¿Todavía la escuela?

1 septiembre 2006

El problema no es de hoy. La acción pastoral ha preocupado siempre en la escuela católica cuyo fundamento y finalidad no es otro que educar cristianamente. Quizás actualmente ante las múltiples dificultades crece el malestar y aumenta también el número de quienes se preguntan sobre la posibilidad y conveniencia de la presencia eclesial y religiosa en el sector educativo. Las enormes trabas que se encuentran para la evangelización de los jóvenes en la escuela refuerzan la inquietud.
 
Es necesario, sin duda, llegar a las raíces de tal malestar, analizar las causas que dificultan el quehacer pastoral, confrontarse con el actual momento social, con las exigencias educativas, con la situación de los jóvenes. Pero, quizás, ante todo, sea urgente clarificar el mismo sentido e identidad de la escuela cristiana.
 
En cuanto escuela, es fundamentalmente ámbito educativo. Su esencia y finalidad es la educación. Realmente, una escuela que no educa no es escuela. Por ello, la escuela cristiana busca y persigue, ante todo, la educación: una educación de calidad, capaz de situar a la persona en el centro, de promover su crecimiento y maduración integral, y de responder a sus necesidades de identidad y sentido, de comunicación y relación, de pertenencia y socialización, de iluminación y orientación.
 
Pero lo que la define y especifica es el adjetivo cristiana. No existe una educación neutra. No sólo no es posible, tampoco sería deseable. Porque, en el fondo, la educación implica una visión del hombre y del mundo, una referencia a los valores. Si todas las educaciones  coinciden en ser educación, porque todas tienen como finalidad la perfección del ser humano, sin embargo las diferencia el marco axiológico que las fundamenta y sostiene. Que la educación cristiana se fundamente con claridad en los verdaderos valores evangélicos y los promueva lealmente es esencial para poder definirse y reconocerse como cristiana. Y lo que, en definitiva, busca la acción pastoral es que en la escuela resuene la buena nueva de Jesús de Nazaret. Es decir, que la escuela promueva y ayude a vivir los valores del Reino.
 
Es aquí, precisamente, donde reside la mayor dificultad de la escuela católica. Si siempre es difícil educar en los valores más humanos yhumanizantes, promover y transmitir los valores evangélicos resulta necesariamente una empresa más ardua. Pero la dificultad no mengua en nada la necesidad; manifiesta, si acaso, la exigencia de mayor búsqueda, dedicación y competencia
 
Desde Mision Joven seguimos creyendo en el valor evangelizador de la escuela católica, y seguimos apostando para que sea capaz de responder a los actuales desafíos de la educación y de la transmisión de la fe. Pero se impone, sin duda, un replanteamiento en profundidad para que pueda realizar hoy su misión con audacia y competencia en medio de una sociedad plural, compleja, laica, democrática. Enraizada en una tradición educativa milenaria, que brota del seno de la Iglesia de Cristo, sacramento de salvación para el mundo, ¿será capaz la escuela católica, a pesar de las dificultades estructurales, sociales, económicas y políticas, de recrear y reproponer un tipo de escuela, un modelo de estilo educativo verdaderamente significativo, signo del Reino?
 
Este el compromiso de la acción pastoral. Realizarlo supone, quizás, dejar atrás viejas estrategias y una actitud generosa de apertura y discernimiento. Las nuevas estrategias pastorales que puedan responder a tales desafíos parten necesariamente de un nuevo modo de relación Iglesia-mundo, fe y cultura, educación y pastoral, en la perspectiva de la mutua implicación y reciprocidad, basado en el paradigma de la encarnación y en el horizonte del “reino de Dios y su justicia”, es decir, de la plena humanidad y humanización que nos manifiesta Cristo Resucitado.
 

EUGENIO ALBURQUERQUE