TRABAJAR PASTORALMENTE CON JÓVENES INMIGRANTES

1 octubre 2012

Mons. José Sánchez González
Obispo emérito de Sigüenza-Guadalajara
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor, Monseñor José Sánchez, ha presidido la comisión episcopal de Migraciones de la CEE. En estas páginas ofrece algunas reflexiones para “trabajar pastoralmente con jóvenes inmigrantes”.
 
Pastoral con inmigrantes
Al plantear la cuestión de la acción pastoral con jóvenes inmigrantes, también hemos de tener en cuenta que, junto a su condición de jóvenes, es que también son inmigrantes, característica que les es común con los demás inmigrantes – niños, adultos, ancianos, casados solteros… Quiero decir con esto que no se puede hablar de una pastoral específica con jóvenes inmigrantes, si antes no estamos convencidos de la especificidad y de la necesidad de la pastoral con los inmigrantes, entre los que se cuentan los jóvenes como un grupo con características específicas, por ser jóvenes.
Tanto los responsables de la pastoral de una diócesis, parroquia, comunidad religiosa, institución u organización eclesial, como cada cristiano hemos de convencernos de que, como discípulos del Señor tenemos la obligación de acoger, acompañar y ayudar a incorporarse a la comunidad del Señor a toda persona que viene a nosotros por razón de trabajo, turismo, acción violenta, etc. La historia de la Iglesia, fiel a la voluntad y ejemplo del Señor, es la historia de la hospitalidad y de la misión. Por medio de la acogida a los que llegan y de la misión con los que están fuera, la Iglesia ha ido creciendo y enriqueciéndose con la incorporación de personas de las más diversas culturas, razas, lenguas, condiciones sociales. Los movimientos migratorios ofrecen precisamente a la Iglesia la doble oportunidad de la hospitalidad y de la misión en los lugares donde  está establecida.
No se puede hablar, por otra parte, de una prioridad de acogida, acompañamiento etc. de un sector determinado de la población; por ejemplo los jóvenes. Todos los inmigrantes han de ser acogidos y a todos  ha de hacerse llegar el mensaje y el testimonio cristiano, salvando siempre la libertad religiosa y teniendo, por consiguiente en cuenta la religión, tradición religiosa, cosmovisión de los destinatarios de nuestra pastoral. Ésta no puede ser la misma, cuando se trata de inmigrantes católicos, que de protestantes, u ortodoxos, o de mulsulmanes o budistas, o de ateos y de agnósticos. Pero la Iglesia tiene el mandato y, por tanto, la obligación de anunciar el Evangelio a todas las personas. ¿Cómo, con qué métodos, con que ritmos…? Dependerá de los destinatarios y de otras circunstancias.
 
Acciones de la Iglesia con los inmigrantes
La acción de la Iglesia con los inmigrantes podríamos cifrarla en las siguientes acciones: Diaconía, pastoral propiamente dicha y labor de “abogacía”. Es indudable que el servicio de la diaconía que podría definirse como la ayuda a que vivan una humanidad sin restricciones, tiene como destinatarios a todos los inmigrantes, independientemente de  su religión o creencias. La acción pastoral propiamente dicha, con el servicio del culto, de la formación en la fe y de la labor del pastoreo en la comunidad, reviste diversas formas según que se trate de católicos, cristianos de otras tradiciones, creyentes de otras religiones o no creyentes, respetando siempre el derecho de la libertad religiosa. La labor de “abogacía”, por parte de la Iglesia, la ejerce ésta, a veces por derecho propio, otras por razones de suplencia, cuando no son respetados los derechos de las personas y no intervienen las personas o instituciones competentes o son esos mismos los causantes del maltrato o del abuso.
 
Pastoral de la Iglesia con los jóvenes inmigrantes
Entrando ahora en el campo propiamente de los jóvenes inmigrantes y de la pastoral de la Iglesia con ellos, hay que destacar que la labor pastoral con niños y jóvenes, junto con la acción social, la acogida, la ayuda, el acompañamiento, el respeto por parte de los cristianos y de la sociedad en general es, por una parte, más fecunda y fácil que con las personas adultas por su mayor facilidad de aprender el idioma y asimilar elementos de la nueva cultura y forma de ser del país de acogida y, por  otra parte, el descuido, el abandono o la hostilidad frente a los niños y jóvenes inmigrantes puede tener efectos catastróficos, como la violencia o la creación de guetos, a medio o largo plazo.
Urge que desde el principio de la llegada de niños y jóvenes inmigrantes, la Iglesia se preocupe de conocerlos, acogerlos como miembros de  pleno derecho, reales o potenciales, de la comunidad católica, prestarles la ayuda que necesiten y esté en sus posibilidades, ofrecerles los servicios de la comunidad creyente y acompañarles en su nada fácil proceso de incorporación y de integración en la nueva comunidad, que es también su comunidad  Los jóvenes inmigrantes tienen que saber y experimentar cuanto antes que forman parte de la comunidad cristiana local y que, como tales, son acogidos y tratados.
A la hora de ofrecer los servicios de la parroquia, no pueden los feligreses de la misma, con sus sacerdotes reducirse sólo a la oferta del culto, sino que ha de ser tan amplia como amplios y variados sean los servicios de la  parroquia. Sobre todo, ha de ser oferta de las personas que forman la parroquia, que están dispuestas, desde el primer momento, a acoger y tratar como miembro de pleno derecho y hermano al joven inmigrante. Con todos los derechos y obligaciones, en la medida de lo posible, que los actuales miembros de la comunidad. Deben ofrecérsele los servicios, organizaciones y tareas comunes y las específicas de los jóvenes para que participen en ellas, no sólo como destinatarios u objeto de los servicios, sino como reales o potenciales miembros, con todos los derechos y obligaciones.
El ideal es que en todas las instituciones, servicios y organizaciones de la Iglesia relacionados con la pastoral de los jóvenes, los inmigrantes estén debidamente representados con voz y voto y no sólo por razones de imagen, o como recurso, o por razón de cuota, sino con la debida preparación, competencia y responsabilidad. No se trata sólo de ofrecer servicios para los jóvenes inmigrantes, sino de que ellos mismos sean también miembros activos en esos servicios y no sólo destinatarios. El ideal es llegar a un verdadero intercambio de dones de carácter cultural, religioso, etc.
Es necesario también que los jóvenes miembros de la Iglesia local entren en contacto con los jóvenes de otras naciones, idiomas y culturas aprovechando encuentros internacionales, el turismo, los estudios y la emigración.
Factores de relación e integración
Tres factores importantes de relación e integración de los jóvenes inmigrantes en la sociedad y en la Iglesia local son: La escuela, el deporte y la parroquia. En la medida en que a la Iglesia le sea posible, por ejemplo en las parroquias, en las escuelas de titularidad de la Iglesia y en sus organizaciones o instalaciones deportivas para los jóvenes, los inmigrantes han de poder disfrutar de esos servicios con el mismo derecho que los nativos.
Ciertamente el trabajo es también un lugar propio para la convivencia, la integración y la amistad; pero no suele tener la fuerza y la continuidad que tienen para los jóvenes la escuela, el deporte y la comunidad de fe.
La pena es que lo que constituye un proceso natural y, relativamente fácil, como es la convivencia e  integración de los jóvenes, más aún los niños en grupos de amistad en la escuela y en el deporte, terminado el tiempo escolar no siempre continúan y, con frecuencia, vuelven a sus grupos nacionales no siempre suficientemente abiertos.
Se plantea a veces la conveniencia o no de favorecer o no las asociaciones u organizaciones entre los  propios jóvenes inmigrantes por el peligro que puede darse de formación de ghettos. Aunque el peligro puede ser real, sobre todo cuando la población de país de acogida no se ha  preocupado o margina a los extranjeros, considero que la organización de los extranjeros en grupos de carácter cultural, religioso, hasta político, aparte de ser un derecho, si se hace de  una manera espontánea, respondiendo a la necesidad de cultivar sus propios valores y tradiciones, sobre todo si se les acompaña y ayuda, además del beneficio que reporta a los propios inmigrantes, puede constituir, y esa ha de ser la intención, un paso previo de fortalecimiento del grupo en orden a su integración en los grupos y organizaciones de la Iglesia local o de la sociedad civil. La integración de personas aisladas es muy difícil y sólo se da cuando concurren en ellas una serie de circunstancias no frecuentes, como son un determinado nivel cultural o, sobre todo, una práctica consolidada de colaboración, de corresponsabilidad y de compromiso cristiano en su país de origen. De lo contrario, se dará una absorción; la persona es engullida por el grupo.
Valgan estos breves apuntes y reflexiones para estimular a los jóvenes cristianos españoles o de comunidades y grupos estables o estabilizados a empeñarse y comprometerse en abrir las puertas de sus organizaciones y, sobre todo de su corazón, a la incorporación de de los jóvenes inmigrantes en orden a formar una sola familia, característica común a todo grupo de Iglesia.

Monseñor José Sánchez