SI Dios me obsequiara un trozo de vida

1 octubre 2000

Gabriel García Márquez se retiró hace tiempo de la vida pública por razones de salud: cáncer linfático. Parece que está perdiendo la batalla. Vive en críticas y graves condiciones, por eso ha enviado una carta de despedida a sus ami­gos. Aquí está el maravilloso texto de uno de los colombianos más brillantes y admirables que han existido.
 
Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más; entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escu­charía cuando los demás hablan, y ¡cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!
 
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma. Dios mío, si yo tuviera un co­razón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que les ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos…
 
Dios mío si yo tuviera un trozo de vida… No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer y hombre de que son mis favo­ritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido.
 
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres… He aprendido que todo el mun­do quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la for­ma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayu­darle a levantarse.
 
Son tantas las cosas que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no ha­brán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré mu­riendo.
 
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

También te puede interesar…