Sobre la Generación Z

16 octubre 2019

Imagen de Hebi B. en PixabayLos comienzos de curso acostumbran a ser, en los últimos años, un foco de creciente preocupación en las familias, especialmente aquellas que tienen adolescentes a los que acompañar -por no recurrir a esa expresión popular y tan manida que nunca ha sido mucho de mi gusto; me refiero a esa que añade, en vez de cuidar o ayudar, la coletilla «a su cargo», que suena precisamente a carga que soportar-. Notoria resulta la parsimonia con la que nuestros jóvenes se adaptan al ritmo ordinario de trabajo y estudio. A todos nos cuesta volver a empezar, sin duda alguna, pero los padres viven el mes de septiembre con esa tarea añadida de recuperar el ánimo de sus hijos para afrontar las exigencias de lo que está por venir.
En ese tedioso afán, además, los medios de comunicación suelen bombardear nuestra conciencia con datos sobre la realidad infantil o juvenil en su realidad escolar, lo cual, a la luz de la perspectiva con que se presentan dichos datos, no provoca sino más agobio del que ya se tiene. En este contexto surge el tema de reflexión que os propongo en estas líneas, habida cuenta de que, en la habitual reunión con las familias en el inicio de curso, muchas de estas muestran seria inquietud por los hábitos, a veces poco saludables, con las que la mayoría de nuestros jóvenes desarrollan su competencia digital.

La denominada «Generación Z», confieso que me he tenido que informar sobre tal cuestión, pasará a la historia de la humanidad por ser la primera a la que se le puede aplicar el apelativo nada dulce de «empantallada». Tal agrupación, nativos digitales por supuesto, vive la realidad a través de una pantalla. ¡Será por dispositivos electrónicos! A la pantalla del móvil hay que sumar la del ordenador, tablet, televisión… Horas y horas delante de una pantalla, generando una dependencia que esclaviza nuestro tiempo y reduce el mundo a unas pocas pulgadas. Pantallas por las que se fraguan, para nuestro lamento educativo y pastoral, relaciones virtuales, líquidas, que solo anhelan un like que dé resonancia y sentido a la vida, tras haber vomitado en la Red, un medio de alto riesgo, las emociones más profundas. Titulaba hace unas semanas un periódico de tirada nacional sobre la Generación Z que antes se mentía a los padres para salir a la calle; ahora, nuestros jóvenes mienten a sus amigos para quedarse en casa, conectados a su mundo. Jóvenes que se conectan al universo virtual para desconectar del real.
Así, llegan los escalofriantes datos publicados por el Instituto de Pediatría en España, que señala que alrededor del 40% de los adolescentes entre 10 y 16 años padece síntomas de insomnio diurno, causado fundamentalmente por las horas robadas al sueño debido a la necesidad de estar conectado. Quienes trabajamos con adolescentes contemplamos cómo muchos de estos arrastran su cuerpo desde primera hora de la mañana, agotados ya antes de empezar el trabajo diario o, cuanto menos, con muy poca batería…
Los educadores y agentes de pastoral de nuestras casas, asumiendo la misión que el Señor nos ha confiado, no podemos permanecer impasibles a esta realidad, desconectados de lo que viven nuestros destinatarios. Lidiar con la Generación Z no es empresa fácil, máxime cuando parecen impermeables a la propuesta educativa que les llegue de un adulto; sin embargo, estos jóvenes de hoy en día muestran una fácil apertura a la conectividad, cualidad muy aprovechable para llegar a ellos. No sé si a través de pantalla o no. Lo cierto es que los anhelos más profundos de los jóvenes permanecen ahí, inalterables. Quizá nuestro primer gran cometido como acompañantes educativos pase por ayudar a que cada joven se conecte a sí mismo y no viva desenchufado de su verdadera realidad. Porque sabemos que en el corazón está la huella de Dios y la conexión a su Red Wi-Fi tiene por contraseña la práctica del amor. Porque la vida podrá ser sueño, pero no podemos vivir adormilados. Porque a través de la pantalla se construyen lazos de amistad más o menos verdadera, pero nada sustituye al calor de un abrazo o una caricia. Conectémonos a la Generación Z, manteniendo la fuente de alimentación en quien nos ha mostrado el amor más radical de todos los tiempos. Ayer, hoy y mañana son tiempos para amar.
Sergio Martín Rodríguez Salesiano Cooperador y educador en Salesianos Barakaldo
 

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