Ser cristianos hoy: ¿hacia qué vocación orientar?

1 mayo 1997

José A. Warletta

José A. Warletta es profesor del Instituto Superior de Ciencias Catequéticas «San Pío X».

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Lejos de la “atmósfera light” que pretende invadirlo todo y dentro del «proyecto de vida” que debe poner en marcha cada propuesta de pastoral juvenil, la “vocación cristiana” se hace invitación y acompañamiento para, desde la comunidad, 2evocar, provocar y con­vocar”. La “seducción de Dios”, por otro lado, debe irse concretando en el compromiso por el Reino.

En su mensaje para la 34ª Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, Juan Pablo II destacaba que “la catequesis juvenil debe ser ex­plícitamente vocacional y ha de guiar a los jóve­nes a comprobar, a la luz de la Palabra de Dios, la posibilidad de una llamada personal y la belle­za de la entrega total a la causa del Reino”. Aun­que en el contexto del documento las palabras del Papa parecen referirse a la urgencia de la promoción explícita de las “vocaciones al sacer­docio (mejor habría que decir, para ser más cla­ros, al presbiterado; si en el resto de este artícu­lo utilizo los términos sacerdocio o sacerdotal en referencia al ministerio presbiterial, por conven­cionalidad del lenguaje, ruego al lector recuerde esta salvedad), a la vida consagrada masculina y femenina, y a la vida misionera y contemplati­va”, podría tener otra lectura más apropiada, en el sentido de asumir la llamada como elemento dinamizador de la acción pastoral.

En estas líneas intentaremos abarcar ambas lecturas, por entender que son necesariamente complementarias en una visión correcta del trabajo pastoral con jóvenes. Las vocaciones, llamemos, específicas, carecen de significativi­dad desligadas de la vocación primera del cris­tiano (y no viceversa). Así, la consagración reli­giosa, y en otro sentido la sacerdotal, son una referencia radical de la consagración del cris­tiano, añadiendo una nueva perspectiva a las relaciones fundamentales en las que se articu­la la vida humana.

  1. Propuestas fuertes en una era «light»

En el muro de una ciudad, entre centena­res de otros grafitti sin mayor pretensión, se po­día leer: “Dios ha muerto; Marx ha muerto, y yo últimamente no me encuentro muy bien».

A la época actual se le ha calificado, entre otras aproximaciones definítorias y a riesgo de simplifi­car las cosas, como fragmentada”1. Esta afir­mación alude a la ausencia en el pensamiento actual de una visión unitaria o globalizante del mundo que ayude a encontrar sentido a la reali­dad, lo que obliga al hombre a refugiarse en la comprensión de los fragmentos del mismo. Esto lleva a un rechazo, por no encajar en esta visión puzzle de la vida, de todo aquello que implique o legitime un fundamento último, sea del orden que sea. Frente a un saber global, único, total, fir­me, se aboga por un pensamiento débil (light), parcial, local, privado, provisional e incierto. Es un pensamiento que propugna el multicriterio subje­tivo frente a la norma común y el pensamiento único; la experiencia personal frente a la historia común; los microrrelatos (las historias)frente a los macrorrelatos (la Historia), la estética frente a la ética; lo subjetivo frente a lo objetivo; la esponta­neidad frente a la legalidad; lo efímero frente a lo estable; el placer sobre el ascetismo; lo particu­lar frente a lo universal; lo que diferencia frente a lo que une; lo local frente a lo global; las implica­ciones provisionales frente a los compromisos definitivos, y así sucesivamente.

Ya he señalado el riesgo de ser excesivamen­te simplista o simplificador en esta descripción del momento histórico actual, pero es cierto que las actitudes observables y las emergentes en la sociedad de este final de milenio, y en especial en el sector joven, se aproximan bastante a es­te perfil reseñado. En tal contexto de anomía o vacío moral resultan cuanto menos extrañas las propuestas que desde la acción pastoral se pre­sentan a los jóvenes. ¿Qué alcance puede tener hablar del sentido último de la vida, a quienes, como muchos de nuestros jóvenes, ni se plan­tean tal sentido, que ni creen que valga la pena planteárselo? Si Dios y Marx han muerto (el oca­so de las ideologías: “Dios ha muerto, las gran­des finalidades se apagan, pero a nadie le im­porta un bledo: esta es la alegre novedad”2), y el propio individuo no anda tampoco muy bien (el desencanto), ¿de qué queda por hablar?¿en qué consiste el futuro, si es que hay tal futuro? Y sin embargo, el hombre de hoy continúa incon­fesada o abiertamente a la búsqueda de sentido. Lo que ocurre es que, a falta de referencias ab­solutas, porque ha renunciado a ellas o, al me­nos, a tenerlas en cuenta, se aferra a microrre­ferencias, a la búsqueda de múltiples horizontes provisionales e insatisfactorios, para provecho de los mercaderes de soluciones, que a su vez lle­van a la acumulación, más que construcción, de plurales microéticas, siempre particulares, siem­pre provisionales.

Quizá estas pinceladas que he trazado sobre la sociedad y el momento actuales pueden pare­cer excesivamente negativas -1o que posible­mente hipotecaría cualquier intento serio de pas­toral -, pero no todo es necesariamente así. En un interesante libro sobre el fenómeno religioso3, R. Ribera, en la autobiográfica introducción, habla de que los jóvenes de hoy, en contra de los de “su época” de juventud, no son ni creyentes ni ag­nósticos ni ateos: simplemente, en cuestión reli­giosa, están en blanco. Y esto, según el autor, con ser un inconveniente para otros aspectos, podría ser una ventaja para iniciar una construcción de una estructura sólida, por cuanto que carecen de prejuicios, de «fantasmas» que hubiera previa­mente que desterrar. Por otro lado, el crecimien­to de los valores diferenciales/diferenciadores y de la pluralidad (tolerancia, aceptación del «otro»), incluso con todas sus desviaciones o contradic­ciones, no deja de ser un aporte positivo de nues­tra actual cultura. Otros fenómenos igualmente emergentes, como son la sensibilidad ecológica y pacifista, la preocupación por la calidad de vida, el creciente papel de la mujer en la sociedad, los movimientos solidarios, etc., constituyen un ele­mento positivo para ayudar a la toma de postura y, por ende, a un compromiso.

  1. La vida como proyecto

Si el Evangelio es realmente eso, una bue­na noticia, su proclamación debe ser un anun­cio de esperanza. Frente a esa falta de hori­zontes que el joven de hoy (quizás más por ser joven) percibe en su entorno, una pastoral ju­venil debe proclamar la viabilidad de la utopía alcanzable. Frente a los malos augurios mile­naristas, hay que presentar un camino por el que es posible aventurarse. Hay que ayudar al joven a plantearse interrogantes que le permi­tan abrirse a otro nivel. Hoy, como siempre o más que nunca, hay múltiples ofertas de «res­puestas» a preguntas no planteadas. El mer­cado de las soluciones inmediatas es rentable en la medida en que el individuo no se plantee adecuadamente los interrogantes, mientras per­mita que los gurús de turno los formulen por él. Ayudar a formular adecuadamente las pregun­tas fundamentales sobre el sentido de la pro­pia persona y su papel en la historia es tarea previa de todo proyecto pastoral. A partir de esta correcta formulación se puede iniciar un proceso, un camino, para buscar ese sentido, para responder a los interrogantes. Y la oferta evangélica («ven y sígueme”) empieza a ser significativa para los jóvenes.

Por ello, en la pastoral, y más en la pastoral juvenil, la esperanza no es sólo un contenido sino un método. La vocación cristiana debe aparecer, pues, como la invitación, personal e intransferible, a la construcción del futuro en clave del Reino.

Todo ello no se consigue con teorías, ni si­quiera con una reflexión intelectual sobre la pa­labra de Dios, sino enfrentándose a acciones significativas, acercándose a quienes han op­tado por compromisos radicales, que ayuden a interrogarse sobre el propio compromiso o la falta de él. De aquí la necesidad de mode­los de referencia fuertes que sirvan a su vez como interpelaciones.

En síntesis y según Jn 1,45-46:

Hemos encontrado a aquél del que ha­blaron Moisés y los Profetas… (anuncio). O ¿De – ¿Nazaret puede salir algo bueno? (du­da razonable/racional).

Ven y lo verás (vía testimonial)

Este «ven y lo verás» es el estilo que debe­mos adoptar los catequistas y cuantos inter­vienen en la animación juvenil.

  1. «Tú me sedujiste y yo me dejé seducir»

Vivimos malos momentos para el profe­tismo, más por inflación de presuntas procla­mas que por ausencia. Y sin embargó, nunca mejor que ahora la figura de los grandes profe­tas bíblicos son más elocuentes para los jóve­nes, por cuanto reflejan similares situaciones por las que pasan éstos. Su respuesta es, pues, significativa por cuanto surgen de circunstan­cias próximas, con las que fácilmente los jó­venes de hoy pueden identificarse.

Igual que muchos jóvenes de hoy, Jeremí­as4 se muestra inseguro y miedoso ante la si­tuación social y política en que vive inmerso, y mucho más ante el reto que se le pide de ir a profetizar (dar la cara); y se excusa: «¡Mira que no sé hablar, que sólo soy un muchacho!» ¿Ca­be un mayor paralelismo con lo que el joven o el adolescente de hoy puede sentir ante el re­to del futuro, ante el hecho de tener que optar por algo inseguro y arriesgado? «No tengas miedo. Yo estoy contigo para librarte».

Y lo mismo podría decirse de las dramáticas vivencias afectivas, el amor herido, de Oseas, o el compromiso, a pesar de su primer bur­gués y seguro conformismo, de Amós, a quien Dios arranca de su vida instalada y le envía a denunciar las injusticias de los dirigentes.

Jonás, buen religioso, se escapa literalmen­te de su compromiso, pero las circunstancias le obligan a replantear su actitud y regresar. Y Job, a quien aquí admitimos en la nómina de los profetas, se rebela ante lo que se presenta como un sinsentido, como una injusticia Le pi­de a Dios que le aclare algo que se le escapa desde su visión de lógica humana, hasta que descubre, en un itinerario doloroso, lo interesa­do de su fe. Miedos, conflictos intemos, con­tradicciones afectivas, comodidad abandonis­ta, deserción ante los retos de la vida, rebelión ante el aparente sinsentido de la vida, son ras­gos que aparecen en el horizonte vital del jo­ven, que fácilmente se identifica con aquellos que viven similares dramas personales.

Y desde luego, las grandes figuras del Nue­vo Testamento, con referencias siempre al modelo por excelencia, Jesús de Nazaret, cu­yo perfil también necesitaría una mayor defini­ción a los ojos de los jóvenes; María, los discí­pulos, así como otros modelos proféticos más recientes, conocidos o no.

La presencia de tales modelos de referencia que, aunque algunos estén lejanos en el tiem­po o en el contexto cultural, aparecen muy cer­canos en cuanto al perfil y a las circunstan­cias, permite a los jóvenes plantearse de for­ma vicaria sus propias situaciones y angus­tias, y adelantar una respuesta.

  1. La comunidad

“Cada vocación es un acontecimiento per­sonal y original, pero también un hecho comu­nitario y eclesial. Nadie está llamado a caminar solo”, nos recuerda Juan Pablo II en el mensa­je ya citado. Comunitario, que es algo más, mu­cho más, que grupal. Un riesgo ya clásico en la acción pastoral juvenil es la de cerrarse en el grupo como última referencia, sin caer en la cuenta de que es una simple mediación (tam­bién la Iglesia lo es, pero a otro nivel) pedagó­gica. La consecuencia de ello es que se consi­dera la vocación como algo personal (privado) y accidental, que no afecta a lo nuclear del ser cristiano. La subjetividad y provisionalidad pro­pias, a la vez, de la condición juvenil y de la cul­tura actual se reflejan en la falta de radicalidad de la respuesta, convirtiéndose en opciones a corto plazo, revisables en cualquier momento. Volvemos a los planteamientos light.

Las llamadas comunidades juveniles, o ter­minología similar, podrían considerarse como un estadio intermedio, igualmente propedéuti­co, entre el grupo juvenil y la comunidad ecle­sial adulta. En ellas los jóvenes hacen expe­riencia de comunidad, permitiéndoles avanzar en su proceso de crecimiento en la fe desde su propia realidad y dinámicas, acompañán­doles en las distintas etapas de su crecimien­to -conquista de su identidad personal, des­cubrimiento del otro, inserción en el mundo-­ y dándoles la oportunidad de discernir la vo­cación a la que cada uno está siendo llamado, mediante la asunción de compromisos.

La dimensión comunitaria de toda pastoral juvenil y, en concreto, una pastoral específica­mente vocacional, requiere: a/ Una comunidad de referencia; b/ Una conciencia de Iglesia co­mo comunión, superando el concepto localis­ta de grupo; c/ Una explícita conciencia misio­nera en la comunidad; y d/ Un proyecto/pro­yección misionero en el propio ambiente.

  1. «No me elegisteis a mí»

La iniciativa de toda vocación viene de Dios. Curiosamente, en una época en la que las redes de comunicación se convierten en un fenómeno cada vez más patente en nuestras vi­das, la comunicación personal, el estar a la es­cucha del otro, se hace cada vez más angus­tiosamente necesario. La pedagogía de la es­cucha es una asignatura pendiente. Nos he­mos acostumbrado durante muchos años a convertir nuestras catequesis, nuestras activi­dades de animación juvenil, en un foro de opi­niones donde cada cual exponía sus ideas so­bre lo divino y lo humano, pero se nos olvida­ba enseñar a escuchar. Y no me refiero a aten­der las opiniones de los demás, lo cual era ob­vio, sino a desarrollar la «actitud de escucha», a mantenerse en auténtica tensión para ras­trear los signos a través de los cuales Dios nos interpela y nos llama: «No me buscáis porque hayáis percibido señales, sino porque habéis comido pan hasta saciaros» (Jn 6,26).

El «proyecto personal de vida», las aspira­ciones, los proyectos concretos, las motivacio­nes profundas, los anhelos, que responden a las características peculiares de la personali­dad, serían la cara subjetiva de la vocación. Pero no son la vocación. La maduración voca­cional consistiría en el proceso que lleva a dis­cernir la vocación y encaminar el propio pro­yecto para que ambos aspectos confluyan. La vocación cristiana, en cualquiera de sus mani­festaciones y concreciones es, pues, el en­cuentro, la síntesis, entre dos respuestas: una respuesta a la llamada de Dios, y otra a su pro­pia historia. Si en algunos momentos se ha pri­mado la primera, con el riesgo asegurado de olvidar la madurez en el propio crecimiento (y la fragilidad de las opciones, manifiesta en las lla­madas «crisis de vocaciones» de años recien­tes), también es cierto que existe hoy el riesgo de considerar la vocación personal como un simple proyecto de futuro, de acuerdo con las propias motivaciones, inclinaciones o tenden­cias, pero sin que en ningún momento se hable de respuesta a una llamada de Alguien.

  1. Vocación y compromiso

El compromiso cristiano, como opción de vida, requiere también un proceso, general­mente largo, y que se situaría en una etapa fi­nal de un proyecto de pastoral juvenil5. Y este proceso supone una serie de pasos que hay que ir ayudando a superar.

  • Lectura (abierta, crítica, activa, creyente) de la realidad en la que se vive, que puede y debe, sobre todo en las etapas más avan­zadas del desarrollo personal, ir más allá de la inmediata cultural o geográficamente.
  • Identificación con la realidad, con los de­más, con los más necesitados, que des­pierte la conciencia de ser interpelados.
  • Una pedagogía de los gestos: solidaridad, denuncia, implicación, presencia, apoyo, etc.
  • Acción transformadora, que parte de la per­sona concreta y se dirige a las estructuras, que son las raíces de la realidad que se quie­re cambiar.

No hay que olvidar que, dentro de un proyec­to pastoral con jóvenes, la acción, incluso la ac­ción transformadora concretada en resultados positivos que le den un cierto carácter de fin en sí misma (proyectos de solidaridad ante casos conatos, compromisos en acciones precisas…), sigue siendo un medio pastoral para ayudar a ca­da joven a descubrir su propio y radical compro­miso cristiano. Convertir las ac­ciones concretas en fines pastorales lleva a mar­ginar ese carácter de radicalidad de la propia vocación, confundiéndola con acciones provi­sionales a corto plazo.

Este riego es tanto mayor en nuestra cultura de lo provisional. Recuérdese la reciente propuesta de un político británico de instaurar el matrimonio a plazo: lo que es ya una frecuente realidad de facto, se pretende institucionalizar de iure. No le faltarán apoyos a este tipo de propuesta. Este es el gran reto que se le plantea hoy a la pastoral ju­venil y, concretamente, a la pastoral vocacional (sin olvidar, como recordábamos al comienzo, que toda pastoral juvenil es vocacional). Hablar de opciones radicales y definitivas puede pare­cer hoy osado para una juventud habituada a considerar todo como revisable y relativo. ¿Es así la realidad de les jóvenes? Sin negar los ras­gos sociales antes aludidos, y a los que los jóve­nes son tan particularmente sensibles, permíta­seme ser a mi vez algo relativo en este punto. Porque paralelamente a esta tercia, o quizás por la insatisfacción última que genera, se ob­serva en muchos jóvenes unos ciertos indicios razonables de radicalidad en muchos de sus planteamientos, o al menos una apertura a com­promisos más definitivos. Detectar esta posible actitud y desarrollarla a través de un, probable­mente, largo y delicado proceso de acompaña­miento personal puede ser una importante tarea de la acción pastoral. Sobre todo la presencia de «modelos de compromiso», personas o grupos cuya opción les ha llevado a tomas de posicio­nes firmes y definitivas en su vida, puede ayu­darles a plantearse su propio compromiso.

Esta experiencia, directa o vicaria, de com­promiso debe permitir también al joven, por un lado, considerar los diversos estilos de voca­ciones específicas dentro de la Iglesia: ministe­rios laicales, la vida religiosa y el ministerio or­denado, con sus diversas variantes y concre­ciones; y por otro, los diferentes campos en los que, desde esas opciones específicas, puede desarrollar su compromiso.

  1. Vocación y vocaciones

El primer paso en una pastoral vocacional sería enfrentar al adolescente/joven ante el reto de su propia construcción como persona, al des­cubrimiento/construcción de su propia identidad. Volvemos a considerar la importancia de esos modelos, comenzando con Jesús de Nazaret, entendidos aquí como referencias interpelantes que ayuden al joven a confrontarse consigo mis­mo y a superar sus límites y oscuridades.

A partir de ese momento comienza/conti­núa un itinerario de orientación y acompaña­miento, cuyas fases, utilizando los términos propuestos por Cencini6, serían: a/ Evocar; b/ Provocar; c/ Convocar.

– Evocar

Evocar significa «sacar afuera». En el contex­to en que aquí nos movemos aludiría a la nece­sidad de que la acción pastoral que vaya a con­vertirse en convocante comience por incidir en la propia interioridad de la persona. De una pre­sión desde fuera, se ha de pasar a un aflora­miento desde el interior. Hoy parece darse una cierta tendencia de los jóvenes a la interioriza­ción. Con ser hasta cierto punto verdadero este fenómeno, no conviene prestarse a confusión. La interiorización, como toda exploración, nece­sita una guía o, al menos, unos elementos de re­ferencia, de los que hoy día adolecen los jóve­nes. Lo que a veces se llama interiorización se convierte en simple ensimismamiento o en una «huida hacia dentro», que no tiene nada de enri­quecedor ni liberador: La labor fundamental de la acción pastoral en esta fase consistiría en acompañar a la persona en este itinerario de búsqueda interior, en este descubrimiento de y desde la interioridad, en un abrirse al misterio des­de la contemplación. «La persona no suficiente­mente abierta al misterio es también una persona sin empuje, que no conoce grandes pasiones y tampoco conflictos y contraposiciones desgarra doras»7. La revelación solo es posible (eficaz) en la medida que desarrollemos la capacidad de es­cucha. Y sólo la apertura al misterio capacita pa­ra formular ese tipo de pregunta y predisponer­se a la respuesta. La experiencia de oración se­ría aquí elemento básico para ayudar al joven en esta búsqueda de su propio camino.

– Provocar

Provocar equivale aquí a sacudir, a impulsar hacia otro nivel, a hacer salir de unos paráme­tros triviales, a interrogarse e interesarse sobre lo que me supera y, a la vez, me fascina. La di­ficultad que esta actitud tiene hoy en la pasto­ral es que los jóvenes viven en un medio en el que se da una inflación de provocaciones. Nues­tra sociedad de consumo basa su éxito o fra­caso (publicidad, modas, costumbres, medios de comunicación…) en la posibilidad que ten­ga de provocar al individuo y atraer su aten­ción. Hoy día un programa de televisión que no provoque no tiene futuro, independientemente de su mayor o menor calidad objetiva. En es­tas circunstancias, ¿qué posibilidades tiene el animador pastoral de interpelar a la persona, sin que su mensaje quede ahogado por los otros mensajes mejor arropados y más eficaz­mente transmitidos? Si reducimos la pastoral a un trabajo de marketing, desde luego que no tenemos nada que hacer frente a todo eso. Sin embargo, hay algo que marca la diferencia y que permite actuar de forma positiva. Se trata de presentar «provocaciones significativas».

La mayor parte de la oferta que nuestra so­ciedad actual presenta a los jóvenes se basan en provocaciones fugaces, cuyo valor o valores están fina de lo ofertado (en su contexto, en su manea de aparecer, en una «estrategia de marketing» bien estudiada..) Y no resiste una crítica seria. Se desmorona por sí misma una vez agotado el recurso, por lo que inmediata­mente ha de ser sustituida por otra nueva ofer­ta, otra nueva provocación, generando una es­piral fatigosa, de la que difícilmente se puede salir si no os por la vía de la crítica radical al propio sistema (que ya se encarga de anularla, por pura subsistencia). Aportar este elemento de crítica al sistema, que permita a los jóvenes liberarse de estas ataduras para caminar más libres, ya sería un buen objetivo pastoral, pues permitiría desbrozar el terreno antes de sem­brarlo (la semilla que cae entre zarzas y es aho­gada por ellas…). Pero se trata de algo más.

La provocación, tal como aquí la entiendo, consiste en enfrentar/confrontar al joven con realidades significativas que le interpelen y le hagan interrogarse sobre su(s) propia(s) acti­tud(es). Y cuando digo realidades me estoy re­firiendo fundamentalmente a personas y grupos/comunidades con una opción radical de vi­da, que sea a la vez atractiva y sorprendente, fascinante y misteriosa (que evoque el miste­rio), convincente e inabarcable.

En esta fase tendría más pleno sentido el tes­timonio de y hacia las vocaciones específicas. Lo que dice Juan Pablo II en el mensaje que ya hemos citado antes -«Dirijo una apremiante llamada a las personas consagradas para que testimonien con gozo su consagración radical a Cristo; dejaos interpelar continuamente por la palabra de Dios, compartida en comunidad y vivida con generosidad al servicio de los herma­nos, especialmente de los jóvenes. En un clima de amor y de hermandad, ilumino por la pa­labra de Dios, es más fácil responder «sí» a la llamada»-, viene a subrayar la importancia ca­pital del testimonio personal y comunitario en esta línea de provocación-interpelación.

«La invitación de Jesús: «Venid y veréis» si­gue siendo aún hoy la regla de oro de la pastoral vocacional… La primera tarea de todos los consagrados y consagradas consiste en pro­poner [=provocar] valerosamente, can la pala­bra y con el ejemplo , el ideal del se­guimiento de Cristo, alimentando y mantenien­do posteriormente en los llamados la respues­ta a los impulsos que el Espíritu inspira en su corazón» (Vita Consecrata 64).

– Convocar

Convocar hace una más obvia alusión a la lla­mada Cencini le añade un particular significado más etimológico de «llamar conjuntamente (con­vocar), es decir una llamada que se dirige a to­das las estructuras psíquicas del joven (cora­zón, mente, voluntad) y que destaca el carácter integral de la vocación. Además de ese sentido, que no deja de ser interesante, aquí prefiero re­ferirme al significado más usual y académico de «llamar a varias personas para que concurran a determinado lugar». Esto subrayaría el carácter comunitario/eclesial de la llamada, como parte de la vocación colectiva a todos los cristianos para construir el Reino: el lugar, la eutopía o «buen lugar» en el que hemos de confluir y que, por ahora, hay que construir entre todos.

  1. Invitar y acompañar

Siempre hemos achacado la crisis de vo­caciones (no sólo las consagradas) a diversas circunstancias, generalmente ajenas a nuestra acción pastoral o, al menos, a nuestra voluntad concreta: las corrientes secularizadoras, la cri­sis familiar, factores culturales, la trivialización de las ideas, la crisis eclesial, etc. Probable­mente no hacemos suficiente hincapié en la propia. ambigüedad o tibieza de las propues­tas. «Muy a menudo es culpa nuestra que no nos atrevamos a proponer momentos de ora­ción «. «A nosotros nos toca inventar y propo­ner»: Recuerdo haber leído estas o parecidas reflexiones en propuestas pastorales juveniles hace ya una veintena de años. Ese nuestro o nosotros se refiere claramente a los responsa­bles de dicha pastoral. Y sigue siendo cierto que la tibieza en las invitaciones se correspon­de con la mediocridad de la respuesta.

Si es cierto lo que ya hemos apuntado sobre la dificultad que experimentan los jóvenes para enfrentarse a lo definitivo, se hace mucho más necesario un itinerario en compañía que aprove­che los dinamismos existentes en los jóvenes. El joven de hoy, y hemos de considerar esto como un valor aprovechable, no da las cosas como supuestas, sino que tiende a explorar las posibi­lidades (a tener experiencias). A la pastoral le to­ca aprovechar este dinamismo e invitar a trazar­se un itinerario más largo y profundo de lo que habitualmente acostumbra a hacer, teniendo en cuenta que, superando una concepción estática de la vocación, está no es pasiva sino que hay que construirla, hay que caminarla, descubrirla, si se quiere, pero en un sentido activo.

Incluso el concepto de fidelidad a la llamada pierde su carácter estático, de mera permanen­cia en el mismo lugar, para adquirir un sentido dinámico de búsqueda constante, de actualiza­ción permanente. La pregunta -«Señor; ¿qué quieres que haga?»- requiere un proceso, una actitud permanente de búsqueda, más que una respuesta El  animador de pastoral juvenil es el que «hace camino» con el joven y que le ayuda (acompaña) a interrogarse, abrirse, buscar, orientarse, descubrir, madurar y optar.

José A. Warletta

«…El imaginario colectivo de loe cristianos, y aun su vocabulario, está repleto de frases, imágenes y conceptos que a ellos mismos leo resultan literalmente increíbles. Lo tremen­do es que eso «se sabe ya» de alguna manera. Pero no se reacciona. En general, se siguen recitando las mismas oraciones, pronunciando las mismas palabras y manteniendo – acaso con pequeñas variaciones- los mismos conceptos. […]

Desde luego, no cabe ignorar el esfuerzo de actualización, en algunos aspectos espec­tacular e imprevisible […]. Sin embargo, tampoco cabe negar que, cuando se va al fondo, todo está a medias: se acepta la critica bíblica, pero se sigue hablando de Adán en el pa­raíso; se acepta la autonomía de las leyes físicas, pero se prosigue con las rogativas por la lluvia; se acepta que Dios «no puede» acabar con el hambre de Somalia, pero se conti­núa pidiéndolo en las misas…»

  1. Torres Queiruga, Recuperar la creación. Por una religión humanizados, Sal Terrae, Santander 1997,18.y 21, respectivamente.

1 Véase, por ejemplo, el libro de J.M. MARDONES, Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmen­to, Bilbao 1988, o el artículo, en el que aquí nos basa­mos, por su visión sintética, de I. DÍEZ DEL Río, Post­modernidad y nueva religiosidad, en «Religión y cultu­ra», n° XXXIX, pp. 55-91.

2 G. LIPOVETSKY, La era del vacío. Ensayos sobre el in­dividualismo contemporáneo, Barcelona 1988.

3 R. RIBERA, Religió i reiigions, Col. «Debats»,Ed. de la Magrana, Barcelona 1995.

4 Remito al artículo de T. RUIZ CEBERIO, Valores bíbli­cos y su incidencia en la pastoral juvenil vocacional, en «Todos Uno» 114(1993), pp. 99-119.

5 Cf. ,CEAS, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mun­do. Proyecto marco de pastoral de juventud, Madrid 1992.

6 A. CENCINI, Vocaciones. De la nostalgia a la profecía, Ed. Atenas, Madrid 1991.

7 A. CENCINI, Coordenadas actuales para la opción vocacional e itinerario formativo para la decisión, en «Todos Uno», n° 125, pp. 51-75.

También te puede interesar…

Los itinerarios de fe de los jóvenes

Por Koldo Gutiérrez, sdb

El autor pone el punto de partida de su reflexión en la misión evangelizadora de la Iglesia, situando en ella
el marco de referencia necesario para cualquier itinerario de educación en la fe. Recorriendo con maestría
el reciente magisterio posconciliar, con especial atención al pontificado de Francisco, Gutiérrez señala el
horizonte del diálogo fe-cultura como el gran desafío que la transmisión de la fe debe asumir. En la segunda
parte de su estudio, el autor señala las diez claves que, a su juicio, deben ayudar a implementar y desarrollar
itinerarios de educación en la fe para los jóvenes de hoy a la luz del actual Directorio para la catequesis.