ser pastores de jóvenes hoy

1 julio 2009

Fabio Attard es Consejero General para la Pastoral Juvenil Salesiana
 
A la experiencia educativa se la ha llamado arte, pero también reto. Creo que los dos términos no son contrarios, porque el verdadero arte no es sino una experiencia de libertad, más aún, un verdadero y propio reto.
En estos últimos años se habla también de emergencia. Sentimos fuertemente el grito de cuantos piden ser acompañados y no quedar abandonados -nuestros muchachos y nuestros jóvenes-. Incluso el término que utilizamos para explicar la actual situación educativa manifiesta que hoy la cuestión educativa esta alcanzando un espacio cada vez más creciente.
Las reflexiones siguientes se sitúan en una perspectiva muy clara. Escribo desde la perspectiva de quien ha hecho una opción educativa con unos puntos precisos de referencia. Tales puntos son muy simples. Ante todo, poner en el centro la persona que busca sentido. Y, segundo, esto lo vivo inspirándome en un marco antropológico que ve la persona como criatura de un Dios que ama, y que sigue amándola en Cristo. Tercero, con otros muchos me pongo en este peregrinaje siguiendo a un maestro que lo ha recorrido antes que yo (Don Bosco).
El método de Don Bosco, su manera de estar presente como educador se traduce esencialmente en estar al servicio de los muchachos y de los jóvenes. Estar cercano a los jóvenes de tal manera que se suscite en su corazón el deseo de crecer (razón), el coraje de mirar a lo alto (religión), para llegar después al deseo de vivir y compartir todo como don (amor).
 

  1. Ser cercanos

 
Ser cercanos como educadores para sentir el relato de la propia historia, un sentir pasivo y activo al mismo tiempo, parece una cosa simple. A algunos les parece incluso una pérdida de tiempo. No se ha dicho que sea simple, ni menos todavía que no pueda resultar también pérdida de tiempo. Sin embargo, el verdadero “ser cercanos” a los jóvenes hoy, adquiere un significado diverso. En general, en un contexto en el que nosotros, adultos, parece que nos encontramos bastante preocupados por llegar, por acumular, es claro el riesgo de que nos quede poco tiempo para estar cerca de nuestros muchachos.
En uno de los últimos sondeos sobre la escuela, en Italia, he encontrado una frase que me ha hecho reflexionar mucho: “los jóvenes hoy son huérfanos con padres vivos”[1]. Me he preguntado, pero, si sus padres están allí, a su lado, ¿cómo puede resultar como si no estuvieran? Están ciertamente allí, físicamente a su lado, pero sólo como recurso material, no necesariamente, y no siempre, como una presencia afectiva.
Creo que todos nosotros, padres y educadores, tenemos un primer interrogante que contemplar: ¿cómo estamos presentes entre los jóvenes? Si mi ser pastor de jóvenes se limita sólo a proveer actividades, a gestionar planes de acción y organizar un proyecto, me pregunto si precisamente en este punto no estamos perdiendo una oportunidad única, estar cecanos para sentir el relato.
 

  1. Sentir el relato

 
En un ambiente en el que estamos saturados por un alud de información y de imágenes, ¿no corremos también nosotros el riesgo de tratar la historia de los jóvenes del mismo modo que tratamos las historias de cuanto nos pasa por delante? Quiero decir, de un modo superficial. El verdadero pastor que está cercano a los jóvenes, les ofrece la posibilidad de que su historia sea un don que contar, una experiencia que compartir.
¡Cuántas veces recibimos el agradecimiento de los jóvenes porque hemos escuchado sus historias, ofreciéndoles todo el tiempo necesario! ¡Cuántas veces ante la pantalla del ordenador se asoma un mensaje msn ochat, porque un joven tiene necesidad de “hablar”, de ser escuchado! Lo más hermoso de todo esto, se encuentra en un hecho muy simple: quien se narra a sí mismo no sólo tiene necesidad de ser escuchado, sino, más profundamente, descubre que al narrarse está también escuchándose a sí mismo.
En este contexto de respeto, ser pastores nos pide acoger en la narración la sed oculta y el hambre todavía no sentida. Escuchar la narración se convierte para nosotros, pastores, en una oportunidad para educar a los jóvenes a descifrar sus mismas necesidades y trazar con coraje los procesos necesarios.
Pero hemos de tener cuidado para no reducir el “escuchar la narración” a una mera técnica. Resulta, más bien, una actitud del corazón. Nos exige una vasta preparación en nuestro propio camino personal. Esto es lo que nos pone en sintonía con su ambiente, y nos prepara para intuir su lenguaje y explorar sus metáforas.
 

  1. La función de la religión

 
Danièle Hervieu-Leger, al tratar el tema de lo sagrado en la posmodernidad, nos abre algunas pistas interesantes para nuestro ser pastores hoy[2]. Hervieu-Leger escribe que la transmisión del creer asegura la continuidad de la memoria. Para ella, la memoria es el alma del creer, y la dimensión ritual es la renovación de la memoria.
Son términos que no tenemos tiempo de explorar. Pero, seguramente, nos hacen reflexionar, especialmente ante algunas opciones que hemos tomado en el pasado, es decir creer que el discurso religioso y la experiencia espiritual fueran propuestas superadas. En una sociedad en la que falta la memoria, se corre el riesgo de que aparezca una actitud donde cualquier decisión ética esté condicionada por un “imperativo de lo inmediato”. Esta última frase es mucho más fuerte que el mero individualismo, que, en pequeñas o en grandes dosis, se encuentra siempre en el corazón de la persona.
La escucha del relato de nuestros jóvenes es un camino privilegiado a través del cual nosotros, pastores, tenemos la oportunidad de suscitar y educar a la memoria. La sed y el hambre escondidos dentro de su corazón siguen siendo una realidad no encontrada si ello no acaece. La memoria sale al encuentro de tal sed y hambre.
La consecuencia de toda esta quiebra, que podemos llamar un vacío en el alma, es un ambiente en el que domina el presente sin referencia al pasado. Un pasado que desaparece. Y la conexión con el futuro será siempre más opaca y sin sentido. Al fin de cuentas, la belleza de hacer de la propia vida una extensión del propio ser, resulta un espejismo, un esfuerzo imposible.
 

  1. Búsqueda y retorno de lo sagrado

 
Hoy, cuantos se interesan por la vida de los jóvenes, cuantos están comprometidos diariamente en la historia de los jóvenes, desde los sociólogos a los educadores, desde los pastores a los agentes sociales, están de acuerdo en que la dimensión espiritual no es una dimensión transitoria sino que forma parte del mismo ser de la persona. En este escenario, la sed de lo divino y el hambre de lo trascendente se toman de nuevo en serio. Los mismos jóvenes, en su desierto de lo cotidiano, no dejan de formular cuestiones a este propósito. Pero hay que advertir que su búsqueda de identidad religiosa la viven con los mismos criterios de la posmodernidad, de una manera fragmentaria e individual.
Esto último parece ser el único lenguaje que el mundo adulto ha sido capaz de transmitirles. La dimensión añadida en ello, es que los jóvenes que afrontan el discurso espiritual siguen pidiendo hacer este camino no en solitario. No es raro entonces ver, por una parte, una mentalidad individualista en la búsqueda de lo religioso y, por otra, las ganas de hacer el camino en comunidad, con otros que se sienten en búsqueda.
Un caso típico lo podemos encontrar en diversas encuestas sobre los jóvenes y la dimensión religiosa. En una investigación sobre la religiosidad juvenil en Italia, realizada por el Instituto IARD y por el Centro de Orientación Pastoral (COP), entre la primavera y verano del 2004, vemos que la mayoría de los jóvenes italianos, el 70%, profesa el catolicismo. Sin embargo, se trata de un tipo de pertenencia muy distinta en sus expresiones: desde la ocasional a la ferviente, de la intimista a la ritual.
La tendencia general es la de vivir, ciertamente, la propia religiosidad pero bajo el signo de una gestión según los propios gustos. En estos protagonistas notamos cómo la presencia de la pregunta religiosa, que comporta el deseo de una búsqueda y de una práctica, no es distinta o distante de una aproximación subjetiva e individual.
Nos encontramos así, como pastores, en una encrucijada muy interesante. Si, por una parte, existe la pregunta sobre lo religioso y es una pregunta sincera, la manera y el método con los que se expresa y formula, son nuevos.
Estamos llamados a dialogar con esta historia y con todas sus señas de identidad. Nos encontramos frente a una personalización del discurso religioso que tiene dos posibles salidas: por una parte, existe el riesgo de un relativismo craso, por otra, existe la oportunidad de una posible personalización que abre nuevos caminos hacia una religiosidad más convincente. En otras palabras, la segunda pista, sería favorecer la construcción de una seria conciencia cristiana y de un camino serio y profundo.
 

  1. Crear comunidad

 
La segunda pista la podemos perseguir sólo en un clima de fraterna comunión. A este respecto, quisiera referirme a una obra reciente de monseñor Claude Dagens[3], obispo francés, miembro de la Academie Francaise. Escribe que, fruto de su experiencia pastoral, está convencido de que la sed y la espera de espiritualidad está viva en nuestra sociedad -y hasta aquí estamos todos de acuerdo-. Para él, esto es el signo que nos da fuerza y coraje. Además -y aquí radica la novedad- esta toma de conciencia debe constituir una fuerte motivación para nuestras comunidades.
Dagens continua diciendo que, en relación a cuantos están en búsqueda, nosotros, en cuanto creyentes, estamos llamados a salirles al encuentro, a acogerlos, a hacerles sentir que, por nosotros, están en casa. Lo que aquí está en juego es nuestra capacidad de ver y escuchar para saber ofrecer caminos de fe. Será una verdadera tragedia si nos ven únicamente como gestores de una empresa más que como profetas dispuestos a trazar el camino de un mensaje de vida y de verdad.
Me parece que en estas palabras encontramos los pastores el núcleo de nuestro desafío. Saber proponer caminos, crear espacios de convergencia con esta generación que tiene el mismo anhelo, pero que emplea un tipo de lenguaje diferente.
En el año 2005, en una conferencia en Londres sobre la aportación de la fe cristiana al futuro de Europa, el padre Timothy Radcliffe OP, que había sido General de los Dominicos, comentaba el retorno de lo sagrado y el aumento del creer religioso. Dijo, con seguridad y claridad, que el gran desafío para los cristianos es el mantenerse en contacto con tantos millones de personas que buscan honestamente a Dios, pero que no frecuentan la Iglesia. En el centro de la fe cristiana está la comunidad; estamos reunidos por el Señor en torno al altar. Es este espacio de sacralidad y de humanidad el que ha de ser ofrecido y compartido.
Dagens y Radcliffe ofrecen dos testimonios fuertes que surgen de dos experiencias típicas de pastores abiertos a cuanto exige la fe, como también a cuanto se refiere a la búsqueda de la fe de muchos.
 

  1. Ofrecer un testimonio

 
Llegados a este punto, no podemos quedarnos en meros comentaristas de turno. Porque somos creyentes, personas que hemos puesto nuestra esperanza en la persona de Cristo, creemos firmemente que Cristo continúa caminando con nosotros. Al término de una lectura sociológica constatamos que asistimos a un cambio radical de época. En este nuevo escenario, estamos convencidos de que el mensaje de Cristo no sólo no ha perdido su perenne novedad, sino que recibimos desde distintas partes la confirmación que el “problema de Dios”, si alguna vez fue un problema, sigue más que nunca vivo[4].
Para el educador cristiano, la fe ofrece la certeza de que no existe ningún tiempo -tampoco el de la posmodernidad- que pueda ser un tiempo sin Dios, o bien, abandonado de Él[5]. Podemos decir que la aportación de la fe ofrecida por el pastor a quienes están en búsqueda, y entre ellos se encuentran los jóvenes, es una forma de sólido testimonio de que Dios camina siempre junto al hombre.
 

  1. Propuesta

 
Para terminar esta breve reflexión quisiera referirme a un artículo muy interesante de Franco Dorofatti, profesor de psicología en el seminario de Brescia[6]. Concluye su aportación sugiriendo cuatro pistas pastorales, que anoto ahora de forma muy breve.
– Invitar a las personas a tener el espíritu abierto y disponible para acoger el misterio de la vida, del nacer y del morir del hombre, del amor, del sufrimiento, de Dios, con sentimientos de admiración, maravilla, gratitud, alegría, dolor, esperanza, paz, aferrados y poseídos por el misterio, más que querer gobernar y poseer el misterio. Es necesario liberar la dimensión contemplativa de la vida, dejando espacio al “homo religiosus”. Suscitar el deseo, típico del peregrino, de la busqueda de Dios.
– Urge un aggiornamento en la comunicación del mensaje cristiano. Nuestro lenguaje en cuanto es vehículo de cuanto significa ser Iglesia debe hacerse “contemporáneo”, tener en cuenta los tiempos, los valores y contravalores presentes en la sociedad, de la lengua de un pueblo. El filósofo canadiense Charles Taylor, en una entrevista concedida al Avvenire, afirma que la Iglesia puede ser considerada como “reserva de valores y de símbolos”, pero que no es éste su quehacer principal. La misión de la Iglesia es vivir el evangelio y llamar a la fe, hacer encontrar a Dios. El reto prioritario para la Iglesia es hablar al mundo de hoy en su complejo lenguaje.
– La afirmación de la muerte de Dios, si alguna vez llegó a ser verdad en el pasado, no lo es ya hoy. El siglo XXI contempla el desquite de la religión. Pero al retorno de Dios falta el retorno del hombre: falta la confianza en el hombre, por lo que el muerto no es Dios, sino el hombre. Si Dios comienza a volver, el hombre continúa yendo al encuentro de manipulaciones, desgarros, violaciones, entre ellas la falta de respeto a la vida, desde la concepción a la muerte. Pero en la propuesta cristiana se debe proceder con fidelidad a Dios y al hombre, a su dignidad, esperando que al retorno de Dios corresponda un retorno del hombre. Se trata de proponer una antropología abierta al trascendente, conscientes de que la confianza en Dios abre la confianza en el hombre y que el hombre vivo es la gloria de Dios.
Es necesario plantear una pre-evangelización que parte del despertar de la pregunta religiosa y prepare el terreno apto para el germinar de la religión en el corazón de las personas. Conviene suscitar la pregunta a través de momentos de encuentro, de debate, de reflexión sobre los grandes problemas de la vida, de silencio, de oración. El cristianismo puede ofrecer una respuesta exhaustiva a los problemas más importantes del vivir. Hay que augurar que las personas indiferentes que se encuentran implicadas en e un camino de compromiso cristiano, puedan encontrar comunidades cristianas “atrayentes”, capaces de fascinar con su fe, con la alegría y la vida de caridad.
 
Conclusión
 
A modo de conclusión ofrezco la reacción de Paul Ricoeur a propósito de su estancia anual en Taizé. Lo hago porque, ante todo, me parece que recoge bien las cuatro sugerencias ofrecidas. Y, en segundo lugar, deseo que nuestros lugares sean realmente espacios de caridad acogedora.
Venimos de la civilización que efectivamente ha matado a Dios, es decir, que ha hecho prevalecer el absurdo y el sin sentido sobre el sentido. Pero esto provoca una profunda protesta. Utilizo esta palabra que, en su sentido, es cercana a la palabra atestado[7], porque el atestado procede de la protesta que la nada, el absurdo, la muerte no son la última palabra. Esto alcanza la cuestión sobre la bondad, porque la bondad no es sólo la respuesta al mal, sino también la respuesta al sin sentido. En la protesta está la palabra “testimonio”; se pro-testa antes de poder a-testar. En Taizé se hace el camino de la protesta al atestado, y este camino pasa a través de la ley de la oración, que es la ley de la fe. La protesta es todavía algo negativo: se dice no al no, y aquí es necesario decir sí al sí. Hay, pues, un movimiento pendular desde la protesta al atestado, y creo que se realiza a través de la oración.
 

FABIO ATTARD

 
[1] Se trata de una frase que se refiere a una publicación que lleva el mismo título: I. BATTISTA, Orfani di genitori viventi, Pieraldo Editore, 1998.
[2] Cf. D. HERVIEU-LEGER, La religión en mouvement. Le pelerin et le converti, Flammarion 1999.
[3] C. DAGENS, Méditation sur l’ Église catholique en France: libre et presente, Éd. du Cerf, Paris 2008.
[4] Cf. G. CAMPANINI, “Il tempo della secolarizzazione. Il tempo della fede”, en O. SVANERA (a cura di), Il tempo tra inquietudine e responsabilità, Messaggero, Padova 2000.
[5] Cf. F. LORIZIO, Rivelazione cristiana. Modernità. Post-modernità, San Paolo, Cinisello B., 1999.
[6] F. DOROFATTI, “Dalla eclisi del sacro al suo ritorno – con prospettive pastorali”, en Orientamenti Pastorali10/2008, 15-22.
[7] En italiano el autor emplea las palabras “protesta” y “attestazione” (Nota del traductor).