Taizé-Milán

1 abril 2006

Encuentro ecuménico de oración

Blanca Encinas
 
Convocados por la comunidad de Taizé, cincuenta mil jóvenes, llegados de toda Europa, se reunieron en Milán (Italia) del 28 de diciembre del 2005 al 1 de enero de este año. Unas cuatrocientas parroquias los acogieron. Los encuentros de oración y reflexión tuvieron lugar en la Feria de Milán. De manera especial, en este año los jóvenes reflexionaron la ya famosa carta inacabada del difunto hermano Roger. Había comenzado a escribirla para que sirviera de pauta de reflexión en el encuentro; y no pudo terminarla a causa de su muerte (16 de agosto, 2005). Uno de los principales retos y compromisos asumidos por los asistentes es precisamente completar este escrito del fundador de Taizé con la propia vida, a lo largo de todo el año. La clausura tuvo lugar el día 1 de enero, dándose cita ya para el próximo encuentro que tendrá lugar en Zagreb (Croacia) el próximo fin de año.
Para poder seguir la reflexión en los grupos interesados, ofrecemos los siguientes materiales: el mensaje del Papa Benedicto XVI a los jóvenes que participaron en el encuentro, la presentación de lacarta inacabada que hace el hermano Alois, el texto completo de la carta del hermano Roger y las meditaciones que hizo en el encuentro el hermano Alois.
 
Mensaje del Papa Benedicto XVI
 
Queridos jóvenes, en este tiempo en el que estáis viviendo una hermosa experiencia eclesial de encuentro con otros, a iniciativa de la Comunidad de Taizé, el Papa Benedicto XVI se une a vosotros en la oración.
Al rendir homenaje al hermano Roger que ha querido estos encuentros para enraizar en los jóvenes cristianos un espíritu de fraternidad y de paz vividos, el Papa desea que el diálogo entre vosotros, que habéis venido de diversos países y de diferentes confesiones cristianas, así como el encuentro con los cristianos de Milán que os acogen, os permita crear nuevos lazos que serán también semillas de paz entre los hombres. ¡Que el ejemplo del fundador de Taizé y el testimonio incansable del Papa Juan Pablo II en favor del diálogo y de la paz entre los hombres os anime a ser, también vosotros, artesanos de paz! En un mundo que se ha vuelto frágil por los numerosos focos de tensión y en nuestras sociedades desarrolladas, donde aparecen nuevas formas de violencia que atañen en particular a los jóvenes, el Papa os invita a dar testimonio con simplicidad y con la alegría del Espíritu de la paz que os habita, gracias al don que el Señor Jesús ha hecho de sí mismo, una vez por todas, sobre la Cruz, por el amor de todos. Así pues, como dijo el apóstol Pablo, « Él es nuestra paz » (Ef 2, 14) y nos invita al perdón, signo de un absoluto.
Confiándoos a la oración de María, Madre del Señor y de todos los que se han hecho sus hermanos, el Santo Padre os da de corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiende a los hermanos de Taizé y a las comunidades y familias que os acogen.

BENEDICTO XVI

 
Presentación de la Carta de Taizé

La tarde de su muerte, el 16 de agosto, el hermano Roger llamó a un hermano y le dijo: «¡Anota bien estas palabras!» Hizo un largo silencio, mientras buscaba cómo formular su pensamiento. Luego comenzó:«En la medida en que nuestra comunidad cree en la familia humana posibilidades para ensanchar…». Y se detuvo, la fatiga le impedía terminar la frase.
En estas palabras, se encuentra la pasión que le habitaba, incluso a su avanzada edad. ¿Qué entendía por «ensanchar»? Probablemente, quería decir: hacer todo lo posible para que sea más perceptible a cada uno el amor que Dios tiene por todo ser humano sin excepción, por todos los pueblos. Él deseaba que nuestra pequeña comunidad ilumi­nase este misterio con su vida, en un humilde compromiso con los otros. Entonces, nosotros, los hermanos, quisiéramos retomar este desafío, con quienes a través de la tierra buscan la paz.
En las semanas que precedieron a su muerte, él había comenzado a reflexionar sobre la carta que sería publicada durante el encuentro de Milán. Había indicado algunos temas y ciertos textos que quería retomar y reelaborar. Los hemos reunido, tal como estaban en aquel momento, para constituir esta Carta inacabada, traducida a 57 lenguas. Ella es como una última palabra del hermano Roger, que nos ayudará a avanzar por el camino en el que Dios «ensancha nues­tros pasos» (Sal 18,37).
Meditando esta carta inacabada, en los encuentros que tendrán lugar en 2006, sea en Taizé semana tras semana, sea en otros lugares de los diversos continentes, cada uno podrá buscar cómo acabarla en su propia vida.

Hermano Alois

 
Carta inacabada

«Os dejo la paz, mi paz os doy» (Juan 14, 27): ¿Cuál es esta paz que Dios da? Una paz interior es, ante todo, una paz del corazón. Es la que nos permite llevar una mirada de esperanza sobre el mundo, incluso cuando está desgarrado por la violencia y los conflictos.Esta paz de Dios es también un apoyo para que podamos contribuir, muy humildemente, a construir la paz allí donde está amenazada. Una paz mundial es tan urgente para aligerar los sufrimientos, en parti­cular para que los niños de hoy y de mañana no conozcan la angustia y la inseguridad.
En su Evangelio, con una fulgurante intuición, san Juan expresa en tres palabras quién es Dios: «Dios es amor.» (1 Juan 4,8). Si comprendiéramos solamente estas tres palabras, iríamos lejos, muy lejos. ¿Qué es lo que nos cautiva de estas palabras? Encontrar en ellas esta luminosa certeza: Dios ha enviado a Cristo sobre la tierra no para condenar a nadie, sino para que todo ser humano se sepa amado y pueda encontrar un camino de comunión con Dios. ¿Por qué hay a quienes les sobrecoge el asombro de un amor y se recono­cen amados, incluso colmados? ¿Y por qué otros, sin embargo, tienen la impresión de ser poco tomados en cuenta? Si cada uno comprendiese: Dios nos acompaña hasta en nuestras inson­dables soledades. A cada uno le dice: «Tu cuentas mucho a mis ojos, tu eres precioso para mí, y te amo.» (Is 43,4). Sí, Dios no puede más que dar su amor, ahí está el todo del Evangelio. Lo que Dios nos pide y nos ofrece, es acoger sencillamente su infinita misericordia. Que Dios nos ama es una realidad a veces poco accesible. Pero cuando descubrimos que su amor es ante todo perdón, nuestro corazón se apacigua e incluso se transforma. Y henos aquí capaces de olvidar en Dios lo que acosa al corazón : he ahí una fuente donde reencontrar la frescura de un impulso.
¿Lo sabemos suficientemente? Dios nos entrega una confianza tal, que tiene para cada uno de nosotros una llamada. ¿Cuál es esta llamada? Él nos invita a amar como él nos ama. Y no hay amor más profundo que ir hasta el don de sí, por Dios y por los otros. Quien vive de Dios elige amar. Y un corazón decidido a amar puede irradiar una bondad sin límites. Para quien busca amar en la confianza, la vida se llena de una belleza serena. Quien elige amar y decirlo con su propia vida es llevado a interrogarse sobre una de las cuestiones más fuertes que existen: ¿cómo aliviar las penas y los tormentos de los que están cerca o lejos? ¿Pero qué es amar? ¿Será compartir los sufrimientos de los más maltrata­dos? Sí, es esto. ¿Será tener una infinita bondad de corazón y olvidarse de sí mismo por los otros, con desinterés? Sí, ciertamente. Y aún más: ¿qué es amar? Amar es perdonar, vivir reconciliados. Y reconciliarse es siempre una primavera del alma.
En el pequeño pueblo de montaña en el que nací, vivía muy cerca de nues­tra casa una familia numerosa, muy pobre. La madre había muerto. Uno de los hijos, un poco más joven que yo, venía a menudo a nuestra casa, amaba a mi madre como si fuera la suya. Un día, supo que iban a marcharse del pueblo y, para él, irse no era fácil. ¿Cómo consolar a un niño de cinco o seis años? Era como si no tuviera la perspectiva necesaria para interpretar tal separación. Poco antes de su muerte, Cristo asegura a los suyos que recibirán un consolador: les enviará el Espíritu Santo que será para ellos un apoyo y un consuelo, que permanecerá siempre con ellos (Jn 14, 18 y 16,7). En el corazón de cada uno, aún hoy susurra: «No te dejaré nunca solo, te enviaré al Espíritu Santo. Incluso si estás en lo hondo de la desespera­ción, me tienes cerca de ti». Acoger el consuelo del Espíritu Santo es buscar, en el silencio y la paz, abandonarnos en él. Entonces, incluso si se producen graves acontecimien­tos, se hace posible superarlos.
¿Somos tan frágiles que tenemos necesidad de consolación? A todos nos llega el ser sacudidos por una prueba personal o por el sufri­miento de otros. Esto puede llevar incluso a estremecer la fe y que se apague la esperanza. Reencontrar la confianza de la fe y la paz del corazón supone a veces ser pacientes con uno mismo. Hay una pena que marca particularmente: la muerte de alguien cer­cano, de alguien que necesitamos para caminar sobre la tierra. Pero he aquí que una prueba tal puede conocer una transfiguración, entonces ella abre a una comunión. A quien está en los límites de la pena, una alegría de Evangelio puede serle entregada. Dios viene a iluminar el misterio del dolor humano hasta el punto de acogernos en una intimidad con él. Entonces somos situados en un camino de esperanza. Dios no nos deja solos. Nos da avanzar hacia una comunión, esta comunión de amor que es la iglesia, a la vez tan misteriosa y tan indispensable… El Cristo de comunión nos hace este inmenso don de la consolación. En la medida en que la Iglesia llega a ser capaz de aportar la curación del corazón comunicando el perdón, la compasión, hace más accesible una plenitud de comunión con Cristo. Cuando la Iglesia está atenta a amar y a comprender el misterio de todo ser humano, cuando escucha incansablemente, consuela y cura, llega a ser aquello que es en lo más luminoso de sí misma: limpio reflejo de una comunión.
Buscar la reconciliación y la paz supone una lucha al interior de sí mismo. Esto no es un camino de facilidad. Nada durable se construye en la facilidad. El espíritu de comunión no es ingenuo, es ensanchamiento del corazón, profunda bondad, no escucha las sospechas. Para ser portadores de comunión, ¿avanzaremos, en cada una de nues­tras vidas, por el camino de la confianza y una bondad de corazón siempre renovada?.Sobre este camino, habrá a menudo fracasos. Entonces, acordémonos de que la fuente de la paz y la comunión están en Dios. En vez de desanimarnos, invocaremos al Espíritu Santo sobre nuestras fragilidades. Y, a lo largo de toda la existencia, el Espíritu Santo nos concederá re­emprender la ruta e ir, de comienzo en comienzo, hacia un porvenir de paz.
En la medida en que nuestra comunidad cree en la familia humana posibilidades para ensan­char…
 
Meditaciones del Hermano Alois

Ø 29 de Diciembre del 2005
 
Muchos de vosotros cargáis una sed de paz, de comunión, de alegría. Para vivir estas realidades nos gustaría encontrar nuevos ímpetus. ¿Donde podemos encontrar estos aires nuevos? Por sobre todo en las fuentes de la fe, o con otras palabras: en las fuentes de una humilde confianza en Dios. Esta confianza nos hace capaces de dejar nuestros miedos atrás. Esta confianza nos permite ver que hay un futuro, no solo para nosotros sino que para cada ser humano sobre esta tierra.
En la Carta inacabada se puede leer que en la tarde de su muerte, el Hermano Roger, habló deensanchar. Para nosotros significa en especial abrirnos, aún más, a la presencia de Dios. De esta manera podemos hacer mas perceptible el amor que Dios tiene para cada uno de los seres humanos, sin excepción alguna.
En los años venideros vamos también a ensanchar la Peregrinación de confianza sobre la Tierra. Los encuentros europeos continuarán cada año. El próximo año, del 28 de diciembre del 2006, al primero de enero de 2007, tendrá lugar en Europa Central. Estamos felices de ser acogidos por la capital de Croacia, Zagreb.
Estos últimos años, jóvenes de diferentes continentes viene a Taizé cada vez en números más grandes. Ellos también nos llaman a ensanchar nuestra peregrinación de confianza. ¿Como podemos responder a sus expectativas?. ¿Como podemos expresar que todo juntos buscamos una comunión?
Para escucharnos los unos a los otros y sostener una esperanza, el año próximo, un encuentro tendrá lugar en la India, del 5 al 9 de octubre de 2006. El mismo congregará a personas de toda la India y Asia, como también del continente europeo. La ciudad será Calcuta. En los años siguientes estaremos preparando encuentros en América Latina y en África.
Con estos encuentros podremos sostenernos mutuamente. Habrá un humilde signo de esta única comunión, que es la Iglesia. Como Juan el Bautista, queremos preparar el camino de Cristo en la tierra. El, es el sol que nos visita de lo alto. Y a él, le decimos: Jesús, guía nuestros pasos por el camino de la paz.
 
Ø 30 de diciembre del 2005
 
Para el hermano Roger, la urgencia de vivir la reconciliación entre cristianos no era simplemente un tema de reflexión, sino una necesidad. Para él lo primordial era vivir el evangelio y comunicarlo. Y el evangelio no lo podemos más que vivir juntos. Separados no tiene ningún sentido.
Desde joven, el hermano Roger se preguntaba: ¿Como los cristianos puedes hablar de un Dios de amor y vivir separados? ¿Como pueden gastar tantas energías en justificar las separaciones?
Una comunión entre cristianos se busca incansablemente. Si esta búsqueda quiere solo se expresa poniéndose los unos frente a los otros y discutir, faltaría lo esencial. Pero, ¿qué es lo esencial?
Lo esencial es el orientarnos juntos hacia Cristo, que está siempre vivo, siempre presente. Es lo que hacemos a la oración comunitaria aquí en Milán. Juntos, giramos hacia Cristo, percibiendo su presencia. Siempre lo podemos hacer, incluso quedándonos solo en silencio.
Estos días, estamos aquí reunidos, venidos de países y tradiciones muy diferentes. Pero nos es dado ser como un signo de la profunda comunión que son todos los bautizados. Si queremos anticipar una unidad visible de cristianos, estemos atentos a la llamada de Cristo: ¡Sean uno para que el mundo crea!. Sin reconciliación es imposible de pronunciar una palabra creíble. Sin reconciliación, el mensaje de paz del evangelio se vuelve inaudible.
La reconciliación de los cristianos no es un fin en sí misma. Los cristianos buscamos crear caminos para ser fermento de paz y de confianza que alcancen a todo la familia humana.
 
Huracán Taizé: testimonio de Merche Más
 
Pues pasó el Huracán Taizé por nuestra ciudad (50.000 jóvenes), y por nuestro barrio. Y como siempre, como ocurrió ya hace siete años, nos llenó de regalos. A nuestra parroquia llegaron 120 polacos, lituanos, rumanos, alemanes, singaleses, ugandeses y españoles. De distintas confesiones: ortodoxos, protestantes, anglicanos, católicos… Un autobús de polacos no llegó debido a los problemas de nieve en las carreteras europeas, y las familias estuvieron esperando hasta que nos rendimos. Muchos de los que acogimos llevaban dos días de viaje. ¡Qué moral! ¡Qué entusiasmo!
Este año el lugar de las oraciones era más acogedor que el de hace siete años, la antigua feria, que el día después de la clausura del encuentro ha empezado a ser abatida. El nuevo prior, Alois, muy majo e innovador. Los próximos encuentros serán en India, África, y en diciembre en Zagreb, capital de Croacia.
Las familias que han acogido han sido estupendas y estaban encantadas de la experiencia. Eran familias que nunca habían acogido. Una viuda ha acogido 8: 3 en camas y 5 por el suelo. Otra familia nos ha dado las llaves de casa para que hiciéramos lo que quisiéramos. Y eso que este año ha sido mucho más difícil de conseguir familias que la otra ves. Pero los hermanos han insistido hasta el final para que no nos rindiéramos, que dejáramos para el último día la posibilidad de usar lugares colectivos: gimnasios, parroquias. Y de hecho el 99 % ha sido acogido en familias. Y eso hace del evento un encuentro real entre personas.
En nuestra parroquia éramos pocos los organizadores, pero buenos. Casi todos scouts y ancianas de Caritas, que han hecho una acogida cálida y maravillosa. Como la otra vez, nuestra pena ha sido no ver a los jóvenes de la parroquia acercarse ni por curiosidad. Y tampoco a los adultos. Ni a las oraciones, ni a los grupos de intercambio, ni a la fiesta de los pueblos, del 31. Nosotros, desoyendo las indicaciones de los hermanos, hemos organizado durante los grupos de intercambio, en vez de discutir sobre la carta del Hermano (Carta Inacabada), la puesta en común de testimonios de esperanza, que habíamos contactado en la zona: una pareja que ha adoptado 13 niños minusválidos, quien trabaja con las prostitutas nigerianas y albanesas para sacarlas de las mafias, quien hace voluntariado en los hospitales, o ha hecho un campo de trabajo en Palestina… Todo muy interesante e impactante. Tanto que al final, los jóvenes de fuera venían para decirme: «Gracias, gracias por todo lo que nos estáis dando en esta parroquia, por el milagro que estáis haciendo, estamos aprendiendo muchísimo, Gracias!» Yo al principio no entendía, hasta que me di cuenta de que se creían que la gente que hablaba era de nuestra parroquia. Nada más lejano! (Si alguna experiencia hay que valga la pena, nadie ha querido contarla, por vergüenza o por otras cosas.) El caso es que estos jóvenes han pensado que los testimonios reflejaban la vitalidad y el compromiso de nuestra comunidad parroquial. Y yo, sonriendo, se lo he dejado creer… ¡A ver si funciona como profecía!
Me ha encantado el entusiasmo de mi hija Irene de participar en las oraciones, en los grupos, en la acogida, en ir hasta la Feria (una hora de trayecto) y volver… Al principio hasta se enfadó cuando le dije que en casa acogeríamos tres personas. «¿Sólo tres? ¡Con la de suelo que tenemos!» Ha aprendido a cantar la voz del contralto de los bellísimos cantos meditativos, ha ayudado, escuchado, bailado… A las tres de la mañana del 1 de enero no había quien se la llevara a casa… Entre tanto mi otra hija, Rosy, se cogió un constipado, y el pobre santo marido se ocupó de ella y de todos nosotros, pues a mi ya no me quedaban energías para cocinar.
Para mi ha sido todo un regalo: ver nuestra iglesia llena de gente que rezaba, compartir la fiesta, el encuentro, el espacio, el tiempo, la nieve, mi familia, mi casa, nuestros talentos, el cansancio…..
Ahora llevo dos días recuperando el sueño perdido. Y recibiendo los frutos de quienes, sorprendidos y entusiasmados, han recibido el regalo del huracán, inesperado y fecundo. Muchos tenían miedo de acoger y luego han apreciado la maravilla del encuentro. Y es cierto que la acogida es antes un acto y luego se convierte en una actitud que, si la cuidas, te acompaña durante la vida. Y también es cierto que en la acogida hay un riesgo, pero si no nos arriesgamos, si no permitimos que otros nos desbaraten nuestra cómoda rutina, no nos damos cuenta de que vivimos.
Bueno, me voy a dormir con la canción de Taizé: El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa… Buenas noches amiguitos.

Merche Más

 
 
 
En la apertura del concilio de los jóvenes, en 1974, el hermano Roger había dicho: «Sin amor, ¿para qué existir? ¿Por qué seguir viviendo? ¿Con qué fin? Ahí está el sentido de nuestra vida : ser amados siempre, hasta la eternidad, para que también nosotros, vayamos hasta morir de amor. Sí, feliz quien muere de amar.» Morir de amar quiere decir, para él, amar hasta el extremo.
«Vivir reconciliados»: en su libro, ¿Presientes una felicidad?, publicado quince días antes de su muerte, el hermano Roger ha explicado una vez más lo que estas palabras significan para él: «¿Puedo decir aquí que mi abuela materna descubrió intuitivamente como una clave de la vocación ecuménica y que ella me abrió una vía de concreción? Después de la Primera Guerra mundial, ella estaba habitada por el deseo de que nadie tuviera que revivir lo que ella había vivido: cristianos combatiendo una guerra en Europa, que al menos los cristianos se reconcilien para tratar de impedir una nueva guerra, pensaba ella. Ella tenía antiguas raíces evangélicas pero, cumpliendo en ella misma una reconciliación, se puso en camino a la iglesia católica, sin por ello manifestar una ruptura con los suyos. Marcado por el testimo­nio de su vida, y todavía joven, encontré en su seguimiento mi propia identidad de cristiano al reconciliar en mí la fe de mis orígenes con el misterio de la fe católica, sin ruptura de comu­nión con nadie.»
El «Cristo de comunión»: hermano Roger utilizó ya esta expresión cuando acogió al papa Juan Pablo 11 en Taizé el 5 de octubre de 1986:«Con mis hermanos, nuestra espera coti­diana es que cada joven descubra a Cristo; no al Cristo tomado aisladamente sino al «Cristo de comunión» presente en plenitud en este miste­rio de comunión que es su Cuerpo, la Iglesia. Allí tantos jóvenes pueden encontrar dónde comprometer su vida entera, hasta el extremo. Allí tienen todo lo necesario para convertirse en creadores de confianza, de reconciliación, no solo entre ellos, sino con todas las generaciones, desde los más ancianos hasta los niños. En nuestra comunidad de Taizé, seguir al «Cristo de comunión», es como un fuego que nos quema. Iríamos hasta el extremo del mundo para buscar caminos, para pedir, llamar, supli­car si fuera preciso, pero jamás desde fuera, sino siempre manteniéndonos al interior de esta comunión única que es la Iglesia.»
Estos últimos cuatro párrafos transcriben las palabras que el hermano Roger dijo al final del encuentro europeo de Lisboa, en diciembre de 2004. Son las últimas palabras que pronunció públicamente.