¿Qué ha pasado en las últimas décadas en nuestra cultura para que mucha gente, desorientada en lo fundamental, no encuentre el trazado para dirigir la vida personal hacia buen puerto? Las variables que se entremezclan para originar este hecho son las siguientes:
- Los cambios vertiginosos operados en los últimos años en cuestiones esenciales. Hoy la vida va demasiado deprisa, pero no me refiero sólo a su ritmo, sino también a los ingredientes que se alojan dentro de ella. Hemos cambiado más en dos décadas que en un siglo. Los avances, la técnica, las modernas investigaciones han revolucionado las formas de vida. Asistimos al desgaste de los materiales sólidos con los que se edificaban las ideas y las creencias. Y que daban firmeza, plenitud y felicidad a la vida. Todo arde en el mercado de la modernidad. Unas cosas queman y dan fuego; otras se desvanecen y dejan al hombre huérfano de los principales valores.
- Se ha ido produciendo últimamente una especie de malversación de las palabras, que ha llevado al uso, abuso y falsificación de los conceptos primordiales. Hay toda una manipulación producida de aquí y de allá, que desdibuja y trivializa las nociones. Un ejemplo es el deterioro de las palabras amor y libertad.
- El bombardeo constante de noticias e informaciones a través de los grandes medios de comunicación. Información minuciosa, milimétrica, precisa, casi siempre centrada en temas negativos o polémicos, que nos dejan fríos y desencantados. Información que no es formativa, que no hace al hombre más maduro, ni lo mejora ni enriquece. Su efecto va a conducir a lo que yo llamaría el síndrome del exceso de información. Ese síndrome por exceso de referencias se compone de los siguientes síntomas: la persona que se encuentra embargada por él, está con ansiedad, inquieta, descontrolada. Pero la palabra que mejor la define es: aturdimiento por abundancia y dispersión de reseñas y datos. Los mismos periódicos nos someten a un ametrallamiento muy similar. Es menester saber hacer una criba de todo eso que se recibe, sobre todo por higiene mental. Es menester descifrar el criptograma de datos que nos llegan como en cascada, unos detrás de otros. Hay que buscar las claves haciendo una labor de síntesis: quedarse con lo esencial, almacenarlo y tirar lo que estorba. Ese trabajo intelectual no es fácil y requiere un cierto entrenamiento en la tarea de separar el trigo de la paja.
- La presentación permanente de vidas conocidas sin mensaje interior. Aquí se lleva la palma la televisión. Da pena asistir al espectáculo permanente de los personajes que en ella aparecen: futbolistas (una y otra vez), las modelos (hoy tan de moda) y los artistas en sus más diversas artes. Y no digamos nada de las revistas del corazón, a las que hay que dedicarles una mención especial. Interesa la vida ajena de los personajes conocidos, pero rota, truncada, hecha añicos. Hay un fondo morboso en esa inclinación. Y también pasar el rato trivializando la vida. Las desgracias ajenas gustan, porque compensan las propias. Las revistas del corazón representan el mínimo denominador común de la cultura de masas. Mucha gente sueña con las cosas que les suceden a otros.
- Todo esto va conduciendo a una ausencia de líderes (en quienes) ver los grandes argumentos repletos de sentido, atractivos, sugerentes. Esta ausencia lleva a uniformar a la masa en el peor sentido de la palabra, otorgándole la victoria a una mediocridad que se va imponiendo día a día.
- El resumen de lo anterior termina en la desorientación moral, (ese) arte de vivir con dignidad, como corresponde al ser humano. Se desciende así hacia lo que ha llamado Lipovetsky la ética indolora y lo que yo he denominado la moral light, tejida e hilvanada de una tetralogía disolvente y giratoria, que acaba en el nihilismo: hedonismo-consumismo-permisividad-relativismo. Es la apoteosis de los escenarios nihilistas, en donde asistimos a una sociedad que ha perdido los puntos de referencia. De ahí transitamos hacia una desorientación moral al diluirse los criterios personales e ir más hacia los sociales. Erosión demoledora en la que estamos y que oscila entre la levedad y la dispersión, la sugestión por lo inmediato y el éxtasis de la facilidad.
- Llegamos así al relativismo moral. El relativismo como forma de pensamiento tiene un tono devorador, hace tabla rasa de todo lo que encuentra a su paso. Se produce así la absolutización de lo relativo.
Enrique Rojas, Psiquiatra
ABC, 1.6.03
Para hacer
¿Qué nos parecen estos síntomas de nuestro tiempo que señala el autor (y que nosotros hemos extractado)? ¿Con cuáles estamos de acuerdo y con cuáles no?
Ir repasándolos y poner casos concretos que demuestren que se dan o no se dan. Hacerlo centrándose especialmente en los jóvenes.
¿Y las soluciones? Ver lo que dice el autor (Leer los últimos párrafos de la sección Opinión). ¿Estamos de acuerdo? ¿Cuáles daríamos nosotros?