Shrek

1 junio 2002

El cine de animación lleva durante años deparándonos gratas sorpresas. En su intento por abrir las puertas (y el bolsillo) al público adulto, tanto las películas de Disney como las de otras productoras (en este caso, Dreamworks, la empresa de Spielberg) han ido radicalizando sus propuestas, hasta tal punto que al tradicional edulcoramiento de los argumentos concebidos para los niños le ha sucedido un tratamiento de los temas mucho más irónico, no exento de cierta crueldad y alimentado con notables dosis de inteligencia. La tendencia a desmitificar el universo de la fantasía, los guiños para el público mayor de edad, la mirada sarcástica y una inagotable creatividad visual han ampliado notablemente las posibilidades de este género tan rico, susceptible de inagotables hallazgos tanto en el plano técnico como en el meramente artístico
Shrek da una vuelta de tuerca más a este proceso al plantearnos un cuento de hadas patas arriba, en el que los héroes son un ogro pestilente y un burro locuaz. Como en los clásicos relatos de este género, también hay una princesa (que eructa y no le hace ascos a una buena rata asada), una dragona (enamoradiza y con una caída de ojos de mujer fatal) y un principe (enano, prepotente y, en última instancia, carnaza para nuestro monstruo sentimental ). Como proponía Rodari en su clásica Gramática de la fantasía, en esta deliciosa película se ha invertido el mundo de los cuentos y sus personajes, sus situaciones y sus decorados están intencionadamente malversados, descolocados y vistos con una distancia tan corrosiva como regocijante. Para conseguir este fin, al continuo bombardeo de citas y parodias de clásicos literarios o cinematográficos del género se añade el anacronismo como procedimiento humorístico fundamental (el reino de Lord Farquaad es como un gran parque temático; el espejito mágico presenta a la príncipe las distintas princesas entre las que puede elegir como si se tratara de una campaña publicitaria, etc, etc, etc…), la fusión de géneros (la banda sonora, a base de clásicos contemporáneos de la música pop o del rock, dota a la obra de una textura acústica muy fresca; hay continuas inclusiones de elementos del cine de acción, sentimental, de aventuras…), y una cuidadosa elaboración del guión literario, que complementa la prodigiosa inventiva visual con una más que sugestivo ingenio verbal.
 
Ya Hércules o Aladino habían jugado estas bazas; sin embargo, Shrek culmina la relectura posmoderna de los modelos clásicos de la animación al situar su acción en el mismísimo centro del mundo de los cuentos. Si las estrategias paródicas en el cine de imagen real han entrado en franca vía muerta (recordemos las horrorosas versiones de las películas de terror juvenil, las dos Scary movie, o las ya atorrantes cintas con Leslie Nielsen como protagonista, que agota el modelo que Aterriza como puedas inauguró), en el ámbito de la producción de dibujos animados continúa siendo una veta riquísima, pues la propia naturaleza irreal de sus imágenes y de sus historias acepta la imitación burlesca sin que la narración y la construcción de personajes se resienta, amén de que la imaginación de los guionistas en este caso está a años-luz de la manifestada por los responsables de los engendros arriba citados.
El planteamiento temático de Shrek no anda muy lejos del propio del grueso del cine infantil de los últimos años. La belleza sigue estando en el interior, la amistad y el amor continúan siendo valores fundamentales frente a la soledad y el egoísmo, las apariencias resultan la mayoría de las veces engañosas, como es de rigor. No obstante, más allá de este simplismo casi obligado, esta película apuesta por rizar el rizo en su discurso:
 
Los protagonistas
Los dos protagonistas, el ogro y el burro, son tan entrañables y humanos como groseros. En ellos se da la mano sensibilidad y ordinariez. Eructan, ventosean, actúan siempre de la manera más políticamente incorrecta que pueda imaginarse, para que, al fondo, prevalezcan siempre los valores inamovibles que los humanizan. Forman una pareja poco épica y nada heroica, que se mueve mayormente por sus propios intereses y, sobre todo, impulsados por el hecho de ser seres marginales, condenados al ostracismo por los prejuicios y las etiquetas de una sociedad ciega, intolerante y carente de libertad. A este respecto, es interesante observar como el pueblo de Lord Farquaad aplaude, abuchea, ríe o llora cuando se lo indican unos carteles sostenidos por los guerreros del príncipe, en una clara alusión a esa falta de rostro y de auténtica voluntad que caracteriza a la masa. Frente a los caballeros encopetados que se disputan en torneo el derecho de salvar a la princesa o frente a los alegres hombres del bosque de Robin Hood, estos dos personajes ganan en realidad lo que pierden en idílico idealismo, con lo que su entidad, la complejidad de su carácter supera a la de otras creaciones similares, lastradas por el esquematismo de lo arquetípico.
 
Otra imagen de mujer
Del mismo modo, la princesa Fiona rehuye en todo momento el prototipo femenino al uso. La progresiva liberación de la mujer en el ámbito cinematográfico, esa evolución que lleva a las princesas desde Blancanieves a las protagonistas, mucho más activas, erotizadas y creíbles, de las últimas películas de Disney, culmina su proceso de transformación con esta mujer tan poco convencional como adorable. Desde que es rescatada en la torre del castillo hasta que, recuperada su auténtica naturaleza, se casa con Shrek, Fiona (quien por el día es princesa y por la noche ogro a consecuencia de una maldición) va despojándose del anquilosamiento, los tópicos, el lenguaje medieval y las maneras blandas y, en el camino, acaba por definir su identidad y sus aspiraciones. Lo excepcional radica en que, en la escena culminante de la Iglesia (una parodia muy inteligente y malintencionada del desenlace de La bella y la bestia de Disney), en lugar de transformarse en una princesa de por vida, como era de prever, acaba convertida definitivamente en una anomalía de la naturaleza, en un ogro hecho y derecho. El amor, por fin, es de los feos, y en el final feliz de la obra, Shrek y Fiona, decididamente apartados de los cánones de belleza, acaban unidos y dispuestos a comer lombrices, formando una pareja tan inusual como la integrada por la dragona y su burro querido. En otras películas, al término la bestia recuperaba su forma de príncipe azul, el pato feo ascendía a cisne. En este caso, aceptarse tal como uno es se presenta como la verdadera salida dichosa a los conflictos, el verdadero desenlace perfecto, más allá de triunfalismos vacuos e irreales.
 
Una saludable visión crítica
Finalmente, no podemos olvidar la «mala leche» y la saludable visión crítica que recorre toda la obra, camuflada en desopilante deconstrucción de la morfología de los cuentos : ese Geppetto que vende a un Pinocho irredimible, las princesas que se tiran de los pelos por conseguir el ramo de la novia, el país de los cuentos representado como una Disneylandia tan limpia como artificiosa y falsa, el espejito mágico que miente al poderoso ante la amenaza de ser destruido, la galletita torturada por los sicarios del príncipe para que confiese dónde están sus amigos, los seres de los cuentos, condenados al destierro en la ciénaga del ogro porque afean las calles del principado con su excepcionalidad multicultural… Lo que aparentemente es sólo una imaginativa vuelta al revés de los relatos infantiles puede leerse, si uno analiza con atención, por ejemplo, los detalles citados, como una soterrada e inteligente sátira social.
En fin, más allá de la hora y media de diversión y buen cine que proporciona Shrek, al margen de tratarse de una lección de creatividad sobresaliente, esta película revisa y actualiza los contenidos tradicionales de este tipo de obras, dotándoles de una mayor riqueza de matices, de una mayor vigencia y, sobre todo, de una mayor conexión con los problemas del mundo real, a pesar de su envoltorio sólo superficialmente escapista. Érase que se era… la vida misma.

              Jesús Villegas

 

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