo libre, que sigue siendo el más apto para un encuentro pastoral, hay casi imposibilidad física de encuentro y diálogo. En algunos sitios se buscan soluciones creativas, por ejemplo las eucaristías bien preparadas para universitarios los domingos al final de la tarde (y no por la mañana, ¡están durmiendo!).
En tercer lugar, hay un serio problema de lenguaje en la relación entre adultos (incluyendo a sacerdotes) y adolescentes y jóvenes. Los jóvenes no entienden ciertos lenguajes de los adultos (por ejemplo, la liturgia y el lenguaje de los textos eclesiásticos), y también al revés: bastaría hacer un examen a un adulto de 50 o 60 años para ver hasta qué punto es capaz de interpretar el idioma de los adolescentes en los mensajes de móvil o en los chats entre adolescentes en el Messenger. Anécdotas aparte, este problema de lenguaje es muy serio al hablar de la relación entre sacerdotes y jóvenes. Si “de muchas maneras habló Dios…” (Hebr 1,1), ¿qué habría que hacer hoy en su nombre y en esta situación juvenil concreta…?
- Elementos para fundamentar la relación sacerdote-jóvenes
Hemos descrito a una generación juvenil cada vez menos religiosa y alejada de la institución eclesial. Hay jóvenes cristianos comprometidos y coherentes, pero es evidente que la conocida parábola evangélica hoy, aplicada al mundo juvenil, tendría que hablar más bien de las 99 ovejas perdidas… Todo esto, unido a las tres dificultades a que acabamos de mencionar, desanimaría a cualquiera… Sin embargo, rendirse o tirar la toalla nunca es una opción para el seguidor de Jesús. También en esta realidad juvenil de ahora “el Espíritu habla a las iglesias”, como leemos en el Libro del Apocalipsis… Hoy, como siempre, el evangelio sigue siendo ese tesoro escondido (cf. Mt 13,44) que busca el ser humano, pero de un modo especialmente intenso los jóvenes. Así lo muestran sus ansias de felicidad, de sentido de la vida, de experiencias de plenitud… Los jóvenes de hoy necesitan especialmente una salvación integral que les proporcione felicidad plena y sentido de la vida, y los cristianos seguimos creyendo con toda convicción que esta se halla en Jesucristo, y que en ningún otro nombre nos ha sido dada (cf. Hechos 4, 12). Muchos jóvenes necesitan hoy nuevos pablos que les digan que les vienen a mostrar (no sólo a hablar) a ese Dios desconocido que buscan sin darse cuenta y sin saber darle nombre (cf. Hech17).
2.1 Jesús como modelo
Es el propio Jesús, único modelo y guía de todo ministro ordenado, el que nos marca el camino y el método de todo encuentro pastoral, también el que ha de darse entre sacerdote y jóvenes. En los momentos de crisis grave, los cristianos que han aportado soluciones siempre han vuelto la mirada a lo esencial: a Jesús el Cristo. Sólo hay un modelo pastoral permanentemente válido, y es la actuación de Jesús, que vivió según lo que algunos han llamado elPrincipio Encarnación. Si Él, que era la Palabra, habitó entre nosotros y asumió nuestra carne (cf. Jn 1) y siendo rico se hizo pobre por nosotros para darnos su riqueza (cf. 2 Cor 8, 9), sólo compartiendo la vida de los/as jóvenes de hoy se puede hacer pastoral juvenil cristiana (y “cristiana” aquí quiere decir “como la de Cristo”). Cuenta el evangelio de Marcos que Jesús en una ocasión, al ver a la multitud, se conmovió porque andaban como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 34). Esa compasión, que en el original griego indica “conmoción de las propias entrañas”, es la que ha de mover al sacerdote para vence las dificultades y resistencias internas para acercarse a los jóvenes de hoy.
Si lo anterior es el fondo, también en cuanto a los modos la acción de Jesús nos da pistas importantes para la pastoral juvenil de hoy. En el camino deEmaús (cf. Lc 24, 13-35) Jesús se muestra paciente y pedagogo con los dos discípulos. Sabe darles su tiempo para que ellos vayan descubriendo lo que él les va revelando y sugiriendo poco a poco, en un alumbramiento progresivo de la verdad que nos recuerda un poco a la conocida mayéutica socrática. También el sacerdote que quiera acercar el evangelio a los jóvenes tendrá que saber escuchar miedos, esperanzas e inquietudes juveniles, saber ser pedagogo, no quemar etapas, acompañar las dudas y dar nombre a las verdades que se van vislumbrando entre sombras muy lentamente. La escena del diálogo de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4, 4-42) también nos da pistas preciosas para el trato del sacerdote con los jóvenes: la importancia del diálogo personal, del proceso de fe adaptado de verdad a la situación y necesidades afectivas y existenciales de la persona concreta, reconocer los tentativas que muestran el deseo y la sed de felicidad (la sed de plenitud es clave en esta escena y también en la vida de los jóvenes), saber suscitar y proponer el mensaje de salvación trascendente justo a tiempo (ni antes ni después), conseguir que la persona evangelizada sea la primera evangelizadora de sus iguales…
Afirma Hebr 4,15 que “no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”. Ojalá puedan decir los jóvenes que traten con sacerdotes lo mismo (algunos, de hecho, ya lo pueden decir): que sienten que se acercan a su mundo y a su lenguaje, que los comprenden, y que se dan cuenta de que están hechos de la misma pasta; que los sacerdotes también son personas que como ellos han buscado y buscan la felicidad, y tienen la suerte de haberla encontrado en Jesús y quieren compartirlo con sus hermanos jóvenes. Ya lo dijo Pablo, maestro de pastores en tiempos difíciles: «Con los judíos, me conduzco como judío… Con los que no se atienen a la ley, actúo como si fuera uno de ellos con tal de ganarlos…A todos traté de adaptarme totalmente, para conseguir, cueste lo que cueste, salvar a algunos» (1 Cor 9, 20-22). Pongamos en este texto “con los jóvenes…”, y habremos descrito una actitud pastoral que no puede faltar en el sacerdote que se dirige a los jóvenes.
2.2. Magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI
En algunos discursos y actuaciones con los jóvenes de los papas recientes podemos encontrar también pistas interesantes que nos pueden ayudar a reflexionar. Es conocida la atención cariñosa que Juan Pablo II dedicó a los jóvenes en numerosas ocasiones. Incluso cuando agonizaba, parece que sus últimas palabras inteligibles las dirigió a los jóvenes que le acompañan bajo su ventana: “Queridos jóvenes: siempre os he buscado y esta noche habéis venido vosotros a acompañarme a mí. Os lo agradezco de corazón”. De ese cariño por los jóvenes han derivado las Jornadas Mundiales de la Juventud. De entre sus numerosas palabras a los se desprenden actitudes pastorales importantes.
En mayo de 2003, Juan Pablo II se encontraba con los jóvenes en Madrid en el aeródromo de Cuatro Vientos. Su mensaje, muy afectivo y positivo, tenía el sabor de ser las últimas palabras del Papa a los jóvenes españoles. Así lo entendimos los que estábamos allí. Llama la atención el tono cariñoso con que el Papa se dirige a los jóvenes y cómo dice que sigue creyendo en ellos. “Hace falta valor para creer hoy en los jóvenes”, dirán algunos. Pues bien, el sacerdote que no comparta esta afirmación optimista de Juan Pablo II difícilmente puede dedicarse a la relación pastoral con jóvenes. Sin embargo, desde el cariño, les llamaba la atención sobre lo esencial, yendo directamente al grano. Y dentro de lo esencial, sabe presentar a Jesús como el único centro del evangelio. Intenta generar una relación afectiva, de confianza y falta de temor (¡no tengáis miedo!) entre Cristo y los jóvenes. ¿Qué imagen transmitimos de Jesús a los jóvenes? Esa es una pregunta que no debe de dejar de formularse el sacerdote implicado en Pastoral Juvenil:
Queridos jóvenes, ¡id con confianza al encuentro de Jesús! Y ¡no tengáis miedo de hablar de Él! pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros jóvenes os convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos. La evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: “¡Sígueme!” (Mc 2,14; Lc 5,27), no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida. Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!
Otro detalle de aquel mensaje era la preocupación por que las ideas cristianas no se impongan, sino que se propongan. También es una importante enseñanza para la acción pastoral con jóvenes: hacer muchas y ricas propuestas, no imponerlas.
También el Papa Benedicto XVI ha ofrecido interesantes sugerencias (algunas presentadas explícitamente a grupos de sacerdotes) sobre pastoral juvenil. En su primera Jornada Mundial de la Juventud, en Colonia, en agosto de 2005, insistió en que “Cristo no quita nada y lo da todo”, continuando así con el mismo núcleo cristológico de las intervenciones de su predecesor. Coincide con él también en intentar dar una imagen de aprecio a los jóvenes, y reconocer lo positivo que hay en ellos. El 30 de mayo de 2005, en discurso a la Asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana, Benedicto XVI, señaló repetidamente que los obispos y sacerdotes deben amar a los jóvenes para que estos se puedan acercar al evangelio. Son unas frases que se deberían enmarcar a la hora de describir la actitud del sacerdote hacia los jóvenes:
“Los jóvenes deben sentirse amados por la Iglesia para poder acoger el exigente mensaje del Evangelio, pues tienen necesidad de que se les ayude a crecer y a madurar en la fe: éste es el primer servicio que deben recibir de la Iglesia, y especialmente de nosotros, obispos, y de nuestros sacerdotes (…) Para lograr este objetivo, los jóvenes deben sentirse amados por la Iglesia, amados en concreto por nosotros, obispos y sacerdotes. De este modo, podrán experimentar en la Iglesia la amistad y el amor que tiene por ellos el Señor, comprenderán que en Cristo la verdad coincide con el amor y aprenderán a su vez a amar al Señor y a tener confianza en su cuerpo, que es la Iglesia. Este es el punto central del gran desafío de la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones”[6].
En un coloquio con sacerdotes de la diócesis de Albano (31 de agosto de 2006), Benedicto XVI reconocía que la pastoral juvenil requiere esfuerzos y soluciones especiales. Propone que las parroquias se complementen y se apoyen en asociaciones y grupos que traten con éxito con los jóvenes de cara a una pastoral juvenil integrada. Y plantea también a los sacerdotes la oportunidad de crear y aprovechar acciones de voluntariado en favor de los pobres. Es muy interesante ver cómo lo argumenta:
“Creo que es muy importante en la actualidad la experiencia del voluntariado. Es muy importante que a los jóvenes no sólo les quede la opción de las discotecas; hay que ofrecerles compromisos en los que vean que son necesarios, que pueden hacer algo bueno. Al sentir este impulso de hacer algo bueno por la humanidad, por alguien, por un grupo, los jóvenes sienten un estímulo a comprometerse y encuentran también la «pista» positiva de un compromiso, de una ética cristiana. Me parece de gran importancia que los jóvenes tengan realmente compromisos cuya necesidad vean, que los guíen por el camino de un servicio positivo para prestar una ayuda inspirada en el amor de Cristo a los hombres, de forma que ellos mismos busquen las fuentes donde pueden encontrar fuerza y estímulo”[7].
El 5 de junio de 2006, Benedicto XVI habló sobre “el secreto para transmitir la fe a los jóvenes” en un discurso en la Basílica de Letrán, discurso que tituló muy significativamente La alegría de la fe y la educación de las nuevas generaciones. Es muy enriquecedora una lectura reposada de dicho discurso, pues contiene pistas interesantísimas sobre la acción pastoral con jóvenes, y un bosquejo razonado de un proceso de educación en la fe. Veamos alguna de sus sugerencias. Parte de una consideración sobre la fe de cada generación cristiana, y cómo esta consiste en una alegría y belleza que hay que descubrir. ¿Los jóvenes de hoy descubren alegría y belleza en la vida y palabras de los sacerdotes? Sería muy enriquecedor hacer un sincero examen personal a fondo para responder con calma a esta comprometedora pregunta:
En realidad, descubrir la belleza y la alegría de la fe es un camino que cada nueva generación debe recorrer por sí misma, porque en la fe está en juego todo lo que tenemos de más nuestro y de más íntimo, nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestra libertad, en una relación profundamente personal con el Señor, que actúa en nuestro interior. Pero la fe es también radicalmente acto y actitud comunitaria; es el «creemos» de la Iglesia. Así pues, la alegría de la fe es una alegría que se ha de compartir: como afirma el apóstol san Juan, «lo que hemos visto y oído (el Verbo de la vida), os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. (…) Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1, 3-4). Por eso, educar a las nuevas generaciones en la fe es una tarea grande y fundamental que atañe a toda la comunidad cristiana. Esta tarea resulta hoy especialmente difícil por varias razones, pero precisamente por esto es aún más importante y sumamente urgente (…)[8].
A continuación Benedicto XVI dedica varios párrafos de su discurso a hablar sobre el amor. Afirma que los jóvenes deben percibir que el amor es el valor central del cristianismo y de la vivencia eclesial. Además, debe hacérseles ver que el cristianismo es sobre todo una propuesta positiva en favor del amor, no una serie de prohibiciones. Estas tienen siempre un lugar segundo, no primero, en la ética cristiana. Estas advertencias del Papa deberían servir de norte y de brújula a todos los planteamientos que se hacen a los jóvenes de lo que es esencial en la fe cristiana. ¿Perciben ellos que el amor es lo único decisivo y que no pasará (cf. 1 Cor 13) para un cristiano? Con frecuencia no es así, o mejor, no nos lo entienden así. Les parece que la palabra “no” y “prohibido” es la que primero sale de la boca de sacerdotes y obispos.
Después el Papa hace otra observación que también nos deja una importante indicación para los procesos pastorales: la necesidad de la atención a la racionalidad de la fe, al amor por la verdad, a la cultura y educación. Al joven se llega por lo afectivo y las ansias de amor, pero sólo se le convence con garantías de permanencia con argumentos que colmen su búsqueda de la verdad. Muchos jóvenes que se van de los grupos cristianos tras los procesoscatequéticos de preparación a la primera comunión en la infancia y a la confirmación en la adolescencia se pierden por este motivo: creen que la fe es algo que sólo puede convencer a chiquillos, pues no se basa en razones sólidas. Por supuesto que la invitación que hace aquí el Papa, que equivale a realizar y ofrecer a los jóvenes una síntesis dinámica fe-cultura, exige una mayor y continua formación intelectual del sacerdote, para estar a la altura de lo que se le pide:
“Al igual que la necesidad de amar, el deseo de la verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. Por eso, en la educación de las nuevas generaciones, ciertamente no puede evitarse la cuestión de la verdad; más aún, debe ocupar un lugar central. En efecto, al interrogarnos por la verdad ensanchamos el horizonte de nuestra racionalidad, comenzamos a liberar la razón de los límites demasiado estrechos dentro de los cuales queda confinada cuando se considera racional sólo lo que puede ser objeto de experimento y cálculo. Es precisamente aquí donde tiene lugar el encuentro de la razón con la fe, pues en la fe acogemos el don que Dios hace de sí mismo revelándose a nosotros, criaturas hechas a su imagen; acogemos y aceptamos esa Verdad que nuestra mente no puede comprender por completo y no puede poseer, pero que precisamente por eso ensancha el horizonte de nuestro conocimiento y nos permite llegar al Misterio en el que estamos inmersos y encontrar en Dios el sentido definitivo de nuestra existencia ”[9].
Creemos que estas reflexiones del Nuevo Testamento y del magisterio eclesial reciente dan pistas suficientes para relanzar la acción pastoral del sacerdote con y para los jóvenes de hoy.
- Algunas propuestas
Acabamos con algunas propuestas concretas para los sacerdotes en su trato pastoral con jóvenes, sin que la numeración indique el orden de importancia; en todo caso, cierto itinerario metodológico:
- Hemos visto que, según Benedicto XVI, los jóvenes deben sentirse amados por la Iglesia, y que incluso de esto depende el futuro de la Iglesia. Se trata de que sientan amados para que los jóvenes puedan confiar en su mensaje y amar el camino, la vida y los valores de Jesús. Mirar con buenos ojos a los jóvenes, con empatía, apreciarles incondicionalmente pese a sus errores de bulto (lo que no quiere decir condescender con esos fallos) es el primer paso del sacerdote que quiere acercarse con mentalidad de buen pastor a los jóvenes. Dicho sacerdote debería preguntarse: “Al lado de Jesús se estaba bien. ¿Se está bien a mi lado?”. No se trata de querer hacerse popular o simpático a toda costa, pero sí de atender a aquella frase del gran pastor que fue San Francisco de Sales: “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”.
- El sacerdote que quiera evangelizar a los jóvenes tiene que dedicar primero mucho tiempo a “estar y escuchar”, como hizo Jesús con la mujer samaritana o con los discípulos de Emaús. Tendrá que estar atento para ganar la confianza de los jóvenes y tratar de comprender “qué venían –vienen- discutiendo entre ellos por el camino”, para poder después suscitar y acompañar el análisis de experiencias de vida. A su vez, el sacerdote debe estar dispuesto también a aprender de sus búsquedas, de sus silencios… También en las palabras y gestos de los jóvenes “el Espíritu dice cosas a las iglesias” (cf. Apocalipsis 2,7).
- Dedicar tiempo y espacios al diálogo pastoral personal con cada joven, respetando tiempos y ritmos, sin imposiciones o dirigismos. Estamos hablando de acompañamiento personal, una acompañamiento que nunca debe ser dirigismo autoritario. Las escenas de la conversación de Jesús con los discípulos de Emaús o con la samaritana pueden servir de modelo.
- Decía José Mª Mardones que hoy se requiere una evangelización que “cuide la cabeza, el corazón y las manos”[10] (es decir, lo intelectual, lo afectivo y la acción comprometida). El sacerdote que trabaja en pastoral juvenil debe estar atento para ofrecer y lograr esa síntesis equilibrada en la experiencia cristiana que se ofrece a los jóvenes. De ello hablaba el texto citado de Benedicto XVI, cuando pide una oferta pastoral equilibrada que dé respuestas a las ansias de amor y verdad de los jóvenes.
- El sacerdote debe recordar que en la pastoral juvenil, dada la pluralidad de situaciones y vivencias de los destinatarios, debe haber muchas ofertas e itinerarios diversificados. Por eso decía Benedicto XVI a los sacerdotes de Albanoque la pastoral juvenil debe contar con múltiples fuerzas y recursos, más allá del estrecho círculo de cada parroquia o grupo concretos.
- Lo más importante de todo: la centralidad de Jesucristo. En los tiempos de crisis se debe ir a garantizar lo esencial: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[11]. No debemos olvidar la centralidad del seguimiento de Jesús en la vida práctica cristiana y en lo que ofrecemos a los jóvenes.
- También se debe dar importancia a iniciar en la vivencia completa de la fe cristiana, y no limitarse a catequesis teóricas. Los jóvenes aprecian lo vital más que lo teórico. Y esa característica –aunque tenga sus defectos si excluye toda reflexión- enlaza con lo mejor del catecumenado cristiano de los primeros siglos. Hay que buscar y realizar “una catequesis más vinculada a la acción litúrgica, a los sacramentos de la iniciación, al testimonio de la caridad, en definitiva, al conjunto de la memoria viva de la comunidad cristiana”[12].
- Antes recogíamos la sugerencia de Benedicto XVI de ofrecer acciones de voluntariado social y caritativo a los jóvenes. Los cristiano/as más admirados por los jóvenes son los que entregan su vida al servicio de los necesitados. Recordemos a Teresa de Calcuta y tantos otros. Y es que “Jesucristo, que nos sale al encuentro en la Eucaristía, es el mismo que quiere encontrarse con nosotros en los pobres de este mundo”[13].
- Otra sugerencia de Benedicto XVI sobre pastoral juvenil era aprovechar los momentos y acciones puntuales de encuentro con los jóvenes (cada kairósapropiado, diría el Nuevo testamento): encuentros, viajes, Camino de Santiago, vivencias intensas o “límite”… Hay que saber leer lo que viven en ellas los jóvenes, y acompañar y hacer que se reflexionen y profundicen dichas experiencias. Esas ocasiones de encuentro pueden ser a veces inesperadas. Personalmente, nunca olvidaré una tarde en que me tocaba celebrar la eucaristía de un día no festivo en una parroquia del extrarradio de Madrid. Normalmente no venían más de 15 personas. Aquella tarde, al salir a celebrar, me encontré unas 200 personas sentadas en los bancos en absoluto y triste silencio, la mayoría de ellas jóvenes de unos 16-17 años con pinta de no pisar nunca la Iglesia. ¿Qué había pasado? Una semana antes había muerto en un trágico accidente de moto un compañero de instituto y esta eucaristía era su funeral. Sin embargo, no se me había avisado de esa circunstancia (ni yo había preguntado, todo hay que decirlo), sólo dejado el típico papelito en la sacristía con un nombre, sin especificar edad ni circunstancias del fallecimiento. Improvisé una homilía lo mejor que pude, tratando de elegir un lenguaje que llegara a aquellos jóvenes. Al salir a la calle, pasé al lado de dos chicas que se alejaban de la parroquia hablando. Pude oír que una de ellas decía a la otra: “El cura no hablaba mal, pero cómo se notaba que no conocía a nuestro compañero, ¿eh?”. Me di cuenta de que había perdido una gran ocasión de iluminar cristianamente una experiencia intensa para un grupo grande de jóvenes que no solían acercarse a la parroquia, y todo por falta de previsión y un descuido en la atención pastoral.
- Una última sugerencia: en pastoral juvenil no deberíamos ser pesimistas y, por tanto, dejarnos conducir más a menudo por Aquel que da el crecimiento… Recuerdo a un anciano sacerdote que dedicó muchas horas de fin de semana de sus últimos años de vida a simplemente estar entre jóvenes de un centro juvenil de Madrid, aprenderse los nombres de la mayoría (aunque los olvidara en seguida) y dar algún consejo que otro… Nos sorprendió a todos escuchar en su funeral el testimonio emocionado de algunos de aquellos jóvenes sobre lo que habían absorbido de la experiencia sapiencial de vida de este auténtico presbítero-abuelo, en el mejor sentido de la palabra: supo estar y escuchar… Una chica de aquel grupo de jóvenes después me decía: “Es que lo más bonito que los curas nos podéis dar, vuestra experiencia de fe, a veces os la guardáis porque creéis que no nos interesa, y os equivocáis…”
JESÚS ROJANO
[1] En este artículo, cuando hablemos de los jóvenes, nos estamos refiriendo –salvo que indiquemos lo contrario- tanto a ellos como a ellas.
[2] Cf., por ejemplo, JAVIER ELZO, Los jóvenes y la felicidad. ¿Dónde la buscan? ¿Dónde la encuentran?, Madrid, 2006.
[3]http://www.profes.net/rep_documentos/Noticias/Resumen_Jovenes_Espanoles_2005.pdf, 25.04.2006. Cf. también JOSÉ JOAQUÍN CEREZO – PEDRO JOSÉ GÓMEZ, Jóvenes e Iglesia. Caminos para el reencuentro, Madrid, PPC, 2006; JUAN GONZÁLEZ ANLEO (Dir.), Jóvenes 2000 y religión, Madrid, SM, 2004; PEDRO GONZÁLEZ BLASCO (Dir.) – JAVIER ELZO, Jóvenes españoles 2005, Madrid, SM, 2006;JOSUNE AGUINAGA – JAIME ANDRÉU – LORENZO CACHÓN – DOMINGO COMAS – ANDRÉU LÓPEZ – LORENZO NAVARRETE, Informe 2004: Juventud en España, Madrid, INJUVE, 2005.
[4] Cf. http://w3.grupobbva.com/TLFB/dat/np_universitarios_06.doc, 29.11.06
[5] Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2006-2010, nº 4. (En adelante, PPCEE).
[6] http://www.zenit.org/spanish/, fecha de publicación: 28.09.2006; fecha de publicación: 30.05.2006; código ZS05053006.
[7] http://www.zenit.org/spanish/, fecha de publicación: 28.09.2006; código ZS06092806.
[8] http://www.zenit.org/spanish/, fecha de publicación: 22.06.2006; código ZS06062206.
[9] Ibidem.
[10] Cf. MARDONES, En el umbral del mañana. El cristianismo del futuro, Madrid, PPC, 2000, pp. 217-218.
[11] BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, 1.
[12] PPCEE, 14.
[13] PPCEE, 34.