¿TAMBIÉN LA PASTORAL PROCEDE POR PROYECTOS Y PROGRAMACIONES?

1 junio 2006

Riccardo Tonelli
Riccardo Tonelli es profesor de Teología Pastoral en la Universidad Salesiana de Roma
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo intenta responder a la cuestión sobre la conveniencia o no de introducir en la pastoral juvenil las lógicasproyectuales.  Responde profundizando en las motivaciones que justifican las diferentes posturas. El proyecto pastoral es cuestión de espiritualidad, pero exige seriedad y competencia profesional. El artículo se decanta por un modelo de proyecto capaz de asumir una lógica circular entre fe y cultura: es el modelo hermenéutico, señala su función instrumental y subraya la importancia de la verificación.
 
El interrogante que da título a esta reflexión propone una cuestión de gran actualidad. En estos años, se está debatiendo en muchas comunidades eclesiales si conviene introducir también las lógicas proyectuales en la pastoral juvenil (como se ha hecho en el último decenio… sin resultados entusiasmantes) o es preferible liberar la acción pastoral eclesial de estas cortapisas, un poco burocráticas y muy poco respetuosas del abandono confiado en el Espíritu (como sugieren algunos con mil interesantes razones y con la pasión de los hechos). La alternativa es seria: ¿preferir la esponteneidad del presentismo actual o la profesionalidad reflexiva sobre la que tanto se ha insistido en estos últimos años?
 
No me gustaría intentar descubrir quien tiene razón. Prefiero profundizar en las motivaciones que justifican las diferentes posturas y, sobre todo, acoger el camino recorrido como invitación a consolidar y a transformar.
 
1        Una cuestión de… espiritualidad
 
Voy a entrar en la cuestión con una aproximación que puede parecer extraña. En mi opinión, la necesidad de proceder haciendo proyectos es una “una cuestión de espiritualidad”. Estoy convencido de que la respuesta sobre la oportunidad de los proyectos también en el ámbito pastoral es posible, motivada y seria sólo después de haber llegado a una opción de fondo sobre el modo de vivir la propia fidelidad al Espíritu de Jesús.
 
1.1  Servir a la “causa” que nos ha sido confiada
 
Los evangelios no nos dicen muchas cosas de Jesús que nos gustaría, en cambio, conocer. Sin embargo, hay algo que sí dicen de manera firme y segura: Jesús es alguien que tiene una enorme pasión por una causaespecialísima. Y de esta causa nos ha hablado con mucha frecuencia.
La causa de Jesús es muy clara: hacer nacer vida donde existe muerte, en nombre y para la gloria de Dios. Como él mismo ha declarado, ha hecho de la causa de la vida, “plena y abundante” para todos (Jn 10, 10), la “perla preciosa” que, para conseguirla, es necesario estar dispuestos a vender todo lo demás (Mt. 13, 45-46).
La misión que le ha confiado el Padre, la confía Jesús a sus discípulos: “Como me ha enviado el Padre, así os envío yo a vosotros” ( Jn 20, 21). Los discípulos llaman a otros y los envían. Y así se prolonga la cadena de los llamados, con la responsabilidad de realizar la misión que ha apasionado la existencia de Jesús: la causa de la vida. Sobre esta tarea mide el cristiano su propia existencia. Somos y existimos para, como hizo Jesús, servir a la vida.
 
1.2. Solidaridad en la diversidad 
 
En este modelo de relación interpersonal, descentrado hacia la causa de Jesús, nos sentimos todos solidarios, incluso cuando poseemos y desempeñamos funciones diversas. Pero hemos de introducir una referencia mucho más exigente que la relación de simple funcionalidad. Se deriva de las exigencias  de solidaridad interpersonal y de la necesidad de colaboración como expresión de la interdependencia “de hecho” (sobre las causas y sobre los efectos).
Solidaridad e interdependencia en el servicio a la causa nos conducen a la sincera constatación de que “cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado”, tenemos que reconocer somos “siervos inútiles” (Lc.17, 10).
Darse cuenta de ser sólo siervos al servicio de una causa cuya realización requiere la solidaridad en la diversidad, remite de manera decisiva a la cuestión sobre la que estamos reflexionando.
Toda acción pastoral se resuelve en una relación entre las componentes antropológicas (que Gaudium et spesnos enseña a asumir con respeto) y la irrenunciable dimensión mistérica que suministra el horizonte normativo. Se justifica así la distinción entre el proceso de salvación (que mira al intercambio de amor de la libertad de Dios que encuentra la libertad del hombre) y la mediación de salvación (el signo, en el que la presencia misteriosa e inefable de Dios se hace rostro y palabra, llamado a sostener y a servir  el proceso de salvación).
 
1.3. “Hacer proyectos” serios
 
Seriedad y competencia profesional son la dimensión concreta y verificable de toda colaboración eclesial en la realización de la causa de Jesús para la vida de todos, que la comunidad eclesial comparte y realiza. Esta es, en último término, la motivación fundamental que impulsa a la pastoral a compartir la exigencia de hacer proyectos. Por esto, he situado la cuestión del proyectar en el ámbito pastoral como hecho de espiritualidad.
A esta razón se añade otra más funcional… de una espiritualidad que sabe situarse en la cotidianidad.
El proyectar nace de la exigencia de colaborar, acogiendo la diversidad y buscando la convergencia sobre las cosas que cuentan. Proceder a golpes de ciego o a impulsos del entusiasmo resulta realmente peligroso en un ámbito en el que está en medio la persona, su vida y su sentido. Y es condición indispensable para asegurar la colaboración en una situación de pluralismo. Para instar a personas y organismos diversos a hacer algo juntos, es indispensable construir juntos y compartir intensamente un mapa de intentos.
 
2        Proyectar
 
Proyectar es importante… pero ¿qué implica? En torno a la misma preocupación (proyectar) convergen sensibilidad y aportaciones diferentes. La construcción de una convergencia en los términos es condición irrenunciable para poder compartir después la sustancia. No me gusta lanzar provocaciones que tienen el sabor peligroso de lo genérico; es mucho mejor, por el contrario, esforzarse para ponernos de acuerdo en los términos y en las opciones que se derivan de ellos.
 
2.1. El término central: proyecto
 
El sustantivo proyecto representa, generalmente, la referencia obligada del proyectar. Con este término se entiende ordinariamente un plan general de intervenciones que concretiza una visión educativa y pastoral. El proyecto determina los objetivos operativos adecuados a las necesidades y a las exigencias de las diferentes situaciones (personales, sociales, ambientales). Sugiere líneas concretas y medios para alcanzar dichos objetivos. Crea roles y funciones para asegurar la eficacia de las líneas y el logro de los objetivos.
 
2.2. Los términos relacionados: marco fundamental y programación
 
El proyecto está en el centro de las preocupaciones. Pero otros dos términos, expresados de diversas formas,  están íntimamente relacionados con él:

  • El marco fundamental que señala el horizonte del proyecto. Con esta expresión se entiende ordinariamente un conjunto de ideas, orientaciones, valores, referencias de carácter general y global, que se utilizan como inspiración última de una acción educativa y pastoral. No se trata de indicaciones genéricas; deben  expresar, dentro del pluralismo, las indicaciones (teólogicas y antropológicas) que inspiran y desde las que se valora la acción concreta.
  • La programación, que transcribe el proyecto al nivel directamente operativo. La distribución en términos de personal, tiempos, lugares, de los elementos definidos en un proyecto, y la determinación realista de las acciones que se han de cumplir, conforman la programación. Se refiere, pues, a la organización concreta y a medio plazo de las condiciones y de los tiempos necesarios para la realización del proyecto. Requiere la distribución en el tiempo, ordenada y precisa, de las intervenciones, responsabilidades, recursos materiales y personales. Debido a esta dimensión de concretez y operatividad, la programación vive de tiempos breves y se realiza siempre a nivel local.

 
2.3. ¿Cómo organizar los elementos?
 
No me detengo en elencar los elementos que entran en un proyecto y lo construyen operativamente. Los conocemos: el objetivo, la situación de partida, la selección y organización de los recursos (el método) y la evaluación.
Pero siento, especialmente, una exigencia mucho más seria, porque indirectamente nos remite a los fundamentos teológicos que justifican y orientan cualquier proyección. La expreso con un interrogante: ¿cuál es la secuencia óptima que se debe utilizar para organizar estos elementos?
No es necesario mucho esfuerzo para constatar que la opción no puede dejarse al azar. Las diferentes secuencias implican grandes problemas procedimentales, que llevan a resultados muy diversos.
 
Superar tanto el modelo inductivo como el deductivo
 
El modelo teológico tradicional asignaba a la situación una función pasiva, de recepción, destino, banco de prueba. La comprensión de la salvación y la descripción de las acciones necesarias para asegurarla, se definían en absoluto, en fidelidad a un proyecto que viene de lejos. La situación concreta no tenía peso en el proyecto, no lo modificaba en nada. Las eventuales dificultades operativas se superaban a través de adaptaciones provisionales y parciales.
Como reacción, en estos últimos años, algunos han intentado invertir las posturas. Y así, con frecuencia se ha otorgado a la situación una función decisiva, normativa incluso respecto al proyecto.
El primer modelo recoge los procedimientos deductivos típicos de muchas realizaciones educativas del pasado. El objetivo es descrito de manera segura, sobree todo por parte de las ciencias que pretenden una función de carácter normativo. Queda abierto sólo  el espacio de cómo hacer para conseguirlo. En el segundo modelo, de carácter inductivo, prevalece la experiencia personal en menoscabo de los contenidos objetivos. La praxis educativa y pastoral se preocupa sobre todo de respetar las preguntas espontáneas de los jóvenes.
 
Hacia un modelo hermenéutico
 
El cotejo con las orientaciones que la pastoral ha sabido encontrar en la meditación del acontecimiento de la Encarnación, las mismas que justifican y demandan la utilización de los proyectos también en la pastoral, propone una alternativa que compromete tanto al modelo deductivo como al inductivo.
Se trata de un modelo de proyección que asume una lógica circular entre fe y cultura, entretejida de dar yrecibir. Lo llamo modelo hermenéutico porque hace propio, en el nivel del proyectar, el gran camino experimentado en la interpretación de la fe (y, consiguientemente, en el compromiso educativo y pastoral) a partir de la conciencia hermenéutica. Insta a considerar la situación como un verdadero “lugar teológico, que da carne histórica al único proyecto de salvación.
En el curso de la historia, la fe se ha encarnado progresivamente en opciones, orientaciones, preocupaciones, expresiones. También hoy hemos de reescribirla, descifrando lo que es relativo, fruto de la situación, y lo que, en cambio, es decisivo y normativo, porque está vinculado a la intención salvífica de Dios en Cristo Jesús. En esta perspectiva, la situaciones prosiguen la gran experiencia de la Encarnación: hacen existir la salvación en el hoy de nuestra historia.
El modelo hermenéutico propone un proyecto capaz de parangonar los grandes objetivos de la existencia cristiana y las situaciones juveniles y culturales actuales. Del cotejo surgen nuevos objetivos, capaces de repensar las exigencias de siempre, en diálogo con los retos actuales, en una propuesta fiel a Dios y al hombre, en una única radical fidelidad.
 
3        Para no morir de proyectos
 
Para muchos educadores y agentes de pastoral, el proyecto se ha convertido con frecuencia en un punto de referencia excesivamente obligante. La definición de las metas y la elección de los instrumentos con los que intervenir se han presentado no pocas veces como algo ante lo que medirse sin incertidumbres.  Con un instrumental tan seguro, alguno ha encontrado la posibilidad de establecer qué es lo que funciona y lo que no funciona.
Además la lógica del proyecto parece imaginar  modelos culturales estables que permiten previsiones en tiempos bastante largos. Así, si alguien intentaba cambiar cualquier cosa en los proyectos establecidos, podía escuchar que no había transcurrido todavía el tiempo indispensable para la revisión, y que era necesario emplear los recursos para realizar y no para cambiar. Y así el esfuerzo de mirar al futuro se ha resuelto en la invitación a contemplar y a realizar cuanto habíamos ya previsto en la dirección del futuro.
La riqueza de todo lo vivido, cuanto habíamos construido y las dificultades con las que estamos confrontándonos, nos sugieren algunas preocupaciones que deben caracterizar todo buen proyecto.
 
3.1. Función instrumental del proyecto
 
Ante todo, hay que afirmar con fuerza la función instrumental del proyecto. No es la meta última en cuya realización convergen todos los recursos y en cuya situación se activan las verificaciones. Un proyecto es siempre y sólo un instrumento. Si es bueno, es decir, si está bien hecho y gestionado de modo inteligente, es un buen instrumento. Pero cuando el proyecto no está bien hecho o bien cuando es gestionado de forma rígida, no nos permite llegar a la meta prevista e impide incluso seriamente conseguirla.
La meta es otra: la vida y la esperanza de los jóvenes cuya realización queremos asegurar mediante un atento proceso de colaboración entre personas diversas, que reconocen el don de la diversidad recíproca.
El proyecto tiene sólo una función instrumental, porque existe una referencia externa al mismo proyecto, que se refiere directamente a cada una de las personas a cuyo servicio se pone el proyecto. El proyecto se ridimensionacontinuamente a la medida de las personas concretas, y no al revés
 
3.2. La otra cara del proyecto: la verificación
 
Esta toma de conciencia introduce en el hacer proyectos, una variable que realmente no puede olvidarse: la verificación. La verificación es la operación que coteja las tres variables en juego: los protagonistas del proyecto, la meta a la que tiende, la selección y organización de los recursos, prevista y actuada por el proyecto.
Las tres variantes tienen un peso decisivo para un buen proyecto, para hacerlo dúctil, flexible, cambiable. La meta señala las necesidades formativas reales de los protagonistas concretos. Cuando no se logra alcanzarla, una hipótesis que se ha de verificar mira también a la posibilidad de conseguirla y a la funcionalidad de la misma meta.  Con frecuencia la selección y organización de los recursos puede ser una de las causas de que la meta no sea conseguida. No se pueden lograr nuevos resultados, utilizando recursos viejos… y todos sabemos cuán duros de morir son los viejos recursos. La verificación lo valora y rescribe audazmente el proyecto.
Los protagonistas son los referentes fundamentales del proyecto. Pero son acogidos, comprendidos, queridos en el proyecto global a cuyo servicio se sitúan nuestros proyectos educativos y pastorales. Un proyecto educativo es, en realidad, ante todo un proceso capaz de integrar a los sujetos implicados en un horizonte existencial global, orientado a descubrir el sentido de la propia vida, las razones de esperanza que la franquean, las condiciones que hacen posible todo esto. Los proyectos institucionales se sitúan, de modo funcional, en el interior del compromiso de cada persona de construir su propio proyecto de vida y en la responsabilidad que cada comunidad reconoce a este propósito.
Un buen proyecto sin tiempos fijos de verificación y reformulación es un sueño que nunca llegará a ser realidad.
 
3.3. Solidaridad en tiempos de globalización
 
Hemos alcanzado ya como dato irrenunciable, la convicción de que construir vida y esperanza no es nunca una operación aislada ni rescindible en términos individualistas: juntos nos ayudamos a vivir, juntos ponemos en crisis la esperanza, juntos reconstruimos un futuro de esperanza. El proyecto es condición indispensable para poder hacer todo esto entre personas que están dispuestas a colaborar precisamente porque ponen en juego  la propia riqueza existencial.
Por estas razones, el proyecto no puede concebirse como el mínimo común denominador que permite la colaboración entre personas diferentes, sino que se convierte  en el punto de referencia que ha madurado en común y en común se ha verificado, poniendo verdaderamente los propios recursos al servicio de exigencias más grandes, que juzgan toda nuestra realización.
Además, un buen proyecto asegura la posibilidad de llevarlo a la práctica. Sin realismo no puede haber proyecto. Realismo significa la capacidad de soñar metas de futuro con los pies bien arraigados en el presente, de individuar  los recursos disponibles, de decidir en concreto de cuáles conviene servirse y cuales se deben abandonar, para crear las condiciones favorables para conseguir personalmente la meta que está ante nuestro camino
 
3.4. Hacer proyectos en tiempos de “velocidad”
 
Otro dato constatable impacta y hace replantear la invitación a hacer proyectos. Vivimos en un momento de aceleración incontrolable: relaciones interpersonales, compromisos, perspectivas, realizaciones… Hasta la misma identidad (que debería representar el punto de referencia constante en el dinamismo de crecimiento: a nivel personal e institucional) se está haciendo “fluida”. Se compone y descompone en muy breve tiempo… hasta el punto de que personas e instituciones de identidad consolidada parecen muy lejanas.
La preocupación no es el “finalmente”, o “no podemos más”. Sea cual sea el resultado de la valoración de este dato, se puede salir de él sólo sintonizando.
¿En qué pueden desembocar hoy los planes quinquenales o decenales, … los proyectos que se basan en una experiencia fuerte?
 
3.5. De los proyectos a las estrategias
 
La fragmentación y la complejidad impacta sobre todo a los jóvenes más atentos al hoy y más implicados en sus dinámicas. Elegir modelos operativos fuertes y orgánicos (como podrían llegar a ser algunos proyectos) puede hacer correr el riesgo de reaccionar hasta unos límites innegables, activando procedimientos que dejarán fuera a los más débiles, precisamente a aquellos que son más sensibles a la lógica y a la cultura dominante. También esto es un modo de discriminación.
Estas provocaciones dan que pensar. Asoma así no una alternativa a la seriedad de hacer proyectos, sino una especie de preocupación general y una exigencia que puede servir como apertura y conclusión del hacer proyectos.
La llamo la opción de la estrategia. Estrategia significa  indicación de prioridades sobre las que organizar los recursos disponibles y elaboración de secuencias concretas y operativas, orientadas a asegurar el logro de la meta prevista.
¿Dónde está la diferencia entre proyecto y estrategia? Sugerir la opción de la estrategia significa oponerse a cualquier improvisación, como vivir al día o bajo el impulso de los hechos, actualmente tan de moda e incluso mixtificado con palabras solemnes y devotas. La estrategia está siempre de parte del proyecto: reconoce su importancia para respetar la seriedad  del proceso y para asegurar la condición de corresponsabilidad y colaboración en una situación de pluralismo.
Pero, una vez afirmada la continuidad, puedo recordar también la diferencia. La estrategia representa un modo de hacer más débil que el proyecto, que apuesta por un tipo de opciones que, desde lo pequeño y los subjetivo, son capaces de llegar al conjunto y al todo.
Con una figura… la llamo la introducción en el proyecto de la lógica de las cerezas. Quien quiere tomar algunas cerezas de un plato común y no quiere meter sus manos dentro como si fueran una pala, espera poder agarrar aquella cereza que sea capaz de arrastrar con ella otras muchas, misteriosamente imbricadas. Estudia los gestos y los momentos, y después arriesga.
La cereza oportuna es una estrategia prudente. Optar por la lógica, un poco débil, de las estrategias significa arriesgar llegar a cuanto se desea conseguir, individuando tiempos, intervenciones, conexiones, sobre los que se apuesta.
La atención a la estrategia, para revisar un poco el proceso fuerte característico del proyecto, reconoce su importancia pero se empeña en una revisión práctica que tiene en cuenta la situación social y cultural de los destinatarios.
Como puede advertirse, no estoy sugiriendo una inversión de tendencia, después del tiempo y el esfuerzo dedicados en estos años a pensar en términos de proyectos, de itinerarios, de procesos bien estructurados.
Todo esto es urgente: lo era hace diez años y lo sigue siendo hoy.
En el proyecto todo está establecido en el punto de partida (objetivo y método), con la posibilidad de asegurar una buena verificación, comprobando el éxito alcanzado sobre lo que había sido previsto. La categoría dominante es la coherencia. Todo esto está muy bien. Pero la pregunta es: ¿es posible ir más allá?
En la estrategia, lo ya conseguido y las hipótesis de partida se consideran estupendas… pero no representan el dato seguro y el referente para la coherencia. El elemento cualitativo está determinado por la atención al hoy, al presente (en clave educativa, porque no es nunca resignación) y por la capacidad de inventar y de apostar en la dirección del futuro.
La invitación a asumir la perspectiva de las estrategias sugiere la opción por imprimir un mayor dinamismo al proyecto, y, sobre todo, por individuar los elementos particularmente significativos sobre los que poner en juego todos los recursos, para poder asegurar mejor el alcance de la meta del proyecto y la utilización inteligente de los medios.

RICCARDO TONELLI

estudios@misionjoven.org