TIEMPO DE FUNDAMENTALISMOS

1 marzo 2005

Eugenio Alburquerque
 
Eugenio Alburquerque es Director de Misión Joven
 
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo realiza una primera aproximación descriptiva sobre el fenómeno del fundamentalismo, especialmente del fundamentalismo religioso, que presenta como un dato social global, presente actualmente en todas las grandes religiones. Intenta poner de relieve sus raíces culturales y teológicas, así como sus rasgos y características principales. El autor subraya, sobre todo, su relación a la modernidad: una relación de oposición y de rechazo, situando precisamente en esta asimilación de la modernidad su principal desafío. En un tiempo de fundamentalismos, es más necesario que nunca un talante de diálogo.
 
Al intentar aproximarnos al complejo fenómeno del fundamentalismo, conviene comenzar señalando que los fundamentos son algo verdaderamente trascendental para todo ser humano. Necesitamos fundamentos para poder vivir creativamente, para desarrollar armónicamente nuestros talentos, para crecer, madurar y realizarnos como personas. Nuestras capacidades físicas, intelectuales, afectivas, se basan ineludiblemente sobre unos fundamentos de cuidado, confianza y amor. Y esto mismo se podría decir respecto al ámbito social. Las familias, los pueblos, las naciones necesitan raíces. Necesitan tradiciones, ritos, cultos, cultura. Necesitan tener su propia historia para poder asentarse y expandirse; para poder ser pueblo, familia y comunidad; para poder vivir creativamente.
 
La confianza en nuestros fundamentos, personales y sociales, es el modo más originario que tenemos los humanos para solucionar el problema más inquietante de la existencia: nuestra propia condición mortal. Es esta confianza la que nos ayuda a superar la angustia ante los continuos peligros que amenazan nuestra existencia y la que, aún siendo mortales, nos abre a la vida, al futuro, a la felicidad.
 
Cuando se pierde o se desvanece esa confianza radical, cuando se quiebra la tradición y la cultura, cuando se diluye la creativa apropiación del pasado y se impide la transformación hacia el futuro, entonces surgen las reacciones fundamentalistas. Aunque las actitudes fundamentalistas han existido siempre, en el momento actual alcanzan un arraigamiento muy firme y muy fuerte. Vivimos tiempos de fundamentalismo, o mejor, de fundamentalismos, porque, de hecho, existen diversos tipos (vital, cultural, económico, político, religioso). El intento de escrutarlos y analizarlos significa, ni más ni menos, el intento de analizar la sociedad moderna. Realmente el análisis del fundamentalismo se convierte en el diagnóstico de nuestra época.
 
Este es el objetivo preciso de este artículo: perfilar el sentido y significado del fundamentalismo actual. Nos ceñimos al fundamentalismo religioso, pero advirtiendo que alcanza a todas las religiones y que, al tratarse de un fenómeno tan complejo, tan hondo y extenso, no se reduce al campo religioso. Se extiende a todos los ámbitos de la vida social: la cultura, la economía, la política.
 

  1. Sentido del fundamentalismo

 
En el lenguaje ordinario, damos al término fundamentalismo un sentido peyorativo. Llamar a alguien fundamentalista es tildarle de reaccionario, intransigente, integrista, fanático. Se suele entender como una tendencia de pensamiento y una actitud vital de tipo conservador e inmovilista, opuesta a las tendencias liberales y modernistas. Designa, en realidad, la actitud de quien defiende la inalterabilidad de los principios de una doctrina (religiosa o política), del que se muestra radical en sus creencias u opiniones y tiende a la aplicación estricta de sus normas y principios.
 
Los especialistas matizan el sentido del fundamentalismo, apreciando sus diferencias con el integrismo o el tradicionalismo. El fundamentalismo hace referencia a los fundamentos de la fe; en la tradición protestante, a la centralidad de la Sagrada Escritura. El integrismo se refiere, más bien, a la integridad de la fe, incluyendo, entre los católicos, la Tradición eclesial. Pero, de algún modo, los fundamentalismos actuales tienden también a una actitud integrista ante la fe. Y se suelen manifestar como tradicionalistas, preocupándose de mantener la tradición doctrinal, excluyendo cualquier tipo de crítica a los textos fundamentales; autoritarios, evitando también el desarrollo y discusión de posibles alternativas; y hasta fanáticos, movilizando todos los medios para controlar a sus fieles[1]. Pero sobre todo, el fundamentalismo se manifiesta en la exigencia intransigente de sometimiento a la doctrina y a la práctica establecida. Hay, pues, una insistencia en un punto de vista absoluto de la verdad. Y esta actitud desencadena las más de las veces un rechazo de ciertos principios importantes del mundo moderno, como la tolerancia, el pluralismo, la secularización, el relativismo.
 
Cada vez aparece más clara la vinculación entre las vicisitudes de la modernidad y el crecimiento del fundamentalismo. Especialmente si lo referimos a la religión, se trata de un movimiento intensamente antimodernista, que se manifiesta en todas las religiones, de manera particular en las llamadas religiones del libro (judaísmo, cristianismo, islamismo). Alude directamente a la reacción de las religiones frente a los procesos de modernización; una reacción provocada por el miedo a los cambios sociales y por la pérdida del sistema de valores. Ante el temor al vacío de sentido y de valores, el individuo tiende a agarrarse irracionalmente a ciertas seguridades prefabricadas.
 
Esta reacción busca un soporte absolutamente seguro de las creencias ante los vaivenes culturales, persigue protección ante la inseguridad o ante las posibles dudas. Pero, precisamente, por su carácter absoluto, propicia una ideología de intolerancia y, a veces, también de fanatismo. La falta de algo absoluto y eterno produce pánico e inseguridad; en ella arraigan los actuales integrismos.
 
En la cultura moderna asistimos a una toma de conciencia creciente de la relatividad de toda expresión cultural y tradicional. La consecuencia que produce este relativismo es inseguridad, miedo y zozobra. Crece entonces el ansia de claridad y de certezas, de seguridad, de identidad y de comunidad. Estas son las condiciones climáticas para el surgimiento y crecimiento de los fundamentalismos, de todos aquellos grupos y movimientos dispuestos a ofrecer sentido, seguridad, identidad y comunidad.
El fundamentalismo comienza, pues, como una reacción ante el cambio, ante el pluralismo, ante la modernidad. A la moderna afirmación y soberanía del yo el fundamentalismo opone la soberanía de Dios; al antropocentrismo, el teocentrismo; a la libre razón humana, la verdad absoluta; a la libertad, la intolerancia; a la diferencia, la uniformidad; a la duda, la búsqueda y la pluralidad, las certezas establecidas y la seguridad doctrinal; a lo privado, lo público; a la razón autónoma, la fe heterónoma; a una ética laica, una moral sometida a la religión; a la sociedad abierta al presente, la sociedad enraizada en la tradición.
 

  1. Rasgos y características principales

 
Este acercamiento somero al significado del fundamentalismo ha puesto ya de relieve algunos de sus rasgos más característicos. No podía ser de otra manera, porque la descripción de un determinado fenómeno entraña siempre señalar sus perfiles esenciales. Pero intentamos ahora presentarlos de manera más detenida y orgánica, teniendo delante especialmente el fundamentalismo religioso de las religiones del libro; esta presentación nos ayudará, a su vez, a comprender más hondamente el fenómeno fundamentalista[2].
 
2.1. Rechazo de la hermenéutica
 
Se suele cifrar el momento del surgimiento del fundamentalismo en la respuesta a los grandes cambios sociales que se produjeron en Norteamérica a finales del siglo XIX, fruto de los avances científicos y de la industrialización. Mientras los protestantes liberales se adaptaban a la situación y emprendían la tarea de reinterpretar el mensaje cristiano con vistas a un mundo más secularizado, los protestantes conservadores querían conservar a toda costa los “fundamentos” de la fe y rechazaban cualquier compromiso con el mundo. Y, en el empeño por difundir sus posturas, inician en el año 1909 la publicación de un conjunto de escritos con el título: Los fundamentales: el testimonio de la verdad.[3] En ellos defienden como fundamentales cinco principios: la inerrancia de la Escritura, el nacimiento virginal de Jesucristo, su muerte redentora, su resurrección física y su poder de hacer milagros. De aquí arranca y se deriva la designación de fundamentalismo. Entre sus características teológicas principales hay que resaltar, desde el principio, la defensa de la inspiración verbal y de la inerrancia de la Sagrada Escritura.
 
Este es, quizás, el primer rasgo que aparece en las actitudes fundamentalistas cristianas: el literalismo bíblico. Para los fundamentalistas, existe un texto sagrado, una Escritura santa, que procede de Dios y es revelada a los hombres; en cuanto tal, no contiene error y garantiza la verdad objetiva. En el fondo, se niega toda interpretación y camino hermenéutico de acercamiento crítico a los textos bíblicos. Mientras la teología moderna está invadida por los problemas hermenéuticos, el fundamentalismo es profundamente antihermenéutico, proponiendo siempre la interpretación literal de la revelación divina. Por muy difícil y enigmático que sea un texto, es accesible a los fieles, porque no admite más que una sola interpretación, por ser revelación de Dios.
 
Por ello, desde la mentalidad fundamentalista, cualquier adaptación del mensaje cristiano a la cultura debe ser desterrada como algo herético. El fundamentalismo insiste en la absoluta uniformidad doctrinal, tratando de establecer con claridad los dogmas y las verdades que hay que creer, así como también de fijar las normas morales para todos los espacios de la vida privada. No es infrecuente en esta actitud fundamentalista, para justificar sus posturas doctrinales, el recurso a textos situados fuera del contexto, que se utilizan sin ningún tipo de rigor hermenéutico y que se convierten en pretexto para justificar la propia postura.
 
2.2. Oposición a la modernidad
 
Esta mentalidad antihermenéutica, en realidad, representa simplemente la manifestación de un aspecto más amplio y profundo: el rechazo y la oposición a la modernidad. Pero no rechaza toda la modernidad. No se opone, por ejemplo, a la modernidad tecnoeconómica; se opone a una parte, a aquella que relativiza la tradición y somete a la religión a sospecha crítica. El rechazo de la modernidad va unido a la declaración de guerra contra el naturalismo, el laicismo y el comunismo[4].
 
En nombre de la verdad de la tradición y de la revelación religiosa se rechaza el espíritu crítico que amenaza la religión desde la racionalidad, la libertad y el pluralismo. Los fundamentalistas tienden a confundir pluralismo y relativismo y, consecuentemente, a rechazar ambas posturas. La modernidad ofrece las bases racional y legal para el pluralismo, al reconocer que todos los individuos y grupos sociales tienen derecho a manifestar las propias ideas y convicciones, a expresar la propia fe, a hacer oír la propia voz. Por ello, para el fundamentalismo la modernidad resulta una amenaza: la pluralidad no se casa bien con la defensa de un único magisterio eclesiástico, una única tradición dogmática, un único código normativo.
 
En un momento en que el pluralismo social y el pluralismo religioso constituyen un hecho clave en la sociedad actual, las distintas iglesias tienen, sin duda, el reto de reconocer y aceptar los valores de la modernidad y de convertirse en espacios de convivencia, recuperando y fortaleciendo un auténtico talante ecuménico.
 
2.3. Vinculación ideológica a proyectos políticos
 
Al mismo tiempo que el fundamentalismo nace como oposición de la modernidad, conlleva también un modo determinado de entender la sociedad, la cultura, la política. Realmente en todas las manifestaciones fundamentalistas aparece un proyecto sociopolítico. Mientras socialmente crece la conciencia de la irrelevancia pública de la religión, el fundamentalismo enarbola la bandera de su relevancia pública. Es lo que pretenden los distintos grupos que buscan rejudaizar, recristianizar o reislamizar la sociedad, utilizando frecuentemente la fe para conseguir otros intereses políticos.
Detrás del fundamentalismo religioso existe también una ideología que se alía con intereses sociales, económicos, políticos de determinados grupos, contrarios a cualquier tipo de pluralismo. Su empeño no es robustecer la fe. Desean transformar el mundo para que la fe sea más fácilmente preservada. Es posible incluso que la vinculación ideológica llegue a ser tan fuerte que, en realidad, no se distinguen los confines de la religión y los de la política. Contra esta tergiversación ideológica advierte Juan Pablo II: “La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio, el respeto de la libertad”[5].
 
2.4. Visión apocalíptica
 
En general, los fundamentalismos religiosos tienen un planteamiento apocalíptico, referido al fin de los tiempos, que tiende a teñir su discurso y su orientación vital de una especie de fatalismo, de postración e impotencia. Si todo está a punto de acabar, si la venida del Señor es inminente, fácilmente la parálisis y el descompromiso empiezan a anidar en la mentalidad y en las actitudes fundamentalistas.
 
No cabe duda de que las corrientes milenaristas de carácter apocalíptico y combativo ejercen gran atractivo en los grupos fundamentalistas. Es significativo que las mayoría de los fundamentalismos propugnan una concepción muy detallada del final de la Historia y emiten su juicio sobre esos acontecimientos. Y su proximidad impulsa el celo santo de querer convertir a los demás, de salvarlos del poder del mundo que no acierta a reconocer en el desarrollo de los acontecimientos normales o incluso en las catástrofes una ocasión providencial de la realización del plan divino.
 

  1. Raíces y nutrientes

 
El fundamentalismo no surge al azar; y no podría crecer y desarrollarse con la fuerza que lo está haciendo, si no encontrara los nutrientes que lo alimentan y sostienen. ¿Cómo y por qué surge el fundamentalismo? ¿Por qué se llega tan fácilmente a posturas y actitudes fundamentalistas? ¿Por qué nuevos grupos fundamentalistas aglutinan a tantos hombres y mujeres, también a tantos jóvenes?
 
En parte hemos respondido ya a estas cuestiones o, al menos hemos aludido a ellas, al describir el fundamentalismo como reacción a la modernidad y al señalar entre sus rasgos característicos la oposición a la cultura moderna. Realmente en la raíz de los movimientos fundamentalistas se encuentra la profunda crisis cultural en que estamos inmersos. Es la crisis de la modernidad, en cuanto época de la racionalidad y de la Ilustración, de la ciencia y de la técnica, del nacionalismo e imperialismo, del dominio del hombre sobre sí mismo y sobre el mundo, con el consiguiente abandono de la naturaleza y de Dios.
 
Inaugurada con la Revolución Francesa al grito de libertad, fraternidad, igualdad, y sancionada por Kant con su “atrévete a pensar”, la modernidad se encuentra hoy en crisis. Según P. Lanceros, se encuentra cansada y huérfana de utopía. Para J. Martínez Gordo, en cambio, permanece irrealizada y truncada como proyecto histórico. Flores d’Arcais la percibe amenazada precisamente por los fundamentalismos religiosos[6].
 
El fundamentalismo tiene, pues, una raíz cultural; está arraigado en la cultura moderna, pero surge como reacción y contraposición a las consecuencias de la modernidad. De manera especial conviene señalar la importancia que ha tenido el giro propiciado por la cosmovisión modernista: de una visión del mundo uniforme y religiosa se ha pasado a la pluralidad cosmovisional y al descentramiento religioso. Si durante muchos siglos la religión ocupó el centro de la sociedad, la modernidad supone la pérdida de esta centralidad, que es ocupada, en cambio, por la economía y la política. De manera que, progresivamente, ciencia, arte, derecho, política, se van independizando de la religión y recobrando su autonomía; y la religión va siendo relevada de su función de legitimación social de dichas actividades. Así la religión queda más libre, puede ser menos instrumentalizada por el poder; pero, ciertamente, deviene también menos importante, al quedar relegada a lo meramente religioso.
 
Este proceso constriñe a la religión a ser solo religión y a circunscribirse al ámbito de las propias Iglesias. Asistimos, pues, a un proceso de privatización de la religión: cada vez resulta socialmente más “invisible” (Luckmann), más interior y más espiritualizada. No puede extrañar que todo ello vaya acompañado de un creciente individualismo. Cada vez más, la religión es una cuestión de elección personal y cada vez más está bajo el influjo de los individuos. Si a ello se añade el influjo del pluralismo y relativismo cultural, puede comprenderse también el deslizamiento hacia un mayor subjetivismo y eclecticismo con el riesgo, actualmente muy sentido, de llegar a una “religión a la carta”. Esto supone la quiebra de la religión institucionalizada y la aparición de grupos de religiosidad difusa, ecléctica, con perfiles esotéricos y con énfasis en la experiencia y en lo emocional. Asistimos, pues, a la desinstitucionalización de la religión.
 
Es precisamente esta situación socioreligiosa de pérdida de la centralidad y de pérdida del monopolio por parte de la institución la que genera, junto a los esfuerzos valientes y generosos de discernimiento, el nacimiento también de los movimientos fundamentalistas. Así fue en el principio, como hemos visto en la génesis del fundamentalismo protestante norteamericano del siglo XIX. Y así sigue siendo actualmente en la propuesta de una religión neotradicional que respete el sistema y ofrezca, al mismo tiempo, sentido, seguridad, calor y hogar a los grupos religiosos. En realidad, el fundamentalismo es el eco y la expresión de ese malestar que tiene en su raíz una fallida resolución de las relaciones entre religión y modernidad. Mientras estas relaciones no encuentren el camino del diálogo, mientras la religión no sea capaz de asimilar la modernidad, el fundamentalismo será siempre un desafío abierto a las religiones.
 

  1. Fenómeno global

 
La gran expansión del fundamentalismo comienza en el siglo pasado, en la década de los años setenta. Contra lo que entonces se preveía, fue cobrando fuerza en una sociedad en proceso de secularización, hasta llegar a convertirse en una tendencia imparable. Contra todas las expectativas se ha desarrollado a pasos agigantados a un ritmo que incluso actualmente a muchos parece incontenible. En Estados Unidos y en menor intensidad también en Europa, las iglesias fundamentalistas de confesión evangélica crecen a un ritmo mucho mayor que las demás denominaciones protestantes o que la Iglesia católica. En América Latina, el fundamentalismo de las iglesias pentecostales ha cuadriplicado su crecimiento en los últimos treinta años. La ascensión del Ayatolà Jomeini en Irán puso en guardia al mundo entero de lo que, a partir del año 1979, se ha calificado como “fundamentalismo islámico”[7].
 
Pero no es un problema que atañe simplemente al Islam, como pudiera parecer a algunos. Los movimientos fundamentalistas están presentes en todas las grandes religiones: hinduismo, budismo, judaísmo, islamismo, cristianismo.
 
Ciertamente, el fundamentalismo es un problema muy grave en el Islam. En sus manifestaciones más recientes significa un movimiento de reacción hacia la herencia colonial y la hegemonía cultural de corte occidental. Su objetivo principal es el cambio de la sociedad. Se trata de islamizar la modernidad, sirviéndose para ello de la radicalidad del Corán como paradigma moral, social y político. En el fundamentalismo islámico resulta muy difícil establecer una línea divisoria entre política y religión. Implica una gran carga social y política, enfatizando una radicalidad muy fuerte respecto a la sociedad moderna[8].
 
El fundamentalismo judío ahonda sus raíces en la estructura religiosa y en la historia del judaísmo, de modo particular en el conflicto cultural surgido a finales del siglo XVIII y principios del XIX con el advenimiento de una Ilustración en versión judía, conocida como Haskalá, que provoca una oposición radical entre las corrientes tradicionales y los movimientos de reforma religiosa y política. Actualmente, se enmarca dentro del cuadro de los grandes conflictos sociales e ideológicos del siglo XX. Para los fundamentalistas judíos, lo fundamental es preservar la identidad religiosa y cultural, individual y colectiva, frente a la invasión de la secularización moderna y a su consecuencia más desastrosa: la autodisolución en el mundo no judío. Hoy este fundamentalismo religioso tiene también un fuerte impacto sobre el sistema político israelí por lo que significa la confluencia de la religión y el nacionalismo en casi todos los aspectos de la vida social y política del país. De manera que resulta muy difícil delimitar la línea divisoria entre los grupos fundamentalistas y los otros grupos religiosos moderados[9].
 
Pero el fundamentalismo ha afectado también a todas las Iglesias que viven la fe cristiana: católicos, ortodoxos, protestantes, aunque, quizás sea en las iglesias protestantes donde alcanza acentos más llamativos, especialmente en el protestantismo norteamericano. Es, sobre todo, en Norteamérica donde se percibe, a partir de 1960, el auge y el aumento constante del fundamentalismo religioso. El protestantismo americano, bajo la guía de destacados líderes religiosos promueven campañas de evangelización mundial, con el extraño maridaje de la religión más conservadora y los mass media mas avanzados. La religión tremendista, en expresión de Harvey Cox, sale a la palestra pública, abandonando su exilio cultural. Es un fenómeno sumamente complejo, que algunos no han dudado en bautizar como “multinacionales de la fe”, en el que existen lazos muy estrechos de la religión con la política. Tiene un impacto muy fuerte en la sociedad norteamericana y un notable influjo también en otros países[10].
 
En cuanto al fundamentalismo católico, se pone de manifiesto en la sociedad moderna especialmente a raíz del Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia católica se abre a la investigación histórica y exegética. Surgen las posturas fundamentalistas como reacción a la apertura conciliar. Cuando la Iglesia-institución deja paso a la Iglesia-pueblo de Dios, muchos ven peligrar sus señas de identidad. La defensa de la tradición va a dar lugar a un integrismo intransigente y beligerante. Esta actitud lleva al enfrentamiento y hace muy difícil la comunión intraeclesial. En general, el movimiento fundamentalista católico tienta a la Iglesia a promover un sistema cerrado y uniforme de creencias y de normas morales, que lo abarquen todo y que respondan a todos los problemas de la sociedad. Y busca formas de presencia social que rememoran el régimen de cristiandad.
 

  1. El desafío fundamentalista

 
La presencia y desarrollo creciente del fundamentalismo religioso es un desafío abierto a la experiencia religiosa y a todo quehacer educativo y pastoral. Desde la perspectiva cristiana siempre será importante plantearse con seriedad la cuestión de su fundamento. El fundamentalismo señala precisamente la necesidad de fundamentos firmes y sólidos de la fe, al mismo tiempo que advierte sobre la necesidad humana de identidad, de arraigamiento, de seguridad. Los seres humanos no acertamos a vivir a la intemperie. Sin un mínimo de sentido, de orientación y de seguridad, naufragamos. Para poder mirar al futuro y encarar el porvenir, para poder esperar sin desfallecer, para creer y confiar, no se pueden cortar las raíces que nos vinculan e identifican, no se puede prescindir del pasado ni borrar la tradición.
 
Pero, por otra parte, el fundamentalismo es expresión y eco de la fallida relación entre religión y modernidad. El fundamentalismo lanza un fuerte grito contra la injusta marginación de la religión, contra el olvido superficial de las potencialidades de la religión para la humanización, contra las idolatrías generadas por la modernidad[11]. Y alerta, al mismo tiempo, de los peligros que acechan: dogmatismo, relativismo, intolerancia, totalitarismo, violencia.
 
Pero el gran desafío radica precisamente en la capacidad de que la religión llegue a asumir la modernidad, a reconocer sus valores y sus aportaciones. El fundamentalismo nos emplaza a conseguir un equilibrio dinámico entre razón y fe, libertad y autoridad, certeza y criticismo, estabilidad y experimentación, verdad y pluralismo, seguridad y tolerancia.
 
Si vivimos tiempos de fundamentalismo y tenemos que convivir con el fundamentalismo –junto a nosotros y dentro de nosotros-, es más necesario que nunca un espacio y un talante dialogante. El respeto a los demás es el fundamento de la tolerancia. Una sociedad plural descansa en el reconocimiento de las diferencias, de la diversidad de costumbres y de formas de vida. Por ello, sin personas tolerantes resulta imposible la convivencia pacífica. De manera que la tolerancia deviene la virtud democrática por excelencia[12]. Ella define a todo buen ciudadano, también al ciudadano religioso. Tolerar es admitir y permitir en los otros maneras de pensar, de creer y de obrar diferentes de la nuestra. Con Locke y Stuart Mill, hay que reconocer como quicio de la tolerancia la convicción de que la verdad total no la tiene nadie y el respeto que se deriva del reconocimiento de la igualdad fundamental de los seres humanos. Levinas se ha referido a lo que él mismo llama una “metafísica respetuosa”. Según el filósofo francés, lo que define al individuo respetuoso es la capacidad de reconocer la alteridad. Sujeto moral es quien reconoce la diferencia de los otros y la respeta. Y el respeto implica permitir que las personas actúen de acuerdo con sus convicciones morales, se expresen según sus costumbres y creencias. Los cristianos tenemos una razón muy especial a favor del diálogo y la tolerancia: el ejemplo mismo de Dios. En Jesús nos ha mostrado la forma que él ha escogido para enfrentarse al mal, al pecado, a la intolerancia. Muriendo en la cruz, tolera lo más intolerable.
 

Eugenio Alburquerque

estudios@misionjoven.org

 
[1] Cf. G. MÜLLER-FAHRENHOLZ, “¿Qué es el fundamentalismo contemporáneo? Perspectivas psicológicas”, Concilium 241 (1992) 405-415.
[2] Cf. M. E. MARTY, “¿Qué es el fundamentalismo? Perspectivas teológicas”, Concilium 241 (1992) 387-403; R. GARAUDY, Los integrismos. Ensayo sobre los fundamentalismos en el mundo, Barcelona 1995; J. FLAQUER, Fundamentalismo. Entre la perplejidad, la condena y el intento de comprender, Cuadernos “Cristianisme i Justicia”, Barcelona 1997; J. M. MARDONES, “Modernidad”, en 10 Palabras clave sobre fundamentalismos, Verbo Divino, Bilbao 1999, 35-42.
[3] Su título exacto es: The fundamentals: A testimony to the truth.
[4] Conviene recordar, desde la perspectiva católica, que Pío IX condenó la modernidad y que hasta hace pocas décadas los profesores de teología se veían obligados a firmar que nunca secundarían sus tesis: Cf. “Juramento contra los errores del modernismo”, Denzinger, 2145-2147.
[5] Centesimus annus, 46.
[6] Cf. P. FLORES D’ARCAIS, El desafío oscurantista, Anagrama, Barcelona 1994; P. LANCEROS, La modernidad cansada, Madrid 1994; J. MARTINEZ GORDO, “Ética laica, fundamentalismo religioso y modernidad”, Iglesia viva 171 (1994) 287-297.
[7] Cf. J. A. COLEMAN, “El fundamentalismo en su globalidad. Perspectivas sociológicas”, Concilium 241 (1992) 435-449.
[8] Cf. AA. VV., El fundamentalismo islámico, Fundación Canovas del Castillo, Madrid 1992; P. MARTÍNEZ MONTÁVEZ, El reto del Islam. La larga crisis del mundo árabe contemporáneo, Temas de hoy, Madrid 1997; M. ABUMALHAM, “Islam”, en 10 Palabras clave sobre fundamentalismos, 209-244.
[9] Cf. J. TREBOLLE, “Judaísmo”, en 10 Palabras clave sobre fundamentalismos, 179-208.
[10] Cf. G. KEPEL, La revancha de Dios, Anaya, Madrid 1991; M. VOLF, “El reto del fundamentalismo protestante”, Concilium 241 (1992)521-535; J. BOSCH, “Protestantismo”, en 10 Palabras clave sobre fundamentalismos, 133-177.
[11] Cf. J. M. MARDONES, o. c., 389-397.
[12] Cf. V. CAMPS, Virtudes públicas, Espasa-Calpe, Madrid 19963.