La conciencia es ubicua / la siento a veces en el pecho
pero también está en las manos / en la garganta en las pupilas
en las rodillas en los pulmones / pero la conciencia más conciencia
es la que se instala en el cerebro / y allí ordena prohíbe festeja…
la conciencia es incómoda / impalpable invisible pero incómoda…
(Mario Benedetti)
Nunca ha sido fácil encontrar y seguir el bien y la verdad. Actualmentelas dificultades y los escollos presentes en su camino son muchos y complejos. Quizás, en nuestra sociedad, alcanza un relieve especial la mentalidad del todo vale, generadora de actitudes con las que continuamente educadores, catequistas, agentes de pastoral, tenemos que confrontarnos.
Se trata de actitudes conformistas, superficiales, utilitaristas, partidistas, individualistas. Es frecuente, sin duda, ante el bien y la verdad, la actitud conformista; es la actitud propia de quien se queda parado en el camino, el que no mira hacia delante, no le importan las nuevas ideas, las nuevas situaciones humanas. Conformista es el despreocupado, el perezoso, el rutinario, quien ha perdido la ilusión por la búsqueda, por la novedad; en realidad, ha perdido la pasión por la verdad. Junto al conformismo crece –con frecuencia lo alimenta- la superficialidad. Es patente en la vida cotidiana. Se tiende a trivializarlo todo, a no entregarse a nada con audacia y tesón, a conformarse con un estilo de vida débil, liviano, ligero, de escasa calidad y densidad, en el que no importa la esencia de las cosas porque el interés está en lo superficial. Fácilmente, entonces, no existen, ni cuentan, ni preocupan, los grandes valores y las grandes verdades; sólo verdades oscilantes, como pasarlo bien y consumir. Todo se vuelve acomodaticio, pasajero, relativo; y todo vale. Cuando se entra en esta socialización de lo frívolo y lo mediocre, el bien y la verdad ni cuentan, ni interesan.
El todo vale se ve reforzado además por la orientación de una sociedad que se construye con criterios pragmáticos y utilitaristas. El valor de las cosas se mide por su utilidad; es bueno entonces lo que sirve para los propios fines, independientemente de su verdad. Se sustituye el criterio de la verdad por el de la eficacia; importan los resultados efectivos y mucho menos los principios de acción. No es la verdad la que guía la vida; es la vida la que dicta la verdad. Laverdad aparece pues teñida de pragmatismo.
Pero, en realidad, todas estas actitudes están arraigadas en un individualismo y subjetivismo radical. La dimensión objetiva de la verdad está siendo sustituida por el punto de vista subjetivo de la sinceridad y autenticidad. Los jóvenes hoy, como los hombres y mujeres de nuestro tiempo, son más sensibles al valor de la autonomía y de la libertad que al de la norma y la ley; dan quizás más importancia a la decisión sincera que al valor objetivo de la realidad. La moral objetiva es sustituida por una ética individualista, que fácilmente deviene relativista.
En esta mentalidad y actitudes relativistas hemos querido concentrar la reflexión de este número de Mision Joven. Con hondura y precisión Miguel Rubio analiza y presenta el rostro del relativismo, sus vicios y virtudes, haciéndonos ver que, incluso en su vertiente moral, el relativismo no es nunca un fenómeno aislado, sino que forma parte de una concatenación de fenómenos que han ido configurando la sociedad occidental. Encajar la orientación moral cristiana en ese puzzle, es el verdadero desafío pastoral, conscientes de que “ni vale todo, ni todo vale por igual”. Luis Fernando Vilchez se aproxima al problema desde una mirada pedagógica y educativa, proponiendo hacer de la vida una lectura con sentido, con el agradecimiento de fondo y la asimilación de lo bueno, “con un presente y un futuro impregnados de acciones con valores”, y señalando algunas claves concretas para ello. Finalmente José Román Flecha, desde una perspectiva teológica y pastoral, aborda la cuestión capital de la formación y educación de la conciencia moral, verdadero quicio de toda educación ética. Ella, verdadero sagrario de la intimidad del hombre, puede reflejar el proyecto de Dios sobre el mundo, la historia, la persona; nos revela a cada uno de los seres humanos la voz de Dios y su ley, nos guía a actuar por los caminos de la responsabilidad y la justicia.
Contra el todo vale, pastoralmente sólo cabe una auténtica educación en valores y formación de la conciencia moral. Desde los valores se arriba realmente al sentido; desde la conciencia, al discernimiento y a la responsabilidad solidaria. Pero, como proclama el poema de Benedetti, la conciencia es incómoda, “usa el reproche y las bofetadas, las penitencias y el sosiego, pero la conciencia más conciencia es la que nos aprieta el corazón y vaga por los canales de la sangre”.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org