Todos… ¡«navegantes»!

1 septiembre 2001

 Navegar

 
Navegar, desde siempre, ha sido una de las metáforas del vivir. Hoy la comparación ya empieza a remitir primordialmente a otros mares, los del ciberespacio.En fin, tampoco hay que desechar este nuevo modo de comparar la vida y hasta puede que los jóvenes nos entiendan un poco mejor y, sobre todo, se percaten del sentido que debe guiar el vivir humano.
Cuando de agua se trata, el sol basta para orientar la navegación en alta mar. Sin embargo, en el espacio informativo y comunicativo de las nuevas tecnologías nada más difícil que encontrar referencias que nos guíen. Además, y lo mismo que ningún viento es bueno para quien no sabe a dónde va, en el ciberespacio puede ocurrir que terminemos por no saber aquello que, inicialmente, hasta ignoramos estar buscando.
Así que, en el actualidad, navegar está precisamente relacionado con una de las acepciones secundarias del término, esto es, con el errar o andar de un lado para otro. De ahí que, entonces, la vida humana corra un particular peligro de desviar su rumbo, de abandonarse a la deriva o quedar encallada en cualquier tropiezo.
 
 

       Cuaderno de bitácora

 
En primer lugar, pues, un buen cuaderno de bitácora para nuestros días debe contener una introducción muy precisa: los cambios con los que se modifican realidades como la comunicación, la información, el conocimiento, la generación de sentidos y formas, etc., son quizás los más grandes y de mayores consecuencias para la vida del hombre. Con todos ellos, con las nuevas tecnologías –internet y «espacio virtual», sobre todo–… se está configurando, sin duda, una nueva manera de ser y vivir en el mundo. Bien podemos decir que se está gestando un «nuevo hombre».
En el caso de los jóvenes, ya son evidentes unas cuantas consecuencias de dichas transformaciones que, cuanto menos, deben cuestionar nuestras propuestas educativas. Entre otras: «situarse» en la red; parapetarse en su música y sus imágenes; no leer sino intuir; preferir los significados resumidos y fulgurantes de las imágenes sintéticas a cualesquiera otros; renunciar a los vínculos lógicos, a las secuencias y reflexiones hilvanadas a través de razonamientos; abonarse al impulso inmediato, cálido y emotivamente envolvente… No se trata solo, ni quizá fundamentalmente, de la apoteosis de la apariencia; «son distintos».

 

       Náufragos

 
Por causa de tan grandes mutaciones, en nuestro tiempo, todos somos un poco náufragos. Forma parte del nuevo modo de ser personas. Vivimos la transición, dolorosa como todas, entre un orden agrietado y otro del que por ahora solo conocemos la superficie; un orden sin fondo, podríamos decir. Cuestión lógica, esa de sentirnos náufragos, o la de palpar la inseguridad y hasta la angustia: nos resulta poco menos que imposible descubrir y afirmar el «sentido del todo» como unidad del hombre y del mundo.
Peligroso, no obstante, que nos acostumbremos a encarar la situación con intentos desesperados por ocultar la inseguridad o dosis de disimulo nada desacostumbradas ni en los adultos ni en los ambientes eclesiales. Los jóvenes, en cambio, suelen lanzarse a tumba abierta por las autopistas apenas estrenadas.
Necesitamos, antes de nada, conocer-reconocer el estado de la mar y aceptar el panorama; al mismo tiempo –máxime cuando «somos huéspedes unos de otros» (Steiner)– hemos de acoger, mejor, ser verdaderamente cuidadores incansables, compasivos, constantes… de tanto joven náufrago parado en tierra. Después, será cuestión de descubrir y experimentar técnicas de navegación diferentes para… ¡emprender nuevas singladuras!
 
 

       Nueva singladura

 
Está claro: hemos entrado en la cultura de la «virtualidad real» construida con una red de medios de comunicación omnipresentes, interconectados y diversificados, que está transformando los cimientos materiales de la vida, el espacio y el tiempo. Por ahí se cruzan los entresijos de la navegación.
Quizá haya que desistir, inicialmente, de la navegación de altura para centrarnos en multiplicar las singladuras de cabotaje. Pero, eso sí, hay que lanzarse al agua, rompiendo decididamente con «seguridades de tierra», alertando también –claro está– ante los numerosos cantos de sirena que ofrecen engañosas patentes de navegación.
Algo de eso pretende este número de Misión Joven en el momento de comenzar un nuevo año escolar: describir los nuevos horizontes del mar de nuestra vida actual –internet y el ciberespacio– que nos impulsan y hasta obligan a «ser digitales», subrayar las responsabilidades específicas que comportan a la hora de construir la identidad como fuente de sentido y experiencia y, por último, apuntar algunas de las numerosas implicaciones educativas que se derivan de todo ello.
No hemos querido ser, ateniéndonos a la clasificación de Eco, nada apocalípticos ni integrados frente a las nuevas tecnologías: más que preocuparnos por meter miedo y proporcionar los antivirus sugeridos en portada, hemos procurado alargar positivamente la mirada para intentar ver más allá de cuanto aparece a primera vista. ¡Ojalá sirva para orientar la mirada a la hora de programar el curso!
 
José Luis Moral
director@misionjoven.org