Sobre el silencio sosegante

1 mayo 1998

Qué lejano nos queda el silencio, qué lejano… La vida, que hemos organizado entre todos, ahora nos pasa factura: desapareció el silencio hasta convertirnos en un montón de vacíos sonidos. Es uno de los dramas de este tiempo.
Y tanto ruido nos impide caer en la cuenta.
El silencio es el silencio, así, a palo seco. El silencio implica la ausencia de voces, la ausencia de gritos, la ausencia de llamadas.
El silencio, por lo tanto, no se produce por casualidad en nuestros días, se busca apasionadamente para gozarlo como acompañante de la soledad, por lo menos de la silenciosa soledad, la más depurada y la más honda. Estar en silencio es ser en silencio: he aquí su grandeza, casi siempre olvidada. Optar por el silencio es optar por uno mismo: nunca ese quedarse en la nada vaciada de expectativas. Comprendo vuestra situación de gente joven.
En realidad, a vuestra edad se confunde el silencio con la carencia de palabras y hasta de comunicación: puede llegar a acomplejaron estar silenciosos.
O también podéis llamar silencio a esa tristeza que en ocasiones invade vuestro espíritu y que tanto tiene que ver con la nostalgia del amor… Quedáis, así, prendados del grupo de amigos, donde la charla es animada e interminable y uno puede perderse en el goce de la relación. ¿No experimentáis, sin embargo, cierto cansancio tras tanto hablar y hablar, sin descanso alguno? ¿No sentís una misteriosa necesidad de recuperar el silencio profundo para aquietaron y pensar? En otras palabras, ¿no existe demasiada algarabía en vuestras jóvenes vidas, tan extrovertidas y alegres?
Me permito deciros con todo mi cariño: acercaos al gozo del silencio,
denso y tierno, sabroso y ácido, inteligente y escurridizo, tan lleno de ausencias y tan lleno de presencias, hasta sufrir en determinados instantes
su componente de soledad, que siempre será «soledad sonora». Porque en el silencio más radical crecen esas definitivas voces interiores, donde nuestra personalidad se amplía al infinito. Nuestros silencios, jóvenes amigos, producen nuestras palabras últimas. Las mejores.
Nada de cuanto llevo escrito privará de la deliciosa relación y de la camadería amistosa. Al contrario, te las hará más sólidas y gozosas. Pero tú, así, en forma muy personalizada, haz la prueba de fuego: una noche, levántate de la cama, sitúate en la ventana, contempla el cielo estrellado, y, así, entrégate a la sinfonía sideral del silencio, cuando » lo otro», lo desconocido pero atrayente, comienza a dejarse oír, con delicadeza de escalofrío. Sabrás lo que es la belleza en su estado puro, nacida tu escucha en las venas del instinto original, donde todo se encuentra, ya, hablado del todo. Por favor, haz esta sugerida experiencia. Hazla.
En el silencio de los tiempo, explotó la creación.
En el silencio de vuestros tiempos, explotará la vuestra. Vosotros veréis. Yo, por mi parte, os lo he escrito.
 
NORBERTO ALCOVER
PARA HACER

  1. Esta carta es una de las 60 que el autor ha dirigido a los jóvenes en un reciente libro (Invitación a la sospecha. Cartas a los jóvenes, PPC, 1998). Ver el original, elegir algunas más, leerlas y co­mentarlas.
  2. Hemos elegido una carta de temática desacostumbrada para los jóvenes. ¿Qué pensamos de lo que dice? Después de leerla y comentarla, contestar al autor en otra carta…

 

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