La industria armamentística y su inversión tecnológica son el principal motor de la economía global. Su ideología nos impone que esta forma de organizar el mundo es la única posible, que no hay salidas viables a este orden mundial. Mientras crece la sensibilidad contra cualquier forma de guerra y uso de la violencia, se produce una inmensa cantidad de armas por minuto, armas que, lógicamente, serán compradas y, posteriormente, utilizadas.
El pacifismo subsiste discretamente, pero ha perdido la fuerza y el vigor de otros tiempos. Algunos jóvenes todavía militan en él, pero son, proporcionalmente muy pocos y carecen de medios y de un discurso sólido.
Los intelectuales parecen dedicarse a otros asuntos. Da la impresión que no hay alternativa al modelo actual y que no tiene ya sentido pensar cómo evitar guerras y resolver los conflictos a través de la razón y de la palabra.
Los grandes líderes pacifistas de otros tiempos han envejecido o, simplemente ya no están con nosotros. Las generaciones universitarias desconocen la obra y el pensamiento de personajes como Mahatma Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela. Están fascinados por los jugadores de la NBA, por las actrices de la industria americana, por las modelos y los cantantes de moda.
El glamour lo acapara todo, los intereses estéticos substituyen a los intereses éticos y políticos. Todos pueden canturrear la pieza musical que España presentó a Eurovisión, pero pocos son capaces de recitar de memoria un verso de Manrique, un soneto de Quevedo o un pensamiento de Séneca. Así nos va.
En este contexto de apatía colectiva, si alguien quiere proponer algo distinto será oportunamente tachado de iluso, radical, neocon o comunista. El cinismo ha matado cualquier tentativa de cambio, cualquier ensayo de liberación, cualquier discurso pacifista.
Esta ideología funciona también como una teología, pero a la inversa. Lo más grave es que ni siquiera nos damos cuenta. Es una ideología va calando hasta los huesos. Se asume como una fatalidad el hambre el mundo, la explotación sexual de personas, la pandemia de la droga y la especulación del suelo.
El brazo filosófico de la globalización se centra en la ideología postmoderna; ésta, un remedo de progresismo conservador, tiene a gala la fe en la ausencia de sentido del mundo y en la inexistencia de una salvación que abarque a todos los hombres.
El individualismo atomizado digital se encarga de imponer una ideología opresiva, una dictadura real de una fe virtual. Sólo se debe creer que nada es absoluto, definitivo y bueno para los hombres, sino que todo está permitido, todo es relativo y todo es indiferente, es decir, un absolutismo peor que afirma que todo es relativo.
Paradójicamente, tal ideología no es capaz de someterse a sí misma a la crítica. Se puede criticar todo, pero no el relativismo, porque cualquier crítica de éste se identifica con un espíritu reaccionario.
Esta ideología postmoderna es la que permite que quinientas familias en todo el mundo controlen de una forma u otra el setenta por ciento de la riqueza, mientras quinientos millones de niños no tienen acceso a la educación, mil millones de seres humanos están por debajo de los niveles mínimos de vida, a las puertas de la muerte; tres mil millones viven con dos dólares diarios, doscientos dieciocho millones de niños trabajan como esclavos y treinta millones mueren cada año por enfermedades irrisorias en occidente o por falta de alimentos.
Sin esa ideología que nos enseña que todo es relativo, no sería soportable vivir con ese sufrimiento en el mundo. En definitiva, el relativismo es una forma de consolación, una especie de excusa para actuar, algo así como un bálsamo para los ricos.
forumlibertas.org, 30/05/2008
Para hacer
Leemos, subrayamos y seleccionamos. ¿Qué se dice aquí?
Comentamos entre todos para aclararnos y para tomar cnciencia. ¿Qué hay detrá de todo esto?
¿Y concretamos: ¿Qué podemos hacer?