A la juventud involucrada en los desafíos de la JMJ
Dios ha venido a casa, desdiciéndose de su gloria.
Ha pedido permiso
al vientre de una niña sacudido por un decreto del César,
y se ha hecho uno de nosotros:
un palestino de tantos en su calle sin número,
semiartesano de toscos quehaceres,
que ve pasar los romanos y los vencejos,
que muere, después, de mala muerte matada,
fuera de la Ciudad.
Ya sé que hace mucho
que lo sabéis,
que os lo dicen,
que lo sabéis fríamente
porque os lo han dicho con palabras frías…
Yo quiero que los sepáis de golpe,
hoy, quizás por primera vez,
absortos, desconcertados, libres de todo mito,
libres de tantas mezquinas libertades.
Quiero que os lo diga el Espíritu
¡como un hachazo en tronco vivo!
Quiero que Lo sintáis como una oleada de sangre en el corazón de la rutina,
en medio de esta carrera de ruedas entrechocadas.
Quiero que tropecéis con Él como se tropieza con la puerta de Casa,
retornados de la guerra, bajo la mirada y el beso impaciente del Padre.
Quiero que Lo gritéis
como un alarido de victoria por la guerra perdida,
o como el alumbramiento sangrante de la esperanza
en el lecho de vuestro tedio, noche adentro, apagada toda ciencia.
Quiero que lo encontréis, en un total abrazo,
Compañero, Amor, Respuesta.
Podréis dudar de que haya venido a casa,
si esperáis que os muestre la patente de los prodigios,
si queréis que os sancione la desidia de la vida.
Pero no podéis negar que se llama Jesús, con patente de pobre.
Y no podéis negarme que Lo estáis esperando
con la loca carencia de vuestra vida repudiada
como se espera el aliento para salir de la asfixia
cuando ya la muerte se enroscaba al cuello,
como una serpiente de preguntas.
Se llama Jesús.
Se llama como nos llamaríamos
si fuéramos, de verdad, nosotros.
Pedro Casaldáliga
19 de mayo de 2013