SYDNEY 2008: UNIDOS POR EL ESPÍRITU

1 octubre 2008

XXIII Jornada Mundial de la Juventud

Marta Cesteros Yagüe
Movimiento Juvenil Salesiano. Diócesis de Madrid
 
Si no hemos participado nunca en una Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), quizá caigamos en la tentación de quedarnos con la imagen que de ellas nos trasmiten los medios de comunicación de nuestro país: un montón de chavales que aclaman al Papa como si fuera la última estrella del rock. Sin embargo, los que ya llevamos algunas ediciones a nuestras espaldas, sabemos por experiencia que la cosa es mucho más profunda y compleja, y que, a menudo, ha sido también una oportunidad para la conversión y el compromiso de muchos jóvenes que han vivido las Jornadas Mundiales como un punto de inflexión en su vida de fe.
 
Australia, la Tierra del Espíritu Santo.
 
En esta ocasión, la JMJ se celebraba en Sydney, en la hermosísima tierra australiana, bautizada por su descubridor, el español Pedro Fernández de Quirós, como la “Tierra Australia del Espíritu Santo”, cuando tomaba posesión de ella un 14 de mayo de 1606, festividad de Pentecostés. Probablemente por este motivo, el Pontificio Consejo para los Laicos, último responsable de la organización de las JMJ, eligió para esta edición el lema tomado del primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos” (Hch 1, 8).
Efectivamente, la ciudad de Sydney y, en especial, el recinto del Hipódromo de Randwick, que albergó los actos finales de esta XXIII JMJ, se convirtieron, tal y como deseaba el Papa al comienzo de la eucaristía final, en un “nuevo cenáculo”[1], en el que sin duda, el Espíritu Santo se hizo presente entre los chicos y chicas de toda raza, lengua y nación allí reunidos en presencia del sucesor de Pedro. Ante la inmensa asamblea, que rondaba el medio millón de personas, hermanadas y dialogantes como en un nuevo Pentecostés, Benedicto XVI rogaba: “Que el fuego del amor de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo”[2]. Así, la presencia del Espíritu Santo ha sido la constante de este encuentro festivo de la fe, del que han sido protagonistas 250.000 jóvenes de todo el mundo.

Días de fe y alegría.
 
La Jornada Mundial de la Juventud no se reduce al fin de semana de encuentro con el Papa, en el que se celebra la Vigilia de oración y la Misa Final. Miles de jóvenes empezaban su peregrinaje a Australia casi 15 días antes, participando primero en lo que se conoce como la Semana en las Diócesis Previas. Durante estos días, las comunidades cristianas de las diócesis vecinas acogen a los jóvenes que van llegando de todos los puntos cardinales, para compartir con ellos la fe común en el Señor resucitado. La mayoría de los jóvenes españoles, casi 5000, que han participado en esta JMJ, fueron acogidos por las familias de la diócesis de Melbourne, donde habita una fuerte comunidad hispana. Allí tuvieron la oportunidad de descubrir las particularidades de la Iglesia australiana y de celebrar las bases de nuestra fe común, a través de catequesis, celebraciones litúrgicas y actividades festivas.
Después de esta primera toma de contacto, los jóvenes viajaron hasta Sydney, la ciudad anfitriona, que llevaba ya días preparada para recibir a sus huéspedes, adornada con banderolas de colores, carteles y folletos anunciadores, y que había desplegado ya todo un dispositivo de infraestructura para asegurar la buena marcha del encuentro y para lograr que sus vecinos atendieran con cariño y generosidad a esta avalancha de chicos y chicas que estaba a punto de invadir sus calles.
Y, desde luego, la invasión se produjo. Al término de la JMJ, en la conferencia de prensa tras la Misa final, el obispo Anthony Fisher, coordinador del comité organizador, decía que Sydney se había visto “sacudida por un tsunami de fe y alegría”. Ciertamente, resultaron palabras muy adecuadas para describir el ambiente que se vivió en Sydney entre los días 15 y 20 de julio.
El colorido de las banderas, la música, las risas y los gestos de amistad fueron las manifestaciones externas de la atmósfera de concordia y fraternidad que los jóvenes crearon, gracias a su profunda y entusiasta fe en Cristo. Por las mañanas, tenían lugar las catequesis, impartidas por obispos de todo el mundo en diversas parroquias de la ciudad. Los jóvenes de habla hispana tuvieron la oportunidad de establecer un diálogo cercano con varios obispos españoles e hispanoamericanos, entre otros Don Lluis Martínez Sistach, Don Ricardo Blázquez, Don Antonio María Rouco Varela o al Cardenal salesiano de Tegucigalpa (Honduras), Don Óscar Rodríguez Maradiaga, quien, por su estilo cercano y desenfadado, suele congregar en cada edición a mayor número de jóvenes.
Estas catequesis se estructuraron en torno al eje central del encuentro, el Espíritu Santo, abordando tres aspectos distintos: Vivir según el Espíritu, el Espíritu Santo como alma de la Iglesia y, por último, el Espíritu que nos envía a una misión. La profundidad y madurez de los jóvenes participantes en la JMJ quedó patente en la atención con que siguieron la exposición de los obispos y, sobre todo, en el tipo de cuestiones que planteaban a los prelados durante el coloquio, muchas de ellas relativas al discernimiento de la propia vocación y a las dificultades para dar testimonio de la fe en un mundo secularizado.
Otros muchos eventos llenaban las tardes, todos ellos ofrecidos como herramientas para celebrar y compartir la fe: festivales musicales, exposiciones artísticas, proyectos de voluntariado social, espacios y momentos para la reconciliación y la oración, etc. Entre ellos, cabe destacarse el espectacular ViaCrucis, representado por las calles del centro de la ciudad el viernes por la tarde. Mediante una escenografía elegante y cuidada, combinando música, efectos visuales y expresión corporal, consiguió crear una atmósfera oracional que contagió a todos los presentes, fueran o no peregrinos.
 
Impulsados por el Espíritu.
 
El jueves 17 de agosto, S.S. el Papa, Benedicto XVI, se incorporaba oficialmente al desarrollo de la Jornada. Llegó en barco, recorriendo las orillas de la bahía de Sydney entre la multitud de jóvenes que lo recibían como amigo y Pastor. Un grupo de jóvenes australianos daba la bienvenida al Santo Padre en el muelle de Barangaroo, con una guardia de honor. La comunidad aborigen, inmersa en un proceso de reconciliación abierto por la Iglesia durante este año, ha tenido una relevancia especial en todos los actos de esta JMJ. Es una muestra más de cómo la celebración de la JMJ ha supuesto para todo el país un paso de crecimiento humano, dado que el trato recibido por el pueblo aborigen por parte del gobierno australiano ha sido, durante siglos, un camino de injusticias hoy dispuesto a superarse.
En su primera alocución a los jóvenes, desde el recinto de Barangaroo, el Papa habló de la belleza de la creación de Dios y de la necesidad de cuidarla. Se centró, especialmente, en el ser humano como criatura de Dios y en su dignidad inalienable, e invitó a los jóvenes a dejarse impulsar por el Espíritu para optar por la Verdad, en medio de un mundo que les arrastra a su degradación, desde el marco de la dictadura del relativismo. “El relativismo, -decía el Papa- dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha hecho que la experiencia sea lo más importante de todo. En realidad, las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o verdadero, pueden llevar, no a una auténtica libertad, sino a una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación”[3]. Al proclamar la existencia de una única Verdad en Cristo, lanzaba a los jóvenes este reto: “No os dejéis engañar por los que ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad. Cristo ofrece más. Es más, ofrece todo. Sólo él, que es la Verdad, puede ser la Vía y, por tanto, también la Vida”.[4]
Un fin de semana lleno de Dios.
El momento culminante de esta XXIII JMJ, llegaba con el fin de semana. El sábado por la mañana, los jóvenes peregrinos iniciaban su camino hacia el recinto de Randwick, para participar esa tarde en la Vigilia de Oración, pasar allí la noche y celebrar, a la mañana siguiente, la Eucaristía conclusiva del encuentro. Durante la caminata por las calles de Sydney, los jóvenes iban contentos, cantando y rezando por las gentes de Sydney y del mundo. Cada cierto trecho, se detenían en las “Estaciones de fuerza” que la organización había dispuesto a lo largo del camino como puntos especiales para la oración en torno a cada uno de los dones del Espíritu.
La Vigilia se abría con la llegada de la luz de Cristo, en un marco escenográfico digno de cualquier gran espectáculo, con una danza con velos blancos. A continuación, cobraron protagonismo los dos símbolos de las Jornadas Mundiales: la Cruz de los jóvenes y el icono de la Virgen, que habían recorrido durante los meses anteriores las diócesis australianas, y hacían su entrada en el escenario, coronado por la paloma del Espíritu Santo. Tras la llegada del Papa, el acto litúrgico se desarrolló en la línea de ediciones anteriores, trenzando testimonios, cantos, y oración. El momento más especial de la Vigilia fue, sin duda, la exposición del Santísimo, en el cual se producía el sobrecogedor silencio oracional de los más de 250.000 jóvenes allí congregados, adorando a Jesús sacramentado, y que se prolongó durante más de un cuarto de hora. Un momento impresionante que nos puede llevar a reflexionar sobre la necesidad de recuperar la importancia del Santísimo y del sacramento de la Eucaristía en la pastoral con jóvenes. Ellos, a menudo infravalorados en cuanto a sus requerimientos en materia de fe, reclaman una mayor exigencia en nuestras propuestas pastorales. Sin duda, los jóvenes cristianos quieren que sus catequistas y Pastores les muestren a Cristo en toda su plenitud.
Muestra, también, de este alto nivel de profundidad que los jóvenes católicos están demostrando fue la entusiasta acogida con que recibieron las palabras del Papa, quien desarrolló toda una profunda catequesis sobre la figura del Espíritu Santo y su actuación en la vida del cristiano. Benedicto XVI, como el gran maestro y teólogo que es, trazó una clarísima y seria exposición sobre el papel del Espíritu Santo en la unidad de la Iglesia y en la tradición apostólica. A este respecto, decía a los jóvenes: “Es el Espíritu quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y en servicio del ministerio (cf. Lumen gentium, 4). Lamentablemente, la tentación de «ir por libre» continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y a la segunda como rígida y carente de Espíritu. La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 813); es un don que debemos reconocer y apreciar.”[5]
A continuación, el Santo Padre fue desgranando algunos aspectos claves para comprender la actuación del Espíritu Santo como vínculo unificador de la Trinidad, basándose en los estudios de San Agustín: unidad como comunión, unidad como amor duradero, unidad como dador y don. Como resumen de su exposición, el Papa pedía a los jóvenes: “Inspirados por las intuiciones de san Agustín, haced que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duraderovuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión”.[6]
Los jóvenes pasaron la noche al aire libre, bajo el cielo invernal de Sydney, con el cuerpo frío pero el corazón ardiente, en la espera de la mañana del domingo, en la que se celebraría la Misa Final. A esta celebración, se incorporaban miles de fieles de Sydney, y el número de los presentes rozaba casi el medio millón de personas. Durante la ceremonia, 24 jóvenes de diversos países recibieron el sacramento de la Confirmación, la plenitud del Espíritu Santo. A ellos –y, por extensión, a todos los jóvenes cristianos- se dirigía en su homilía, recordándoles el significado de ser “sellados” con el don del Espíritu: “¿Qué significa recibir el «sello» del Espíritu Santo? Significa ser marcados indeleblemente, inalterablemente cambiados, significa ser nuevas criaturas. Para los que han recibido este don, ya nada puede ser lo mismo. Estar «bautizados» en el Espíritu significa estar encendidos por el amor de Dios”.[7] El Papa volvió a resaltar la importancia de dejarse guiar por el Espíritu para ser, de verdad, esas criaturas nuevas que nacen en el Bautismo, capaces de transformar el mundo con el amor de Dios: “Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad”.[8]
Los próximos retos.
Al término de la Eucaristía Final, tras el tradicional rezo del Ángelus, Benedicto XVI citaba a los jóvenes para encontrarse en la próxima edición internacional de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid, en la tercera semana de agosto del 2011. La Iglesia madrileña y, por extensión, toda la Iglesia española tiene ahora en sus manos el reto, no sólo de organizar la JMJ, sino de aprovechar estos tres años de preparación, de manera que la organización de la JMJ sea para los jóvenes cristianos de España un motivo para impulsar su fe y crecer, para dar testimonio de Cristo en sus ambientes cotidianos y lograr así que, cuando llegue el momento, Madrid ofrezca un marco adecuado para que los jóvenes de todo el planeta puedan asentar su fe, compartirla y manifestarla al mundo. De todos nosotros, agentes de pastoral, animadores, catequistas y miembros de la Iglesia española, depende ahora que Madrid sea un digno altavoz desde donde pregonar al mundo que Cristo vive y que los jóvenes apuestan por Él.
Y ahora, ¿qué quedará de la JMJ de Sydney? En la tierra australiana, se ha abierto sin duda un camino a la esperanza. Los jóvenes cristianos han abierto una ventana a la luz en una sociedad que era indiferente a la presencia de Dios. Pero, además, a los chicos y chicas que han tenido la inmensa suerte de vivir esta Jornada, se les pone por delante la tarea de comunicar y trasmitir a sus amigos, a sus vecinos y a sus familias lo que han visto y oído. Tal y como los apóstoles, en el día de Pentecostés, revestidos de la fuerza del Espíritu Santo, salieron al mundo a comunicar la Buena Noticia de Jesús Resucitado, los jóvenes tienen ahora el reto de hacer lo mismo. El Papa se lo ha encomendado: “Llevad este fuego santo a todos los rincones de la tierra. Nada ni nadie lo podrá apagar, pues ha bajado del cielo. Esta es vuestra fuerza, queridos jóvenes amigos. Por eso, vivid del Espíritu y para el Espíritu”.[9]

MARTA CESTEROS YAGÜE

Movimiento Juvenil Salesiano

Diócesis de Madrid

 
[1] Homilía de la Misa Final, Sándwich, Sydney, 20-07-08
[2] Ibidem
[3] Discurso en Barangaroo, Ceremonia de acogida, 17-07-08
[4] Íbidem
[5] Vigila de Oración. Hipódromo de Randwick. 19-07-08
[6] Íbidem
[7] Homilía de la Misa Final. Hipódromo de Randwick. 20-07-08
[8] Íbidem
[9] Ángelus. Hipódromo de Randwick. 20-07-08