José A. Warletta
José A. Warletta es profesor del Instituto Superior de Ciencias Catequéticas «San Pío X».
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Lejos de la “atmósfera light” que pretende invadirlo todo y dentro del «proyecto de vida” que debe poner en marcha cada propuesta de pastoral juvenil, la “vocación cristiana” se hace invitación y acompañamiento para, desde la comunidad, 2evocar, provocar y convocar”. La “seducción de Dios”, por otro lado, debe irse concretando en el compromiso por el Reino.
En su mensaje para la 34ª Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, Juan Pablo II destacaba que “la catequesis juvenil debe ser explícitamente vocacional y ha de guiar a los jóvenes a comprobar, a la luz de la Palabra de Dios, la posibilidad de una llamada personal y la belleza de la entrega total a la causa del Reino”. Aunque en el contexto del documento las palabras del Papa parecen referirse a la urgencia de la promoción explícita de las “vocaciones al sacerdocio (mejor habría que decir, para ser más claros, al presbiterado; si en el resto de este artículo utilizo los términos sacerdocio o sacerdotal en referencia al ministerio presbiterial, por convencionalidad del lenguaje, ruego al lector recuerde esta salvedad), a la vida consagrada masculina y femenina, y a la vida misionera y contemplativa”, podría tener otra lectura más apropiada, en el sentido de asumir la llamada como elemento dinamizador de la acción pastoral.
En estas líneas intentaremos abarcar ambas lecturas, por entender que son necesariamente complementarias en una visión correcta del trabajo pastoral con jóvenes. Las vocaciones, llamemos, específicas, carecen de significatividad desligadas de la vocación primera del cristiano (y no viceversa). Así, la consagración religiosa, y en otro sentido la sacerdotal, son una referencia radical de la consagración del cristiano, añadiendo una nueva perspectiva a las relaciones fundamentales en las que se articula la vida humana.
- Propuestas fuertes en una era «light»
En el muro de una ciudad, entre centenares de otros grafitti sin mayor pretensión, se podía leer: “Dios ha muerto; Marx ha muerto, y yo últimamente no me encuentro muy bien».
A la época actual se le ha calificado, entre otras aproximaciones definítorias y a riesgo de simplificar las cosas, como “fragmentada”1. Esta afirmación alude a la ausencia en el pensamiento actual de una visión unitaria o globalizante del mundo que ayude a encontrar sentido a la realidad, lo que obliga al hombre a refugiarse en la comprensión de los fragmentos del mismo. Esto lleva a un rechazo, por no encajar en esta visión puzzle de la vida, de todo aquello que implique o legitime un fundamento último, sea del orden que sea. Frente a un saber global, único, total, firme, se aboga por un pensamiento débil (light), parcial, local, privado, provisional e incierto. Es un pensamiento que propugna el multicriterio subjetivo frente a la norma común y el pensamiento único; la experiencia personal frente a la historia común; los microrrelatos (las historias)frente a los macrorrelatos (la Historia), la estética frente a la ética; lo subjetivo frente a lo objetivo; la espontaneidad frente a la legalidad; lo efímero frente a lo estable; el placer sobre el ascetismo; lo particular frente a lo universal; lo que diferencia frente a lo que une; lo local frente a lo global; las implicaciones provisionales frente a los compromisos definitivos, y así sucesivamente.
Ya he señalado el riesgo de ser excesivamente simplista o simplificador en esta descripción del momento histórico actual, pero es cierto que las actitudes observables y las emergentes en la sociedad de este final de milenio, y en especial en el sector joven, se aproximan bastante a este perfil reseñado. En tal contexto de anomía o vacío moral resultan cuanto menos extrañas las propuestas que desde la acción pastoral se presentan a los jóvenes. ¿Qué alcance puede tener hablar del sentido último de la vida, a quienes, como muchos de nuestros jóvenes, ni se plantean tal sentido, que ni creen que valga la pena planteárselo? Si Dios y Marx han muerto (el ocaso de las ideologías: “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo: esta es la alegre novedad”2), y el propio individuo no anda tampoco muy bien (el desencanto), ¿de qué queda por hablar?¿en qué consiste el futuro, si es que hay tal futuro? Y sin embargo, el hombre de hoy continúa inconfesada o abiertamente a la búsqueda de sentido. Lo que ocurre es que, a falta de referencias absolutas, porque ha renunciado a ellas o, al menos, a tenerlas en cuenta, se aferra a microrreferencias, a la búsqueda de múltiples horizontes provisionales e insatisfactorios, para provecho de los mercaderes de soluciones, que a su vez llevan a la acumulación, más que construcción, de plurales microéticas, siempre particulares, siempre provisionales.
Quizá estas pinceladas que he trazado sobre la sociedad y el momento actuales pueden parecer excesivamente negativas -1o que posiblemente hipotecaría cualquier intento serio de pastoral -, pero no todo es necesariamente así. En un interesante libro sobre el fenómeno religioso3, R. Ribera, en la autobiográfica introducción, habla de que los jóvenes de hoy, en contra de los de “su época” de juventud, no son ni creyentes ni agnósticos ni ateos: simplemente, en cuestión religiosa, están en blanco. Y esto, según el autor, con ser un inconveniente para otros aspectos, podría ser una ventaja para iniciar una construcción de una estructura sólida, por cuanto que carecen de prejuicios, de «fantasmas» que hubiera previamente que desterrar. Por otro lado, el crecimiento de los valores diferenciales/diferenciadores y de la pluralidad (tolerancia, aceptación del «otro»), incluso con todas sus desviaciones o contradicciones, no deja de ser un aporte positivo de nuestra actual cultura. Otros fenómenos igualmente emergentes, como son la sensibilidad ecológica y pacifista, la preocupación por la calidad de vida, el creciente papel de la mujer en la sociedad, los movimientos solidarios, etc., constituyen un elemento positivo para ayudar a la toma de postura y, por ende, a un compromiso.
- La vida como proyecto
Si el Evangelio es realmente eso, una buena noticia, su proclamación debe ser un anuncio de esperanza. Frente a esa falta de horizontes que el joven de hoy (quizás más por ser joven) percibe en su entorno, una pastoral juvenil debe proclamar la viabilidad de la utopía alcanzable. Frente a los malos augurios milenaristas, hay que presentar un camino por el que es posible aventurarse. Hay que ayudar al joven a plantearse interrogantes que le permitan abrirse a otro nivel. Hoy, como siempre o más que nunca, hay múltiples ofertas de «respuestas» a preguntas no planteadas. El mercado de las soluciones inmediatas es rentable en la medida en que el individuo no se plantee adecuadamente los interrogantes, mientras permita que los gurús de turno los formulen por él. Ayudar a formular adecuadamente las preguntas fundamentales sobre el sentido de la propia persona y su papel en la historia es tarea previa de todo proyecto pastoral. A partir de esta correcta formulación se puede iniciar un proceso, un camino, para buscar ese sentido, para responder a los interrogantes. Y la oferta evangélica («ven y sígueme”) empieza a ser significativa para los jóvenes.
Por ello, en la pastoral, y más en la pastoral juvenil, la esperanza no es sólo un contenido sino un método. La vocación cristiana debe aparecer, pues, como la invitación, personal e intransferible, a la construcción del futuro en clave del Reino.
Todo ello no se consigue con teorías, ni siquiera con una reflexión intelectual sobre la palabra de Dios, sino enfrentándose a acciones significativas, acercándose a quienes han optado por compromisos radicales, que ayuden a interrogarse sobre el propio compromiso o la falta de él. De aquí la necesidad de modelos de referencia fuertes que sirvan a su vez como interpelaciones.
En síntesis y según Jn 1,45-46:
– Hemos encontrado a aquél del que hablaron Moisés y los Profetas… (anuncio). O ¿De – ¿Nazaret puede salir algo bueno? (duda razonable/racional).
– Ven y lo verás (vía testimonial)
Este «ven y lo verás» es el estilo que debemos adoptar los catequistas y cuantos intervienen en la animación juvenil.
- «Tú me sedujiste y yo me dejé seducir»
Vivimos malos momentos para el profetismo, más por inflación de presuntas proclamas que por ausencia. Y sin embargó, nunca mejor que ahora la figura de los grandes profetas bíblicos son más elocuentes para los jóvenes, por cuanto reflejan similares situaciones por las que pasan éstos. Su respuesta es, pues, significativa por cuanto surgen de circunstancias próximas, con las que fácilmente los jóvenes de hoy pueden identificarse.
Igual que muchos jóvenes de hoy, Jeremías4 se muestra inseguro y miedoso ante la situación social y política en que vive inmerso, y mucho más ante el reto que se le pide de ir a profetizar (dar la cara); y se excusa: «¡Mira que no sé hablar, que sólo soy un muchacho!» ¿Cabe un mayor paralelismo con lo que el joven o el adolescente de hoy puede sentir ante el reto del futuro, ante el hecho de tener que optar por algo inseguro y arriesgado? «No tengas miedo. Yo estoy contigo para librarte».
Y lo mismo podría decirse de las dramáticas vivencias afectivas, el amor herido, de Oseas, o el compromiso, a pesar de su primer burgués y seguro conformismo, de Amós, a quien Dios arranca de su vida instalada y le envía a denunciar las injusticias de los dirigentes.
Jonás, buen religioso, se escapa literalmente de su compromiso, pero las circunstancias le obligan a replantear su actitud y regresar. Y Job, a quien aquí admitimos en la nómina de los profetas, se rebela ante lo que se presenta como un sinsentido, como una injusticia Le pide a Dios que le aclare algo que se le escapa desde su visión de lógica humana, hasta que descubre, en un itinerario doloroso, lo interesado de su fe. Miedos, conflictos intemos, contradicciones afectivas, comodidad abandonista, deserción ante los retos de la vida, rebelión ante el aparente sinsentido de la vida, son rasgos que aparecen en el horizonte vital del joven, que fácilmente se identifica con aquellos que viven similares dramas personales.
Y desde luego, las grandes figuras del Nuevo Testamento, con referencias siempre al modelo por excelencia, Jesús de Nazaret, cuyo perfil también necesitaría una mayor definición a los ojos de los jóvenes; María, los discípulos, así como otros modelos proféticos más recientes, conocidos o no.
La presencia de tales modelos de referencia que, aunque algunos estén lejanos en el tiempo o en el contexto cultural, aparecen muy cercanos en cuanto al perfil y a las circunstancias, permite a los jóvenes plantearse de forma vicaria sus propias situaciones y angustias, y adelantar una respuesta.
- La comunidad
“Cada vocación es un acontecimiento personal y original, pero también un hecho comunitario y eclesial. Nadie está llamado a caminar solo”, nos recuerda Juan Pablo II en el mensaje ya citado. Comunitario, que es algo más, mucho más, que grupal. Un riesgo ya clásico en la acción pastoral juvenil es la de cerrarse en el grupo como última referencia, sin caer en la cuenta de que es una simple mediación (también la Iglesia lo es, pero a otro nivel) pedagógica. La consecuencia de ello es que se considera la vocación como algo personal (privado) y accidental, que no afecta a lo nuclear del ser cristiano. La subjetividad y provisionalidad propias, a la vez, de la condición juvenil y de la cultura actual se reflejan en la falta de radicalidad de la respuesta, convirtiéndose en opciones a corto plazo, revisables en cualquier momento. Volvemos a los planteamientos light.
Las llamadas comunidades juveniles, o terminología similar, podrían considerarse como un estadio intermedio, igualmente propedéutico, entre el grupo juvenil y la comunidad eclesial adulta. En ellas los jóvenes hacen experiencia de comunidad, permitiéndoles avanzar en su proceso de crecimiento en la fe desde su propia realidad y dinámicas, acompañándoles en las distintas etapas de su crecimiento -conquista de su identidad personal, descubrimiento del otro, inserción en el mundo- y dándoles la oportunidad de discernir la vocación a la que cada uno está siendo llamado, mediante la asunción de compromisos.
La dimensión comunitaria de toda pastoral juvenil y, en concreto, una pastoral específicamente vocacional, requiere: a/ Una comunidad de referencia; b/ Una conciencia de Iglesia como comunión, superando el concepto localista de grupo; c/ Una explícita conciencia misionera en la comunidad; y d/ Un proyecto/proyección misionero en el propio ambiente.
- «No me elegisteis a mí»
La iniciativa de toda vocación viene de Dios. Curiosamente, en una época en la que las redes de comunicación se convierten en un fenómeno cada vez más patente en nuestras vidas, la comunicación personal, el estar a la escucha del otro, se hace cada vez más angustiosamente necesario. La pedagogía de la escucha es una asignatura pendiente. Nos hemos acostumbrado durante muchos años a convertir nuestras catequesis, nuestras actividades de animación juvenil, en un foro de opiniones donde cada cual exponía sus ideas sobre lo divino y lo humano, pero se nos olvidaba enseñar a escuchar. Y no me refiero a atender las opiniones de los demás, lo cual era obvio, sino a desarrollar la «actitud de escucha», a mantenerse en auténtica tensión para rastrear los signos a través de los cuales Dios nos interpela y nos llama: «No me buscáis porque hayáis percibido señales, sino porque habéis comido pan hasta saciaros» (Jn 6,26).
El «proyecto personal de vida», las aspiraciones, los proyectos concretos, las motivaciones profundas, los anhelos, que responden a las características peculiares de la personalidad, serían la cara subjetiva de la vocación. Pero no son la vocación. La maduración vocacional consistiría en el proceso que lleva a discernir la vocación y encaminar el propio proyecto para que ambos aspectos confluyan. La vocación cristiana, en cualquiera de sus manifestaciones y concreciones es, pues, el encuentro, la síntesis, entre dos respuestas: una respuesta a la llamada de Dios, y otra a su propia historia. Si en algunos momentos se ha primado la primera, con el riesgo asegurado de olvidar la madurez en el propio crecimiento (y la fragilidad de las opciones, manifiesta en las llamadas «crisis de vocaciones» de años recientes), también es cierto que existe hoy el riesgo de considerar la vocación personal como un simple proyecto de futuro, de acuerdo con las propias motivaciones, inclinaciones o tendencias, pero sin que en ningún momento se hable de respuesta a una llamada de Alguien.
- Vocación y compromiso
El compromiso cristiano, como opción de vida, requiere también un proceso, generalmente largo, y que se situaría en una etapa final de un proyecto de pastoral juvenil5. Y este proceso supone una serie de pasos que hay que ir ayudando a superar.
- Lectura (abierta, crítica, activa, creyente) de la realidad en la que se vive, que puede y debe, sobre todo en las etapas más avanzadas del desarrollo personal, ir más allá de la inmediata cultural o geográficamente.
- Identificación con la realidad, con los demás, con los más necesitados, que despierte la conciencia de ser interpelados.
- Una pedagogía de los gestos: solidaridad, denuncia, implicación, presencia, apoyo, etc.
- Acción transformadora, que parte de la persona concreta y se dirige a las estructuras, que son las raíces de la realidad que se quiere cambiar.
No hay que olvidar que, dentro de un proyecto pastoral con jóvenes, la acción, incluso la acción transformadora concretada en resultados positivos que le den un cierto carácter de fin en sí misma (proyectos de solidaridad ante casos conatos, compromisos en acciones precisas…), sigue siendo un medio pastoral para ayudar a cada joven a descubrir su propio y radical compromiso cristiano. Convertir las acciones concretas en fines pastorales lleva a marginar ese carácter de radicalidad de la propia vocación, confundiéndola con acciones provisionales a corto plazo.
Este riego es tanto mayor en nuestra cultura de lo provisional. Recuérdese la reciente propuesta de un político británico de instaurar el matrimonio a plazo: lo que es ya una frecuente realidad de facto, se pretende institucionalizar de iure. No le faltarán apoyos a este tipo de propuesta. Este es el gran reto que se le plantea hoy a la pastoral juvenil y, concretamente, a la pastoral vocacional (sin olvidar, como recordábamos al comienzo, que toda pastoral juvenil es vocacional). Hablar de opciones radicales y definitivas puede parecer hoy osado para una juventud habituada a considerar todo como revisable y relativo. ¿Es así la realidad de les jóvenes? Sin negar los rasgos sociales antes aludidos, y a los que los jóvenes son tan particularmente sensibles, permítaseme ser a mi vez algo relativo en este punto. Porque paralelamente a esta tercia, o quizás por la insatisfacción última que genera, se observa en muchos jóvenes unos ciertos indicios razonables de radicalidad en muchos de sus planteamientos, o al menos una apertura a compromisos más definitivos. Detectar esta posible actitud y desarrollarla a través de un, probablemente, largo y delicado proceso de acompañamiento personal puede ser una importante tarea de la acción pastoral. Sobre todo la presencia de «modelos de compromiso», personas o grupos cuya opción les ha llevado a tomas de posiciones firmes y definitivas en su vida, puede ayudarles a plantearse su propio compromiso.
Esta experiencia, directa o vicaria, de compromiso debe permitir también al joven, por un lado, considerar los diversos estilos de vocaciones específicas dentro de la Iglesia: ministerios laicales, la vida religiosa y el ministerio ordenado, con sus diversas variantes y concreciones; y por otro, los diferentes campos en los que, desde esas opciones específicas, puede desarrollar su compromiso.
- Vocación y vocaciones
El primer paso en una pastoral vocacional sería enfrentar al adolescente/joven ante el reto de su propia construcción como persona, al descubrimiento/construcción de su propia identidad. Volvemos a considerar la importancia de esos modelos, comenzando con Jesús de Nazaret, entendidos aquí como referencias interpelantes que ayuden al joven a confrontarse consigo mismo y a superar sus límites y oscuridades.
A partir de ese momento comienza/continúa un itinerario de orientación y acompañamiento, cuyas fases, utilizando los términos propuestos por Cencini6, serían: a/ Evocar; b/ Provocar; c/ Convocar.
– Evocar
Evocar significa «sacar afuera». En el contexto en que aquí nos movemos aludiría a la necesidad de que la acción pastoral que vaya a convertirse en convocante comience por incidir en la propia interioridad de la persona. De una presión desde fuera, se ha de pasar a un afloramiento desde el interior. Hoy parece darse una cierta tendencia de los jóvenes a la interiorización. Con ser hasta cierto punto verdadero este fenómeno, no conviene prestarse a confusión. La interiorización, como toda exploración, necesita una guía o, al menos, unos elementos de referencia, de los que hoy día adolecen los jóvenes. Lo que a veces se llama interiorización se convierte en simple ensimismamiento o en una «huida hacia dentro», que no tiene nada de enriquecedor ni liberador: La labor fundamental de la acción pastoral en esta fase consistiría en acompañar a la persona en este itinerario de búsqueda interior, en este descubrimiento de y desde la interioridad, en un abrirse al misterio desde la contemplación. «La persona no suficientemente abierta al misterio es también una persona sin empuje, que no conoce grandes pasiones y tampoco conflictos y contraposiciones desgarra doras»7. La revelación solo es posible (eficaz) en la medida que desarrollemos la capacidad de escucha. Y sólo la apertura al misterio capacita para formular ese tipo de pregunta y predisponerse a la respuesta. La experiencia de oración sería aquí elemento básico para ayudar al joven en esta búsqueda de su propio camino.
– Provocar
Provocar equivale aquí a sacudir, a impulsar hacia otro nivel, a hacer salir de unos parámetros triviales, a interrogarse e interesarse sobre lo que me supera y, a la vez, me fascina. La dificultad que esta actitud tiene hoy en la pastoral es que los jóvenes viven en un medio en el que se da una inflación de provocaciones. Nuestra sociedad de consumo basa su éxito o fracaso (publicidad, modas, costumbres, medios de comunicación…) en la posibilidad que tenga de provocar al individuo y atraer su atención. Hoy día un programa de televisión que no provoque no tiene futuro, independientemente de su mayor o menor calidad objetiva. En estas circunstancias, ¿qué posibilidades tiene el animador pastoral de interpelar a la persona, sin que su mensaje quede ahogado por los otros mensajes mejor arropados y más eficazmente transmitidos? Si reducimos la pastoral a un trabajo de marketing, desde luego que no tenemos nada que hacer frente a todo eso. Sin embargo, hay algo que marca la diferencia y que permite actuar de forma positiva. Se trata de presentar «provocaciones significativas».
La mayor parte de la oferta que nuestra sociedad actual presenta a los jóvenes se basan en provocaciones fugaces, cuyo valor o valores están fina de lo ofertado (en su contexto, en su manea de aparecer, en una «estrategia de marketing» bien estudiada..) Y no resiste una crítica seria. Se desmorona por sí misma una vez agotado el recurso, por lo que inmediatamente ha de ser sustituida por otra nueva oferta, otra nueva provocación, generando una espiral fatigosa, de la que difícilmente se puede salir si no os por la vía de la crítica radical al propio sistema (que ya se encarga de anularla, por pura subsistencia). Aportar este elemento de crítica al sistema, que permita a los jóvenes liberarse de estas ataduras para caminar más libres, ya sería un buen objetivo pastoral, pues permitiría desbrozar el terreno antes de sembrarlo (la semilla que cae entre zarzas y es ahogada por ellas…). Pero se trata de algo más.
La provocación, tal como aquí la entiendo, consiste en enfrentar/confrontar al joven con realidades significativas que le interpelen y le hagan interrogarse sobre su(s) propia(s) actitud(es). Y cuando digo realidades me estoy refiriendo fundamentalmente a personas y grupos/comunidades con una opción radical de vida, que sea a la vez atractiva y sorprendente, fascinante y misteriosa (que evoque el misterio), convincente e inabarcable.
En esta fase tendría más pleno sentido el testimonio de y hacia las vocaciones específicas. Lo que dice Juan Pablo II en el mensaje que ya hemos citado antes -«Dirijo una apremiante llamada a las personas consagradas para que testimonien con gozo su consagración radical a Cristo; dejaos interpelar continuamente por la palabra de Dios, compartida en comunidad y vivida con generosidad al servicio de los hermanos, especialmente de los jóvenes. En un clima de amor y de hermandad, ilumino por la palabra de Dios, es más fácil responder «sí» a la llamada»-, viene a subrayar la importancia capital del testimonio personal y comunitario en esta línea de provocación-interpelación.
«La invitación de Jesús: «Venid y veréis» sigue siendo aún hoy la regla de oro de la pastoral vocacional… La primera tarea de todos los consagrados y consagradas consiste en proponer [=provocar] valerosamente, can la palabra y con el ejemplo [testimonio], el ideal del seguimiento de Cristo, alimentando y manteniendo posteriormente en los llamados la respuesta a los impulsos que el Espíritu inspira en su corazón» (Vita Consecrata 64).
– Convocar
Convocar hace una más obvia alusión a la llamada Cencini le añade un particular significado más etimológico de «llamar conjuntamente (convocar), es decir una llamada que se dirige a todas las estructuras psíquicas del joven (corazón, mente, voluntad) y que destaca el carácter integral de la vocación. Además de ese sentido, que no deja de ser interesante, aquí prefiero referirme al significado más usual y académico de «llamar a varias personas para que concurran a determinado lugar». Esto subrayaría el carácter comunitario/eclesial de la llamada, como parte de la vocación colectiva a todos los cristianos para construir el Reino: el lugar, la eutopía o «buen lugar» en el que hemos de confluir y que, por ahora, hay que construir entre todos.
- Invitar y acompañar
Siempre hemos achacado la crisis de vocaciones (no sólo las consagradas) a diversas circunstancias, generalmente ajenas a nuestra acción pastoral o, al menos, a nuestra voluntad concreta: las corrientes secularizadoras, la crisis familiar, factores culturales, la trivialización de las ideas, la crisis eclesial, etc. Probablemente no hacemos suficiente hincapié en la propia. ambigüedad o tibieza de las propuestas. «Muy a menudo es culpa nuestra que no nos atrevamos a proponer momentos de oración «. «A nosotros nos toca inventar y proponer»: Recuerdo haber leído estas o parecidas reflexiones en propuestas pastorales juveniles hace ya una veintena de años. Ese nuestro o nosotros se refiere claramente a los responsables de dicha pastoral. Y sigue siendo cierto que la tibieza en las invitaciones se corresponde con la mediocridad de la respuesta.
Si es cierto lo que ya hemos apuntado sobre la dificultad que experimentan los jóvenes para enfrentarse a lo definitivo, se hace mucho más necesario un itinerario en compañía que aproveche los dinamismos existentes en los jóvenes. El joven de hoy, y hemos de considerar esto como un valor aprovechable, no da las cosas como supuestas, sino que tiende a explorar las posibilidades (a tener experiencias). A la pastoral le toca aprovechar este dinamismo e invitar a trazarse un itinerario más largo y profundo de lo que habitualmente acostumbra a hacer, teniendo en cuenta que, superando una concepción estática de la vocación, está no es pasiva sino que hay que construirla, hay que caminarla, descubrirla, si se quiere, pero en un sentido activo.
Incluso el concepto de fidelidad a la llamada pierde su carácter estático, de mera permanencia en el mismo lugar, para adquirir un sentido dinámico de búsqueda constante, de actualización permanente. La pregunta -«Señor; ¿qué quieres que haga?»- requiere un proceso, una actitud permanente de búsqueda, más que una respuesta El animador de pastoral juvenil es el que «hace camino» con el joven y que le ayuda (acompaña) a interrogarse, abrirse, buscar, orientarse, descubrir, madurar y optar.
José A. Warletta
«…El imaginario colectivo de loe cristianos, y aun su vocabulario, está repleto de frases, imágenes y conceptos que a ellos mismos leo resultan literalmente increíbles. Lo tremendo es que eso «se sabe ya» de alguna manera. Pero no se reacciona. En general, se siguen recitando las mismas oraciones, pronunciando las mismas palabras y manteniendo – acaso con pequeñas variaciones- los mismos conceptos. […]
Desde luego, no cabe ignorar el esfuerzo de actualización, en algunos aspectos espectacular e imprevisible […]. Sin embargo, tampoco cabe negar que, cuando se va al fondo, todo está a medias: se acepta la critica bíblica, pero se sigue hablando de Adán en el paraíso; se acepta la autonomía de las leyes físicas, pero se prosigue con las rogativas por la lluvia; se acepta que Dios «no puede» acabar con el hambre de Somalia, pero se continúa pidiéndolo en las misas…»
- Torres Queiruga, Recuperar la creación. Por una religión humanizados, Sal Terrae, Santander 1997,18.y 21, respectivamente.
1 Véase, por ejemplo, el libro de J.M. MARDONES, Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento, Bilbao 1988, o el artículo, en el que aquí nos basamos, por su visión sintética, de I. DÍEZ DEL Río, Postmodernidad y nueva religiosidad, en «Religión y cultura», n° XXXIX, pp. 55-91.
2 G. LIPOVETSKY, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona 1988.
3 R. RIBERA, Religió i reiigions, Col. «Debats»,Ed. de la Magrana, Barcelona 1995.
4 Remito al artículo de T. RUIZ CEBERIO, Valores bíblicos y su incidencia en la pastoral juvenil vocacional, en «Todos Uno» 114(1993), pp. 99-119.
5 Cf. ,CEAS, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo. Proyecto marco de pastoral de juventud, Madrid 1992.
6 A. CENCINI, Vocaciones. De la nostalgia a la profecía, Ed. Atenas, Madrid 1991.
7 A. CENCINI, Coordenadas actuales para la opción vocacional e itinerario formativo para la decisión, en «Todos Uno», n° 125, pp. 51-75.