¡SOÑÉ QUE ME SALVABAS! LOS JÓVENES, LOS AGENTES DE EVANGELIZACIÓN Y LA SALVACIÓN DE DIOS

1 mayo 2013

Alicia Ruiz López de Soria, ODN
 
La autora de este artículo une un buen conocimiento de la teología actual con su práctica educativa y pastoral con adolescentes y jóvenes. Lo publicamos entero, aun siendo largo, porque aborda (y sugiere interesantes pistas pastorales) una cuestión decisiva para la Pastoral Juvenil hoy, la del LENGUAJE.
 
Resumen: Las personas son las palabras con las que Dios cuenta su historia. Dios quiere “salvar” dejando decir a su Hijo y, para ello, los agentes de evangelización se esfuerzan en ser `mediación gramatical´. Movidos por el deseo de identificación con Jesucristo, los agentes de evangelización transparentan cómo enÉl se revela el poder y la debilidad de un Dios que ofrece un proyecto de salvación a todo ser humano, incluido al joven que lo sueña.
 
            El título de esta reflexión alude a una categoría teológica que, siendo central para el cristianismo, `talcual´ tiene muy poca prensa en la actualidad. Se puede constatar fácilmente: si damos religión o ética a adolescentes de 4º ESO y hablamos de la necesidad de salvación, los alumnos miran extrañados: “¿De qué nos están hablando?”; a lo sumo, un alumno atento, inquieto y participativo, levanta la mano y dice: “salvarnos, ¿de qué?”; si lo comentas con una compañera, ésta expresa: “Si me dijeras `necesidad de trascendencia´, vale… pero `necesidad de salvación´…”; son muchos los jóvenes y adultos que, metidos en una sociedad de consumo hasta las trancas y teniendo cubiertas sus necesidades, afirman no precisar ser salvados de nada. Inclusive, personas que lo pasan mal, esperan un golpe de suerte, un cambio de situación, la recuperación… pero no `la salvación´. Raramente nos planteamos salvarnos de nosotros mismos: de nuestros individualismos, miedos, despotismos… Más aún, podemos leer diariamente los periódicos y ver las noticias del telediario, es decir, ser testigos de males atroces (hambre, exclusión, guerra, violencia…), situaciones que oprimen a las personas, que las encierran en celdas más inaccesibles que las de una prisión, y seguir sin plantearnos el tema de `la salvación´.
Es legítima, por tanto, la pregunta: ¿Estamos necesitados de salvación? Tras una mirada a nuestro mundo y a nuestras vidas desde una experiencia creyente, en un contexto de crisis mundial con millones de personas sufriendo, parece obvia la respuesta. Las experiencias humanas de sinsentido, de injusticia, de dolor inocente y de debilidad, tienen un significado revelador por excelencia que apunta a un escenario donde transcurren vidas humanas necesitadas de salvación. Sin lugar a dudas, la humanidad, el ser humano, está necesitado de salvación, en todo tiempo y lugar, aunque sea preciso explicar en qué consiste `esto´ de la salvación cristiana.
Las ofertas de salvación giran en torno a las potencias que mueven a la humanidad; a saber: el hambre, el amor y el poder. De hecho, las tres formas fundamentales de idolatría son la adoración del pan (que deriva en materialismo), la adoración del eros (que deriva en el culto a la apariencia) y la divinización del poder (que deriva en guerras). Estas tres ofertas de salvación son erróneas porque son absolutización de lo que no es absoluto y al mismo tiempo subyugación de la persona.
Es heroico en nuestros tiempos responder personalmente, con meridiana claridad y cada cual llegando al hondón de su ser, a qué oferta de salvación estamos adheridos. Actualmente, el pluralismo y la laicidad son los escenarios en los que el ser humano aborda la tarea de comprenderse a sí mismo y de analizar la realidad, de examinar su comportamiento y buscar la verdad y la felicidad. Y en este contexto, el cristianismo en general y la reflexión teológica cristiana en particular, tienen una palabra fundamental y significativa que decir a los jóvenes de hoy respecto a su salvación. El reto que se nos plantea es el siguiente: ¿cómo hacemos la propuesta explícita de salvación de un Dios que se nos ha entregado por entero en Jesucristo, si no más fácil, al menos más comprensible para los jóvenes, hoy mayoritariamente, alejados de la fe? . El marco al que tenemos que atender es al de un mundo secularizado (la secularización no es ya un proceso, sino un hecho, un imaginario cultural dominante).
 

  1. Palabras que no llegan

El cristianismo ha comprendido a Jesucristo como centro del designio divino de salvación. Dicho de otra manera, la salvación es referida a la mediación del Hijo de Dios encarnado en la historia. Se ha entendido que más allá del  big bang, del largo proceso de evolución de la energía, de las galaxias, de la vida vegetal, animal y humana, está el amor todopoderoso del Padre que hace surgir de la nada y del caos la creación. Una “verdad de hecho” constituye la esencia del cristianismo: la inaudita afirmación de que Dios se ha hecho hombre en un tiempo y lugar concretos: ha nacido el Salvador. Para el cristianismo, el Absoluto media en la historia salvando. Ello hace que el cristiano tenga una tarea permanente: conocer y discernir la salvación cristiana en la cultura y la sociedad de su tiempo, en su kairós particular.
            Ahora bien, si nos preguntamos qué es la `salvación cristiana´ nos adentramos en un problema actual en la praxis evangelizadora que viene de atrás. En nuestra cultura la mayoría de las personas no cuentan con un lenguaje para describir experiencias espirituales, entendiendo por lenguaje el carácter global de la expresividad humana (palabras, gestos, signos y silencios). Hace dos décadas, el Cardenal Martiniseñalaba: “Hay (en la Iglesia) una forma de hablar que viene de los últimos cuatro o cinco siglos. Tiene una tendencia al intelectualismo. Este tipo de cambio hacia la abstracción no existía en la Iglesia primitiva ni en la Biblia. Ahí, los modos de comunicar eran más vivos y concretos. Dios era representado por lo que hace. En los catecismos del siglo VI se empieza a hablar en términos de verdades abstractas… Creo que debemos realmente cambiar nuestro lenguaje… uno que vaya de corazón a corazón, un lenguaje de vibración emocional”. Veintiún años después, el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Rino Fisichella, escribe: “La exigencia de un lenguaje nuevo, con capacidad para hacerse comprender por los hombres de hoy, es un imperativo del que no puede prescindirse, sobre todo por lo que respecta al lenguaje religioso, que es tan específico que a menudo resulta incomprensible. Por tanto, abrir la «jaula del lenguaje» para favorecer una comunicación más eficaz y fecunda es un compromiso concreto para que la evangelización sea realmente «nueva»”.
La praxis evangelizadora confirma que a un joven no se le puede ni debe hablar de la salvación cristiana utilizando el argot teológico. Hemos de utilizar un lenguaje complementario, hablado con espíritu de comunión, pero radicalmente otro. El Cardenal Martini apuntaba dos elementos interesantes para situar el mensaje evangélico en la cultura juvenil: `Dios era representado por lo que hace´, `utilizar un lenguaje que vaya de corazón a corazón´. Para los jóvenes de hoy el mensaje de Jesús de Nazaret está principalmente en lo que hizo. De sus palabras subrayan su capacidad de llegar al corazón, consolándolo o inquietándolo, según fuesen los oídos que le escuchasen. Jesús de Nazaret habla con autoridad (cf. Mc 2,1), sin dejar indiferentes a sus oyentes, “usa imágenes, metáforas, simbolismos, expresiones enigmáticas y penetrantes. Es una forma de hablar plástica e imaginativa, que se graba en la memoria con más facilidad que las abstracciones. El lenguaje de Jesús es poético”.
Si nos aproximamos al apóstol por excelencia en los inicios de la expansión del cristianismo, Pablo de Tarso, se observa que se dirigió a los bárbaros, tras escuchar en un sueño las palabras «pasa a Macedonia, ven en nuestra ayuda» (Hch 16,9). La palabra bárbaro tiene el significado literal de “el que no conoce la lengua” y su origen está en la onomatopeya `bar-bar´, equivalente a nuestro `bla, bla´, o sea, a un parloteo que resulta ininteligible. Según se mire, los bárbaros de hoy son los jóvenes que no entienden el lenguaje religioso o son los propios evangelizadores cuando para hablar de Dios y transmitir la Buena Noticia de Jesús utilizan un lenguaje que nadie entiende. El problema se relaciona con la propia condición humana situada entre la necesidad del lenguaje y la multiplicidad de los lenguajes, entre la exigencia de expresarse y la ambigüedad de interpretar.
¿Qué han de hacer quienes desean ser evangelizadores a través de la palabra de los jóvenes actuales? Algunas recomendaciones se extraen del testimonio del citado apóstol: Pablo dice «yo», sin miedo al compromiso y sin otro tipo de inhibición para anunciar el evangelio en primera persona, su lenguaje es claro y fuerte a través de «síes» y «noes»,  su palabra es emotiva, alimentada no sólo de doctrina sino también de sentimientos, transparentando fortaleza y debilidad. Frente a Pablo, quizá se haya minusvalorado la importancia de relatar nuestra experiencia personal de Dios/Jesucristo como acción ineludible en el acto evangelizador, se haya dado paso a las sutilezas en la transmisión de una tradición tan viva como radical, se hayan cargado las tintas en discursos racionales y éticos, en denuncias de injusticias e inmoralidades… Como Pablo, se puede intentar educar en la vulnerabilidad, en la mística y en la sed de Dios.
Decimos que el problema del lenguaje en el anuncio de la Buena Noticia viene de antaño. Pablo VI, en 1975, pensando en los que se han alejado de la fe, indicaba que la acción evangelizadora de la Iglesia «debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles o volverles a proponer la revelación de Dios y la fe en Jesucristo». Ciertamente, no debemos distanciarnos del lenguaje bíblico y evangélico, pero sí tenemos que expresarlo de una manera comprensible, casi coloquial, para que la esencia del anuncio llegue a todos, especialmente a los jóvenes. Es una tarea que presupone la interiorización de todo el mensaje al que, con profunda libertad interior, se adhiere una persona existencialmente y que, al mismo tiempo, exige al evangelizador estar tan penetrado por el Misterio de Jesús que sea capaz de contarlo de todas las maneras posibles, sin traicionar su contenido. Hoy, más que nunca, el lenguaje religioso se encuentra ante la tarea de elaborar nuevos conceptos, categorías, narraciones, parábolas, símbolos, que traduzcan y comuniquen la experiencia cristiana de forma íntegra e inteligible, que puedan relacionar los contenidos de la fe con la experiencia humana actual, con los anhelos y preguntas de la gente, con sus inquietudes y demandas de sentido. El lenguaje de Jesús fue un lenguaje sugerente cuya comprensión implicaba a toda la persona, inteligencia y corazón, mente y mundo de valores. En Él, las palabras y las obras formaron una unidad. Se cumplió aquello de que hablar es una forma de vivir y vivir es una forma de hablar. Es fácil comprender que el mensaje de Jesús no será Evangelio («buen (eu) anuncio (aggelô)») para el joven hasta que sorprendido se pregunte cómo es posible que esté hablando de mí y para mí. Para ello se tendrá que comprehender lo que inicialmente siempre fue una predicación oral. Bíblicamente, el evangelizador es el heraldo de Yahvé que anunciando el futuro reinado de Dios, la salvación y la paz, ya comienza a crearlo y hacerlo presente. Se trata del mensajero de buenas noticias (euaggelitsomenos) que oferta la salvación (salvus, salveo) a voz en grito. Sus palabras se entienden definitivamente cuando se ve el papel que juegan en el juego de su vida, que es quien al final las hace inteligibles y las acredita o, por el contrario, quien las torna opacas y desacredita.
“El propio nombre de «Jesús» significa «Yahvé salva», es decir, «cura», y para el mundo bíblico el nombre de una persona no sólo sirve para diferenciarla de otras, sino que expresa su vocación, es decir, aquello para lo que está designada. Además el propio Jesucristo actúa y se presenta así mismo como sanador” (cf. Mt 8,16-17; Lc 4,18-23). Para los primeros cristianos, Cristo es el Salvador y la salvación es el don divino que Cristo ofrece. Harnack escribía: “El evangelio en realidad llegó como el mensaje de un Salvador y una salvación para el mundo. Iba dirigido a una humanidad enferma, prometiéndole la salud”.El evangelio vendría a ser, desde este punto de vista, una medicina para cuando se está enfermo/a.
La pregunta que viene a continuación es: ¿qué entienden los jóvenes por salud? El diccionario de la Real Academia Española define salud con siete acepciones; la primera de ellas alude a un `estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones´ y, en la quinta, cita el término `salvación´. La Organización Mundial de la Salud, define dicho término como `estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad´. Cualquier joven aceptaría este punto de partida: la salvación cristiana está referida a la salud de la persona y se está dando ya, en el aquí y el ahora. Probablemente muchos jóvenes consideren inicialmente que la salud es sinónimo de `cuerpo espectacular´, pero es fácil sacarles de su error. Ellos saben que se duelen cuando el desamor les impide vivir con hondura; cuando el juicio o el prejuicio ajeno se convierte en una losa que anula y martiriza; que a veces se cae en adiciones que esclavizan; que estar gobernado por gente mediocre quizá frustre sus deseos; que hay gente de la que hay que protegerse porque va por la vida haciendo daño; que fácilmente puedes salir herido de un acto inesperado de violencia; que se pasa mal cuando te rallas; que es dañino para uno mismo fingir ser quién no se es…
José Mª R. Olaizola lanzaba en un artículo una pregunta que cada evangelizador debería hacerse antes de hablar a los jóvenes de la salvación que se ofrece a través de Jesucristo: “¿Hemos experimentado que el cristianismo ofrece una manera de entender el mundo y la vida que gira en torno a la idea de salvación?”. Y añade: “La fe cristiana trata de la salvación porque nos empuja hacia la plenitud (salvación de la mediocridad), la felicidad (salvación de la infelicidad –aunque no del sufrimiento-), el sentido (salvación del vacío), la eternidad (salvación de la muerte), la reconciliación y la justicia (salvación de las rupturas que llamamos pecado) y el amor (que es la salvación de la soledad más vacía que existe, la del no ser querido). Y todo eso lo encontramos en Dios”. ¿El agente de pastoral actúa movido por su experiencia de ser salvado: “lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (1 Jn 1,3)? Porque, como Benedicto XVI afirmaba en su primera encíclica Deus caritas est, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Se comienza a ser cristiano por el encuentro con el Salvador. “Creer en Jesucristo es (…) el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación”. Así, Dios es la salvación. Sólo Él.
 

  1. Palabras encarnadas

Comencemos este apartado con una bella reflexión de González de Cardedal que nos invitan a ir más allá de lo que vemos para encontrarnos con Dios: “La religión verdadera siempre ha sabido que no hay inmediatez a Dios. Los ídolos están a la mano y se accede a ellos inmediatamente, mientras que en cambio Dios es invisible, inaccesible, intocable. Sólo se le ve donde él se da a ver, se aparece o llama; e incluso cuando aparece encarnado hay que trascender lo visto para reconocerle. Para ver a Dios hay que cerrar los ojos o recibir de él unos ojos nuevos”. De esta manera, nos predisponemos a acoger positivamente la siguiente afirmación: las palabras con las que Dios cuenta la historia de la salvación son nombres de personas. Jesucristo es la Palabra encarnada y sólo Él tiene por sí mismo el poder de edificar y salvar. Él es el evangelizador por excelencia, el que proclama y trae el Reino de Dios. La gente al escucharle expresaba: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen»  (cf.Lc 4,31-37). Hay un único mediador concreto, en el que actúa Dios con su plena presencia salvadora, su vitalidad y su fuerza, de forma definitiva y gratuita, aunque no consumada. En otras palabras, el mundo tiene en Cristo su centro salvador y su meta definitiva. Y siendo esto así, tenemos la osadía de presentar a sus seguidores, mensajeros de su Buena Noticia, como mediaciones gramaticales a través de las cuales se anuncia la salvación de Dios. No eludimos el hecho de que las mediaciones de la salvación son uno de los interrogantes más difíciles y complejos de la teología por permanecer siempre en el ámbito de una cierta ambigüedad, pues por un lado no son Dios en persona y por otro son su presencia, por un lado subrayan la transcendencia de Dios y, simultáneamente, su inmanencia… Pero subrayamos algo que nos parece necesario considerar: las mediaciones de la salvación invitan a pensar de forma radical a Dios y al ser humano, a Salvador y salvado; nos invitan a pensarlos ni como disyuntivos ni excluyentes, ni en disolución indiferenciada.
“En la encarnación, Dios se funde y se confunde con lo humano”. La presencia de Dios en Jesús deNazaret se basa en su vida eterna y en su forma divina de existencia. ¿A qué apunta la vida de los agentes de evangelización?, ¿podemos considerarlos como mediadores de la salvación de Dios a partir de la relación con la mediación salvífica concreta y definitiva del Hijo, en la historia de Jesús de Nazaret y en el envío del Espíritu Santo?, ¿se pueden extraer algunas claves en la existencia del agente de evangelización, perceptibles por el joven de hoy, que hablen de la salvación de Dios?
 

  1. Gramática de los testigos y mediadores de la salvación cristiana

Josef Pieper, filósofo alemán fallecido en 1997, señalaba con agudeza: «Pues bien, esto es lo que con mayor normalidad espera todo el que habla con otro, esto es, que no se atienda a las características de la forma de expresión, a la procedencia de las imágenes o del vocabulario; tampoco quiere que el otro se conforme con enterarse de lo que piensa. Por lo general tampoco busca que se le dé la razón. Antes bien, lo que naturalmente desea es que se piense sobre lo que él expresa, es decir, que se ponga a prueba su expresión respecto de si es verdadera o falsa, adecuada, ilustrativa, fructífera, etc.».
Las palabras del agente de evangelización buscan que el joven piense y sienta a Dios. Sabe que a quien habla está rodeado de otras muchas voces, cada una con su propia cadencia y mensaje. En medio de todas las voces que rodean e intentan seducir a los jóvenes, la voz del Mensajero quiere abrirse paso. Los mensajeros muestran cómo se discierne la cadencia única de la voz de Dios, sabedor de que éste se haya dondequiera se observe vida, alegría, salud, color y humor, pero también dondequiera se percibe muerte, sufrimiento, forzada pobreza y espíritu derrotado; la voz de Dios es la que más reta y exige en las situaciones límites, a la vez que es la única voz que tranquiliza y consuela el corazón humano. Pero, ¿qué gramáticas articulan hoy los testigos y mediadores de la salvación?
 
3.1. Gramática de la verdad.- Dos de los rasgos que sin duda caracterizan la cultura actual son la laicidad, o sea, la pretensión de vivir las distintas realidades de la existencia sin ponerlas en relación con Dios, y el respeto y aprecio al pluralismo. En principio, ambas ideas podrían considerarse contrarias tanto a la fe cristiana como al monoteísmo, que postula la existencia de una única realidad absoluta. ¿Cómo conjugar el rechazo a verdades absolutas propio de nuestra cultura con la inevitable «voluntad de verdad» (Zubiri) que manifiesta la vivencia humana? Se le plantea un reto al evangelizador: ir dibujando con su lenguaje un itinerario hacia la única verdad, Jesucristo.
Dos consideraciones ante dicho reto: es necesario suscitar en el joven el deseo de verdad que anida en su interioridad y evitar que éste se trueque con el materialismo (cf. Mt 6,19-20). Por ello, es preciso que el evangelizador suscite interrogantes a la vez que viva parca y solidariamente en medio de una sociedad consumista.  En su momento, Pablo VI hizo ya un diagnóstico crítico de la sociedad al indicar que le faltaba fraternidad y pensamiento, y recientemente Benedicto XVI, recogiendo la apreciación de Pablo VI, propugna dos grandes valores, caridad y verdad, que nos remiten a Dios. Y es que, para suscitar deseos de verdad en el joven, es necesario tanto la fraternidad como el pensamiento crítico. La verdad no se halla si no es amablemente con el otro, y sometiendo a deliberación la cultura en la que estamos insertos. Lo primero lo expresaba bellamente Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”. Lo segundo, `deliberar´, o sea, extraer elementos de un discernimiento y descubrir su convergencia para tomar una decisión, se ha vuelto angustioso en un tiempo que carece de certezas, marcado por la incertidumbre y el ritmo acelerado; de ahí que el joven con frecuencia opte por sumarse o bien a la apoteosis de las pulsiones o bien al dejarse llevar por el presente y agotar todas sus posibilidades.
Una sencilla verdad que el evangelizador ayuda a descubrir en la cotidianidad: la pequeñez del ser humano, su limitación, su fragilidad, su finitud… “Ante Dios resulta tan pequeño el que vive con menos de un dólar diario como cualquiera de los 600 «mil-millonarios» -es decir, personas cuyo patrimonio superan los 1000 millones de dólares- que existen en el mundo. La diferencia está en que el pobre no necesita esforzarse mucho para descubrir su pequeñez, mientras que el rico desarrolla sin darse cuenta una «psicología dediosecillo»”. Atención, pues, al falso Dios dinero, que nos lleva a creernos semi-diosecillos, desviándonos del camino hacia la verdad.
 
3.2 Gramática de la confianza.- En determinados contextos, y entre determinados perfiles de adultos, es frecuente oír descalificaciones hacia los jóvenes con subrayados en la superficialidad, la búsqueda del placer o el afán de tener. Sin embargo, el agente de pastoral juvenil no puede encarcelarse ahí, requiere una mirada realista y, a la vez, confiada y esperanzada de aquellos a los que acompaña. Dicho con otras palabras: ha de mantenerse en una actitud vigilante para no caer en valoraciones negativas superficiales sobre los jóvenes y recrear continuamente una mirada de fe sobre ellos. La fe nos otorga a los cristianos una visión de lo real más profunda y amplia, de tal manera que el paso desde el ver inicial al ver que la fe otorga no supone anular el primero, que puede estar objetivamente inclinando la balanza a un cierto pesimismo, antes bien, lo incluye y perfecciona.
¿Potenciamos humanamente al joven cuando tenemos fe en él? Muy posiblemente. La fe como acto, como actitud y como postura esencialmente dinámica, fe como creer. Los jóvenes precisan ser mirados con los ojos de la fe, de tal manera que comencemos a pensar y acercarnos a ellos desde visiones que vayan más allá de meras actuaciones puntuales susceptibles de corrección y de visiones psicológicas o sociológicas en las que priman sus carencias y fragilidades. Nuestro decir sobre `el joven´ es fruto de un oír y de un ver traspasado por una Persona que miró con cariño a los jóvenes (Mc 10,17-31).
Dice la Escritura: “Cuando llegaron donde la gente, se acercó un hombre que, arrodillándose ante él, le dijo: «Señor, ten compasión de mi hijo, porque es lunático y está mal; pues muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo». Jesús contestó: «¡Generación incrédula e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar. Traédmelo». Jesús increpó al demonio y éste salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Y por qué no le pudimos echarlo nosotros?». Les contestó: «Por vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible» (Mt 17,14-19).
Creer en el joven es la condición de posibilidad de establecer una relación de empatía con él para tenderle la mano. Creer en el joven es transmitirle su valía cuando pocos lo hacen, advertir sus posibilidades de crecimiento pese a la evidencia de las dinámicas de muerte que le arrastran o los vacíos de su personalidad. Creer en el joven supone considerar y favorecer sus iniciativas en la tarea apostólica, por ejemplo, al opinar sobre temas de actualidad, campañas de solidaridad, actividades con niños pequeños a los que queremos educar en la trascendencia, dinámicas con adolescentes para interiorizar valores…
Por otra parte, siendo la disposición principal para la experiencia de Dios la confianza, que abre todo nuestro ser a la gracia del Señor, el joven debe estar convencido de que el Señor es bueno, que quiere un bien inmenso para todos y que relacionarse con él hará más bella y más fecunda su vida. Atención a los peligros que conllevan las falsas imágenes de Dios. Dios y el ser humano no compiten entre sí. Que Dios crezca no significa que el ser humano se empequeñezca, ni viceversa. La visión de un Dios que necesita seres humanos pequeños y necesitados para ser grande y salvador es peligrosísima. Los agentes de evangelización no proponen al joven buscar a Dios exclusivamente en lo que le falta, también en lo que tiene, puede, sabe… Dios es la Fuerza de su fuerza, la Inteligencia de su inteligencia, la Alegría de su alegría, la Templanza de su templanza, el Amor de su amor… Se trata de transmitir al joven que puede “buscar en Dios un apoyo firme y duradero, poniéndolo todo en sus manos -pensamiento, corazón, conducta- con el doble matiz de seguridad consciente y de perseverante fidelidad”. El agente de evangelización pronuncia palabras confiadas sustentadas por una fe que produce, mediante el don del Espíritu Santo, efectos benéficos y transformadores en este mundo.
Dice Von Balthasar: «Creer es sólo amar, y nadie puede y debe ser creído si no es el amor. Este es el peso, la ‘obra’ de la fe: reconocer ese ‘prius’ absoluto e insuperable. Creer es amar, amar absolutamente. Y esto como fin y sin que exista nada detrás». La experiencia de ser amado es insustituible e ineludible para quien desea ser mensajero de noticias que alegran y pacifican el corazón humano. No hay buena noticia comunicada que no tenga su raíz última en el agradecimiento personal que surge del hecho de haber sido amado. Cuando ese amor es del Dios de Jesús, se comunica la Buena Noticia y somos discípulos del Mensajero. En los tiempos que corren es necesario subrayar que el amor de Dios es concreto, primariamente está dirigido a un sujeto particular. Quien evangeliza hoy `conoce´ la centralidad de la experiencia paulina, «me amó y se entregó por mí»  (Gal 2,19-20), y es capaz de comunicarla. El joven que siente que se confía en él y se le ama, acoge a quien le habla y abre los oídos al mensaje que se le comunica, Jesucristo. Mensajero y mensaje son recibidos primariamente por el corazón del joven desde la experiencia de ser dignos de fe y amados en particular.
¿Un paso más para que el Espíritu Santo siembre la fe en el corazón del joven? Favorecer el reconocimiento-encuentro con Dios en todas las cosas. La realidad no deja nunca de ser limitada y opaca, pero podemos ayudar a que el joven la contemple rastreando las huellas de Dios. No se trata de manipular a Dios sino de que el joven se adentre cada vez más en ese misterio del Deus semper maior. Se trata justamente de descubrir a Dios como amor infinito para creer en él.
 
3.3 Gramática de la debilidad fortalecida y la alegría.- Un joven de Bachillerato defiende en clase de religión su opción increyente a partir de la existencia del sufrimiento de los inocentes; un parroquiano adulto silencia su voz diariamente cuando la asamblea proclama «creo en Dios Todopoderoso»; algunos incrédulos cuestionan: “¿Para qué sirve la fe?, ¿acaso el que tiene fe no va a caer en el paro, en la enfermedad, en la ruptura matrimonial, en la depresión…?”. Estos y otros muchos hechos conducen a una pregunta: ¿realmente Dios es «Todopoderoso» y está aliado con el bien?, ¿cómo cabe hacer compatibles, de un lado, la fe en Dios, que ha creado el mundo con poder y amor infinitos y lo gobierna benévolamente con su providencia, y, por otro, la experiencia del mal, de lo oscuro, de la pena?
La omnipotencia de Dios hace referencia a “una capacidad absoluta de donación y de poner ante sí mismo una realidad distinta de él y en comunión profunda con él, lo cual, dentro de Dios, se llama «generación del Hijo» y fuera de Dios, «creación del mundo»”. Entendemos así que el poder, como propiedad del ser de Dios, es específicamente «omnipotencia del amor». Todos sabemos por experiencia que quien ama se hace débil y vulnerable. En Jesús de Nazaret observamos que la omnipotencia de Dios y la debilidad humana se dan la mano, que la forma de llevar a cabo Dios su proyecto de salvación es a través de la debilidad, hasta el punto de introducirse realmente en nuestra historia de debilidades haciéndose uno de nosotros. Se puede afirmar que Dios hace de la debilidad su forma de testimonio. ¿Quién no puede entenderlo así al contemplar al Hijo de Dios en la Cruz? Dios se hace «carne», concepto que en la Biblia indica toda la debilidad inherente a la condición humana, incluido el dolor y la muerte. Y no olvidemos que, como diría un gran teólogo del S. II, “la carne es el quicio de la salvación”.
“El Dios que se reveló en Jesús pulverizó y aniquiló nuestra desorientada seducción por lo divino, por todo lo grande y lo poderoso, por la fuerza y la grandeza, por el dominio y el saber sin límites”. Los escritos neotestamentarios afirman con insistencia y claridad que Jesús tuvo tentaciones que brotaban de las debilidades y flaquezas de su condición humana: así es en los evangelios, al iniciar su misión (Mc 1,12-13; Mt4,1-11; Lc 4,1-13) y en Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46); en la carta a los Hebreos, «no es Jesús incapaz de compadecerse de nuestras debilidades y flaquezas, ya que él las ha experimentado todas, menos el pecado» (Heb 4,15); y en palabras de Pablo, Jesús “nació de la descendencia de David, sometido a la debilidad humana” (Rom 1,3). Si además consideramos que los evangelistas han situado las tentaciones inmediatamente antes del comienzo de la vida pública de Jesús para así vincularlas al bautismo y hacer de la unidad bautismo-tentaciones la clave musical en que debe ser leída la vida de Jesús que sigue a continuación, podremos hablar con propiedad de la debilidad de Jesús en el anuncio del Reino. Respecto a su pasión, generaciones de creyentes han encontrado en la Cruz un rostro en el que poder fijar su mirada, el del Crucificado, devolviéndose fortaleza. Y es que la debilidad del Hijo de Dios es un fragmento de la incomprensibilidad de Dios: Si comprehendis, non est Deus! “¿Quién será capaz de comprender la Trinidad omnipotente?”. “Sólo Dios sabe su mismidad, quién es”. Si cierto es que el Hijo de Dios fue crucificado por su debilidad (ex astheneias), igual de cierto es que está vivo por el poder de Dios (ek dynameôs theou). Omnipotencia referida a la fuente de la divinidad y debilidad referida al único mediador (y mediador perfecto) entre Dios y los hombres. De ahí que en los milagros de curación Jesús no utilice habitualmente recursos externos, ya que lo fundamental es la fuerza (dynamis) sanadora que irradia de su persona, bien por sus palabras, bien por la imposición de sus manos.
El evangelizador ha experimentado que el poder de la debilidad no es sólo la forma como Dios actúa en su vida y en la historia de los hombres, sino la expresión de la riqueza y plenitud de su ser, siendo a la vez, llamada y vocación para su realización plena. Cuando se acerca a un joven, del que se dice es frágil, vulnerable, débil, inconsistente, líquido… el evangelizador no oculta que también él es débil al igual que lo fue Aquél a quien sigue, pero testimonia que su fortaleza y alegría residen en el encuentro con Él. Se trata de dar testimonio de que “en la debilidad humana llega a su máximo rendimiento el poder divino” (2 Cor 12,9), de comunicar que no se trata de ser de hierro, de poder con todo… sino de abrirse a Dios en la debilidad. “Cuanto más humanicemos la vida más cerca estaremos de Dios” (François Varillon). El Evangelio no es sólo para él un mensaje, sino la fuerza activa de Dios, que se despliega por obra del Espíritu y que requiere el compromiso personal del anuncio con la propia vida en medio de las tribulaciones y del gozo.
Se comprende que el fin último de casi todas las iniciativas humanas sea sentirse alegre y que en el mercado circulen infinidad de ofertas que prometan cumplir dicho anhelo. La verdadera alegría, en contraste con los engañosos planteamientos hedonistas y con el estéril individualismo que hoy prevalecen, asume la debilidad y el sufrimiento, reclama una activa colaboración por parte del ser humano y revierte en servicio a los demás. Tal vez por ello hace mucho bien, en la cultura en la que nos movemos, narrar las experiencias personales de la salvación de Dios (frente a la pura adhesión ideológica o teórica a la fe), la comunicación horizontal (frente a la unidireccional) e introducirnos en el mundo de los sentimientos y la afectividad (frente a un excesivo hincapié en al activismo práctico, la disciplina o el orden).
 
3.4 Gramática de una libertad conquistada por un interés último.- La libertad es un don ambiguo. El ser humano cuando nace depende de sus padres durante un tiempo más largo que cualquier otro animal y sus reacciones son menos rápidas y menos eficientes que las reacciones automáticamente reguladas por el instinto. Sin embargo, este mismo desamparo es la fuente de la que brota el desarrollo humano; la debilidad biológica del ser humano es la condición de la cultura humana. Desde el comienzo de su existencia el ser humano se ve obligado a elegir entre diversos cursos de acción, frente al animal, cuya conducta estará prácticamente determinada por su instinto. En el ser humano los estímulos existen pero la forma de satisfacerlos permanece «abierta», es decir, debe elegir entre diferentes cursos de acción.
Los jóvenes reivindican en todo momento la máxima libertad, aún a costa de contradecirse a sí mismos. Los estudios realizados por los EVS (European Values Surveys) ponen de relieve que uno de los valores más importantes para los jóvenes es la libertad y, si conceden gran valor al dinero, no es principalmente por ser materialistas (unos sí y otros no), sino porque les proporciona la libertad de ir adonde quieren y ser quienes desean ser. Muchos jóvenes identifican libertad con autonomía personal… Pasan horas en Internet entre otras razones porque están libres, eliminan distancias, se divierten por sí mismos y se desconectan cuando han tenido suficiente. Si los evangelizadores queremos predicar el Evangelio, no tenemos más remedio que satisfacer en el joven esta hambre de libertad, comprenderla y orientarla hacia la libertad más profunda de Cristo. Es una tarea difícil, porque en general la Iglesia es concebida como una institución que se opone a la autonomía personal, que impone normas y que dicta lo que no está permitido hacer. De hecho, los EVS a los que aludíamos anteriormente, afirman que los jóvenes pueden llegar a ir a la Iglesia para buscar orientación espiritual, pero no aceptan ninguna religión que limite su autonomía personal. Los jóvenes temen a la religión cuando gira en torno al principio «no puedes».
Los jóvenes se habrían quedo atónitos al contemplar la libertad de los discípulos de Jesús. Y es que el evangelizador está llamado a hacer carne propia la enorme libertad de Jesús, que entregó su vida libremente, mostrando ser dueño de su propia existencia. Hay una palabra griega, eksousia, que significa tanto `libertad´como `autoridad´, y se aplica a Jesús cuando la gente preguntaba: ¿de dónde le viene a éste su autoridad? La autoridad de Jesús brota de una libertad que viene de la obediencia a Dios, de saberse el enviado, de hacer presente el Reino de Dios. El evangelizador se ejercita en una libertad obediente en el ejercicio de su misión apostólica.
La libertad de Jesús no tiene sentido para quienes viven únicamente el momento presente. Es una libertad que avanza hacia el Reino, del mismo modo que el Jueves Santo se proyecta hacia el Domingo de Pascua. Es la libertad del santo, más que del héroe. El héroe ocupa el centro del escenario y debe tener éxito; pero la libertad del santo tiene otras características: se trata de un personaje en una historia que siempre trata, fundamentalmente, de Dios, que no está reñida ni con el fracaso ni con el perdón, tampoco con nuevas alternativas frente a situaciones de siempre. La libertad del santo está atraída por un `interés último´ queplenifica. Sabemos que el hecho de ser atrapados por un interés último moviliza nuestra libertad en una sola dirección y en un único sentido. Lo que es último suscita pasión e interés infinitos. El interés por lo incondicionado, por lo absoluto, genera la inquietud del corazón, que va en búsqueda de aquello que trasciende la experiencia de lo relativo y lo transitorio, de lo que le lleva más allá. Jesucristo se presenta para el agente de evangelización como interés último, o dicho de otra manera, el agente de evangelización ha reconocido en Jesucristo “el Camino, la Verdad y la Vida” (cf. Jn 14,6). Por más que la cultura del entretenimiento, de la diversión, del consumismo, del espectáculo… trate de hacerle vivir en un paraíso de los sentidos, él o ella saben que hay múltiples situaciones que derriban a tierra al ser humano e inteligentemente se empeña en afincarse en un interés último sólido (cf. Mt 7,21-27).
El corazón del joven anhela encontrar un `interés último´, y percibirlo en alguien atrae su atención. Los propios jóvenes, a los que mayoritariamente está dirigida una ingente maquinaria publicitaria, se están haciendo conscientes del desencanto de muchas ofertas de felicidad (consumismo, belleza, moda…) y de las mentiras de los indicadores de felicidad (euforia, éxito, placer…). El evangelizador transparenta con su vida que está bajo un interés último que le seduce sin acarrearle ningún mal, en una cultura llena de adiciones y compulsiones que conducen por derroteros que acaban destruyendo a la persona; que presenta el rostro de una persona singular y no una ideología; que no es extraño a él pero, a la vez, no le pertenece; que ha podado las apariencias estériles…
El agente de evangelización, con una actitud vital de discernimiento, se realiza como libertad. Eso sí, una libertad siempre limitada, corpórea, finita, «a través» del otro, condicionada y en situación. El trasfondo y la clave interpretativa de su vida están en la llamada de una trascendencia amorosa y en el impulso hacia una eternidad no siempre justificable desde la pura racionalidad. De esta manera, el agente de evangelización fomenta una cultura teónoma que expresa en sus creaciones un significado trascendente como su mismo fundamento espiritual, frente a una cultura autónoma, secularizada, vacía de sentido. Como anunciador de la Buena Noticia de Jesús de Nazaret, está llamado además a descifrar el estilo de una cultura autónoma en todas sus expresiones características y encontrar su significado oculto, convencido de que la realidad sobre la que va y viene no es atea sino que está habitada por Dios. Dicho significado aparece cuando la razón y la libertad se ven conducidas, más allá de sí misma, a su `fondo y abismo´.
Ciertamente, la salvación, en cuanto oferta gratuita de Dios, sólo puede ser considerada a la luz del misterio del pecado y del riesgo que corre la libertad de apartarse de Dios. En la espiritualidad ignaciana, el acto de la libertad (las elecciones) es un tránsito del “no ser” al “ser”, una peregrinación de la memoria a la inteligencia y a la afectividad; un ascenso progresivo hacia la dimensión infinita de la libertad divina, escalando dicha meta a través de la experiencia de que Dios es y está en la realidad «dándola y dándose en ella» (EE 234); «habitando» (235); «trabajando» (236); «descendiendo» (237). El agente de evangelización está invitado a participar en una relación de acompañamiento que haga ser al joven en relación a Jesucristo, porque lo que hace que alguien sea es una relación de amor, y se sabe por experiencia, que ninguna tan bella, buena y verdadera como la de Jesús de Nazaret. Con Él se aprende que ser en última instancia es ser-por-amor. Esto es quizá lo que tan difícil y necesario se hace vivir y transmitir en la nueva evangelización.
 
 3.5 Gramática de la gratuidad.- Los jóvenes necesitan recibir el testimonio vital de los evangelizadores. Esto sólo es posible cuando el evangelizador es “testigo de la salvación de Jesús con humildad, con autenticidad, en solidaridad con los que sufren en esta sociedad. El testimonio implica que la experiencia de la fe se ha hecho convicción profunda que ilumina nuestra existencia y la realidad que nos rodea, y esta convicción debe conducir a la coherencia de vida y a la credibilidad personal y comunitaria. Ser testigos de la misericordia compasiva de Jesús supone una clara actitud profética, acompañada de un esfuerzo continuo de conversión…”.
Los testigos y mediadores de la salvación de Dios no actúan como asalariados, ni se mueven en el ámbito de la exigencia moral o ideológica, no buscan los mejores puestos, no invitan a sus fiestas a aquel que puede devolverle… “La curación que Jesús ofrece tiene su base en el amor compasivo que le lleva a preocuparse por el sufrimiento del enfermo/a y el deseo de liberarlo de una manera eficaz. De ahí otra de las características de las curaciones de Jesús: su absoluta gratuidad, no esperar ningún tipo de recompensa”.
La conversión a la gratuidad a la que están llamados los agentes de evangelización acontece en el seno de una relación personal amorosa y libre (“Si quieres, el que quiera, quien quisiere…”). Esta conversión es “una actitud vital profunda, la más profunda, que el ser humano ha de vivir permanentemente, puesto que en vivir, de cara (vuelto), o de espaldas a Dios, le va su plena realización o su degradación como persona”. Dios es pura y sana donación. `Convertirse´ significa para el agente de evangelización que su libertad se gira, se vuelve, de dentro a fuera, hacia alguien, un Otro, un Tú que toma la iniciativa y siempre cuenta con él.
El testigo y mediador de la salvación de Dios ha experimentado la gratuidad de Dios y se ha convertido en cauce de su gratuidad. Unirse a la gratuidad de Dios, quien es y se da al unísono, es lo que nutre una vida humana gratuita y, por consiguiente, lo que disuelve los lazos establecidos por el interés o la reciprocidad erróneamente interpretada, lo que acaba con el intento de organizar la vida en clave comercial, de trueque y de coste, devorando dinamismos que tienen poder para salvarnos. ¡Cuánto bien hace una persona que en sus acciones es gratuita! No estamos acostumbrados a ello. “En nuestra sociedad predomina un tipo de personalidad que Erich Fromm ha calificado de «orientación mercantil». Se trata de personas que se experimentan a sí mismas como una mercancía cuyo valor depende en cada momento de la mayor o menor cotización que su estilo de vida tenga en el mercado. Salta a la vista el grado de inseguridad personal que genera una concepción semejante. Si la autoestima no depende de lo que uno haya llegado a ser, sino del aprecio de los demás, estará siempre amenazada y necesitará ser continuamente afirmada desde el exterior”.
Los agentes de evangelización han experimentado el amor incondicional y la gratuidad de Dios para con ellos y han quedado tocados. No entienden su vida si no es dando gratis lo gratis recibido, aquello que consideran más valioso, la Buena Noticia de Jesús, Él mismo. ¿Qué joven no termina cuestionándose hoy en día la gratuidad de aquellos que permanentemente le tienden la mano? La gratuidad busca extender un espacio donde las personas más vulnerables, pobres y excluidas puedan encontrar esperanza. Observando al agente de evangelización, se puede percibir que evangelizar es sumarse a un proceso de creciente vulnerabilidad, morar en las dificultades, inyectarles amor y mostrar en sus mismísimas entrañas la proximidad de Dios (X. Quinzá).
 
3.6 Gramática de la esperanza.- Estamos presenciando el nacimiento de una nueva cultura y ello “nos obliga a tomar en serio la novedad que se perfila en el horizonte. No sabemos aún con certeza de qué se trata. Por el momento pueden verificarse solo algunos indicios que encaminan a ver una nueva época”. Ahora bien, «aquellos cuya esperanza es fuerte, ven y fomentan todos los signos de la nueva vida y están preparados en todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer» (E.Fromm).
Los evangelizadores no podemos esperar impasibles a que acontezca no sabemos qué. Estamos de acuerdo en que la nueva evangelización consiste en esencia en “llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y ser levadura del amor de Dios entre los demás”. Para ello se requiere, además de la convicción de que la gracia actúa en uno mismo, esperanza. La esperanza forma parte esencial de nuestra existencia. Constituye la entraña misma del ser humano: “Ser es esperar y para existir hay que ejercitar la esperanza” (González deCardedal). “A lo largo de la existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida… Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá…”.
El sufrimiento humano puede ahogar la esperanza; se ha convertido en la gran dificultad para aceptar la existencia de Dios. Afirmar que Dios no puede sentir ni sufrir ‒atributo de la impasibilidad divina, como el de la omnipotencia, la omnisciencia o la eternidad‒ representa una auténtica provocación e incluso una crueldad para el joven actual. Hemos de configurar una gramática de la esperanza, que integre la existencia del sufrimiento, próxima a la sensibilidad juvenil. Los autores bíblicos, sin excepción, atribuyen intensas emociones a Dios. Este se enfada y se arrepiente, goza y siente pena. Sobre todo, es el Dios del amor sacrificado y de la compasión. Oye oraciones y responde a ellas, se involucra profundamente en la historia. En el retrato que hacen de él los escritos proféticos, Dios sufre de veras con la humanidad y por ella. ¿Acaso no es digno este Dios de que esperemos en Él? El reto que tienen los agentes de pastoral es favorecer, siendo testigos y mediadores de la salvación de Dios, que el joven esté referido y radicado en ese Dios, que experimente que ese Alguien absoluto se ha hecho historia y presencia en Jesús de Nazaret, que se deje vencer por un Dios Amor aparentemente débil ante las realidades crucificadas. No podemos olvidar que la salvación que promueve Jesús no consiste sólo en una mejoría física, sino que busca la sanación integral de la persona (cf. Jn 7,23). Y esto significa liberar al ser humano de todo aquello que lo esclaviza (dimensión receptiva) y hacerlo responsable de su propia vida, de su propia salud (dimensión activa), ambos aspectos íntimamente unidos.
El fundamento de la esperanza de los evangelizadores es la propia historia personal y singular de Jesús. Él les confirma que Dios, paradójicamente, salva desde la pobreza y la debilidad, escoge lo que el mundo desprecia para salvar. Él les asegura que la debilidad no es un obstáculo para el anuncio del Reino sino parte del lenguaje de la esperanza, que el mal no cierra la puerta para la salvación en este mundo y que su antídoto es la debilidad del amor. Jesús de Nazaret es la razón por la que, como muy bien dice Schillebeeckx, el cristianismo radicaliza y relativiza a la vez la construcción de la ciudad humana, posibilita que las cosas se vean de manera distinta…
 
Dicen por ahí
que si hay Dios está lejos
que el amor no funciona,
que la paz es un sueño
que la guerra es eterna,
y que el fuerte es el dueño
que silencia al cobarde
y domina al pequeño.
Pero un ángel ha dicho
que esta cerca de mí
quien cambia todo esto,
tan frágil y tan grande,
tan débil y tan nuestro.
Dicen que está en las calles,
que hay que reconocerlo
en esta misma carne,
desnudo como un verso,
que quien llega a encontrarlo
ve desvanecerse el miedo,
ve que se secan las lágrimas
ve nueva vida en lo yermo.
Dicen por ahí
que si hay Dios está lejos,
pero tu y yo sabemos,
que está cerca, en tu hermano,
… y está en ti muy adentro.
José María R. Olaizola
 
¿Qué hacer cuando la realidad concreta parece desmentir las esperanzas en Dios y no quedan rincones donde el mal no se enseñoree? Los evangelizadores proclaman una esperanza que va más allá. La esperanza en la manifestación gloriosa del Salvador Jesucristo, la esperanza de resucitar con Cristo, la esperanza de una liberación definitiva, la esperanza en la vida eterna, la esperanza de ser para siempre con Cristo. El evangelizador peregrina en este mundo con una esperanza enraizada en Cristo, que le orienta hacia el futuro, purificada en las dificultades de la vida, paciente y en comunidad. Su gramática consiste en vivir alegres en la esperanza.
 

  1. Para finalizar

Las relaciones personales son el escenario más propicio para ser evangelizadores y evangelizados a la vez. En ellas aprendemos cómo hiere la deshumanización y cómo construye la humanización, visibilizamos y somos vehículos tanto de la ausencia como de la presencia de Dios. En este artículo hemos tratado de ver cómo la pregunta que suscita la vida del mensajero de buenas noticias, sus capacidades y sus características, su desarrollo y su experiencia del dolor y de la alegría, de ensimismamiento y desbordamiento, de necesidad y libertad, de pasividad y actividad, de realidad y deseo, de facticidad y proyecto, etc., en su mundo relacional, puede ser en lo concreto para el joven un itinerario visible hacia Dios. Se ha intentado nombrar pistas antropológicas que abren en el joven la pregunta sobre Dios. A ello añadimos que hay una vigilancia sobre uno/a mismo/a que es comunicativa, que es sobre todo propia de quienes tienen responsabilidades para con los demás, muy especialmente de los padres y de los educadores en general. Por supuesto, es propia de aquel que evangeliza educando y educa evangelizando. Si se puede afirmar que hace falta una gracia especial del Espíritu para ir más allá de los límites angostos del hoy marcados por la increencia y la desesperanza, también se puede afirmar que el evangelizador necesita prestar atención a las palabras que pronuncia con su vida, contemplar la realidad con ojos nuevos para descubrir el filón de la vida evangélica, tanto en la cotidianeidad que nos envuelve como en lo diferente, lo oprimido, lo secularizado, y reflejarle al mundo en su propia carne otra imagen de Dios y de la persona humana. Hacer cada día el bien a alguien es así, ni más ni menos, salvar una vida (cf. Mc 3,4).
La salvación cristiana puede ser narrada por medio de la gramática de los testigos de la Palabra encarnada: gramática de la verdad, de la confianza, de la debilidad fortalecida y la alegría, de una libertad conquistada por un interés último, de la gratuidad y de la esperanza. Se le pide una apertura constitutiva al espíritu del tiempo, a un posible interlocutor que no es el joven abstracto y genérico sino el joven anclado en unas coordenadas de espacio y tiempo concretas. El evangelizador sabe que hablar de Dios es siempre un esfuerzo históricamente condicionado que persigue hacerse inteligible, de tal manera que su gran desafío es hablar, en las palabras del tiempo, de aquella Palabra que visita la historia. En ocasiones la vida consiste en tratar de desvelar el sentido oculto/profundo de las palabras, esa será la tarea del joven.
 
Las vidas personales son mediaciones gramaticales de la salvación cristiana para los demás gracias a la experiencia de que Dios ama y salva (cf. Rom 3).
 

Alicia Ruiz López de Soria, ODN

 
Cf. BENEDICTO XVI, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 2002, 31.
“Las transformaciones sociales a las que hemos asistido en las últimas décadas tienen causas complejas, que hunden sus raíces en tiempos lejanos, y han modificado profundamente la percepción de nuestro mundo. Pensemos en los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica, en la ampliación de las posibilidades de vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en el ámbito económico, en el proceso de mezcla de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, y en la creciente interdependencia entre los pueblos. Todo esto ha tenido consecuencias también para la dimensión religiosa de la vida del hombre. Y si, por un lado, la humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (cf. 1 Pe 3,15), por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutible, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador…”. BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Ubicumque et Semper (21 de septiembre de 2010).
Cf. P. CODA, Creación en: IZQUIERDO, C., Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona 2006, 187.
«Toda la fe cristiana se halla atravesada por esta diástasis: por una parte Cristo ya ha triunfado y nos incorpora real y efectivamente a su triunfo; por otra parte, todavía no ha sido eliminado por completo el pecado ni vencida del todo la muerte. El triunfo de Cristo no ha desplegado todo su poder ni toda su virtualidad sobre nosotros, sobre la historia y sobre el universo. Es un triunfo verdadero y activo, con una realidad y un dinamismo actual y propio, pero no consumado. La economía de salvación está en marcha de modo irrefrenable y definitivo, nosotros ya participamos de ella pero todavía no estamos en el fin, en la consumación». URÍBARRI, G., «Habitar en el tiempo escatológico» en: URÍBARRI, G. (Dr.), Fundamentos de la Teología Sistemática, UPCO – Desclée, Madrid – Bilbao 2003, 267.
Cf. G. CICCHESE, “Lenguaje” en: BORILE, E., CABBIA, L., MAGNO, V., Diccionario de Pastoral Vocacional, Sígueme, Salamanca 2005, 605.
MARTINI, C. M., Communication et spiritualité, Chalet, París 1991, 19.
FISICHELLA, R., La nueva evangelización, Sal Terrae, Santander 2012, 84.
AGUIRRE, R., RODRÍGUEZ, A., Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Verbo Divino, Estella 20037, 25.
“La indiferencia, por ser el reverso de la inmensa exigencia actual de autonomía, podría ser concebida como el silencio necesario a la enunciación de toda palabra de verdad en un mundo que exige del sujeto que firme lo que dice”. DONEGANI, J. M., «Aculturación y engendramiento del creer» en: BACQ, P., THEOBALD, CH. (Eds.), Una nueva oportunidad para el evangelio. Hacia una pastoral de engendramiento, Desclée de Brouwer, Bilbao 2011, 48.
Cf. BABIN, P., ANN ZUKOWSKI, A., El evangelio en el ciberespacio, PPC, Madrid 2005, 129-130.
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 56.
RIVAS, F., Terapia de las enfermedades espirituales en los Padres de la Iglesia, San Pablo, Madrid 2008, 16.
HARNACK, A. VON, Medicinisches aus der ältesten Kirchengeschichte, Leipzig 1892, 125.
Cf. RODRÍGUEZ OLAIZOLA, J.M., “Salvación” en: Sal Terrae (2008), 246-247.
BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 1.
BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta Fidei (11 de octubre de 2011), 3.
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O., La entraña del cristianismo, Secretariado Trinitario, Salamanca 19982, 302.
Cf. SCHILLEBEECKX, E., Los hombres, relatos de Dios, Sígueme, Salamanca 1995.
Cf. MARTINI, C. M., Las alas de la libertad. El hombre que busca y la decisión de creer, Sal Terrae, Santander 2010, 66.
«La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en todas partes el Evangelio de Jesucristo. Él, el primer y supremo evangelizador, en el día de su ascensión al Padre, ordenó a los Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20). Esta misión ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos históricos. En nuestro tiempo, uno de sus rasgos singulares ha sido afrontar el fenómeno del alejamiento de la fe, que se ha ido manifestando progresivamente en sociedades y culturas que desde hace siglos estaban impregnadas del Evangelio». Benedicto XVI, Carta Apostólica Ubicumque el Semper (21 de septiembre de 2010).
Cf. CASALE, C., «Reflexiones sistemáticas sobre la salvación y sus mediaciones» en: Teología y vida (2001), 202-232.
CASTILLO, J. Mª, La ética de Cristo, Desclée De Brouwer, Bilbao 20052, 30.
«Todas las religiones, afirma Hegel, han buscado esta mediación, esta unidad de lo divino y lo humano; pero sólo la encuentra, y la encuentra en grado máximo, el cristianismo en su mismo mediador, que es el Dios-Hombre», en BLOCH, E., Sujeto-Objeto. El pensamiento de Hegel, Fondo de Cultura Económica, Madrid 1982, 294.
PIEPER, J., Escritos sobre el concepto de filosofía, Encuentro, Madrid 2000, 223.
En el Banquete, Platón presenta el deseo como hijo de Penia y Poros. La primera es la personificación de la pobreza, mientras el segundo lo es del recurso (y no de la riqueza); por tanto, para el filósofo griego la estructura del deseo está configurada por una situación de indigencia y por el conocimiento de algo más allá de ella, que moviliza y orienta a su búsqueda y satisfacción. Cf. AMENGUAL, G.,Deseo, Memoria, Experiencia. Itinerarios del hombre a Dios, Sígueme, Salamanca 2011, 89.
Cf. PABLO VI, Carta Encíclica Populorum Progressio (26 de marzo de 1967), 20.
Cf. BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Caritas et Veritate (29 de junio de 2009), 19.
Cf. DÍAZ, C., Evangelizar la cultura. La inserción del cristiano en la transformación social, Sal Terrae, Cantabria 1995, 10-11.
GÓNZALEZ-CARVAJAL, L., «Cuatro retos del cristianismo en Europa» en: Vida Nueva 2800, 28.
SPICQ, C., Teología moral del Nuevo Testamento, Eunsa, Pamplona 1970, 226-227.
VON BALTHASAR, H. U., Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1971, 93-94.
Es muy conocido el planteamiento de Lactancio: “O bien Dios quiere el mal, pero no puede; o bien puede, pero no quiere; o bien puede y quiere. Si quiere y no puede, es débil, lo que no corresponde a Dios; si puede y no quiere es rencoroso, cosa que también es ajena a Dios; si no quiere y puede, es rencoroso y débil, o sea, tampoco es Dios. Pero si quiere y puede, que es lo único conforme a Dios, ¿de dónde proceden, entonces, los males y por qué no los elimina?”. LACTANCIO, De ira Dei, 13, 19-22, (PL 7, 121).
A. CORDOVILLA, «El poder de Dios desde la debilidad» en: Sal Terrae (2009), 619.
«Al hacerse hombre débil como nosotros, el Verbo no dejó de ser lo que era: el mismísimo Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Viene a buscarnos para elevarnos: el Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre comience a ser hijo de Dios. Al hacerse Él de nuestra raza, todos comenzamos a ser familiares de Dios». BENEDICTO XVI, Homilía del Día de Navidad (2010).
TERTULIANO, Sobre la resurrección, 8.
CASTILLO, J. Mª, La ética de Cristo, Desclée De Brouwer, Bilbao 20052, 33.
Cf. GONZÁLEZ FAUS, J. I., La humanidad nueva, Sal Terrae, Santander 19948, 169-178; J. SOBRINO,Jesucristo liberador. Lectura histórico teológica de Jesús de Nazaret, UCA, San Salvador 19963, 256-259.
AGUSTÍN DE HIPONA, Confesiones, Ciudad Nueva, Madrid 2003, 474.
VON BALTHASAR, H. U., Puntos centrales de la fe, BAC, Madrid 1985, 117.
Cf. RIVAS, F., Terapia de las enfermedades espirituales en los Padres de la Iglesia, San Pablo, Madrid 2008, 16.
Cf. CORDOVILLA, A., «El poder de Dios desde la debilidad» en: Sal Terrae (2009), 609.
Cf. BRAVO, A., Meditaciones sobre la alegría cristiana, Sígueme, Salamanca 2012.
Para una mejor comprensión de las culturas moderna y postmoderna, LIPOVETSKY, G.: La era del vacío, Anagrama, Barcelona 1990 y Metamorfosis de la cultura liberal, Anagrama, Barcelona 2003; VATTIMO, G.: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Gedisa, Barcelona 1986. Para una lectura cristiana de estos fenómenos: GONZÁLEZ CARVAJAL, L.: Ideas y creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander 1991; MARDONES, J.M.: Posmodernidad y cristianismo. El significado del fragmento, Sal Terrae, Santander 1988; MARTÍN VELASCO, J.: Ser cristiano en una cultura postmoderna, PPC, Madrid 1996.
Cf. FROMM, E., El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona 2006, 55.
Cf. RADCLIFFE, T., Ser cristianos en el siglo XXI. Una espiritualidad para nuestro tiempo, Sal Terrae, Santander 2011, 116-118.
Cf. RODRÍGUEZ OLAIZOLA, J. M., La alegría, también de noche, Sal Terrae, Santander 2008, 19-35.
Los cuatro puntos de la “Contemplación para alcanzar amor” en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio (EE 230-237). Cf.FESSARD, G., La Dialéctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Mensajero – Sal Terrae, Santander 2010.
JIMÉNEZ ORTIZ, A., El compromiso eclesial de la evangelización con adolescentes y jóvenes: Proyección LIX (2012), 192.
RIVAS, F., Terapia de las enfermedades espirituales en los Padres de la Iglesia, San Pablo, Madrid 2008, 17-18.
IGLESIAS, I., La alegría de la conversión, BAC, Madrid 1998, 15.  
GÓNZALEZ-CARVAJAL, L., «Cuatro retos del cristianismo en Europa» en: Vida Nueva 2800, 28.
FISICHELLA, R., La nueva evangelización, Sal Terrae, Santander 2012,10.
BENEDICTO XVI, «Punti fermi e fondamentali di un programa pastorale calato nell´oggi e proiettato verso il domani» en:Insegnamenti di Benedetto XVI, Città del Vaticano 2008, 868.
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O., Raíz de la esperanza, Sígueme, Salamanca 1975, 470.
BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Spe Salvi (30 de noviembre de 2007), 30.
Cf. E. SCHILLEBEECKX, Interpretación de la fe, Sígueme, Salamanca 1973, 206 ss.
Cf. GIL SOUSA, J. A., «San Pablo, testigo de la esperanza cristiana» en: Auriensia 12 (2009), 45-75.
Estoy convencida de que se pueden señalar más gramáticas y de que se agradece esta limitación pues, como decía Oscar Wilde, quien pretende agotar un tema, acaba agotando a sus oyentes.